Jorge M. Suárez Medellín
Durante mi infancia, uno de mis pasatiempos favoritos era resolver acertijos, entre más complicados mejor. A sabiendas de eso mi padre solía ponerme retos, sólo que sus preguntas tendían a ser más capciosas que sesudas.
Recuerdo particularmente una de ellas: ¿Qué pesa más, un kilo de plomo o un kilo de plumas? A primera vista, la respuesta parecía sencilla. Digo, todo el mundo sabe que el plomo es un material relativamente pesado, en tanto que las plumas son bastante ligeras, así que es cosa de puro sentido común pensar que el kilo de plomo debería pesar más que el kilo de plumas. Sin embargo, quienes hayan leído la redacción del enigma con la atención debida, habrán notado que tanto las plumas como el plomo pesan lo mismo: un kilo (situación que en mi infantil ingenuidad tardé un largo rato en comprender).
Pero ahora que los años han teñido de gris mi cabellera brindándome aunque sea un poco de sabiduría, cada vez que recuerdo la anécdota viene a mi mente otra historia totalmente distinta, aunque también relacionada con el sentido común.
Imagine que le pregunto: ¿qué cae más rápido, una pluma de menos de cinco gramos de peso o un bloque de plomo de un kilo?, ¿qué respondería? Obviamente, aquí ya no vale el truco que me aplicó hace años mi padre, pues los dos pesos son explícitamente distintos. Quizá lo más lógico sería suponer que dado que la Tierra atrae con más fuerza al kilo de plomo que a la ligerísima pluma, esta última tardará más tiempo en caer que el primero, ¿no es verdad? Otra vez, puro y simple sentido común.
Si respondió que el kilo de plomo cae con mayor velocidad, permítame decirle que se encuentra en buena compañía, ya que es justamente eso lo que opinaba el filósofo griego Aristóteles (al igual que prácticamente todo el mundo hasta antes del siglo XVII). También déjeme comentarle que está en un error, o por lo menos en parte.
Efectivamente, si usted hiciera la prueba y dejara caer la pluma y el bloque de plomo, es muy probable que este último sea el primero en tocar el suelo, ya que la caída de la pluma sería retrasada por el roce del aire, pero no en virtud de su peso sino de su forma aerodinámica.
En cambio, si lleva a cabo el mismo experimento en ausencia de aire, podría observar que en el vacío todos los cuerpos tardan lo mismo al caer, sin importar su peso o el material del que estén hechos.
El primero en responder correctamente el acertijo antes planteado fue el científico italiano Galileo Galilei. Cuenta la leyenda que Galileo dejó caer esferas de diferentes materiales y pesos desde lo alto de la torre inclinada de Pisa para medir su velocidad de caída, pero lo más probable es que esta historia sea apócrifa. Lo que sí sabemos que hizo Galileo fue medir la velocidad a la que rodaban las esferas a través de un plano inclinado, lo cual es ciertamente más sencillo y preciso, especialmente si tomamos en cuenta los instrumentos disponibles en aquella época.
A lo largo de la historia, muchas de las creencias atribuidas al sentido común han sido desmentidas por la ciencia, mientras que algunas otras han sido confirmadas. Al final, si lo que queremos es saber qué tan rápido cae algo, la mejor idea sigue siendo medirlo y verificar con nuestros propios ojos si respondimos correctamente al acertijo o no.