Enero 2003 , Nueva época No. 61 Xalapa • Veracruz • México
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Un diario del que brotan novelitas: el proceso
creativo de César Aira

Iván Javier Maldonado e Irma Villa

 
César Aira es, como señaló el crítico español Ignacio Echeverría, “el escritor, hoy por hoy, quizá más original y chocante, más excitante y subversivo de la narrativa hispánica”. Pero, a ciencia cierta, ¿quién es Aira?, ¿por qué ha sido criticado al tiempo que ha sido encomiado?, ¿qué opina sobre el arte literario?, ¿cuál es su juicio acerca de la nueva escritura?, ¿es un creador o un impostor? Alejado de la excentricidad que distingue a su obra, a través de las siguientes líneas, el autor argentino responde con sencillez a tales interrogantes.

N ulla dies sine linea… Ni un día sin línea. Tal debe ser el mote del escritor, pero también del lector. Consignar lo que sucede en el interior y en el exterior; la percepción de un recuerdo o el asalto de un demonio al transitar por una calle; oír una canción o ver una noticia en la televisión; captar algún gesto, un guiño de la ciudad o la naturaleza; atisbar los pliegues del silencio o las grietas del subsuelo; leer entre líneas, trastocar la realidad, inventarla. Esos podrían ser los distintivos del narrador argentino César Aira, pues en él se imbrican vida, lectura y escritura. Y así ha publicado más de 50 libros, que han tenido espléndida acogida en España.
Aira empieza una novela con una idea vaga, no muy bien definida, de modo que le dé “la posibilidad de ir improvisando” a medida que la va escribiendo, y la nutre con un diario donde anota “cosas que me van sucediendo todos los días”. Un escenario de muchas de sus obras es el barrio bonaerense de Flores, donde vive desde 1967.
Con voz pausada, afirma que escribe en los cafés, mira lo que pasa, escucha conversaciones, sale mucho a caminar, ve televisión, lee a los clásicos, “la buena literatura”. De ahí le nacen ideas para sus novelas, que “tienen un curso zigzagueante, un poco imprevisible que ni yo sé adónde va porque no lo puedo saber, ya que el material lo estoy tomando a medida en que lo voy escribiendo”. Subraya que lo que más le gusta de la literatura es que le haga sentir el sabor de un mundo ya desaparecido2, y agrega: “hay escritores que tienen la sensualidad poética de la palabra, del juego de las palabras, de las resonancias, de sus sonidos. Y hay otros escritores, como yo, que no nos importa nada eso. Lo único que buscamos es la transparencia de una prosa simple, llana, que permita ver sin problemas lo que contamos”. En esto radica su apuesta literaria, que unos críticos encomian y otros desprecian.
Si bien César Aira ya se ha consolidado como una de las figuras más importantes de la actual narrativa hispanoamericana, es capaz tanto de reírse de sí mismo, de declararse no genio, sino “un fraude bien hecho” (dada la ambigüedad de la literatura, pues “juega con la verdad hecha mentira y la mentira hecha verdad”), como decir que toma “un cierto colorcillo de saboteador”, pues construye algo normal, pero desafloja unos tornillos.
Jamás –asegura– promocionaría sus novelas porque “entre otras cosas, yo no puedo hablar bien de mis libros, no los puedo recomendar”, 3 ni está satisfecho con su obra. A la fecha no ha ganado ningún premio importante. Tampoco lee a sus contemporáneos: sus autores favoritos son Balzac, Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud, Zola, Mallarmé, Proust, Roussel4, Copi y Jules Verne.
César Aira nació en Coronel Pringles, un pueblo del sur de la provincia de Buenos Aires, en 1949, y desde 1967 reside en el barrio bonaerense de Flores. Hizo estudios de derecho y literatura, y también se ha desempeñado como traductor. Tiene publicados más de 50 libros, entre novela, teatro y ensayo. Otros de sus textos conocidos son Cómo me hice monja, Cumpleaños, El llanto, El mago, Ema, la cautiva, La liebre y Varamo.
Para que el lector pueda conocer más a este autor, se le entrevistó con el afán de adentrarse en su vida, filiaciones literarias y su concepción de la escritura, el día que presentó cuatro de sus novelas, publicadas por Era (Los dos payasos, Un episodio en la vida del pintor viajero, Los fantasmas y La prueba), durante la II Feria Internacional del Libro Universitario 2002, organizada por la Universidad Veracruzana.

¿Quién es César Aira?
Hoy día, un escritor. Uno desde joven no se define así, salvo que sea muy vanidoso. Uno se define como un estudiante, como cualquier cosa. Con el tiempo, y sobre todo con el reconocimiento que viene desde afuera, uno lo asume simplemente, con cierta vergüenza al principio, y también después.

¿Cómo se da la iniciación de César Aira en la literatura? Sé qué a los 14 años leyó En busca del tiempo perdido...
Creo que es como la de muchos escritores. Uno empieza siendo lector, lee y lee, y en cierto momento es casi inevitable que se le ocurra la idea de ‘¿por qué no lo voy a hacer yo?’, pasar, digamos, al otro lado del mostrador. Porque en todas las historias que uno lee, aunque sea un chico que acepta todo y todo le gusta, siempre se encuentra alguna fallita, algún ‘yo lo habría hecho mejor’. Me parece casi inevitable que los lectores se transformen en escritores, pero cuando lo intentan descubren que no es tan fácil, que no les sale y ahí se quedan. Y vuelven a leer, ya sin la ilusión de escribir. Pero, en mi caso, no es que haya salido bien, quizá yo fui más obstinado o tuve menos sentido crítico y seguí escribiendo...

¿Hacia quién está dirigida su escritura?
Hacia mí mismo, básicamente. Porque no soy de los que se ponen a pensar en un tipo de lector. Es cierto que al escribir uno se ve a sí mismo el escritor se ve a sí mismo como una especie de lector: está buscando lo que a él le gustaría si fuera lector.

Usted ha dicho que para elaborar sus novelas toma elementos de la realidad y de ahí viene la improvisación. ¿Cómo construye César Aira sus novelas?
Es un proceso que ya se me ha hecho muy simple. Yo empiezo una novela con una idea vaga, no muy bien definida, de modo que me dé la posibilidad de ir improvisando a medida que la voy escribiendo, y voy escribiendo muy poco por día, una página, una página y media, dos (nunca paso de eso). Yo escribo en los cafés, estoy siempre levantando la vista, mirando lo que pasa, oyendo conversaciones. Además, por las tardes hago una vida normal, salgo mucho a caminar, veo televisión, leo libros. Ahí se me van ocurriendo ideas, y sobre alguna digo: “ésta tiene que entrar en la novela”.

¿Lleva un diario?
La novela termina siendo una especie de diario porque ahí voy anotando cosas que me van sucediendo todos los días. La ventaja que tiene este sistema es que si yo empiezo a elaborar una novela –supongamos, sobre un adulterio, y voy escribiendo: “El señor tiene una gran discusión con su esposa, hace las valijas, se va”–, y en ese momento levanto la vista y veo que en la calle un camión ha atropellado a un gato y lo ha matado, entonces, eso lo incluyo en el texto: “El señor ha hecho sus valijas, sale de su casa y en ese momento matan a un gato frente a él”. De esta manera, cambia la acción porque la afecta, y ya me las arreglaré para que pase algo a partir de ese gato, pues procuro no introducir esos hechos así simplemente, meterlos y acumularlos, sino una vez que los he incorporado deben tener alguna función dentro del relato.
Y así es como mis novelas tienen un curso zigzagueante, un poco impredecible que ni yo sé adónde va porque no lo puedo saber, ya que el material lo estoy tomando a medida en que voy escribiendo5.

¿Vida y escritura en usted están ligadas?
Sí, evidentemente. Y el nexo existe tanto por lo que te he contado, como por el hecho de que lo que incluyo en las novelas no es tanto un gato atropellado o una niña, sino son experiencias personales, sucesos que vivo en el ámbito familiar, con mi esposa… eso también forma parte de mi escritura.

¿Cómo es el barrio de Flores en que vive, y que ha sido escenario de muchas de sus novelas?
Es un barrio común y silvestre. Justamente tiene eso… Yo siempre he pensado que para hacer una verdadera transfiguración artística hay que ir a buscar cosas maravillosas, pero éstas ya están transfiguradas. Por ello, hay que ir a buscar las cosas más comunes, y el barrio de Flores donde vivo es un barrio perfectamente común, un barrio de clase media donde no ocurren sucesos especiales. Eso me da el campo propio para mis transformaciones…

Usted reivindica a la invención. Dice que si el mundo ya fue creado por Dios, no queda otra alternativa que recrearlo. Pero usted se fija más en el procedimiento, en las técnicas narrativas. Y en su ensayo “La nueva escritura” dice: “para qué vamos a escribir más obras, si ya hay tantas”…
Eso les digo yo a mis amigos jóvenes que se lanzan a escribir novelas. En el mejor de los casos, lo que van a lograr va a ser una novela buena. ¿Y para qué quiere el mundo otra novela buena? ¿No hay suficientes ya? No alcanzaría una vida para leerlas todas. Entonces, hay que buscar algo nuevo, no se sabe qué es, pero eso lo hace diferente.

Incluso menciona que prefiere un libro nuevo a uno bueno…
Exactamente, pues los libros buenos son así porque ya hay una escala de valores donde se le ha puesto esa etiqueta, y eso quiere decir que son libros convencionales que ya no necesitaban valores nuevos. Para mí, la función de la literatura (del arte) es crear valores nuevos a partir de los cuales se van a juzgar los libros que se escriban después, y no aceptar los criterios viejos para calificar los textos que se estén escribiendo.

¿Diríamos entonces que Aira juega a escribir?
Sí. Lo que pasa es que juego es una palabra un poco amplia. Juego también se utiliza en frases como ‘jugarse la vida’ y eso no es frívolo. Yo lo veo en un sentido lúdico, un poco de juego, de no tomármelo muy en serio.

¿No considera a sus obras como novelas?
Yo las llamo novelitas. El género es el de la novela, en tanto es el relato que se puede ir transformando a sí mismo. La extensión de la novela, aunque sea una corta, como las mías, siempre permite avanzar un poco más, a diferencia del cuento, que tiene límites prefijados; si uno escribe un cuento debe volver atrás, corregirlo hasta dejarlo pulido, porque si el cuento no es bueno no tiene razón de ser.
La novela no necesita ser buena, no está tan apegada a la calidad. Puede tener partes malas y permite que a partir de ahí venga una buena que reivindique a la mala en retrospectiva. Eso, me parece, es lo que da ese movimiento peculiar que tiene la novela, un rumbo que no es en línea recta, siempre es en idas y vueltas dentro de la cabeza6.

Escribir es la pasión de Aira. Tiene más de 50 libros. ¿Piensa elaborar muchos más?
No es tan fácil seguir. En realidad, he descubierto que es mucho más fácil “escribir” que “seguir escribiendo” porque el impulso se va agotando, aparece la tentación de aprovechar el arranque y eso no me gusta. Prefiero hacer cosas nuevas y, por la lógica constitución orgánica del ser humano, a partir de cierta edad se empieza a sentir cansancio y falta de energías. Pero sí, voy a seguir escribiendo.

——*——-

Y es que Aira critica la profesionalización de los artistas, la cual sólo pudo funcionar como estado momentáneo, por lo que cuando se hubo consumado “ya fue hora de buscar otra cosa”, afirmó en su ensayo “La nueva escritura”7.
“En efecto, y restringiéndonos al arte de la novela, una vez que ya existe la novela profesional, en una perfección que no puede ser superada dentro de sus premisas, la novela de Balzac, de Dickens, de Tolstoi, de Manzoni, la situación corre peligro de congelarse. Alguien dirá que si todo el peligro es que los novelistas sigan escribiendo como Balzac, estamos dispuestos a correrlo, y con gusto, pero sucede que es optimista hablar de un mero ‘peligro’, pues de hecho la situación se congeló, y miles de novelistas han seguido escribiendo la novela balzaciana durante el siglo XX: es el torrente inacabable de novelas pasatistas, de entretenimiento o ideológicas, la commercial fiction (….) Una vez constituido el novelista profesional, las alternativas son dos, igualmente melancólicas: seguir escribiendo las viejas novelas, en escenarios actualizados; o intentar heroicamente avanzar un paso o dos más”.
Sin embargo, Aira da una tercera alternativa, la vanguardia, que define así: “es un intento de recuperar el gesto del aficionado en un nivel más alto de síntesis histórica. Es decir, hacer pie en un campo ya autónomo y validado socialmente, e inventar en él nuevas prácticas que devuelvan al arte la facilidad de factura que tuvo en sus orígenes”.

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De los grandes escritores argentinos, ¿por quiénes siente filiación?
En primer lugar por Borges porque es inevitable. Borges sí está en el canon, sí está canonizado, pero... es demasiado grande como para poder evitarlo, aun con toda la furia iconoclasta y revolucionaria. Después, los grandes para mí son Roberto Artl, Manuel Puig en el siglo xx, y antes la poesía gauchesca que fue una creación muy original de la Argentina y de toda América Latina. También algunos poetas, que ustedes quizá no conozcan, como Juanele Ortiz, poeta de la naturaleza.

Uno de los máximos críticos literarios de Argentina, durante el III Congreso Internacional de Teoría y Crítica, realizado en 2002, dijo: “El tiempo dirá si Aira es un genioide o un impostor. En cualquiera de los dos casos, cuenta con toda mi simpatía”…
(Risas) Yo, en el fondo, creo que soy un fraude. Pero cuando por ahí hay gente inteligente, como Pitol, que me dice cosas tan agradables, pienso que quizá soy un fraude bien hecho. Y la literatura en realidad es algo tan ambiguo que nunca se sabe; la literatura juega con la verdad hecha mentira y con la mentira hecha verdad. Y uno puede ser un escritor de verdad que es un fraude o un fraude que es de verdad.

¿Cómo se define César Aira a sí mismo?
No diría como un impostor porque en el fondo hay una actitud sincera, de cariño y respeto por la literatura; ésa es mi parte de lector. En mi parte de escritor, sí tomo un cierto colorcillo de saboteador, más que de impostor. Construyo como lo hace la gente nor-mal, pero desaflojo algunos tornillos…

Y de ahí esa realidad distorsionada que crea en sus novelas, que se contrapone y es exagerada. ¿Así es como lector?
Soy un lector muy convencional. Me gustan los clásicos, la buena literatura, eso es lo que leo siempre. Como es-critor sí soy raro, como lector no.

Notas:
1. César Aira. “Diario de la hepatitis (febrero de 1992)” en Letras Libres. Año IV, núm. 48, diciembre de 2002, p. 13.
2. María Esther Arredondo.,“El placer de leer está en encontrar el sabor del mundo desaparecido”. en Unomásuno (sección Cultura). Año XXV, núm. 8958, 24 de septiembre de 2002, pp. 21 y 25.
3. Francesc Relea.,“César Aira: Si uno no descubre que es un genio, no se resigna a ser lo que viene después” en Babelia.,Suplemento cultural de El País, núm. 553, 29 de junio de 2002.
4. César Aira.,“Diario de la hepatitis (febrero de 1992)” en op. cit.
5. “Todo lo que escribo es como una especie de gran diario íntimo que voy disfrazando para que nadie se dé cuenta de lo que realmente me pasó”, manifestó a un reportero del periódico La Crónica de Hoy.
6. En una nota publicada en el diario Reforma, fechada el 16 de julio de 2002, Aira dice al periodista Carlos Rubio que los escritores de hoy “deberían probar con un modo de escritura más libre. En realidad, mis libros no son exactamente novelas; yo las llamo así por decir algo. Pero son relatos, ficciones, que tienen algo de ensayístico, de un experimento con la realidad y una puesta en escena. Cada vez me inclino más a pensar que una escritura del futuro estaría en algo documental de la experiencia, tratando de dejar un registro de ella”.
7. César Aira, “La nueva escritura”, en La Jornada Semanal, Suplemento literario del periódico La Jornada, núm. 162, 12 de abril de 1998.