Jorge M. Suárez Medellín
Desde tiempos inmemoriales el ser humano para su subsistencia ha dependido de los recursos producidos por distintos organismos; de hecho, todos los productos que forman parte de nuestra alimentación (con la excepción de la sal común y el agua simple) provienen de otros seres vivos. Así pues, no resulta extraño que en su búsqueda por mantener la salud –interés tan antiguo y legítimo como el de evitar el hambre– la humanidad haya volteado la mirada hacia remedios producidos por plantas, hongos y hasta animales.
Prácticamente todas las culturas tradicionales han recurrido a los productos naturales en forma de tinturas, infusiones y tisanas para combatir los padecimientos que les aquejaban, y aunque los tiempos han cambiado, el uso medicinal de algunos de ellos ha sobrevivido hasta el día de hoy, no sólo como remedios caseros, sino dentro del mucho más complejo esquema de la medicina científica.
Para ilustrar la importancia que los productos naturales han tenido en el desarrollo de la práctica médica moderna, basta con mencionar dos fármacos justificadamente famosos: la aspirina o ácido acetilsalicílico, sintetizado por primera vez a partir de la salicina presente en la corteza del sauce blanco (Salix alba); y la penicilina, obtenida a partir de los mohos del género Penicillium. Pero de ninguna manera se piense que esos dos ejemplos son únicos, de hecho
se estima que cerca de 60 por ciento de los agentes quimioterapéuticos producidos a principios de este
siglo provienen directa o indirectamente de productos naturales, y parece poco probable que dicho panorama se modifique significativamente durante los próximos años.
Y aunque vale la pena destacar que –al contrario de la creencia popular– los compuestos naturales no necesariamente son menos tóxicos o más efectivos que sus contrapartes sintéticas, la investigación de las propiedades medicinales de diversos extractos y metabolitos producidos por todo tipo de organismos tiene sus ventajas.
En primer lugar, nos permite incrementar nuestro arsenal farmacológico en contra de una gran variedad de padecimientos; además, dicha búsqueda de remedios se lleva a cabo aprovechando una de las principales ventajas competitivas de nuestro país en general, y de nuestro estado en particular con respecto al resto del mundo: la sorprendente diversidad biológica veracruzana.
Esto último adquiere especial relevancia si tomamos en cuenta el riesgo al que se enfrenta la biodiversidad por causa de la falta de planeación de las actividades productivas, tristemente común en nuestro medio. Y es que ¿qué mejor argumento podríamos encontrar para proteger nuestros recursos naturales que la promesa (bastante probable, por cierto) de encontrar entre ellos nuevas sustancias medicinales?