«Me regresó la tranquilidad, la autoestima y la seguridad» compartió
«En el performance encontré el lenguaje para gritar y decir lo que siento»
«Cuando se quiere aprender, se aprende (…) lo que vale es el esfuerzo en cualquier lado»
Texto y fotos: Adriana Vivanco
Petrona de la Cruz Cruz, dramaturga y activista originaria de la comunidad de Zinacantán, Chiapas, compartió con la Universidad Veracruzana una muestra de su trabajo teatral, en el marco del V Coloquio Internacional sobre las Artes Escénicas, organizado por el Centro de Estudios, Creación y Documentación de las Artes y la Facultad de Teatro.
Tras la presentación del performance Dulces y amargos sueños, De la Cruz Cruz detalló anécdotas acerca de su incursión en el teatro y su participación en la asociación civil Fortaleza de la Mujer Maya (Fomma).
«Fue la necesidad…»
«Yo me vinculé con el teatro por azares del destino», narró Petrona de la Cruz, quien a los 16 años fue víctima de secuestro y violación. «Quedé embarazada. Anteriormente no nos hablaban de sexualidad y menos de la menstruación. Como era irregular no me di cuenta, mi mamá se enteró horas antes de que el niño naciera y yo lo supe prácticamente cuando nació».
Tras este suceso, su madre entró en coma y «ya no pudo mencionar más palabras; mi papá, mis abuelos y mis tíos me recriminaron que por mi culpa moriría mi madre» Así ocurrió, al cabo de un mes de que Petrona diera a luz, «entonces quedé señalada para siempre por su muerte. Me permitieron quedarme en casa de mi padre un año más para cuidar a mis hermanos menores, pero cuando él se volvió a casar, me echaron de la casa porque ya no les era útil».
Para sostener a su hijo tuvo que trabajar. En ese momento empezó la aventura: «Trabajé en ferias, donde me trataban mal y no me pagaban. Volví a mi pueblo pero no pude hacerlo con mi familia. Terminé la primaria a los 17 años y ya no pude asistir a la secundaria».
A la edad de 20 años, una de sus tías se ofreció a cuidar a su hijo, «en contra de las tradiciones del pueblo, para que yo estudiara la secundaria», rememoró.
Gracias a un proyecto de la Fundación Mexicana para la Planificación Familiar (Mexfam), que consistía en realizar una puesta en escena, la dramaturga de origen tzotzil incursionó en la actividad tetral. «Yo lo tomé a relajo porque no sabía ni qué era eso, pensaba que no era en serio, pero cuando me dijeron que me iban a pagar 150 pesos por participar, decidí entrarle».
El personal de Mexfam le brindó las primeras lecciones de dramaturgia, guionismo y ejercicios actorales. «Pensaba que esa gente estaba loca: ‘Ya están grandes, cómo hacen esas cosas’. Pero fue la necesidad la que me mantuvo en el proyecto, porque en realidad, aunque me gustaba participar en la escuela y en las actividades, no le encontraba sentido del todo. Yo estaba porque necesitaba el dinero».
El teatro, un elemento de catarsis
«Sin duda, poco a poco el teatro me fue conquistando, el resto de mis compañeras con las que inicié abandonaron el curso y sólo quedé yo como la única mujer en el proyecto», detalló. Su constancia y compromiso le ayudaron a obtener el papel principal en una obra, con la que hizo 25 giras. «Ahí fue donde tomé seguridad y empecé a escribir, con el paso del tiempo me percaté que todo lo que escribía y montaba en escena estaba relacionado con la vida de mi madre».
Fue en el primer encuentro de mujeres dramaturgas en Toronto, Canadá, donde presentó su primer trabajo: La mujer desesperada. «Ahí me encarrilé en el teatro».
Aunque las artes escénicas habían contribuido a fortalecer su seguridad personal, «seguía teniendo miedo y odio a los hombres». Con el tiempo, según sus palabras, el teatro le sirvió como terapia psicológica, pues en las escenas representadas «gritaba, lloraba y vivía momentos de catarsis.
«Fue cuando descubrí que el teatro era sano para mí. Posteriormente asistí a varios diplomados y cursos para seguir capacitándome, porque yo no fui a la universidad y estaba en desventaja con el resto de mis compañeros del mundo del teatro.»
«…cuando se quiere aprender, se aprende»
En 1992, la también actriz asistió a un diplomado impartido en el Instituto Nacional de Bellas Artes, experiencia que le resultó difícil. «Recibí mucho rechazo por no tener preparación universitaria. Pero persistí y logré el primer lugar cuando presenté mi trabajo ante quienes me discriminaban y me humillaban. Creo que ahí me gané su respeto y cariño y yo misma valoré mis capacidades escénicas».
Poco después obtuvo el Premio de Literatura de Chiapas «Rosario Castellanos» y continuó en la dramaturgia «con más ánimos».
Su gran maestro de dramaturgia, compartió, fue Víctor Hugo Rascón Banda. En lo referente a la dirección escénica, reconoció las enseñanzas de Luis de Tavira, Chip Morris y Raúl Quintanilla.
«Entonces entendí que cuando se quiere aprender, se aprende. No es necesario ir a una universidad para lograrlo, lo que vale es el esfuerzo en cualquier lado, ya sea desde la academia o fuera de ella.»
He recuperado más de lo perdido
Perder a su familia fue difícil, confesó. «Cuando entré a hacer teatro fue peor, porque en la década de los ochenta –que fue cuando empecé– no era bien visto que las mujeres, y menos las indígenas, se subieran a un escenario. Una indígena en un escenario es sinónimo de prostituta, loca y exhibicionista, porque se está mostrando al público. Esto hizo que fuera nuevamente señalada y odiada por mi gente, que me hacía menos».
Esta situación la obligó a abandonar de nueva cuenta su pueblo natal, sobre todo por el acoso de que era objeto. «Los hombres me seguían como perros, pensaban que por tener un hijo sin marido y hacer teatro era una mujer fácil y que quien se cruzara por mi camino podía disponer de mi cuerpo. Yo quería ser una mujer diferente, no quería ser como las de mi tierra: mujer de hogar, maltratada, con hijos y sin superación».
Sin embargo, un contrato del gobierno del estado de Chiapas para incursionar en la radio le dio la oportunidad de ser aceptada. «Me reconocieron y me contrataron para escribir una radio novela que se tituló Corazón de mujer, esto me dio la oportunidad de que la gente de mi pueblo me percibiera de manera diferente. Ahora me felicitan cuando voy, después de tanto rechazo y tantos obstáculos.
«Ahora me da gusto que mi gente haya entendido el trabajo que he hecho. Hasta mi familia me acepta, mis hijos me preguntan por qué ahora le hablo a mi padre después de que me hizo tanto daño y yo les explico que el teatro me ha hecho analizar, reflexionar y perdonar.»
Gracias al teatro, expresó, «ahora soy otra, ya no le guardo rencor a nadie. Fue muy difícil para mí llegar al escenario y cambiar mi vida. Al principio por mi familia, luego por la comunidad y por la falta de respeto de los hombres. Es por ello que trato de compartir con otras mujeres lo que he aprendido, quiero hacerles sentir que no es necesario que sigan ese camino de sumisión, de golpes. Que aprendan a decir no».
En definitiva, enfatizó, «el teatro me ha ayudado a recuperar más de lo que he perdido; me regresó la tranquilidad, la autoestima y la seguridad en mí misma».
El performance como bandera de resistencia
En el performance la escritora encontró el lenguaje para gritar y decir lo que siente. En este sentido, reconoció a la actriz y directora Jesusa Rodríguez como otra de sus mentoras: «Me enseñó a ocupar esta herramienta para hacer crítica social, por eso también entré al performance».
El teatro, y en específico el performance, ha sido un elemento de sanación y una herramienta para ayudar a otras mujeres que llegan a Fomma, que han sufrido situaciones similares. «Me preguntan cómo es que lo he superado. Les digo que el teatro ha sido mi respuesta, porque lo asimilé como una terapia y como una herramienta para enseñar y ayudar a otras mujeres a superarse como lo hice yo.
«El performance también es una experiencia muy personal en la que descubrí que escribir y actuar son cosas que van de la mano en mi vida.»
Del teatro al activismo
Fomma fue fundada hace 20 años. Al inicio, su objetivo principal fue promover el teatro, pero con el tiempo surgieron otros intereses y necesidades que generaron nuevos proyectos productivos, de capacitación y culturales. Esto permitió capacitar a las mujeres sobre derechos, autoestima y violencia de género.
«Inició realmente en 1993, con un proyecto de teatro ambulante para reunir fondos. Surgió con la pluma de Isabel Juárez Espinosa y la mía, con apoyo de la señora Miriam Laughlin. Fuimos las pioneras en hacer esto en Chiapas, por ello Rafael Tovar y de Teresa nos premió como las primeras mujeres indígenas y dramaturgas que lograron traspasar el campo del escenario. Ninguna mujer indígena se había atrevido a subir al escenario antes de nosotras», relató Petrona de la Cruz.
Entre los logros de la asociación, abundó, está el que las mujeres conozcan sus derechos, pues algunas aún piensan que «cuando un hombre las cela o les habla fuerte no es violencia. A mí me da gusto que muchas hayan aprendido a defenderse, no de los hombres, sino de las injusticias y del abuso, que hayan aprendido a valerse por sí mismas».
Para lograrlo, es necesario que recuperen su autoestima «para que no esté por los suelos» y que asuman que estar bien y sentirse seguras es fundamental para armonizar con el entorno.
«A veces, como mujeres, pensamos primero en los que nos rodean antes que en nosotras mismas. Primero tenemos que preocuparnos por nosotras, aportar para una misma para tener la capacidad de aportar a los demás después.»
Fomma también brinda servicios de capacitación profesional, alfabetización y asesoría psicológica y legal. Además ha logrado consolidarse como un espacio para el arte y la cultura.
En el aspecto personal, compartió la dramaturga, «Fomma me permitió reconciliarme con mi familia. Cuando mi abuela agonizaba reconoció que se había equivocado conmigo en la forma que me trató, y me lo dijo».
Proyectos educativos
La alfabetización y la promoción de la lectura han sido temas clave en Fomma desde sus inicios. «Nos interesa que las personas aprendan, se eduquen y se diviertan con el teatro. Migración, ecología, muerte materna y vida de los ancianos son otros de los temas que trabajamos en tzeltal, tzotzil y español».
En 1994, cuando Fomma se constituyó como asociación civil, se desató una fuerte migración de las comunidades indígenas a las zonas un poco más urbanizadas de Chiapas, como consecuencia del levantamiento zapatista. «Nos cayó como anillo al dedo. Logramos captar el interés de niños, jóvenes y adultos, muchos de ellos no hablaban español y fue nuestra oportunidad para hacer trabajo de lectura y escritura, primero en su propia lengua y posteriormente en español».
En Fomma enseñaron a los desplazados a crear historias y hacer escenas de teatro. «Nuestro primer año como asociación fue muy productivo. Ya desde 1993, con un programa de lecturas, llegamos a las comunidades rurales a sacar los libros de las trincheras, de esos lugares donde los maestros los tenían arruinados y olvidados. Nosotras los rescatamos y empezamos a trabajar con los niños. Descubrimos que les encantaban las historias y los cuentos, que había gente que necesitaba del trabajo que nosotras generábamos».
Lo satisfactorio, destacó, fue que lograron sembrar una semilla de cambio en la gente con la que estuvieron en contacto. Algunas mujeres replicaron los talleres, otras se convirtieron en actrices, incluso «hay muchas indígenas que ya están actuando, que tienen sus grupos de teatro. Abrimos también la educación para adultos y con esto la oportunidad para muchos indígenas de retomar sus estudios y concluir la primaria, la secundaria o el bachillerato».
La asociación tiene también un programa de becas sufragado por las fundaciones Ford y Maya de Vermont, en Estados Unidos, para apoyar a mujeres indígenas en sus estudios de licenciatura, maestría y doctorado.
«Estamos logrando un cambio»
Reflejo de la Diosa Luna, el grupo de teatro de Fomma, está compuesto sólo por mujeres y para hacer los papeles masculinos recurren a las máscaras. «Es una cuestión que en nuestro caso viene de antaño, de nuestros abuelos, porque los antiguos mayas hacían teatro y ocupaban también las máscaras».
En un principio, los hombres de la comunidad manifestaron su desacuerdo con esta práctica con insultos. «Nos decían que nos hacían falta los huevos, que necesitábamos un pene. Ahora, con el paso del tiempo y nuestro empeño en colaborar con las necesidades de las comunidades, nos hemos ganado su respeto, se han acostumbrado a que las mujeres también pueden hacer cosas y aprecian nuestro esfuerzo».
Por otra parte, ejemplificó, «mis tres hijos que son varones y mi marido entienden y respetan lo que yo hago; mi hijo mayor también es actor, hace poco presentó su trabajo en Bellas Artes, también escribe. Eso es evidencia de que estamos logrando un cambio en la forma de percibir a las mujeres entre las nuevas generaciones de mi localidad».
Trayectoria
Petrona de la Cruz Cruz estudió teatro en Sna Jtz’ibajom, Chiapas, con Francisco Álvarez y Ralph Lee; en 1992 recibió el Premio de Literatura de Chiapas «Rosario Castellanos». Ha destacado como promotora de lectura en comunidades rurales y por su intensa labor de apoyo a la superación de las mujeres chiapanecas, a través de su asociación civil Fortaleza de la Mujer Maya.
En 2002 fue becaria del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, recurso que le permitió estudiar teatro con Luis de Tavira; ha escrito diversas obras dramáticas entre las que destacan Una mujer desesperada (que fue publicada en inglés), Madre olvidada, La tragedia de Juanita, Infierno y esperanza, Desprecio paternal, La monja bruja y Soledad y Esperanza. En otros temas, ha publicado La educación, el teatro y los problemas de las mujeres en los Altos de Chiapas y Yo soy tzotzil, dirigido al público infantil.