La ecología y la política
son dos ámbitos que con frecuencia se hallan en tensión,
por la dificultad para conciliar diversos intereses económicos.
El investigador Arturo Gómez-Pompa nos habla, entre otras
cosas, de los retos y obstáculos que ha enfrentado y de los
logros obtenidos a lo largo de una vida dedicada al estudio y cuidado
del medio ambiente.
La
ecología podría considerarse una ciencia nueva,
pues su estudio sistemático data de aproximadamente 30
años. Su importancia radica en que a partir de ella se
puede procurar el equilibrio entre los seres vivos y su entorno
y, con ello, evitar el deterioro ambiental.
Al adentrarse en los terrenos de la aplicación práctica,
la ecología se encuentra con el problema de interactuar
con otras disciplinas como la política, la economía,
la sociología, a pesar de que el cuidado ambiental requiere
de un enfoque multidisciplinario que tome en cuenta a todos los
involucrados en el proceso de conservación.
En México, uno de los pioneros en el estudio de la ecología
es Arturo Gómez-Pompa, destacado científico que
recientemente recibió la Medalla al Mérito Universidad
Veracruzana. Su entusiasmo lo llevó a formar parte de la
planta de profesores que inauguró la cátedra de
esta ciencia, coomo parte de la carrera de Biología de
la Universidad Nacional Autónoma de México (unam).
Sus primeros años como investigador los dedicó a
la rama científica de la ecología y al análisis
de las plantas en el laboratorio. Más tarde, al percatarse
de que las zonas donde realizó algunos estudios fueron
destruidas, se preocupó por aplicar la ciencia y sus conocimientos
a favor de la conservación del medio ambiente. De ahí
que a él se deba la creación de importantes reservas
naturales, como Los Tuxtlas y La Mancha, en Veracruz; y El Edén,
en Quintana Roo, las cuales funcionan también como estaciones
para la
investigación.
En la siguiente entrevista, Gómez-Pompa hace un recuento
de su trabajo, desde sus inicios en la biología, al tiempo
que expone su opinión sobre el panorama actual del medio
ambiente
en el mundo.
Los
estudios sobre ecología son relativamente recientes, ¿en
qué momento ingresó al ámbito de esta ciencia?
La ecología tiene dos tipos de interpretación: la
más popular que se refiere a la protección del ambiente
y a la conservación de la naturaleza; la otra es la científica,
ya que la ecología como cualquier otra ciencia busca la
verdad de la naturaleza.
Mi interés en la ecología como ciencia empezó
muy temprano, incluso compartí ese gusto con otros compañeros
también atraídos por ella, pero cuando estudié
la carrera de Biología en la Facultad de Ciencias de la
Universidad Nacional Autónoma de México (unam),
desafortunadamente no existía el curso de ecología,
aunque en otros países ya se impartía. En México,
fui de los primeros en ofrecer esa cátedra en la unam.
De esta manera, cuando egresé de la unam me incliné
por el estudio de la bioquímica vegetal, ya que también
me interesaban mucho los fenómenos enzimáticos de
las plantas. De hecho, mi tesis profesional la hice sobre la actividad
ribonucleásica en la genación del maíz, un
trabajo muy interesante que me tocó realizar en un laboratorio
muy avanzado para ese momento en nuestro país.
El brinco a la ecología lo di gracias a la invitación
que uno de mis maestros, Porfirio Miranda, me extendió
para ocupar la plaza de un botánico y estudiar la ecología
de una especie vegetal, lo cual me pareció interesante,
además de que en ese tiempo no era fácil conseguir
trabajo como biólogo. Posteriormente empecé a involucrarme
con la otra ecología, la de la preservación, cuando
reparé en el hecho de que muchos sitios del trópico
en los que trabajé fueron destruidos al cabo de un tiempo.
¿A
qué regiones se refiere?
Empecé a trabajar en Veracruz, en la frontera con Oaxaca,
pero mis primeros estudios los realicé en el norte del
estado, en el Totonacapan. Después trabajé en la
cuenca del Papaloapan para estudiar la ecología del barbasco
(Dioscorea composita), una de las plantas silvestres más
utilizadas por la industria de los esteroides en el país
y en el mundo. A los 22 años emprendí la investigación
sobre esta especie, pues me interesaba saber dónde vivía,
en qué suelos se reproducía, qué abundancia
tenía, qué comunidades vegetales existían,
qué otras especies había.
Este estudio científico me llevó a encontrar sitios
abundantes en vegetación, los cuales fueron desapareciendo
en periodos cortos de tiempo. Por ello, empecé a darme
cuenta de un proceso devastador que ocurría en el país,
el cual estaba acabando con las selvas de Veracruz y de Oaxaca
en la Cuenca del Golfo. En ese momento, supe que la ciencia no
era suficiente y que había que tomar el papel de activista
para hacer una llamada de atención a los políticos
sobre ese proceso, a quienes era necesario señalarles que
el país no estaba ciego y que era urgente detener el problema.
De
hecho la ecología, como asunto político, no era
discutida en ese momento…
Prácticamente no era un tema, no estaba consolidada una
corriente de opinión para enfrentarse a las políticas
de deforestación del país. Y aquí debo de
reconocer al doctor Enrique Beltrán, uno de los grandes
biólogos mexicanos, quien en su Instituto de Recursos Naturales
realizó una gran labor a favor de la protección
de parques nacionales, y se enfrentó contra muchos políticos
para defender las áreas protegidas, aunque la primera confrontación
ecológica seria y científica con el gobierno se
dio por un terrible suceso ocurrido en el municipio de Uxpanapa,
Veracruz; fue un problema de colonización que estaba muy
identificado.
En ese momento yo estaba realizando, junto con algunos estudiantes
de la Universidad Veracruzana, una investigación sobre
la flora de Veracruz. Por ello nos dimos cuenta de los hechos:
grandes motoconformadoras arrasaban con los árboles y tumbaban
todo para preparar el terreno y ubicar a campesinos desplazados
de Cerro de Oro. Nos pareció excesivo ese desplante en
una zona biológica importante, pero nadie decía
nada, por lo que decidimos mandarle una carta al presidente de
México, Luis Echeverría, para informarle sobre lo
que sucedía en Uxpanapa. A las pocas semanas recibimos
una llamada de Gerardo Bueno, director del Conacyt, quien se encargó
de darle seguimiento a nuestra causa, a la cual se unieron científicos
sociales, economistas y un grupo numeroso de personas.
¿Fue
su primera experiencia de confrontación ciencia-política?
Así es, no sabía ni cómo hacerlo. En la Universidad
las autoridades me llamaron la atención por atreverme a
enfrentar al gobierno, sobre todo después de los sucesos
del 68; además, Echeverría acababa de asumir el
cargo de presidente. Fue una experiencia muy interesante. Nos
unimos con los campesinos oaxaqueños, quienes estaban muy
inconformes porque la deforestación fue verdaderamente
dramática, además de que sabían que tales
actos no fueron realizados para beneficiarlos, según se
difundió.
A partir de nuestra postura surgió una serie de discusiones
y tuvimos otro apoyo, el del candidato al gobierno del estado
de Veracruz, Rafael Hernández Ochoa, quien me llamó
para que le platicara lo sucedido. Cuando fue gobernador se alió
con nosotros e hizo una crítica a la Comisión del
Papalopan y su programa en el Uxpanapa. En ese momento me invitó
a crear una institución de investigación e impulsó
un proyecto de descentralización científica que
ocurría en varias ciudades del país: Coahuila, La
Paz, Ensenada y Xalapa, entre otras. De esa política de
descentralización nació en la capital veracruzana
el Instituto Nacional de Recursos Bióticos (Inireb).
El
Inireb marcó un momento importante en la historia de la
ecología, tanto en Veracruz como en el país: impulsó
estudios e investigaciones y formó gente interesada en
dicho tema. Platíquenos de esa etapa.
En principio tratamos de sugerir estrategias para resolver el
caso de Uxpanapa; sin embargo, nos encontramos con un vacío
de información y las alternativas no estaban al alcance
de nuestras manos porque ni siquiera existía una investigación
en el desarrollo de zonas selváticas.
No sabíamos nada de los árboles secundarios ni de
los sistemas tradicionales agrícolas. Prácticamente
no existían especialistas en investigaciones biológicas
aplicadas, y ése fue el centro de acción del Inireb,
que se formó con un buen número de investigadores
de ciencias básicas orientadas a la ciencia aplicada en
el desarrollo rural de poblaciones marginadas.
Conseguimos a los mejores investigadores y tuvimos apoyo gubernamental
que nos permitió integrar un equipo de científicos
de muy alto nivel tanto de México como del extranjero.
De esa manera, rápidamente nos convertimos en un instituto
muy importante nacional e internacionalmente, al tiempo que creamos
cuadros nuevos. Para ello se planearon maestrías en recursos
bióticos y formamos varias generaciones que en la actualidad
se desempeñan en varias partes del mundo. Lo importante
era motivar el interés para desarrollar una buena ciencia
aplicada.
Sin
embargo, la ciencia aplicada tiene sus connotaciones políticas.
¿Cómo equilibrar la primera con la segunda?
Eso es muy difícil porque la ciencia y la política
transitan por caminos opuestos. Desafortunadamente, en el país
todavía no se toma en serio la ciencia y lo digo aunque
suene muy drástico. Hay gobernantes que sí lo entienden,
pero la mayoría no lo hace; incluso en las grandes tomas
de decisiones los científicos estamos ausentes. Por ejemplo,
la Academia Mexicana de Ciencias, a la cual tengo el gusto de
formar parte, no es consultada por el gobierno.
Recientemente revisé por accidente los libros de texto
gratuito que se reparten por millones en el país, una de
mis nietas me los enseñó. Cuando vi el de Ciencias
Naturales casi me desmayo por las barbaridades que ahí
se incluyen, además, sus autores son puros desconocidos.
Es evidente que los científicos no los revisan ni participan
en su elaboración, pero es necesario que los libros de
texto estén bien escritos y que reflejen una actitud científica
porque los niños no son tontos y los entenderían
bien si los contenidos estuvieran bien desarrollados.
Ante tales circunstancias, yo me pregunto ¿cómo
es posible que un país que se precia de tener una de las
comunidades científicas más avanzadas, al menos
en Latinoamérica, ni siquiera tenga influencia en los libros
de texto?
Además
de su inmersión en el estudio de la ecología y de
la creación del Inireb hay otro tema igualmente importante:
las reservas ecológicas. ¿Cuál ha sido su
labor en este terreno?
El tema de las reservas ecológicas, de las áreas
protegidas del país es muy antiguo. Desde principios del
siglo pasado se han creado; sin embargo, el proceso ha sido lento
y se ha considerado poco prioritario. De hecho varios presidentes
deseaban hacer parques nacionales, pero sin presupuesto, ni vigilancia,
ni nada; quizá tenían buenas intenciones para decretar
la protección de sitios importantes, pero
desafortunadamente por mucho tiempo fueron (como lo digo en broma
con mis estudiantes) áreas protegidas por la virgen de
Guadalupe.
No obstante, la comunidad científica presionó para
que esto cambiara y hubo un resurgimiento encaminado a enfrentar
con seriedad los procesos de devastación que estaban ocurriendo.
Este periodo coincidió con un movimiento internacional,
“El hombre y la biosfera” de la unesco, a través
del cual vimos una posibilidad interesante, por lo que empezamos
a estudiar las reservas de la biosfera, que era un concepto diferente
y nuevo, pues no sólo se hablaba del área protegida,
sino también del desarrollo de las comunidades que vivían
en las reservas.
De ahí nació un interés personal de tener
sitios no sólo protegidos con decretos, sino de que se
tuviera un control sobre la tierra, ya que en torno a todo esto
enfrenté experiencias desagradables. Cuando realicé
estudios sobre el crecimiento de las diosforeas, hicimos un convenio
para que nos dieran un terreno con el fin de llevar a cabo diferentes
investigaciones. En ese ejido –el de Benito Juárez,
Oaxaca– construimos una estación experimental y ahí
trabajamos tres o cuatro años. Sin embargo, tiempo después,
el ejidatario, quien era una gente extraordinaria y nos dio sus
tierras para trabajar, cambió de ejido y el nuevo nos las
quitó, por lo que el trabajo realizado durante años
se vino abajo.
En ese periodo se presentó la oportunidad de conseguir
un predio en San Andrés Tuxtla, en la zona de Montepío,
por lo que buscamos la manera de que el gobierno emitiera un decreto
de área protegida, y así conseguimos 600 hectáreas
para la unam con el objetivo de hacer una estación de investigación
en biología tropical, la primera en el país. De
esa manera, Los Tuxtlas se convirtió en un centro de formación
en investigación tropical, que hasta la fecha sigue funcionando.
De hecho, esta área es considerada como la más importante
del mundo, sólo comparable con La Selva, de Costa Rica,
y Barro Colorado, en Panamá. Bajo este impulso, la unam
consiguió otra área (Chamela, en Jalisco), cuyas
tierras fueron donadas por un veterinario con el fin de hacer
un centro para estudiar las selvas secas en el Pacífico.
Cuando se crearon esas reservas, era jefe del Departamento de
Botánica del Instituto de Biología de la unam. Posteriormente,
ya como miembro del Inireb, se me ocurrió poner una estación
de investigación en la costa, cerca de Xalapa, y elegí
La Mancha. Para conseguirlo platiqué con el gobernador
Hernández Ochoa, quien nos apoyó para adquirir una
selva con laguna bien conservada, cuyos pescadores requerían
de apoyo para desarrollar actividades como la ostricultura. Además,
esto nos permitió tener un sitio de investigación
cercano a la planta nuclear de Laguna Verde, que se estaba construyendo
en aquel entonces.
Por
lo visto es un infatigable sembrador de reservas ecológicas,
pero también de diversas investigaciones realizadas en
México y en Estados Unidos. ¿Cómo inicia
el proyecto de El Edén, en
Quintana Roo?
Cuando trabajé como investigador invitado en Harvard, el
Departamento de Botánica de la Universidad de California
me invitó para fungir como director del “Proyecto
México”, lo cual me pareció muy interesante
por la importancia del programa. De ahí surgió mi
interés por la zona maya; de hecho, ya antes había
iniciado, junto con el doctor Alfredo Barrera, estudios sobre
la etnoflora yucatanense, pero quedaron inconclusos. Sin embargo,
cuando viajé hacia Estados Unidos creí que valía
la pena continuarlo.
En ese periodo, el Inireb estaba cerrando sus actividades en Xalapa,
por lo que solicité el apoyo de la Fundación Mc
Arthur y tuve la fortuna de que el proyecto –que incluía
labor de investigación y evaluación de recursos
de la zona maya– fuera aprobado por cinco años. Esta
propuesta me dio la posibilidad no sólo de continuar con
mis investigaciones, sino también de emprender estudios
sobre la zona maya para promover actividades de conservación.
También, a lo largo de ese proceso, pensé en crear
una estación en uno de los sitios menos conocidos de la
península de Yucatán. En mi búsqueda, pude
encontrar lugares extraordinarios y uno de ellos fue la zona ecológica
de El Edén, lugar perturbado por incendios y ciclones que
fue habitado desde hace más de 2 000 años por los
mayas. Esta zona, que abarca
1 500 hectáreas, está ubicada en el municipio de
Leona Vicario, muy cerca de Holbox, en Quintana Roo.
El trabajo que ahí realizamos lo iniciamos –al igual
que en Los Tuxtlas– de manera muy sencilla: nos instalamos
en tiendas de campaña, empecé a invitar a estudiantes
de la Universidad de California y a algunos colegas, así
como a ex alumnos y ex colaboradores.
La respuesta fue muy buena, por lo que inmediatamente pudimos
organizar las investigaciones. Hoy tenemos más de 10 años
trabajando y puedo afirmar que los resultados han sido notables;
de hecho ya se realizaron tesis doctorales y muchas de licenciatura
de Estados Unidos y de México.
En
sus trabajos de investigación va recorriendo el sureste
hasta llegar al territorio de antiguas civilizaciones. ¿De
dónde surgió su interés por ingresar al mundo
del conocimiento maya?
Lo que me atrajo fue indudablemente la grandeza y trascendencia
de esa gran cultura que sobrevivió por cientos de años.
A pesar de que su índice de crecimiento poblacional fue
muy alto –los arqueólogos calculan que la densidad
de población en el periodo clásico llegó
a ser de 90 000 a
100 000 personas en las zonas rurales, muy superior a lo que hay
en la actualidad–, lograron permanecer por muchos siglos.
Algo importante debieron hacer tanto para producir los alimentos
y darle de comer a tanta gente, como para conservar al mismo tiempo
la naturaleza.
También la reserva de la biosfera de Montes Azules está
llena de sitios arqueológicos mayas, y en cualquier lugar
de la Península de Yucatán encontramos estas zonas
que fueron habitadas en el pasado. Hoy, las preguntas que surgen
son: ¿qué hicieron los mayas?, ¿qué
permitió que se abastecieran de alimentos para que su población
floreciera?, ¿cuál es el legado biológico
que nos dejaron? Para responder estas interrogantes, en El Edén
estamos tratando de reconstruir las experiencias de dicha civilización.
Quizá
en la cultura maya encontramos la aplicación del concepto
desarrollo sustentable…
Muy interesante que mencione la sustentabilidad en esas áreas.
Precisamente el nombre de nuestro proyecto es “Sostenibilidad
maya”, porque este pueblo ha logrado mantenerse a través
del tiempo presentando un crecimiento notable con altas, con bajas,
con colapsos. De ahí nuestro interés por saber cómo
fue su desarrollo, ya que en éste posiblemente podamos
encontrar lecciones interesantes para el futuro; además,
el estudio de la evolución maya puede llevarnos hacia otros
campos de investigación, como la agroecología que
abarca los sistemas agroforestales.
¿Dónde
hay un instituto de investigación en agroforestería?
Sin duda, los maestros de ello son los mayas antiguos y modernos,
quienes a lo largo del tiempo han llevado a la agroforestería
a un nivel extraordinario. Cabe mencionar que muchos de nuestros
estudios sobre los huertos mayas nos han demostrado que existen
estructuras, diseños y una arquitectura que fueron transmitidos
de generación en generación desde épocas
prehispánicas. De ellos extraen madera, leña, fruta,
maíz, frijol y una gran parte de insumos sin destruir su
entorno natural: es parte de la sostenibilidad de los mayas alcanzada
a través de un sistema artificial creado por ellos mismos.
Sin
duda un conocimiento muy importante que se tiene que desempolvar,
labor que en El Edén ya están realizado, ¿no
es así?
En El Edén lo que hemos hecho es reconstruir una historia
ecológica del sitio. Aquí quiero contar una experiencia
que tuvimos en esa zona. Cuando fuimos por primera vez, no encontramos
ninguna zona arqueológica; además, en los mapas
esa área aparecía en blanco, pues aparentemente
los mayas no se habían asentado en ella; sin embargo, en
los humedales nos encontramos alineamientos de grandes piedras,
lo cual me pareció muy extraño; por ello hablé
con un compañero de la Universidad de California, especialista
en la zona maya, quien en una expedición encontró
otras líneas de piedras en esa área y me dijo: “Arturo,
esto es muy antiguo, tenemos que
estudiarlo”.
Después de tres años de trabajo, dos tesis doctorales
y una maestría, se muestreó todo el humedal de El
Edén y encontramos uno de los sistemas más importantes
de diques del maya temprano, del Preclásico, muy antiguos.
Hoy sabemos que los mayas estuvieron manejando los humedales,
no sabemos para qué, pero los manejaba, eran diques grandes.
¿Como
si fuera un sistema de riego? Pero riego ¿de qué?,
¿para qué?
Evidentemente trataban de conservar el humedal más tiempo,
tal vez para acuacultura, para peces, cocodrilos o alguna planta
de tipo acuática. La verdad es que cada una de estas preguntas
es tema de tesis, por lo que hay estudiantes tratando de averiguar
qué sucedía en torno a esa área. Lo más
interesante es que ya tenemos una primera hipótesis muy
cercana y es sensacional.
En los humedales crece una masa de algas en la época de
lluvias que técnicamente se llama perifito. Toda la zona
se inunda y está llena de estas especies vegetales que
seguramente eran utilizadas por los mayas para algo. Invité
a unos colegas de la unam para hacer un estudio químico
del perifito con el fin de saber qué elementos lo conforman.
Después supimos que las algas son un conjunto de muchos
hongos, o sea, un ecosistema completo dentro del agua, el cual
–según el estudio químico– tiene altos
contenidos de nitrógeno y fosfórico, que son los
más importantes para fertilizante. De ahí surge
la pregunta: ¿los mayas usaban el perifito como fertilizante?
Ahí está la hipótesis y vamos a probarla.
Ya en la unam, a través de una tesis de suelos, se demostró
que el perifito es tan buen fertilizante como el mejor fertilizante
químico que existe, pero aún no sabemos si los mayas
lo utilizaron.
¿Cómo
podemos probar que lo usaron en su tiempo?
Actualmente, tenemos un proyecto nuevo que se está llevando
a cabo, pero nuestra idea de investigación es empezar con
preguntas interesantes a través de una gran pregunta: ¿qué
hicieron los mayas?
Todas
estas experiencias e investigaciones han sido incluidas en sus
libros. De ellos,¿ cuáles considera más importantes?
Los libros representan el trabajo que he desempeñado a
lo largo de distintas etapas. En el principio de mi carrera, comenzamos
a usar computadoras para el manejo de información botánica,
una innovación muy importante en los años sesenta.
De ahí salieron dos libros que editamos en la unam, luego
los trabajos relacionados con la ecología del barbasco.
También publicaron mi tesis doctoral, la cual es un estudio
botánico realizado en la región de Misantla, Veracruz.
De las investigaciones que llevé a cabo en Los Tuxtlas
surgieron tres libros, dos en español y uno en inglés
publicado en Inglaterra. Y en la etapa de enseñanza de
la Biología saqué los libros de texto para alumnos
de secundaria, preparatoria y universidad: tratar de influir en
la enseñanza de la Biología en nuestro país
fue una de las actividades más interesantes de mi vida.
Por
lo tanto tiene también un gran interés por la pedagogía…
Eso fue en la década de los sesenta. Mi interés
surgió porque en esa etapa mis hijos, que eran estudiantes
de primaria y secundaria, utilizaban libros muy deficientes; entonces,
junto con mis colegas biólogos –entre ellos del doctor
Halffter– me quejé por el tipo de enseñanza
impartida en aquellos años, y decidimos hacer libros con
contenidos claros y objetivos. Organizamos el Consejo Nacional
para la Enseñanza de la Biología, integrado sólo
por investigadores, cuyo fin principal fue elaborar libros para
estudiantes de diferentes grados. Publicamos uno para la preparatoria,
Biología: unidad y diversidad de los seres vivos, que fue
el más utilizado por mucho tiempo, pero desafortunadamente
ya es obsoleto. También hicimos libros de secundaria que
nunca circularon, porque nos enfrentamos a la mafia de escritores
de libros de texto. A pesar de que eran los mejores, ni siquiera
fueron utilizados como libros de consulta, aunque muchas escuelas
privadas sí los tomaron en cuenta. En suma, el Consejo
Nacional para la Enseñanza de la Biología elaboró
más de 50 libros sobre Botánica y Biología.
El libro más reciente que está en prensa es La zona
maya de las zonas tropicales, tres mil años de interacción
de los humanos y la naturaleza. Éste incluye una serie
de diferentes estudios que se desarrollan en El Edén, además
algunos trabajos de investigadores mayistas.
En
agosto de 2002 se realizó en Johannesburgo, Suráfrica,
la Cumbre de la Tierra, y ahí se habló de colapso
ecológico. ¿Realmente nos encontramos en ese momento?
Colapso significa caída, destrucción, desmoronamiento,
por lo que no creo que sea el término adecuado para referirse
a que la ecología está enfrentando una degradación
lenta, provocada por varios fenómenos, como el calentamiento
global y la deforestación. Hoy somos testigos de la desaparición
de los recursos naturales, cuyas principales causas son el crecimiento
poblacional, el consumismo excesivo en muchos de los países
industriales, la falta de ética de muchas empresas trasnacionales
y la ausencia de políticas gubernamentales
En días pasados escuché los informes de la reunión
de Suráfrica, donde decían que en los últimos
cinco años la deforestación del trópico era
equivalente a todo Venezuela. No sé si será cierto,
pero la magnitud es enorme, son síntomas de algo muy grave
que ocurre en el planeta sobrepoblado y colmado de pobreza. A
pesar de los focos rojos, el conflicto pareciera importarle sólo
a unos cuantos, entre ellos a las organizaciones pacíficas
de conservación, que son las que empujan para tratar de
cambiar el mundo.
En la Cumbre de Johannesburgo se habló sobre esos problemas,
pero hay muchas personas que piensan que los resultados serán
igual que los de la Cumbre de Río de Janeiro, celebrada
hace 10 años, es decir, mucho ruido y pocas nueces. No
obstante, hay otras vías para lograr conciencia, como el
trabajo que realizan muchas organizaciones no gubernamentales,
entre ellas Greenpeace, grupo que ha sido muy criticado pero que
ha alcanzado ciertos logros. Y si la actitud de cualquier organismo,
grupo o persona está encaminada a detener el deterioro
ecológico, bienvenida sea.