Después
de una exitosa temporada en el Centro Cultural Helénico del
Distrito Federal, Autoconfesión de Peter Handke, trabajo unipersonal
interpretado por Gerardo Trejoluna y dirigido por Rubén Ortiz,
se presentó el 11 de mayo en la Facultad de Teatro de la Universidad
Veracruzana.
Acostumbrados como estamos a creer que a mayores aspavientos mejor
teatro, porque así suele considerarlo una tendencia tradicional
y comercial, este espectáculo rompe de tajo con esta visión.
Partiendo
de un texto abierto como el de Handke, donde no se establece anécdota,
circunstancias, ni un personaje definido, sino que se presenta como
un rosario de numerosas preguntas y respuestas que aluden a etapas
de la vida de cualquier ser humano, casi de cualquier época
y género, Trejoluna y Ortiz construyen una trama que justifica
perfectamente el texto, es decir, le dan sentido y forma.
Al
enfrentar al teatro como un acto ritual, de purificación, catarsis
y comunicación con las fuerzas naturales del universo, el actor-personaje
nos invita, literalmente desde
la entrada al teatro,
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a viajar con él por este sendero de autoconfesión.
Nos cuenta con el cuerpo en acción y con la palabra, que
también es parte del cuerpo, esta historia donde hay un compromiso
desde lo profundo, avalado por una técnica sin discusión.
Éste es de esos trabajos que uno puede llamar personales.
Por supuesto, cualquier puesta en escena debiera ser así,
sin embargo, no siempre se logra. Concretamente, me refiero a que
este trabajo es el fruto maduro de varios años de germinación.
Trejoluna ha centrado su atención artística en los
procesos actorales experimentando con él mismo; después
ha compartido sus experiencias teóricas y prácticas
impartiendo el taller El movimiento, síntesis de la
expresión escénica, por diferentes lugares de
la República. Ahora ofrece este trabajo unipersonal que,
como él mismo dice, es el resultado de un proceso de investigación
y pretende obje-tivar sus aprendizajes.
Sería imposible pensar este trabajo escénico con un
actor distinto, ya que estamos ante un guante hecho a la medida,
que responde a las preocupaciones genuinas de un individuo comprometido
con el teatro y la actuación. Es fácil apreciar lo
que hay atrás de este espectáculo: disciplina, entrega,
búsqueda, conocimiento, paciencia, amor por el teatro y,
desde luego, talento. Como se ve, no son pocas ni superfluas cualidades,
ni han surgido de la noche a la mañana; han sido conformadas
con el tiempo y la decisión de evolucionar.
Como el proverbio que dice enseña con el ejemplo,
con gran humildad, sencillez, y sin cacarear el huevo,
este espectáculo no sólo muestra su interpretación
de la vida con gran sentido a través del texto de Handke,
sino que también ofrece la oportunidad de ver a un actor
en plenitud y con virtuosismo en escena.
La escenografía es una encrucijada, es decir, dos caminos
que se cruzan y bifurcan, y entre cada uno de ellos se ubica un
altar a los elementos: agua, tierra, aire y fuego.
Pequeños instrumentos musicales, una atarraya, sonidos e
imágenes de un actor con el torso desnudo. Sólo eso
basta para ser contada esta historia, que corre en busca de la identidad,
que hace palpable la angustiosa soledad existencial y el deseo por
arrancar las máscaras que nos limitan y mediatizan.
Ante tan primarios elementos, las palabras de Peter Brook nuevamente
vuelven a tener razón y sentido: Puedo tomar cualquier
espacio vacío y llamarlo escenario desnudo. Un hombre camina
por este espacio vacío mientras otro lo observa, y esto es
todo lo que se necesita para realizar un acto teatral. Aunado
a lo que señala Luis de Tavira: Sólo si podemos
decir que lo que ahí ha sucedido ha cambiado nuestra vida
para siempre, sólo si la intensidad de lo ahí vivido
puede explicar por qué al salir del teatro ya no somos los
mismos que antes de entrar en él, sólo entonces podremos
decir que hemos estado en el teatro.
Autoconfesión de Peter Handke, espectáculo unipersonal
con Gerardo Trejoluna; dirección de Rubén Ortiz; entrenamiento
vocal, Indira Pensado; asesor de psicosíntesis, Pablo Morales;
iluminación, Matías Gorlero; vestuario, Jeannine Diego.
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