El desabasto del tubérculo en Irlanda, durante el siglo XIX, ocasionó importantes movimientos migratorios
Jorge M. Suárez Medellín
El 18 de marzo se celebra en México el aniversario de la Expropiación Petrolera, sin embargo no nos referiremos a dicha efeméride, en parte porque es más conocida y porque en los últimos tiempos «no hay muchas razones para aplaudir». En fin, en esta ocasión hablaremos de otra festividad que, aunque es menos común en nuestro medio, es muy importante a nivel mundial: el día de San Patricio.
El día de San Patricio se celebra en las principales ciudades del planeta el 17 de marzo, en honor del homónimo santo patrono de Irlanda, aunque de ninguna manera es una fiesta exclusiva de los nacidos en Éire. Por ejemplo, se estima que el desfile de San Patricio más concurrido del mundo es el de Nueva York, con más de dos millones de espectadores anuales, muchos de ellos son descendientes directos de los inmigrantes irlandeses que llegaron masivamente al nuevo continente durante la segunda mitad del siglo XIX.
Y aunque en nuestro país no sea una costumbre popular disfrazarse de leprechaun y beber cerveza teñida de verde, es justo recordar que por lo menos durante un breve periodo los devotos celtas de San Patricio desempeñaron un papel heroico en la Historia Patria. Efectivamente, durante la guerra de intervención norteamericana de 1846 en contra de nuestro país, un grupo de desertores del ejército estadounidense, principalmente compuesto por inmigrantes irlandeses al mando del nativo del condado de Galway John Riley, se pasaron al bando mexicano bajo el nombre de «Batallón de San Patricio».
Los «San Patricios» –como también se les llamaba– lucharon con bravura en las batallas de Monterrey, Angostura, Cerro Gordo y Churubusco, hasta ser finalmente vencidos por el ejército norteamericano, y su líder –marcado a fuego con la D de «Desertor»– murió de congestión alcohólica en 1850 en el puerto de Veracruz, en donde fue enterrado con el nombre de Juan Riley. En su honor, la bandera mexicana ondea en el centro de la ciudad de Clifden,
en Irlanda.
Pero ¿cómo es que había tantos irlandeses vagando tan lejos de su hogar y llegando a lugares tan distintos y distantes como Australia, Nueva York y Veracruz? Pues a causa de un hongo, o mejor dicho, de un organismo que hasta hace unos cuantos años era considerado un hongo, pero que los especialistas catalogan en la actualidad como perteneciente a un grupo de seres vivos llamados estramenópilos o cromistas.
Resulta que entre 1830 y 1850, una enfermedad agrícola conocida como tizón tardío devastó los campos de papas de toda Europa, produciendo una gran hambruna especialmente entre los irlandeses, quienes se alimentaban casi exclusivamente de este tubérculo. Lo curioso es que el organismo causante de dicha enfermedad, el oomicete Phytophthora infestans, es originario de la región de los Andes en América del Sur, al igual que la papa.
La razón por la cual esta epidemia no se presentó antes en Europa, es que el parásito en cuestión normalmente se moría durante el viaje trasatlántico, y no fue sino hasta la primera mitad del siglo XIX en que el uso de embarcaciones más veloces le permitió a Phytophthora infestans llegar al viejo continente, en donde encontró las condiciones ideales para su desarrollo.
El desabasto ocasionado por el tizón de la papa provocó que cerca de dos millones y medio de irlandeses murieran de hambre, y otros tantos tuvieran que emigrar en condiciones muy precarias tan sólo para tener algo que llevarse a la boca. Entre ellos se encontraban tanto los tatarabuelos de los asistentes al desfile de San Patricio en Nueva York, como los valerosos soldados comandados por Juan Riley. En su honor levanto el día de hoy una buena pinta de dry stout.