Orizaba • Córdoba
José Antonio Márquez González
Si usted compara la Constitución Política de México con la de otros países, puede encontrar algunas cosas curiosas e interesantes.
El ejemplar más popular de la Constitución de México, editado por Porrúa, tiene 300 páginas; un ejemplar común de la Constitución de los Estados Unidos se vende en cinco dólares (¡$4.99!) en librerías, tiendas de conveniencia, puestos de periódicos y hasta gasolineras, y tiene sólo 25 páginas. En la versión electrónica se tiene más o menos la misma proporción: una versión de nuestra Constitución alcanza 70 mil caracteres, mientras que la versión norteamericana alcanza sólo 25 mil.
Nuestra Constitución, como se sabe, tiene un total de 136 artículos; la de los norteamericanos tiene solamente siete artículos, si bien más extensos que los nuestros. La mexicana ha tenido hasta enero de 2017 un total de 699 reformas. Tan sólo el famoso Artículo 73 que se refiere a las facultades del Congreso, lleva un total de 78 reformas; la de los estadounidenses sólo ha sufrido, en toda su larga historia, 27 reformas (llamadas enmiendas).
La Constitución mexicana tiene exactamente 100 años y es la octava en su orden; la de los norteamericanos tiene 230 años y es la única que han tenido. La nuestra, en efecto, es la octava contando desde la de Apatzingán –que nunca entró en vigor– hasta las de corte liberal, conservador, centralista, federalista y aun imperial –como la de Maximiliano.
En Inglaterra, en cambio, uno puede preguntar inútilmente en una librería o en un puesto de periódicos por la Constitución del Reino Unido. No la hay. En todo caso, nos venderán como reliquia histórica la denominada Carta Magna del Rey Juan Sin Tierra (1215) la cual, si bien es cierto consagró algunas libertades fundamentales, no es un documento constitutivo de aquel país –y fue luego declarado nulo por el Papa.
Si pregunta usted por la Constitución en alguna ciudad de Francia, le contestarán que cuál quiere, porque el país ya va en la quinta república –hasta 1958–, lo cual no obsta para que los franceses sigan literalmente venerando como su texto máximo la llamada Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, del ya lejano 1789.
Como se ve, la comparación de nuestra Carta Magna con las de los Estados Unidos, Inglaterra y Francia –por poner solamente unos pocos ejemplos– es muy ilustrativa. La nuestra, como la de ellos, ha tenido defectos, omisiones y errores técnicos e históricos propios de la época, pero es nuestra Carta Magna, es decir, el documento que nos refundó como nación. Por esta sola razón es un documento único e inapreciable.