Karina de la Paz Reyes
Uno de los desafíos más complejos que enfrenta la educación moderna, también llamada “colonial”, es la articulación de los saberes vernáculos, comunitarios o locales con los currículos escolares convencionales, sostuvo Alberto Arenas, de la Universidad de Arizona.
“La escuela misma se tiene que convertir en un espacio de aprender para desaprender conocimientos que han sido coloniales y neocoloniales, y que son los que integran de una manera perversa la escuela moderna.”
Para él, si en la escuela se logra transmitir de manera crítica y responsable estos conocimientos, valores y actitudes, se llegará a la formación de nuevas generaciones de estudiantes con una sensibilidad particular, con un conocimiento y un modo de acción para vincularse éticamente a su entorno inmediato a través de conocimientos y experiencias más acordes con su realidad.
Arenas impartió la conferencia magistral “Educación, decolonialidad y violencia epistémica”, como parte de
las actividades del Instituto de Investigaciones en Educación (IIE), la Cátedra UNESCO y el cuerpo académico Ciudadanía, Educación y Sustentabilidad Ambiental del Desarrollo.
De inicio, recordó que recientemente el gobierno de México recuperó el Códice Chimalpahin, documento que fue entregado por el pensador liberal José María Luis Mora a la Sociedad Bíblica de Londres, Inglaterra, en 1827.
Se trata, informó en su momento el INAH, de manuscritos del siglo XVII elaborados por dos de los historiadores de ascendencia indígena más representativos de la época virreinal: Domingo Chimalpahin y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl.
Los manuscritos fueron integrados en tres volúmenes por Carlos de Sigüenza y Góngora y son el inicio de la historiografía mexicana: fuente fundamental sobre la vida cotidiana, sociedad y política mexica, así como de la Nueva España del siglo XVI. “Aquí comienza la crónica y antigüedad de los mexicanos”, son las primeras palabras de este documento, añade en su informe el INAH.
Aunque hay historiadores que plantean que Mora decidió entregar el documento a Inglaterra para salvaguardarlo, pues en México se vivía una época de turbulencia, Arenas planteó una hipótesis menos benigna que se basa en que Mora, apegado al liberalismo del siglo XIX, consideraba a las culturas originarias como pueblos ignorantes, salvajes, que había que civilizar y dominar.
Éste es sólo un ejemplo de lo que el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos nombró genocidio epistemológico, subrayó el profesor- investigador de la Universidad de Arizona.
Precisamente en el siglo XIX, tanto en Europa como en América se empezó o hubo pretensiones por masificar la educación y que llegara hasta los lugares más recónditos de las nuevas naciones-Estado que se estaban forjando, es decir, la tomaron como un elemento civilizador.
Con esa educación buscaban “marginar, someter y eliminar estos conocimientos vernáculos, locales, comunitarios, que no tenían valor mercantil para la época y menos para hoy en día, y reemplazarlos por conocimientos europeos, nacionalistas, racionalistas, positivistas”.
Además, subrayó, se estimulaba el antropocentrismo, al asumir que las comunidades humanas eran exteriores al mundo natural, de ahí que se establece una separación física y epistemológica entre la escuela y la naturaleza.
Por último, propuso una articulación de los saberes ancestrales y la llamada educación formal.
Lo que Enrique Leff ha llamado “un diálogo de saberes”; “un paralelismo de saberes y un sincretismo epistemológico funcionando de manera simultánea o alterna, sin que una excluya a la otra”.