Sobre el autor | Reseña del libro | |||
Nació el 13 de abril de 1940 en Niza, en el seno de una familia bretona que se asentó en . |
Este viaje evocador de la memoria, narrado con un lenguaje sencillo, transparente y de gran componente poético, comienza en 1948 cuando Le Clézio— nacido en Niza, hijo de padre inglés y madre francesa y que hasta entonces había vivido en Francia con su madre–, con “más o menos” ocho años de edad, se encuentra por primera vez con su padre en Ogoja, Nigeria, donde la libertad “era el reino del cuerpo”, “en una región bastante aislada donde, fuera de mi madre y mi padre, no había europeos y, para el niño que yo era, toda la humanidad se componía únicamente de ibos y yorubas” En Ogoja, en paisajes africanos tan hermosamente descritos que sentimos la inmediata atracción y el deseo de recorrerlos, como la sabana o el río Aiya, y en el encuentro con la selva y los insectos, las hormigas, se sitúa la toma de contacto del niño con el continente africano. Allí “a orillas de un río barroso, rodeados por la selva” adquirió también Le Clézio esa instintiva repulsión por el sistema colonial” y “su injusticia presuntuosa“, que sintió desde niño, y que le hace ver “esa pesadez colonial, la ridiculez de la sociedad blanca exiliada en la costa”. El padre de Le Clézio es, no obstante, el verdadero protagonista: “Más tarde descubrí, cuando mi padre, al jubilarse, volvió a vivir con nosotros en Francia, que el africano era él”; y en el libro aparece su figura como la de un hombre entregado a su profesión: primero en Banso (en la actualidad Kumbo), donde “era el único médico a un radio de sesenta kilómetros” y tenía a su cargo un territorio tan inmenso que “en el mapa que él mismo hizo anotó las distancias, no en kilómetros, sino en horas y días de marcha” y se ocupaba “desde el parto hasta la autopsia”; y después en Ogoja, «como responsable del dispensario”. Un hombre al que “el contacto con la humanidad sufriente” y “veintidós años de África le habían inspirado un odio profundo al colonialismo en todas sus formas”. En esta búsqueda de la figura paterna y por lo tanto, reconstrucción de su personalidad, encontramos la esencia y el propósito de estos recuerdos africanos de Le Clézio en los que el tiempo se desliza, como un río con sus meandros, desde las circunstancias en que sus padres le concibieron en África (el momento de su verdadero nacimiento según los africanos, dice el autor), la segunda guerra mundial y la espantosa guerra de Biafra, hasta la muerte de su padre, al que rinde homenaje con páginas muy hermosas y que despiertan auténtica emoción. La impresión que produce la lectura es la de encontrarnos con un autor enamorado de África y capaz de transmitir lo que ve y todas sus sensaciones y emociones con una enorme plasticidad y capacidad expresiva; todo lo que, en definitiva, caracteriza a los grandes escritores. Las instantáneas fotográficas que se intercalan en el libro–realizadas por su padre con una Leica– nos permiten acceder, visualizar y concretar aún más el mundo que describe. Un mundo ya desaparecido, porque África ha cambiado bastante desde entonces, que se observa con una mirada muy distinta de las de las habituales novelas “coloniales” escritas por los ingleses de esa época. Según la Academia Sueca, se le concedió el Nobel por ser “un escritor de la ruptura, de la aventura poética, del éxtasis sensual” y “explorador de la humanidad, dentro y fuera de la civilización dominante”. Y añade también que «Le Clézio ha conseguido rescatar las palabras del estado degenerado del lenguaje cotidiano y devolverles la fuerza para invocar una realidad existencial». |