Año 16 No. 658 Octubre 31 de 2016 • Publicación Semanal

Xalapa • Veracruz • México

La letra con sangre entra

Contenido 33 de 42 del número 658

 

 

Orizaba • Córdoba

José Antonio Márquez González

¿Se acuerda usted cuando en la escuela primaria el profesor golpeaba a los niños con el gis o con la regla de medir? Seguro que este tipo de experiencias no está muy lejos de sus recuerdos. De hecho, algunos papás descargaban en los profesores una parte de esta responsabilidad pensando, claro, “en la educación del menor”.

En efecto, en el pasado algunas leyes prescribían la imposición de severos castigos a los hijos desobedientes. El mismo Aristóteles decía que “no es difícil ver que la educación de los jóvenes no debe tener por fin el juego; no se aprende jugando, sino que el aprendizaje va con dolor”. El Código de Hammurabi contenía normas como las siguientes: si el hijo renegaba de sus padres, se le cortaba la lengua o se le sacaba un ojo; si golpeaba a su padre, se le amputaba la mano.

En el derecho romano existía también un poder muy amplio del padre sobre los hijos. Un ejemplo es el caso real de un padre que mató a su hijo –estando de cacería– porque lo sospechaba cómplice en el adulterio de la madre. De todas formas, el pater familias romano siempre podía recurrir al ejercicio de la acción noxal, es decir, al abandono del joven, hijo de familia o esclavo, en régimen de trabajos forzados.

La Biblia también nos habla de algunas de estas facultades correctivas. Proverbios tiene varias que me pareció interesante copiar: La vara y la corrección dan sabiduría, mas el muchacho consentido avergonzará a su madre; Corrige a tu hijo y te dará descanso y alegría a tu alma; Por qué Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere; La necedad está ligada en el corazón del muchacho, mas la vara de la corrección la alejará de él.

Esta potestad de corregir y castigar a los hijos –y aun de utilizarlos para trabajar sin obligación de paga– subsistió durante toda la etapa medieval en Europa. Desde luego, se podía solicitar el auxilio de la fuerza pública en caso de rebeldía.

Y las cosas no eran sustancialmente distintas en el Nuevo Mundo. (Lucio) Mendieta y Núñez cuenta en uno de sus libros cómo se hería a los hijos con espinas de maguey y cómo se les sofocaba con humo de chile. Si persistían como incorregibles, se les podía arrestar y vender como esclavos. Fray Bernardino de Sahagún dice en su Historia general de las cosas de Nueva España que los nativos tenían por costumbre retener a los niños en la escuela para castigarlos; los padres de aquel que estaba preso se veían obligados a dar gallinas, o mantas u otras cosas a los instructores, para que soltaran a los niños y no los ahogaran.

Algo pudo mejorarse, sin embargo, con la modernidad de los tiempos. El Código de Napoleón de 1804 prescribía que quien tuviera motivos muy graves, podía encarcelar a su hijo por seis meses. El texto vigente de este código ahora sólo dice que los padres tienen la obligación de proteger a los infantes en su seguridad, salud y moralidad (dans sa sécurité, sa santé et sa moralité) y afortunadamente no añade más. Pero todavía hoy –en el código afrancesado de la República Dominicana– el padre puede hacer encarcelar a su hijo en caso de “motivos muy graves de descontento”, siempre que la prisión no exceda de seis meses, añade bondadoso.

En el estado de Guerrero, las leyes dicen que las personas que tengan al menor bajo su patria potestad y custodia deben educarlo convenientemente, asimismo tienen la facultad de corregirlo y castigarlo, aunque mesuradamente, pues añade que este derecho de castigar no implica infligir al menor golpes o malos tratos.

Otra ley en Baja California Sur precisa que corresponde a los padres la obligación de proteger y educar a los niños, además tienen la facultad de amonestar y corregir, pero evitando los castigos crueles e innecesarios. Las últimas reformas al Código Civil del Distrito Federal, de 2014, establecen que no puede justificarse en ningún caso el ejercicio de la violencia hacia las niñas, niños y adolescentes como forma de educación o formación.

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