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Nuestro
artista invitado
José Luis Cuevas y
el ritual de lo terrible*
Víctor
Sosa
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Lo
terrible. Para exorcizar lo terrible hay que representarlo. Hacerlo
simulacro, artificio; drama- tizarlo en el neutral territorio del
arte, revivirlo intensamente como representación. Se crispa
quien ve el miedo impreso en el artificio sea éste teatral,
pictórico, musical o literario, se crispa pero sabe,
a su vez, que está a salvo, que agotada la representación
volverá a sumergirse, indemne, en la cotidiana incertidumbre
de la vida.
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José
Luis Cuevas es considerado uno de los artistas más importantes
de la plástica mexicana. (Foto: Luis Fernando Fernández) |
Pero
lo terrible y él lo sabe está allí,
soterrado en lo incierto, en lo profundo del frontispicio, en las
invisibles capas geológicas de lo real. Lo terrible ya
ha sucedido nos decía Heidegger, y nadie
pudo impedirlo porque lo terrible era y es condición humana.
Sólo queda, entonces, el exorcismo como acción, el ritual
del exorcismo que, muchas veces, encarna en arte. Ritualizar lo terrible
es una manera de volver a empezar, es decir, alcanzar un grado cero,
un efímero punto ciego en el dolor, para reingresar enseguida
en el desasosiego y de ahí, de nuevo, a la sima de lo terrible.
Hubo gente que lo vio y lo vivió con insistente
lucidez: Kafka, por ejemplo, y Beckett, Bacon y Artaud, Celan y Ensor,
Munch y Brueghel, y un largo etcétera. |
Más
allá del estereotipo de enfant terrible que el propio
artista voluntariamente supo construir prefiero ver en José
Luis Cuevas ese etre terrible que subyace y se refleja a través
de su obra. Cierto: la obra y el artista difícilmente pueden
ser desvinculados sin empobrecer el acercamiento y el goce que aquélla
proporciona. Un placer que como en el cuerpo amado está
en relación proporcional con cierto grado de conocimiento;
gozar las variantes de lo conocido es un refinamiento |
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que
el placer erótico reserva para pocos, tal vez para quienes
no se adormecen con la mecánica repetición pavloviana
de sus existencias.
La obra de Cuevas, en ese sentido, se explora a sí misma a
partir de ciertas obsesiones temáticas y de una rigurosa raigambre
dibujística. Cuevas exorciza lo terrible a partir de un ritual
de representación. La temática de burdel con mujeres
en el ocaso de sus atributos físicos, los seres contrahechos,
desproporcionados qua-simodos del alma, lúgubres
es-perpentos que deambulan en su propia y asordinada desazón
pueblan sus dibujos. Porque la angustia de estos personajes no explota
en expresiones elocuentes, más bien se silencia en la rugosidad
de sus caracteres, en las estriadas ramificaciones de rostros genéricos,
desprovistos de personalidad, de psicología, deshumanizados
en un zoomofismo corporal. Expresivos en su hieratismo, dolientes
en su aparente indiferencia, gritando en su mutismo, el cuevario homologa
en su condición de lo terrible el cuerpo y el alma,
la condición de ser con la de padecer. Por eso, incluso en
sus magníficos dibujos eróticos, prevalece en Cuevas
el costado sexual, genital quiero decir, de índole bestial,
más que una lírica estética de los deseos. |
Cuevas,
sin duda, ha sido consecuente con sus obsesiones. En una época
en que prevalecía en México el didactismo pictórico
implantado por los muralistas, la imaginación supeditada a
las directivas de un realismo ejemplar, populista y ya desgastado
en su repetitiva inercia expresiva, José Luis Cuevas fue de
los primeros en denunciar el callejón sin salida al que conducía
esa única ruta impositiva. No era fácil abrir nuevas
brechas, sobre todo ante |
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una crítica atrincherada en las convenciones oficiales y
una sociedad complaciente a dichas convenciones. El realismo espectacular
del muralismo se había impuesto como identidad en el imaginario
colectivo y traspasaba fronteras, se exportaba como esencial manifestación
del arte mexicano.
Grave herejía, querer atentar contra esos valores estatuidos
que, además, solidificaban una noción de identidad,
de esencia nacional irrebatible. Contradecir esa ruta era poco menos
que declararse enemigo de la patria. Cuevas lo hace, toma el camino
extranjerizante, desobedece las directivas, denuncia
la cortina de nopal por tantos años impuesta
en el horizonte artístico y procrea su mundo. No es el único,
toda una generación llamada de ruptura busca
sendas alternativas que van desde la síntesis de la figura,
comenzada por Tamayo décadas atrás, hasta la abstracción
lírica y geométrica de García Ponce, de Felguérez
y de muchos otros.
Sin embargo, Cuevas no disuelve el objeto de su discurso, no se
abstrae, nunca abandona la raíz de su desvelo que es, en
definitiva, el ser, pero el ser valga la redundancia
encarnado en cuerpo. Su escenario es el cuerpo: allí se representa
la épica del instinto, de las bajas pasiones y del desmembramiento
de lo real. La herejía llega al extremo de abofetear
al realismo tranquilizador con el intimismo perverso de sus deformaciones.
La otra cara de lo que, por años, se nos inculcó aparece
y son apariciones de lo anómalo en toda su crudeza
con Cuevas. Allí se reconocen, también, los antecedentes
de una modernidad crítica: el expresio-nismo alemán
en sus más revulsivas manifestaciones Dix, por ejemplo,
el Picasso posterior al cubismo y, antes dentro de la misma
y fértil tradición española, el Goya
de los Caprichos: la parte maldita, el envés de la civilización
de lo armónico, lo apolíneo y lo racional.
Detrás del donjuanesco personaje que Cuevas con ahínco
construyó mundana coraza o frontispicio para enfrentarse
a la realidad se alza ese otro personaje, esa otra representación
del ser, esa terribilittá para usar el término
que definía las deformaciones de Miguel Ángel, otro
propenso a la inseguridad y el desasosiego que atraviesa toda
su obra, desde sus dibujos hasta las esculturas en bronce recordemos
la magnífica Giganta y cerámicas de alta temperatura.
Cuevas, en ese sentido, continúa enfatizando sus raíces
o, más correctamente, sus estrías creativas: la condición
humana, la terrible condición del ser en este mundo.
* Texto publicado en la página de Internet www.secrel.com.br/jpoesia/ag16cuevas
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