Citlali Aguilera Lira
Facultad de Biología Región Xalapa
El camino rumbo a El Paisano se despliega entre sembradíos de papa y piedras volcánicas. Si dirijo la vista al final del paisaje el cielo dibuja un portentoso Cofre de Perote, al que a veces se le cuaja la neblina por sus cuatro lados y en otras ocasiones el sol radiante deja admirar su piel ocre y petrificada.
En El Paisano el aire frío y veloz hace cabecear las ramas de los pinos y se transforma en sonido de pájaros. “Hay hielo negro, muchacha”, me decía un señor mientras removía el estiércol de sus borregos, “aquí hay que cuidar la tierra que nos da papa, haba y chícharo, ya no da como antes, pero da”.
Taimados y adustos, tanto los hijos del señor que lo ayudaban con el abono, como su mujer, poco a poco se fueron acercando y al unísono alzaron las caras y me miraron curiosos cuando el señor, el mero patrón de la casa me preguntó a quema ropa: “¿Y usted de dónde viene?”. “Vengo de la Universidad Veracruzana”, respondí, y al decir esas dos palabras, la ligera tensión en el aire que siempre provoca un extraño se esfumó, en ese instante me di cuenta que venir de la UV era una carta de presentación y privilegio, pero lo más importante: una responsabilidad.
Ya no se trataba de mí, alguien que estaba por emprender un proyecto de educación ambiental forestal y estufas ahorradoras en la comunidad, sino de que la Universidad Veracruzana, que desde 2007 tenía presencia en la comunidad, seguía propiciando nuevos proyectos para el beneficio local.
En nuestro país lamentablemente la mayor parte de los proyectos productivos y programas federales y estatales fracasan, no cristalizan, casi siempre debido a que no se llega a detectar de manera adecuada el problema a resolver, es decir, que los problemas que se identifican no son los mismos que sienten las personas a quienes se quiere beneficiar; también se debe a que se generan objetivos antes de conocer la comunidad.
Fue así que el enfoque de mi proyecto partía de generar una intervención comunitaria, ya que es una estrategia donde se requiere la participación activa de la comunidad en la transformación de su propia realidad. Por tanto, pretende el fortalecimiento de competencias, favorece la autogestión para su propia transformación y la de su ambiente, facilitando a la comunidad capacidad de decisión y de acción.
La educación ambiental forestal fue el punto medular de mi intervención por considerarla una herramienta del desarrollo sustentable, además de implementar estufas ahorradoras que más allá de cubrir una necesidad básica a los usuarios de El Paisano, esta ecotecnia colabora en el ahorro del recurso forestal de la comunidad.
Sin embargo, cuando llegué por primera vez no sabía cuál iba a ser esa ecotecnia ni qué recurso natural iba a abordar en la educación ambiental.
Ése era el reto. Fue con esa curiosidad, tanto mía como la que se despertó en habitantes de El Paisano, que nos dimos a la tarea de detectar cuáles eran los recursos naturales con los que tenían estrecha relación y que escaseaban, así como comprender la problemática de cada uno de estos recursos.
El bosque y la leña salieron a relucir. Y empezó entonces una serie de actividades de gestión y educación ambiental forestal donde estuvieron involucrados niños, jóvenes, mujeres y hombres de El Paisano, así como el ayuntamiento, el ejido, el Consejo de Vigilancia y el telebachillerato; igualmente la UV, a través del Voluntariado de la Rectoría, la Casa de la Universidad, las facultades de Biología y de Agronomía, la Maestría en Gestión Ambiental para la Sustentabilidad, la Comisión Nacional Forestal, entre otros.
Después de año y medio de haber logrado un diagnóstico participativo, facilitar la convivencia entre actores locales y externos, haber realizado talleres de educación ambiental y colaborar en la conformación de un pequeño grupo de promotores forestales comunitarios, finalmente quedaron terminadas las estufas calefactoras y ahorradoras de leña, fue hasta ese momento que todo amalgamó.
Ya no se trataba sólo de una estufa que se prendía con unos cuantos leños, sino que éstos habían pertenecido a un pino que, a su vez, era parte de un bosque y que éste –que es agua, tierra, aire y fauna– se estaba agotando.
Entonces ocurrió que mi trabajo de gestión estaba llegando a su fin cuando me comentaron, días después, que un grupo de jóvenes junto con su maestro había solicitado, en un ejercicio de autogestión, pinos para reforestar en un terrero que un padre de familia había cedido.
La estufa de leña ahorra, pero sigue gastando palos. “No hay de otra más que plantar”, me comentaron algunas mujeres.
La estufa de leña, que cuenta con un boiler, no sólo sirve para preparar la comida, también se aprovecha para entibiar el agua y poder bañarse, lavar los trastes a gusto y que los chamacos se laven las manos.
Cuando el frío cala, el fuego reúne a las familias de El Paisano, ahí tuve por primera vez el entendimiento claro que la leña es la energía del bosque que de alguna manera los protege, dentro del calor de sus casas se siente la protección de los pinos que se levantan enhiestos en sus paisajes.
Fue una experiencia enriquecedora, conocí gente extraordinaria. Esta comunidad de la que hablo se llama El Paisano, pertenece al municipio de Las Vigas de Ramírez, se encuentra a las faldas del Cofre de Perote y, desde que Lázaro Cárdenas en 1937 lo decretó Parque Nacional, la comunidad pasó a ser uno de tantos poblados vecinos a esta área natural, ocupando lugar en la zona de influencia o área de amortiguamiento que toda Área Natural Protegida decretada por la federación posee.
Pero El Paisano no sólo es un espacio geográfico, también son sus niños quienes siempre se aproximan juguetones y de a montón, son sus mujeres que cuchichean entre sí y para sí mismas, son sus muchachos siempre delgados y de complexión magra por el trabajo en el campo, son los cerros de tortillas amontonados en la mesa de cada hogar, son las gallinas enlodándose las patas por las calles de terracería, es la Virgen de Guadalupe, es la Carrera por la Vida, es la tanda de ropa que siempre congrega a las señoras, muchachas, ancianas y niñas alrededor de pequeños ojos de agua fría para lavar a diario, es el asta bandera de la escuela hecha con un palo, es el café de olla, es el estudiante de Enfermería haciendo su servicio social, son las papas acabadas de cosechar, es la Universidad Veracruzana que desde una de las colinas más altas de El Paisano se transformó en Casa UV.