Libros y libreros: la rebelión de las bibliotecas El acto de lectura, más que un proceso teórico o una categoría conceptual, refiere una experiencia interior, cognitiva y espiritual que nos particulariza; dijo Borges “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído” pues la lectura es, per se, un acto de genuina creación, de revaloración y cuestionamientos: “De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”. Pero imaginación y memoria y los libros que las desatan y las contienen, requieren de un espacio apropiado para su cabal existencia: la biblioteca. Lugar tan cercano a un paraíso ya público, ya privado pero siempre próximo a la inteligencia y la sensibilidad humanas. ¿Siempre próximo? Les contaré aquí mi experiencia más cercana, les diré de los vientos levantinos que ordenan y desordenan a su antojo los estantes de mi paraíso particular. Mi abuelita me enseñó a leer cuando tenía yo apenas 5 años, desde entonces no he dejado de hacerlo y la biblioteca de mi padre puede dar fe de ello. Desde que lo hago con parsimonia académica en mi casa tampoco faltan los libros, de apoco se han ido reproduciendo en número, grosor y temas, de a poco, también, han ido ganando más espacios, llenando más estantes y venciendo uno que otro librero. De a poco y sin darme cuenta, mi paraíso particular se ha rebelado y parecen insuficientes mis esfuerzos por llamar al orden a una biblioteca que reclama su vida y organización propias. ¿A quién de ustedes, con los muchos o pocos libros que viven en su casa, no les ocurre lo mismo? |
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El placer de leer o los atrevimientos de María ¿Cuál es la relación que el ser humano establece con la palabra escrita? ¿Qué efectos le produce en su visión del mundo, de sí mismo y de los otros? Gracias a las aportaciones recientes que se han hecho sobre la historia de la lectura sabemos que esta relación no sólo ha sido distinta en las diversas temporalidades históricas sino que las respuestas acerca de lo que la lectura provoca en el ser han sido formuladas, las más de las veces, desde el poder. La práctica de la lectura ha sido valorada lo mismo acto de libertad como de riesgo, actividad creativa y emancipadora tanto como amenazante y peligrosa. Su realización ha generado polémicas, prohibiciones, pronunciamientos excesivos y toda suerte de explicaciones y confinamientos. La lectura, como actividad, y el libro, como portador de la palabra escrita, han atravesado caminos sinuosos a lo largo de su existencia y en ese transcurrir se han ido revistiendo de significaciones contrastantes y polémicas respecto al conocimiento que confieren. Algunas de esas valoraciones y juicios asociados a la lectura aparecen recreadas en la novela Al filo del agua, de Agustín Yáñez. En ella encontramos tanto el miedo a la palabra escrita, cuya presencia es una constante en ese universo de mujeres enlutadas, como su contraparte: el placer de leer o los atrevimientos de uno de los personajes femeninos emblemáticos de la novela: María. Sus atrevimientos van desde la lectura de sellos postales, calendarios, anuncios, direcciones, revistas religiosas, libros de geografía y novelas –como Staurófila y Los tres mosqueteros– hasta la nota roja de los periódicos. La lectura es el preludio de su libertad. |
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Palabra escrita. Palabra vivida A partir de ejemplos, que tienen como escenario geografías reconocibles, cercanas, centraré mi reflexión en la fuerza que posee la palabra escrita, cuya vida puede medirse en milenios, como afirma George Steiner, para ser vehículo en el que se reconocen determinados grupos humanos. Esa palabra puede regresar a la luz, después de mucho tiempo de haber estado sumida en las tinieblas. Actualizada, puesta en entredicho por no someterse a los dictados de esferas de poder, se concentra en darle vida a quienes a ella se acogen. Voy a mostrar una palabra escrita cuyo destinatario se aleja de la común definición del lector, quien posee una actividad que se mide por horas, como sostiene Steiner también. Me interesa compartir cómo cierto afán de conocimiento tiende puentes entre los individuos, quienes, para dar una imagen clara, se acomodan frente a un papel impreso en el que buscan reconocer su procedencia y trazar su devenir. |
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Luz al oriente de Yucatán: la Biblioteca José María Iturralde y la juventud maya universitaria de Valladolid La investigación sobre la conservación de la identidad y cultura ha sido abordada desde perspectivas históricas y antropológicas. Pero no se ha explorado el papel de la información, de las bibliotecas, en el gran proceso de orden social y cultural que es la conservación de las identidades de los pueblos originarios. |
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La biblioteca-kalpulli: matriz para la crianza de comunidades de seres sustentables. El ser humano, el ser vivo implica esencialmente conocimiento, primero que todo conocimiento de si mismo: calidad del ser. La vida es comunitaria para poder ser, todas y todos “somos en la relación”. Pero estas cualidades deben ser cuidadas y nutridas en nichos donde crezca la belleza de la sabiduría de la comunidad y la calidad del ser y el saber. En el gran Anáhuac en cada pequeña comunidad, el saber y la política, la crianza de los seres se cuidaba cotidianamente desde el Kalpulli “la casa del saber y del cuidado”. El conocimiento es algo vivo y desborda los libros, necesita de seres en comunidades que aprenden en espacios de amor y cuidado del saber. La inmediatez del bit vacía de sabiduría la posibilidad del conocimiento. Los jóvenes universitarios, pero más allá, las comunidades urbanas y rurales, requieren de espacios donde poder nutrir sus necesidades de cuidado y conocimiento vivo. Pero, nadie puede dar lo que no tiene, y los acervos de datos muertos no pueden nutrir una vida y un conocer sustentables. Por lo que requerimos cultivar desde la calidad del ser de cada habitante de la biblioteca-kalpulli, comunidades de aprendizaje que sean (primero para si mismas) matriz de crianza y vida de saberes, para acunar así las necesidad básicas de sabiduría, cuidado y conocimiento de las personas y sus comunidades. Un espacio así, un Kalpulli que se cuida y cuida nos permitirá caminar de manera participatoria y real las rutas de una sustentabilidad bibliotecaria capaz de acunar la viabilidad de si misma y de la humanidad a largo plazo, acorde con el “Compromiso con la séptima generación”, que es la visión ancestral de sustentabilidad. |
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