Anécdotas comunitarias
Karla Jazmín Torres López
Licenciatura en Derecho del Sistema de Enseñanza Abierta
campus Coatzacoalcos-Minatitlán
Desde la primera reunión, la coordinadora de la sede fue la única en darme una bienvenida habitual… Sí, lo único que escuché posteriormente en cada presentación o plática con participantes, ex-brigadistas, población de Tatahuicapan e incluso estudiantes de mi carrera fue un “¿Y tú qué haces aquí?”.
Así que convencida de que la vinculación comunitaria era el peor lugar para realizar mi servicio social, llegué el 6 de octubre de 2014, a las 8:30 horas, a la Escuela Primaria “Enrique Novoa”.
Pasé a seis grupos comenzando por el Sexto “A”. Al entrar en el último salón hice lo mismo que en todas las aulas: a cada alumno entregué una hoja reciclada para que respondieran si las niñas y los niños son iguales, y por qué sí o por qué no. Como el maestro estaba revisando la tarea, continuó hablando mientras yo realizaba mi actividad.
Yo no alcanzaba a escuchar lo que decía y para ser amable, sólo sonreía mientras me paseaba por cada silla del alumnado, cerciorándome de que mis instrucciones fuesen claras.
Cuando llegué a la última fila él volvió a hablar, pero esta vez su tono de voz era alto. Señaló a mi dirección con rudeza y dijo “Ésos que ve ahí no le van a entender a su pregunta, todavía no tienen la capacidad de comprender” y se soltó a carcajadas.
Volteé la mirada con indiferencia y una niña de esos lugares indígenas que con dificultad articulaba palabras en español, me mostró su respuesta para que yo la revisara.
La leí y con voz más alta todavía exclamé que estaba muy bien, mirando al profesor. Aquel docente continuó parloteando: “Acuérdense que todos los niños son iguales y tienen los mismos derechos ¡Escríbanlo! que ya se los enseñé… ¡Ya deben saberlo!”.
Al escucharlo, les reiteré la indicación: “Sólo deben escribir lo que piensan. No lo que dice el maestro, porque sus respuestas no las voy a calificar como bien o mal”.
Entonces exclamaron en coro “¡Ahhh!” y borraron sus respuestas. Terminé la actividad. Me senté en una mesa que estaba frente a ese salón para leer las respuestas. Pensé: ¿Se trata de su lengua materna (el náhuatl)? ¿Su forma de aprendizaje? ¿O mera actitud del maestro? “¡Bah! Cualquier respuesta es presunción de un acto discriminatorio”, murmuré. “¿Me habla?”, dijo el director.
“Sí, que ya terminé. Mañana regreso a los otros grupos”, le respondí rápidamente. Debo admitir que miro con “lentes constitucionales”, como con un instrumento coadyuvante de principios que busca crear Derecho Positivo. Ese día del interés superior de la niña y el niño maldecí mis clases de Derechos Fundamentales, porque al fin ya sé qué hago aquí en la sierra.