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Complementariamente opuestas son las visiones que Arturo Hinojos
y Honorio Robledo tienen acerca del arte, particularmente de la
pintura. Salta a la vista que los caminos que han seguido son diferentes.
El primero dejó hace tiempo de creer en lo figurativo, pues
lo abstracto es lo que representa sus sentimientos y emociones.
Para el segundo, la figura es el punto de partida hacia la imaginación
y el sueño. Sus exposiciones Tiempo suspendido (del primero)
y Delirante Fandango (del segundo) fueron exhibidas, simultáneamente,
en la Galería Universitaria “Ramón Alva de la
Canal”, durante marzo.
Según Hinojos, su formación académica lo llevó
a seguir todos los lineamientos del arte figurativo “hasta
que llegó un momento en el que tenía que cambiar,
buscar nuevos horizontes. Nunca pensé en hacer pintura abstracta,
pero de repente me encontré haciéndolo”. Este
tipo de pintura, que sacrifica la imagen dada por la sutil sugerencia
de la línea, le ha permitido sacar mucho más de su
ser interno y de sus emociones.
Sus cuadros, poseedores de atractivas texturas, luz y sombras, ofrecen
elementos para sentir y reflexionar: “En el arte, uno expresa
sus estados de ánimo; yo soy muy visceral y eso lo reflejo
en mis pinturas. Si alguien encuentra en mi obra algún mensaje,
ya es una ganancia, ya hay una retroalimentación, pues creo
que el espectador es tan artista como yo”.
Nacido en la Ciudad de México, Hinojos estudió Artes
Visuales en la Academia de San Carlos de la UNAM. Desde entonces,
ha participado en exposiciones individuales y colectivas tanto en
México como en Canadá, Estados Unidos, Holanda, Alemania
y Japón. Además de la pintura, este artista también
incursiona en el dibujo, el grabado y la monotipia.
Una mágica fusión de imágenes
En el universo pictórico de Honorio Robledo resalta una mágica
fusión de imágenes que provienen de su infancia: “Yo
crecí en una zona donde el mango y la naranja eran plagas;
donde los chayotes se metían por las ventanas; donde todo
el pueblo olía, sabía y tenía colores”,
comentó el artista.
Sus cuadros parecen cantar un fandango. En ellos, los lagartos,
los peces y las aves conviven con el panadero y el pescador, y se
convierten en personajes mágicos que tienen una historia.
Con todos estos elementos, el pintor invita al espectador a inventar
su propio cuento.
Robledo se describe como un niño travieso con una imaginación
estimulada por las historias de las abuelas y por las atmósferas
de los pequeños pueblos donde creció rodeado de personajes
legendarios e interminables verbenas populares, que colmaron su
mirada de variadas formas y colores. En efecto, la cuenca, según
dijo, le ofreció un entorno mágico de fiesta y sabor.
Ahora su obra goza de reconocimiento en tres continentes. Ha publicado
varios libros infantiles, con los que ha obtenido premios internacionales.
Fundó el Encuentro de Jaraneros de California, que se ha
convertido en el evento jarocho más importante de Estados
Unidos. |