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Entrevista
al sociólogo Peter Ward
EU tiene que aprender de México en materia de políticas
públicas de vivienda
Fernanda
Melchor |
En
30 años, una de cada tres personas en el mundo habitará
en asentamientos clandestinos sin servicios, a menos de que los gobiernos
implementen políticas públicas encaminadas a controlar
este crecimiento urbano sin precedente. Así lo consigna el
último reporte global sobre asentamientos humanos de la Organización
de las Naciones Unidas (ONU), el estudio más extenso acerca
de las condiciones urbanas a escala mundial, publicado en 2003. En
él, sus autores afirman que más de 940 millones de personas
en el mundo (casi un sexto de la población global) viven en
asentamientos insalubres, sin agua, sin sanitarios, sin servicios
públicos ni seguridad legal, y que los países más
desarrollados del mundo son hogar apenas del dos por ciento de los
asentamientos irregulares, mientras que 80 por ciento de la población
urbana de países en vías de desarrollo vive en colonias
clandestinas y tugurios. |
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Según
el reporte, el continente africano posee 20 por ciento mundial de
las colonias ilegales, y América Latina le sigue de cerca con
el 14 por ciento. En Asia, donde la situación es particularmente
grave, más de 550 millones de personas viven en lo que la ONU
considera “condiciones inaceptables”. Asimismo, el documento
señala que algunas de estas colonias son hoy en día
tan extensas como algunas ciudades: sólo el distrito de Kibera,
en Nairobi, clasificado como uno de los arrabales más extensos
del planeta, alberga a 600 mil personas. |
El
secretario general de la ONU, Kofi Annan, explica en el prólogo
del informe1 que estos números sólo significan «la
urbanización de la pobreza», y que sin acciones concertadas
por parte de las autoridades municipales, de los gobiernos nacionales,
de los actores civiles y de la comunidad internacional, “el
número de barrios irregulares tenderá a crecer incluso
en la mayor parte de los países desarrollados”. También
el funcionario reconoció que, de no efectuar acciones serias,
la cantidad de pobladores de estas colonias insalubres se multiplicará
hasta cobijar a dos billones de personas en las próximas tres
décadas.
Las principales causas del crecimiento de colonias, favelas y otros
asentamientos clandestinos en la periferia de las ciudades, según
el reporte, son el fracaso de las políticas públicas,
la corrupción y la falta de voluntad política para reconocer
esta situación crítica y, por lo tanto, ejecutar acciones
concretas que mejoren las vidas de sus ciudadanos. Además,
se responsabiliza a las políticas económicas neoliberales
impuestas por instituciones como el Fondo Monetario Internacional
(FMI) o la Organización Mundial de Comercio (OMC) del crecimiento
urbano acelerado, provocado, a su vez, por la migración a las
ciudades de millones de personas.
En los Estados Unidos, investigadores sociales como Peter Ward, catedrático
de la Universidad de Texas, estudian los números verdaderos
de esta nueva cara de la pobreza urbana. Este sociólogo asegura
que el número de personas –de origen hispano en su mayoría–
que habitan en asentamientos irregulares en los Estados Unidos podría
alcanzar los cinco millones, situación que aún no es
visible ni para las autoridades locales ni para la población
estadounidense, debido a la naturaleza estructural de estas colonias
alejadas de los centros urbanos.
Y aunque el Departamento Estadounidense de Vivienda y Desarrollo Urbano
(U. S. Department of Housing and Urban Development) define las colonias
como comunidades no asimiladas, ubicadas hasta 150 millas más
allá de la frontera México-Estados Unidos, Ward señala
que la presencia creciente de la población latina (que es la
que obtiene los ingresos más bajos) en casi todo el territorio
de este país ha causado, entre otros factores, la aparición
de asentamientos irregulares en estados no fronterizos de la Unión
Americana. Por ello, opina que los gobiernos estadounidenses pueden
aprender de la experiencia que las autoridades mexicanas tienen sobre
las colonias populares, pues –según el sociólogo–,
al menos en México, la responsabilidad gubernamental en el
mejoramiento de las condiciones de vida de los colonos es clara.
La
transición histórica de una sociedad predominantemente
rural a una urbana puede ser observada en todas partes del mundo.
En este escenario de acelerada urbanización, ¿qué
tipo de respuestas sociales han surgido en Estados Unidos?
Gracias a las movilizaciones de la comunidad hispanohablante de los
Estados Unidos es que, en fecha reciente, se ha despertado en este
país el interés por el fenómeno de la migración. |
Cuando
descubrí las colonias populares en Texas, pensé que
existía la posibilidad de aprender de México. Primero,
había que entender que estos asentamientos eran una manera
a través de la cual la población mexicana pobre podía
obtener una casa, y era necesario comprender este fenómeno
porque el paradigma bajo el cual se observaban los asentamientos
clandestinos no era muy favorable. |
Los
estudios que he realizado se centran en uno de los aspectos de este
fenómeno: cómo la nueva población de pocos recursos,
inmigrante y de origen hispano logra ser propietaria de una vivienda
en los Estados Unidos, a pesar de que gane entre diez y 20 mil dólares
anuales por familia –cantidad que parece un buen sueldo para
los obreros de México, pero es tres o cuatro veces inferior
al salario de los obreros estadounidenses–. Esa cifra, ese tope
de sueldo, no es suficiente para acceder a los medios formales para
adquirir una vivienda propia. Y como usted sabe, el anhelo de tener
una vivienda propia es muy importante para todo el mundo, pero es
un deseo particularmente fuerte para un migrante mexicano. |
En
los Estados Unidos, no hay programas ni interés del Estado
por promover la producción de vivienda de costo accesible para
esta población; de ahí la inclinación por ver
las formas en que ellos logran obtener una casa propia en lo que llamamos
colonias populares.
El planteamiento que hago es que podemos y debemos aprender de México
en cuanto a políticas públicas se refiere, porque su
país ya tiene tres décadas construyendo viviendas como
parte de dichas políticas para luchar contra los asentamientos
ilegales y las colonias populares obtenidas por invasión o
por fraccionamiento clandestino de los ejidos. Y esto lo sé
porque, en ese entonces, yo asesoraba al Gobierno de México
en esta materia, a finales de los años setenta y principios
de los ochenta.
En términos generales, muchas de nuestras investigaciones en
los Estados Unidos y en Europa ya están dando cuenta de la
existencia de un sector informal y su funcionamiento –gracias
a estudios surgidos en los años setenta y ochenta–, y
ya estamos entendiendo mucho mejor cómo está organizado
el sector informal y cuál es su relación dinámica
con el sector formal. Todos estos hallazgos y conocimientos sobre
algunos procesos económicos de la informalidad en Estados Unidos
ya los tenemos a la mano desde hace 20 años en América
Latina: estudios sobre la informalidad, la globalización, la
flexibilidad de contratos, la segmentación de la mano de obra,
los movimientos sociales urbanos, así como el trabajo de Manuel
Castells y de Saul Alinsky. Este gran corpus de investigación
nos está haciendo revisar y entender mejor los fenómenos
que están afectando a los Estados Unidos y a los países
desarrollados. |
Parte
de lo que yo planteo en mis estudios, en cuanto a la informalidad
de la producción de viviendas y a la autoconstrucción,
es cómo estas ideas sobre la informalidad en el área
de vivienda podrían ayudarnos a formular una política
pública más sensible y más eficaz en los Estados
Unidos.
¿Cuál es la naturaleza de los asentamientos populares
o “colonias”? |
En
Estados Unidos podemos y debemos aprender de México en cuanto
a políticas públicas se refiere, porque su país
ya tiene tres décadas construyendo viviendas para luchar
contra los asentamientos ilegales y las colonias populares obtenidas
por invasión o por fraccionamiento clandestino de los ejidos |
Hace
30 años, mi investigación versaba sobre el proceso
de desarrollo de las colonias populares, desde la invasión
hasta la autoconstrucción y la autoayuda de los mismos colonos
para arreglar las calles, abrir zanjas, colocar y robar la luz.
El establecimiento de las colonias duraba entre cinco o seis años,
hasta llegar a una fase de consolidación, a través
de dos procesos paralelos: la provisión de los servicios
gracias a la intervención de las autoridades federales, estatales
y municipales, y, 20 años después, la transformación
de la colonia en un área obrera más o menos consolidada.
En América Latina, la mayoría de los anillos intermedios
de las grandes ciudades se formaron hace 30 o 40 años, gracias
a este tipo de desarrollo espontáneo, pero sus pobladores
ya no recuerdan estos orígenes de ilegalidad y de invasión
sin servicios. Ahora, en cualquier ciudad en la que se piense se
puede identificar la nueva franja de los asentamientos espontáneos,
los cuales no han crecido de forma tan rápida y descontrolada
como sucedió en los años sesenta o setenta.
A principio de los noventa, trabajé más en asuntos
de gobernabilidad de partidos políticos de oposición
en México, pero de repente encontré un fenómeno
de cuya existencia no tenía la menor idea: las colonias populares
en Texas. Entonces, pensé que existía la posibilidad
de aprender de México y tratar de convencer a estas personas
en Texas de que podían y debían proceder para desarrollar
políticas públicas encaminadas a solucionar el problema
de dichas colonias.
Primero, había que entender que estos asentamientos irregulares
eran una manera a través de la cual la población mexicana
pobre asentada en los Estados Unidos podía obtener una casa,
y era necesario comprender este fenómeno –que no es
exclusivo de la frontera, pues hay colonias populares prácticamente
en todos los estados– porque el paradigma bajo el cual se
observaban los asentamientos clandestinos no era muy favorable.
¿En
qué consisten las acciones del Gobierno para la regulación
de colonias de hogares de bajos ingresos aplicadas en Texas, y qué
puede aprender éste de la experiencia mexicana?
En los años sesenta, en México y en varios países
de América Latina en vías de desarrollo, la política
pública intentaba erradicar los asentamientos irregulares
y transferir a la población a unidades habitacionales construidas
por el Gobierno, lo que era imposible, ya que estamos hablando de
tasas de crecimiento de las zonas urbanas del cinco o seis por ciento
anual. La mayor parte de este crecimiento era causado por personas
provenientes de provincia que buscaban trabajo y vivienda y que
rentaban, durante algunos años, en las vecindades o en asentamientos
del centro de las ciudades. Esta gente, después de siete
u ocho años, se mudaba hacia la periferia y en el camino
buscaba conseguir un terreno como fuera, compra o invasión,
y casi siempre de manera informal y espontánea.
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El
cambio en el paradigma político de esta época se debió
al trabajo de muchos investigadores que estudiaban el fenómeno
en América Latina, labor que consistió en tener una
perspectiva mucho más positiva y reconocer que la invasión
era una respuesta racional a un proceso demasiado rápido de
urbanización, a la estructura de la pobreza, a los ingresos
bajos y a la falta de soluciones adecuadas (como ofrecer un precio
accesible de vivienda a la población). |
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Después
había que pensar en formas políticas que podrían
respetar, reconocer y reforzar el esfuerzo de los ciudadanos; había
que, por ejemplo, meter los servicios básicos austeros, regularizar
los títulos de propiedad, prestar apoyo y asesoría técnica
en cuanto a construcción, controlar el uso de suelo, etcétera.
El panorama, en efecto, se transformó, y la perspectiva de
erradicación cambió por una perspectiva de reconocimiento
mucho más pragmática: reconocer su existencia y proveer
a las personas de los servicios básicos, trabajando en conjunto
y respetando el esfuerzo propio de las familias. Tal fue el cambio
en el paradigma político de esa época. A partir de entonces,
esto ha sido una parte importante de las políticas públicas
mexicanas en el ámbito local.
En la década de los noventa, en Texas había el reconocimiento
de la presencia de colonias populares. Se hablaba de la existencia
del tercer mundo en el primer mundo: mil 500 asentamientos o colonias
en ese tiempo, con 350 mil personas viviendo en condiciones pésimas,
sin infraestructura y vinculadas a un estereotipo que aún es
percibido por los estadounidenses y que presenta a esta gente como
ilegal, indocumentada, desempleada y dependiente de los subsidios
de bienestar público.
Para enfrentar este problema, que se tornaba en un asunto político
para el Gobierno de Texas, la gobernadora Ann Richards, demócrata,
me habló para solicitar que me uniera a un grupo de trabajo
–task force–. Yo les dije que era muy fácil, que
había que aprender de México, cambiar nuestra mentalidad
de ingenieros y aceptar la innovación y creatividad de la población
misma y trabajar con ello. Les dije que el fenómeno era causado
por una urbanización muy rápida, que los colonos eran
gente pobre pero trabajadora, que apenas ganaban el salario mínimo
y que la mayoría de ellos eran legales, residentes permanentes
y hasta ciudadanos. Insistí, sobre todo, en el hecho de que
las colonias eran una respuesta racional para encontrar una vivienda
propia y que, por lo tanto, no debíamos tratar de descubrir
el hilo negro en cuanto a la política pública en Texas,
cuando ya existía la experiencia del otro lado de la frontera. |
De
México se pueden aprender cinco acciones: ver a los colonos
por lo que son: hispanos trabajadores que quieren mejorar las condiciones
de sus familias; desarrollar políticas públicas apropiadas
en lugar de criminalizar los asentamientos; colocar infraestructura
austera para que las personas tengan los servicios básicos;
fortalecer el sentido de comunidad y las relaciones con las autoridades,
y aumentar la densidad y promover la cooperación entre colonos |
Desafortunadamente,
después de mis argumentos, no convencí a nadie, mucho
menos a la gobernadora Richards, a quien respeto mucho. Los especialistas
que la rodeaban estaban tan sedados que ni siquiera querían
entender que podían aprender, hasta cierto punto, de los
países en vías de desarrollo, actitud que aún
existe entre muchas personas de Estados Unidos.
La
mayor parte de los habitantes de asentamientos irregulares en Estados
Unidos son de origen hispano. Sin embargo, ¿existen diferencias
sustanciales entre la conformación de las colonias mexicanas
y la de aquellas establecidas en Texas y el suroeste de los Estado
Unidos?
Durante buena parte de los años noventa, me dediqué
a hacer un estudio entre las colonias de seis ciudades: Juárez-El
Paso, los dos Laredos y Brownsville-Matamoros, para comparar la
situación en los dos lados y las características de
las viviendas de ambos. Y sí, descubrí que el fenómeno
no era igual en ambos lados.
Para empezar, la distribución espacial es diferente. En México,
las colonias se integran a la mancha urbana y se desarrollan en
sus orillas, mientras que en Texas se ubican más allá
de las ciudades, entre cinco y 20 kilómetros de distancia
de los centros urbanos, en condados donde no hay planeación
efectiva. Los fraccionadores informales aprovechan este espacio
o hueco legislativo para dividir y promover la venta de terrenos,
lotes grandes y con muchos espacios, es decir, con una densidad
mucho más baja que en las colonias mexicanas.
La adquisición de terrenos también es distinta. En
Texas, este medio es legal, lo hacen por un contrato de compra venta,
llamado contrato por título, en el cual se consigna que el
comprador recibirá el terreno después de que acabe
de pagarlo. Por ello, en algunas partes de Texas es posible vender
legalmente terrenos sin servicios, pues éstos pueden ser
instalados después.
La mecánica de construcción de vivienda también
difiere. En Texas, es menos común la autoconstrucción
y más usual la compra de casas prefabricadas, casas modulares
o trailers usados, para luego extender, remodelar o sustituir este
tipo de viviendas. En muchas ocasiones, la autoconstrucción
no es visible, pues se realiza en el interior de las casas con el
fin de mejorar el espacio.
Asimismo, la respuesta de los poderes políticos locales era
diferente. Mientras que en Texas no tenían el interés
ni los recursos para introducir los servicios, en México
todos reconocían que las autoridades locales tenían
la responsabilidad política de proporcionar los servicios;
que no tuvieran el dinero ni las ganas era otra cosa, pero la responsabilidad
del municipio era clara.
Además, los niveles de ingreso de los colonos en Texas eran
pobres, pero mucho más altos que en México, pues casi
70 por ciento de la población colona en Texas ganaba entre
10 mil y hasta 20 mil dólares al año por familia.
Claro que este salario tampoco era suficiente para permitirle acceder
al sector formal de propiedad. |
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Por
otra parte, el grado de integración y de organización
comunitaria es completamente diverso. Tras un estudio comparativo
de los dos ejes de integración –un eje vertical de integración
entre comunidad y autoridades, y un eje horizontal que evaluaba las
relaciones entre residentes y el grado de organización y cooperación
entre los colonos para solicitar el apoyo de las autoridades para
la obtención de servicios–, descubrimos que en México
las comunidades debían tener un grado alto de integración
vertical y horizontal desde el principio, porque si no, los corrían
de los terrenos que habían invadido. |
Si
no llegaba toda la gente junta a colonizar un espacio en poco tiempo,
si no trabajaban juntos para pedir e insistir a las autoridades la
regularización, si no hacían tareas de ayuda mutua,
entonces la colonia no prosperaría.
Además, en México existe un sentido de comunidad. El
problema es que con el tiempo, y teniendo todos los servicios y el
asentamiento consolidado, se pierde esta necesidad; por lo tanto,
el capital social elevado ya no es necesario. La clave en México
es mantener ese sentido de comunidad o recrearlo, sobre todo en los
barrios más viejos con problemas de criminalidad y drogadicción,
para recuperar el espacio público. En cambio, en Texas, dado
que la densidad poblacional es baja, las colonias son mucho más
pequeñas y los lotes son más grandes y están
retirados de los centros de las ciudades. Sí hay asentamientos,
pero no hay ningún sentido de comunidad. Entonces, el quid
en los Estados Unidos es pensar en formas de colaboración entre
los vecinos, así como promover los vínculos y los contactos
directos con las autoridades locales para que se preocupen por los
asentamientos.
Entonces, ¿qué se puede aprender de México?
Básicamente, son cinco imperativos, a mi juicio. Primero, hay
que ver a los colonos por lo que son: hispanos, pobres pero trabajadores,
en su mayoría legales, que están aplicando una respuesta
racional y un capital personal, de fuerza y disposición, para
mejorar las condiciones de sus familias y poseer una casa propia. |
El
fenómeno de los asentamientos en México es distinto
al de Estados Unidos, y la diferencia está en la distribución
espacial, la adquisición de terrenos, la mecánica
de construcción, el grado de integración y de organización
comunitaria, así como en la respuesta de los poderes políticos
locales y en los niveles de ingreso de las familias |
Segundo,
hay que desarrollar políticas públicas apropiadas y
sensibles en lugar de criminalizar los asentamientos, desarrollar
pequeños créditos adecuados para apoyar el proceso de
automejoramiento de las viviendas y permitir que los lotes grandes
sean compartidos por familiares. Tercero, hay que colocar infraestructura
austera y de bajo costo, lo mínimo para que las personas tengan
los servicios básicos y sientan seguridad al caminar por las
noches en las calles. Cuatro, hay que fortalecer el sentido de comunidad,
el liderazgo y las relaciones con las autoridades, y lograr que las
autoridades tomen responsabilidad para intervenir. Por último,
es necesario aumentar la densidad y promover formas de cooperación
entre colonos. |
Alrededor
de este tema, ¿en qué consiste el trabajo que desarrolla
actualmente como investigador?
El trabajo que realizo actualmente plantea que el fenómeno
de las colonias en Texas –fenómeno que también
comparten Arizona, Nuevo México y, en menor grado, California–
no es exclusivo de las zonas fronterizas. Si se va al norte de Texas
o a otros estados que tienen las mismas condiciones estructurales
–urbanización rápida, población hispano-mexicana
creciente, con bajos recursos y anhelo de ser propietario, y un mercado
de promoción de vivienda de bajo costo (como sucede en Mississipi,
Luisiana, Carolina del Norte y Oklahoma)–, se encontrarán
asentamientos humanos más allá de los límites
de las ciudades.
Para observar este fenómeno en distintas zonas, hemos desarrollado
una metodología que consiste en estudiar fotos aéreas
–obtenidas a través del programa gratuito Earth Google–
y cruzar los datos gráficos con datos poblacionales de los
censos para tener una mayor idea del número de personas que
realmente viven en colonias en los Estados Unidos, número que
pensamos llega a los 3 o 5 millones de personas en todo el país.
El trabajo consiste, pues, en identificar esos asentamientos y desarrollar
una tipología para despertar la preocupación y el interés,
y convertir la preocupación en la comprensión de que
este fenómeno es una respuesta racional y positiva frente al
hecho de que no existen otros medios para ser propietarios. Y es que
hay desconocimiento acerca de este fenómeno; de hecho, académicos
y alumnos se muestran sorprendidos por las cifras reales de dichos
asentamientos, ya que les parecen poco creíbles. Cuando voy
a alguna conferencia, en lugares como Knoxville, Tennesse o en Georgia,
tan pronto salgo del aeropuerto, conduzco hacia la dirección
contraria a la ciudad, porque sé que ahí será
más probable encontrar asentamientos, y tomo fotografías
a casas remolque y a lotes sin servicios.
Después, en mi ponencia, muestro dos o tres fotografía
a los estudiantes y profesores y les pregunto si alguien sabe dónde
se ubica dicha colonia. Nadie sabe. Todos se sorprenden o piensan
que estoy loco cuando les explico que las fotos fueron tomadas a pocos
kilómetros de sus comunidades. |
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En
Estados Unidos, ahora tenemos una política pública mucho
más sensible, en parte gracias al concepto de homesteading
(vocablo que viene de la palabra inglesa homestead: hacienda). Los
fundadores de este país, los pioneros, consiguieron sus terrenos
y levantaron sus casas gracias a las leyes de homesteading, que prohibían
destruir las viviendas ubicadas en terrenos consolidados. Por ello,
en algunas partes de Estados Unidos no se le llama colonias a los
asentamientos irregulares, sino informal homestead subdivisions, ya
que existe un pequeño porcentaje de anglos radicando en ellos
y consideran que el término colonias sólo aplica en
México. |
1.
El informe, en versión PDF, puede revisarse en la página:
http://hq.unhabitat.org/register/catalogue.pdf |
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