Genaro A. Coria Ávila y Deissy Herrera-Covarrubias
Alí era un jefe poderoso, pero tenía un temperamento hostil hacia los demás. Según cuentan, a veces hasta se mordía la mano como un loco para que los otros vieran su poder y se intimidaran. Era especialmente agresivo con Elsa, a quien amenazaba repetidamente, aunque lo mismo ocurría con cualquiera que pasara frente a él y lo retara con la mirada.
Una mañana Elsa descubrió que alguien había puesto un botón rojo en la pared. La estructura rara llamó su atención y la curiosidad la hizo presionarlo. Su gran sorpresa fue notar que al instante Alí quitaba sus gestos de hostilidad y se convertía en el ser más dócil del mundo. Además, por un gran rato dejaba de molestarla y toleraba todo, incluso las miradas más retadoras de los demás miembros del grupo. Elsa y los demás pronto aprendieron a asociar que el botón era un remedio infalible para controlar la agresión de Alí. De hecho, alguno de ellos siempre estaba cerca de la pared para poder responder con prontitud. Él, por su parte, parecía disfrutar que los demás presionaran el botón.
El botón rojo o stimoceiver sí existió. Su inventor se llamó José Manuel Rodríguez Delgado, un neurocientífico que se convirtió en el pionero de la estimulación física del cerebro para el control de la conducta y las emociones.
Alí y Elsa eran parte del grupo de monos con los que Delgado trabajó en la Universidad Yale para disminuir agresividad con estimulación eléctrica del cerebro, aunque quizá su demostración más asombrosa fue la que hizo en España con un toro de Lidia en 1965. Cuando este último estaba a punto de embestirlo en el ruedo, Delgado apretó el stimoceiver que con radiofrecuencia estimuló el implante previamente puesto en el núcleo caudado cerebral del toro, resultando en el cese súbito de la agresión. El toro de Delgado, al igual que Alí, se convertía en un animal dócil después de la estimulación.
La neurociencia ha mostrado que el eléctrico es uno de los dos lenguajes del cerebro (el otro es el químico) y la estimulación de diferentes partes resultan en diferentes conductas. Delgado fue de los primeros en asegurar que el cielo y el infierno yacen en el cerebro y en la actividad de sus neurocircuitos.
En los años cincuenta otros neurocientíficos como James Olds y Peter Milner describieron múltiples regiones cerebrales en las que la actividad eléctrica produce sensaciones exageradas de placer. Por ejemplo, ratas de laboratorio hacían “lo que fuera necesario” por conseguir un poco de estimulación eléctrica en lo que hoy conocemos como el fascículo telencefálico medial. Cuando decimos “lo que fuera necesario” incluye cruzar laberintos, caminar sobre áreas electrificadas, recibir castigos, etc. Todo con tal de conseguir la estimulación cerebral en dicha área, la cual, según se ha demostrado, es uno de los componentes importantes para producir deseo.
Cada vez que somos felices, infelices, agresivos, compasivos, paranoicos, lujuriosos, miedosos, amorosos, eufóricos o depresivos, estamos respondiendo a la actividad de nuestro cerebro, sobre todo en el sistema límbico. De hecho, las medicinas psiquiátricas al igual que las drogas de abuso utilizan el lenguaje químico para afectar el lenguaje eléctrico.
Así entonces, las medicinas psiquiátricas en dosis controladas ayudan a equilibrar la actividad y volver a funcionar normalmente. Las drogas, por el contrario, conducen a estados de actividad diferentes y exagerados que pueden llevar a los individuos a “hacer lo que sea necesario” por volver a experimentarlo, incluso actos ilícitos.
Nuestro reto como sociedad es aprender a depender menos de “botones rojos” y más de los estímulos naturales que activan nuestro cerebro para hacernos sentir bien. Por ejemplo, las cosas que nos gustan y el amor en cualquiera de sus presentaciones, son sin duda los mejores estímulos.