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Hamlet
en Psicoanálisis
Juan
Capetillo
Miembro del Instituto de Investigaciones Psicológicas
de la UV |
Durante
el primer semestre de 2005 participé, junto con colegas psicoanalistas,
en la impartición del Seminario 6 de Lacan, “El deseo
y su interpretación”, en el marco de la lectura de
los seminarios de Lacan que lleva a cabo en la Ciudad de México
el colectivo RIS, integrante de la Red Analítica Lacaniana
(REAL). En el mismo periodo, desarrollé el curso “Introducción
al Psicoanálisis” en la Facultad de Psicología,
Xalapa. El presente artículo recoge, sintetizadamente, algunos
de los puntos tratados en ambas actividades. |
No
pocos psicoanalistas han sucumbido a la tentación de interpretar
el conflicto que porta un personaje del teatro universal; no han
sido los únicos, sabemos, pues el enigma que nos presenta
Hamlet ha ocupado a pensadores e investigadores de distintos campos,
uno que otro de colosales tamaños, como sería el caso
de Goethe.
¿Por qué no actúa Hamlet? ¿Por qué
no ejecuta el acto que daría respuesta a su pregunta por
el ser: «To be or not to be, that’s the question»?
¿Por qué no mata a Claudio tal como se lo dicen todos
los argumentos racionales y morales? ¿Qué es lo que
le impide empuñar la espada y enterrarla en el cuerpo del
impostor?
Ni las oportunidades ni las justificaciones ni el arrojo le faltan
para vengar la muerte del padre, quien ha venido a ordenárselo
desde un más allá infernal, y a pesar de ello no lo
hace, lo pospone cada vez para mejor ocasión, posterga hasta
el momento en que, ya mortalmente tocado, asesina al tío
traidor en medio de esa verdadera carnicería en que se convierte
uno de los momentos finales y decisivos del drama. ¿Por qué,
cómo explicar este entumecimiento de nuestro personaje?
Factores de orden social –como la dificultad de convencer
al pueblo de la culpabilidad de Claudio– han argüido
algunos, en una posición verdaderamente insostenible tan
sólo por el hecho de que no aparece ni una sola vez como
preocupación en los diálogos o monólogos de
Hamlet. |
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Otros,
como el mismo Goethe, aluden a determinantes psicológicos:
Hamlet, como habría correspondido a un príncipe de Dinamarca
en la época –nos recuerda Goethe–, vivió
un tiempo en Wittemberg, centro modelo de formación de los
jóvenes alemanes, donde se daba una vigoroso entrenamiento
al ejercicio más exhaustivo del pensamiento, a estudiar y analizar
hasta el mínimo detalle todos los aspectos relacionados con
un |
problema,
con lo que, en muchos casos, se genera una inhibición a la
acción, es decir, el proceso se queda en el ejercicio de pensar,
de desmenuzar todos los elementos del punto en cuestión, lo
que impide pasar a los actos: una erotización del pensamiento,
podríamos decir, que acapara todo el goce en juego. Hamlet
sería, para Goethe, la acción paralizada por el pensamiento.
De cualquier manera, nuestro interés en este momento se dirige
a la que podría constituir una tercera opción con respecto
a las dos anteriores: la lectura psicoanalítica de Hamlet,
la que se centraría en la acción misma, en las dificultades
del acto criminal reivindicativo de Hamlet. ¿Qué es
lo que hace difícil, si no imposible, la ejecución del
acto?
Es Freud mismo quien aproxima por primera vez nociones psicoanalíticas
al texto cumbre de Shakespeare y lo hace desde los inicios del Psicoanálisis
en un pasaje de La interpretación de los sueños (Freud,
1900), dedicado al estudio de los sueños que giran en torno
a la muerte de personas queridas.
La relación del trabajo de Freud con diferentes piezas del
arte universal es una constante a lo largo de toda su obra, lo que
ha dado pie a numerosos trabajos sobre el sentido del nexo profundo
Psicoanálisis-Arte, el cual, incluso, ha llevado a algunos
a la afirmación de que se trata de un vínculo no aleatorio,
sino de orden estructural, ineludible. |
Aunque
este escrito está inmerso en las coordenadas que trazan el
psicoanálisis y el arte, no es su interés abordar la
relación en sí, solamente suscribe, al respecto, la
posición de Freud de que el psicoanálisis se ha servido
del arte porque los grandes poetas dijeron antes que él –en
otro tipo de escritura– lo que él vendría a decirnos. |
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Hay
dos dimensiones en las que podemos colocar y aquilatar lo dicho por
Freud sobre Hamlet. Una de ellas remitiría a la interpretación
que hace de Hamlet en términos del Edipo; esto es, no mata
a Claudio porque en su inconsciente se identifica con él, ya
que es quien habría realizado lo que aparece como su propio
deseo inconsciente más quemante: el parricidio y el incesto
materno. En consecuencia, atentar contra Claudio sería, de
alguna manera, atentar contra sí mismo. Ésta, que es
una de las líneas más importantes seguidas por psicoanalistas
que han escrito sobre Hamlet, no es la contribución más
toral ni constituye el principal golpe de efecto que, para el psicoanálisis,
trae la lectura de Freud sobre Hamlet.
La otra dimensión, de mayor trascendencia, supone la equiparación
mítica de Hamlet con Edipo. El personaje de Shakespeare, al
igual que el de Sófocles, tiene algo que decir a todos los
seres humanos. Por tanto, la intuición genial y gigantesca
de Freud –en contraste con el tamaño de su texto de alrededor
de dos páginas– reside en la comparación que establece
entre Hamlet y Edipo Rey. Este último actúa sin saber,
es inconsciente, desconoce el sentido y las consecuencias de su acto,
hasta que el develamiento de la verdad se traduce en los momentos
más vibrantes de la tragedia; Hamlet, en cambio, es el que
sabe, y sabe desde el principio del drama.
La obra se abre, justamente, con la aparición del fantasma
del Rey Padre, quien hace saber a su afligido vástago las circunstancias
de intriga y traición que rodearon su muerte, constriñéndolo
a vengarla. Le dice, además –lo cual es muy importante–,
que la muerte lo sorprendió “en la flor de sus pecados”,
sin extremaunción. Con esto se abre para Hamlet la dimensión
de un saber que está en la fuente de sus indeterminaciones
para llevar a cabo el designio del padre muerto; el hijo no puede
pagar la deuda del padre, pero tampoco puede dejarla abierta.
No se trata de interpretar psicoanalíticamente a Hamlet, ni
mucho menos a Shakespeare, porque uno es un personaje de ficción
y el otro, una figura histórica (aunque algunos pongan esto
en entredicho), y el psicoanálisis se aplica a sujetos que
hablan en el interior del dispositivo psicoanalítico. Pero
es posible –como lo hizo Freud– correlacionar la hechura
de Hamlet con el fallecimiento del padre de Shakespeare y conjeturar
que esta muerte revivió los deseos infantiles hacia el padre,
que estarían presentes en la escritura de la obra; lo que,
sin embargo, es muy distante de pretender emitir afirmaciones sobre
el inconsciente del sujeto Shakespeare, aun habiendo analizado el
conjunto de su obra.
Como espectadores o lectores, no somos indiferentes ante una puesta
en escena o una lectura de alguna de estas dos obras clásicas:
Edipo Rey y Hamlet. Nos conmovemos, algo de la escena o del escrito
clama en nosotros por algo, no nos calma, nos inquieta, nos interroga
en lo más íntimo. Y la cosa va más allá
de la satisfacción de la pulsión infantil de ver, a
través de la escena del teatro, el coito parental, la Escena
Primitiva, de la que nos habla Freud; es algo más lo que nos
significan estos personajes míticos. Hamlet y Edipo –nos
dice Lacan– constituyen una red discursiva en la que podemos
situar nuestra ignorancia respecto a nuestro propio deseo inconsciente.
Lacan se inscribe en la tradición de los psicoanalistas que
han abordado a Hamlet. Desarrolla un extenso y portentoso comentario
sobre esta obra durante su Seminario 6: “El deseo y su interpretación”
(1958-1959), que está dedicado, justamente, a la producción
de la definición del deseo inconsciente y su lugar en la experiencia
del psicoanálisis. Es un seminario en el que Lacan prosigue
la construcción de uno de sus grafos más importante
y que más ha orientado el ejercicio del análisis por
parte de sus seguidores: el grafo del deseo. En él, Lacan postula,
en una serie de matemas, el proceso de constitución subjetiva
que se desenvuelve bajo los movimientos de alienación y separación
del sujeto en su relación con el Otro.
Para Lacan, el comentario sobre Hamlet le permite pensar e ilustrar
este proceso, ya que considera que esta obra muestra ejemplarmente
sus diferentes momentos. No se trata para él de decir si Hamlet
es un obsesivo por la postergación de su acto o un histérico
porque sostiene su interrogante por el deseo del Otro, aunque estas
cosas puedan decirse; se trata, más bien, de preguntarse por
qué Hamlet, al igual que Edipo Rey, genera en sus representaciones
un agujero, un ansia en la que situamos el desconocimiento del deseo
inconsciente que nos habita.
Hamlet, según Lacan, es un drama en el que se juega el encuentro
con la muerte. En él, el duelo y los ritos fúnebres
(aunque bajo una forma degradada) ocupan un lugar preponderante. En
primer término, el duelo por el padre muerto y la no obediencia
al mismo por parte de su madre, que es uno de los fuertes motivos
de reclamo de Hamlet a Gertrudis, mismo que lo lleva –entre
otras cosas– a producir el famoso diálogo con Horacio:
“Economía, Horacio, economía. Aún no se
habían enfriado los manjares cocidos para el convite del duelo,
cuando se sirvieron en la mesa de la boda...”1. En segundo lugar
tenemos la falta de rituales en el apresurado entierro de Polonio,
dada la avanzada putrefacción del cadáver, quien había
permanecido oculto bajo las escaleras, y, por último, los impugnados
rituales por la muerte de Ofelia, quien, de acuerdo con el precepto
religioso de la época, no tendría derecho a funerales
por haberse suicidado.
Es justamente la desaparición de Ofelia, su pérdida,
lo que va finalmente a movilizar a Hamlet y a colocarlo en la vía
de la realización de su acto. Para Lacan, Ofelia ocupa un sitio
relevante en el texto, ya que aparece para el personaje central bajo
dos formas del objeto: como objeto de su deseo consciente, un objeto
de orden imaginario en el momento anterior a la muerte de su padre
y, sobre todo, al de su aparición espectral; y como el objeto
perdido causa del deseo, situado –según Lacan–
en el registro de lo real. |
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Es
importante puntualizar que el seminario mencionado todavía
forma parte de la serie en la que Lacan ajusta cuentas con la orientación
preponderante en el movimiento psicoanalítico de entonces,
(los años cincuenta del siglo pasado) que se sustentaba en
las llamadas relaciones de objeto y suponía una concepción
genética del objeto correlacionada a una evolución natural
de la libido correspondiente, a su vez, con un desarrollo reglado
del yo. |
Destacando
la concepción freudiana del objeto –presente desde el
mismo Proyecto de Psicología (Freud, 1895[1950])– como
radicalmente perdido e irrecuperable, Lacan despliega su crítica
que lo llevará a lo que se considera uno de sus mayores aportes:
la producción del Objeto A como causa del deseo.
Este seminario, desarrollado principalmente a partir del trabajo con
la lógica del significante, constituye un momento de transición
en el que, cada vez más, Lacan va elaborando la concepción
del objeto como real, como objeto irremediablemente perdido y causa
del deseo, sin que esto signifique, en este momento, dejar de aproximarlo
bajo la lógica del significante. Hamlet, junto con el comentario
sobre situaciones de la clínica, le representa un excelente
pretexto para la urdimbre de sus elaboraciones.
En este momento de su enseñanza, Lacan hace una equiparación
entre el falo como significante de la falta con el objeto causa del
deseo. Ese significante –el falo–, que haría de
lo simbólico una estructura cerrada, completa y cuya ausencia
moviliza el deseo, es el que el sujeto debe sacrificar en su proceso
de constitución para poder incorporarse al mundo humano. Toda
la psicopatología psicoanalítica está basada
en el destino que tenga la relación del sujeto con el falo.
Ese falo –presente como objeto imaginario en los tiempos edípicos
anteriores a la aparición del padre como función separadora–
el sujeto tiene que sacrificarlo a la castración, y eso es
a lo que menos está dispuesto. Tiene que darse la operación
que convierta al falo de un objeto imaginario existente como tal,
en un objeto que se pierde irremediablemente, y que retoma para el
sujeto su naturaleza simbólica, como significante de la falta.
De este proceso depende la instauración del deseo en el sujeto,
su constitución como sujeto deseante. |
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Ésa
es la observación de Lacan sobre Hamlet. Cuando se opera esa
transformación de lo que representa Ofelia para él,
se dan las condiciones de su acto. La muerte de Ofelia conmueve a
Hamlet hasta en el más íntimo de sus resortes espirituales:
se siente dispuesto –por ejemplo– a multiplicar a excesiva
potencia los sacrificios que Laertes ofrece ante la tumba de la hermana
muerta; se produce en él una transformación que guía
los momentos finales del drama. Es sólo a partir de esta pérdida
irremediable que Hamlet puede hacer el duelo por el falo. |
Evidentemente,
en este apretado comentario sobre la lectura que Lacan hace de Hamlet
en el contexto del Seminario 6, queda una enorme deuda tanto con la
multiplicidad de puntos trabajados por el psicoanalista como con la
minuciosidad y profundidad con que son tocados; traerlos con ese carácter
general es con el fin de desprender un punto particular para detenernos
un poco en él: el carácter mítico de Hamlet.
La singularidad de este punto es un procedimiento de análisis,
ya que su contenido remite, precisamente, a lo universal.
A Lacan le llama la atención el apartado del texto de Freud
sobre los sueños en el que se inserta su comentario sobre Hamlet:
sueños de muerte con personas queridas, con los cuales habló
por primera vez del Complejo de Edipo. Por tanto, Lacan inicia su
comentario acerca de la obra ya mencionada relacionándolo con
el sueño de un paciente de Freud que le sirvió antes
para ilustrar la relación del sujeto con su inconsciente, el
de aquel sujeto que sueña con su padre ya muerto: “El
padre estaba de nuevo con vida y hablaba con él como solía,
pero (esto era lo asombroso) estaba, no obstante, muerto, sólo
que no lo sabía”.2
Y es que el paciente había cuidado a su padre durante una larga
y dolorosa convalecencia fatal, en la que, en algún momento,
tuvo el piadoso pensamiento de que muriera para que terminara su sufrimiento.
La muerte del padre, que afectó profundamente al soñante,
realiza de alguna manera este deseo, reavivando las emociones infantiles
parricidas con su consecuente culpabilidad.
Sobre la base de esto, Freud interpreta el sueño agregando
frases al texto del relato onírico del paciente; nos dice:
“Se comprenderá este sueño si a continuación
de ‘estaba, no obstante, muerto’ se agrega ‘a causa
del deseo del soñante’, y si se completa ‘sólo
que no lo sabía’ así: ‘no sabía el
soñante que tenía este deseo’”.3 Es en este
punto donde resulta pertinente la referencia a Hamlet y su comparación
con Edipo Rey.
Edipo actúa sin saber, el parricidio y el incesto se consuman
en la inconsciencia; en Hamlet, el crimen edípico es sabido
desde el principio y quien lo sabe es la víctima misma, el
padre, el cual lo devela al sujeto, lo que es altamente significativo.
A diferencia del sueño del paciente de Freud y de Edipo Rey,
en Hamlet el padre sabe muy bien que está muerto y esto según
el anhelo del que ocupó su lugar: su hermano Claudio, que desposa
a la Reina y con quien Hamlet se identifica en su inconsciente.
El acto de Edipo, en su inconsciencia, lo hace héroe trágico;
en Hamlet se representa la tragedia misma del deseo. Hamlet es desde
el principio culpable de ser, le resulta insoportable ser, según
Lacan: “Es precisamente porque acá [en Hamlet] el drama
edípico se abre al principio y no al final, que la elección
se propone a Hamlet entre ser y no ser”.4
Que el padre no sepa que está muerto según el deseo
del sujeto es condición para que se constituya el inconsciente.
El padre ignorante de su muerte, en el sueño del paciente de
Freud, encarna el inconsciente mismo del sujeto. Lacan hace referencia
a la percepción de los niños –confirmada empíricamente–
de que sus padres conocen todos sus pensamientos, es decir, el Otro
sabe, no es ignorante; no hay distinción entre este Otro y
sus pensamientos. Una de las revoluciones del alma infantil se produce
en el momento en que se dan cuenta de que esto no es así; es
un efecto de la castración, es decir, la producción
de la ignorancia del Otro.
Todos los deseos incestuosos y parricidas del niño que sus
padres saben, y que no importa que lo sepan porque todavía
no han sido proscritos, son reprimidos por el sujeto constituyéndose
el inconsciente y la correspondiente ignorancia del Otro. El sujeto
se constituye –dice Lacan– sustrayéndose del Otro,
mediante una operación de resta del discurso, de la cadena
significante.
Si la idea “él no sabía que estaba muerto en el
sueño” del paciente de Freud representa el inconsciente
del sujeto y si en ese mismo nivel situamos la idea “el padre
sabía que estaba muerto” de Hamlet, quiere decir que
simboliza, también, el inconsciente del sujeto, pero sin la
defensa que proporciona la represión, lo que nos lleva a pensar
que Hamlet nos remite a un diferente momento de la constitución
del sujeto cuando éste se abre al saber de su inconsciente.
Es en estos términos que el Psicoanálisis piensa a Edipo
y Hamlet como dos versiones del mito fundante de lo humano según
Freud: el del asesinato del padre primordial. Dos versiones, no una
reedición. Shakespeare –nos dice Lacan– modifica
la estructura fundamental de la eterna saga de todos los tiempos,
la del conflicto del héroe contra el padre, contra el tirano:
“...hace aparecer que el hombre no sólo está poseído
por el deseo, sino que tiene que encontrarlo, encontrarlo a costa
suya y con el mayor esfuerzo”.5 No son –Hamlet y Edipo–
sujetos psicopatológicos sobre los que haya que ensayar las
categorías psicoanalíticas. Conforman un enrejado discursivo
que remite a la estructura del sujeto y permiten pensar su proceso
de constitución. Creyendo estar en la línea del pensamiento
de Freud, Lacan sostiene que las creaciones poéticas (como
Hamlet y Edipo), más que reflejar, engendran las creaciones
psicológicas.
Para concluir este escrito, elegimos un párrafo del Seminario
6 de Lacan, dado que es representativo de este sentido de aproximación
al texto literario y porque consideramos que resume magistralmente
las ideas sostenidas en el mismo: “La tesis que planteo para
dar cuenta de esto es que Hamlet hace jugar al marco mismo que intento
presentarles acá, el marco en el cual se sitúa el deseo.
Este lugar está tan excepcionalmente bien articulado que cada
uno llega a reconocerse en él, a reencontrarse. La obra de
Hamlet es una especie de aparato, de red, de enrejado, donde se articula
el deseo del hombre y, precisamente, con las coordenadas que Freud
nos descubre, a saber: el Edipo y la Castración”.6
NOTAS:
1. William Shakespeare, Hamlet, Porrúa, México, 1984,
p. 9.
2. Sigmund Freud, La interpretación de los sueños, en
Obras Completas de Sigmund Freud, t. V. Amorrortu, Buenos Aires, 1978,
p. 430.
3. Loc. cit.
4. Jacques Lacan, Lacan oral, Xavier Bóveda Ediciones, Buenos
Aires, 1983, p. 22.
5. Ibid., p. 33.
6. Ibid., p. 32. |
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