Lleva más de 30 años estudiando la depresión y otros trastornos cerebrales
La ansiedad es un proceso que nos protege, mientras no rebase cierto límite, aseveró
«Durante los miles de años que llevamos de evolución, el cerebro fue adoptando y adaptándose al medio con distintas estrategias»
David Sandoval Rodríguez
Carlos Contreras Pérez, académico del Instituto de Neuroetología, lleva más de 30 años estudiando la depresión y otros trastornos cerebrales. Los resultados de tales indagaciones están consignados en numerosos artículos y capítulos de libros publicados en formato impreso y digital. El más reciente alcanzó mil 500 descargas en Internet en enero pasado, en países como India, Alemania, Estados Unidos, México y Reino Unido.
En el capítulo «Anxiety: An Adaptative Emotion», que forma parte del libro New Insights into Anxiety Disorders (2013), editado por Federico Durbano en la Editorial InTech, Contreras Pérez plantea un enfoque de la ansiedad como una respuesta adaptativa, presente en especies con un sistema nervioso central como mamíferos, reptiles y aves, que se localiza en el cerebro y se expresa inclusive antes de que el organismo aprenda las respuestas conductuales más efectivas.
Contreras Pérez también ha editado el libro Neurociencia: Lidiando con las fronteras, publicado en 2012 por InTech y que se encuentra disponible en la plataforma de acceso gratuito Open Access, donde ha registrado 44 mil 674 descargas.
Como parte de sus investigaciones recientes, en uno de los capítulos del libro se enfoca a la ansiedad como un vestigio adaptativo. «Durante los miles de años que llevamos de evolución, el cerebro fue adoptando y adaptándose al medio con distintas estrategias; lo que aquí se define es que la ansiedad es un proceso que nos protege, mientras no rebase cierto límite», comentó.
«Un ejemplo típico es en la selva, ¿quiénes tienen miedo? Todos, si no corren lo suficientemente rápido se los comen o se quedan sin comer.»
Lo que se presenta en el capítulo es un análisis sobre las porciones del cerebro que han permanecido en las especies animales a lo largo de miles de años, desde los reptiles, aves y mamíferos, «que tienen muchas zonas en común y una de ellas es donde se originan los sistemas olfativos, de ahí se conectan al proceso emocional en la profundidad del lóbulo temporal».
¿Por qué nos parecemos tanto entre especies? La única respuesta accesible es que todas tienen desarrolladas las emociones en el cerebro, lo que lleva a detectar la estrategia más útil para sobrevivir. «Los animales corremos, comemos y nos reproducimos; esto ocurre en todas las especies en las que se desarrolló el cerebro. ¿Para qué nos sirven a nosotros? Exactamente para lo mismo que les sirve a los demás animales».
Los olores nos provocan emociones
El también responsable del Laboratorio de Neurofarmacología dentro del Instituto, agregó que nuestro sistema olfativo parece atrofiado si se le compara con el de otras especies de mamíferos; no obstante, a pesar de que no poseemos una capacidad tan amplia para identificar los olores, «no cabe duda alguna que éstos nos producen ciertas conductas muy particulares. Un ejemplo que uso mucho es sobre los recuerdos que tenemos de la infancia, son olfativos y se refieren a olores muy precisos para cada uno de nosotros, a qué olían las manos de la abuela, a qué olía el puro del abuelo, cosas por el estilo, y siempre están asociados a una emoción muy intensa, o sea que siguen vigentes».
La idea que expone en su capítulo es que estas porciones, que son comunes al cerebro de varias especies, tienen exactamente la misma función, «es lo que en un tiempo se llamó el cerebro primitivo.
Cuando se avanza en la evolución, en el proceso adaptativo de las especies y en las estrategias de sobrevivencia se desarrollan otras partes del cerebro que en algunas ocasiones complementan esas funciones primitivas y en otras las distorsionan, por ejemplo, en el desarrollo del lóbulo frontal, somos los únicos que pensamos en el futuro, ni los delfines, castores, ballenas o jirafas piensan en un mañana, sólo trabajan con su cerebro primitivo y a través de eso sobreviven y se reproducen».
Con el desarrollo de la psicofarmacología a mediados del siglo XX se impulsaron desarrollos destacados en el conocimiento de las bases biológicas del comportamiento; sin embargo, la excesiva cantidad de información acumulada hizo que la neurociencia se dividiera en varias subdisciplinas, pero es necesario disolver esta separación en el siglo XXI y enfocarnos en procesos específicos que involucran a su vez diversas aproximaciones teóricas y metodológicas, opinó.
En ese sentido, los capítulos que integran el libro muestran que la neurociencia converge en la búsqueda de respuestas para varias preguntas, incluyendo los caminos seguidos por las células; cómo se comunican los individuos entre sí; la relación entre la inflamación, el aprendizaje y la memoria; el desarrollo de una dependencia a los fármacos, y aproximaciones que buscan explicar los procesos que subyacen a las enfermedades crónico degenerativas que conllevan un elevado deterioro para el individuo.
Explicó que «cuando a la especie humana se le desarrolló el lóbulo frontal comenzó a pensar en otras cosas, por ejemplo el concepto de familia, porque entre los animales se encuentra el concepto de colonia o de grupo, se establecen jerarquías y cada individuo tiene un rol, pero no es el concepto de familia en el cual está implicada la noción de que existe un mañana».
También, con el tiempo se desarrolló la capacidad de seleccionar una respuesta, que ocurre constantemente, todos los días, mientras comparamos lo que está ocurriendo con lo que hemos vivido para generar la elección más correcta que se debe asumir para resolver un problema.
«La siguiente cuestión que surge es ¿para qué nos sirve el sistema olfativo? Ello hace referencia al hecho de que momentos después del nacimiento, el recién nacido busca a la madre para alimentarse, ¿qué es lo que permite a la cría reconocer a su madre? En el caso de las ratas de laboratorio, se realiza un experimento en el que al recién nacido se le coloca con una rata que no produce leche pero la hembra reacciona ante la presencia de la pupa y se coloca para alimentarla.»
A continuación detalló la comparación que realizaron dentro del experimento: «Lo que hicimos fue empezar a buscar en el líquido amniótico, presente en el útero, para compararlo con el calostro y la leche materna buscando las semejanzas y bajo el enfoque de que el bebé es capaz de identificar algo con lo que ya estuvo en contacto; lo que encontramos es la presencia constante de ocho ácidos grasos que están en los tres líquidos. Entonces, la hipótesis fue que si el bebé estuvo en contacto con el líquido amniótico y el sistema olfativo ya es funcional, ahí fue donde lo aprendió y el recién nacido lo buscará».
Capacidad de aprendizaje intrauterino
Contreras Pérez apuntó que a partir de este descubrimiento se puede plantear la posibilidad de que nuestras capacidades de aprender se gesten previamente al nacimiento; «esto significa que dentro del útero tenemos una cierta capacidad de aprendizaje, obviamente a estímulos muy simples, porque el líquido amniótico entra y sale del cuerpo durante nueve meses. ¿Qué ocurre cuando salimos? Tratamos de identificar las cosas con las que ya tuvimos contacto. ¿Y dónde están? En el seno materno».
De los ocho ácidos grasos presentes en los tres líquidos, han logrado identificar al ácido mirístico que también está presente en las nueces; actualmente trabaja en una patente para su registro porque tanto el líquido amniótico como la mezcla de los ácidos grasos poseen acciones ansiolíticas en la rata, es decir, reduce los niveles de ansiedad de forma semejante al medicamento conocido como Valium.
«Ello significa que estamos inmersos en un medio líquido, calientito, que nos amortigua de muchas cosas y que además tiene propiedades para mantenernos tranquilos», dijo.
La patente que se busca generar sería para una mezcla de aceites que contengan el ácido mirístico en sustitución de una fórmula empírica que habitualmente se utiliza para limpiar a los bebés y carece de dichas propiedades ansiolíticas.
El siguiente paso de la investigación consistirá en analizar las estructuras cerebrales que están participando, ya que su línea de investigación durante 30 años ha sido la depresión y cómo actúan los antidepresivos.
Esto es posible mediante un proceso conocido como registros unitarios intracelulares, que consisten en registrar las neuronas, una por una, en las ratas de laboratorio con la finalidad de saber qué ocurre con respecto a la actividad de las estructuras cerebrales.
Diabetes y depresión
Los registros unitarios intracelulares son la puerta de entrada a investigar la diabetes, enfermedad crónico-degenerativa común en la actualidad, subrayó el investigador.
«Esto se conecta con un padecimiento muy frecuente que es la diabetes; el diabético se deprime y muchos investigadores pensamos que el mayor daño de la diabetes es vascular, es en las arteriolas, entonces añadimos a los modelos una sustancia llamada aloxana para trabajar la diabetes ya que afecta el páncreas, pero ocurre que la mayor parte de los investigadores estudian las ratas a los tres días y yo creo que están equivocados, porque están estudiando hiperglicemia, no diabetes.»
En su investigación reprodujeron la diabetes en ratas de laboratorio al no proporcionarles la suficiente cantidad de insulina durante dos meses, lo que llevó incluso a crear inventos para diagnosticar esta enfermedad en ratas, porque implica observar el fondo de sus ojos y para ello agregó un microscopio a un teléfono inteligente, desde donde pudo fotografiar, registrar y almacenar los cambios en la coloración.
Asimismo, se les realizan pruebas para determinar la ansiedad, la depresión y el registro de la actividad cerebral.