Abril-Mayo 2003, Nueva época No. 64-65 Xalapa • Veracruz • México
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Conciertos de la osx durante abril y mayo
De Vivaldi a Moncayo, de Bach a Revueltas: travesía por la música sinfónica internacional

Jorge Vázquez Pacheco

Por su composición De verde y gris, que presentó como tesis de postgrado, José Luis Hurtado recibió el Premio George Arthur Knight

A lo largo de este año, una fructífera actividad ha llevado a cabo la Orquesta Sinfónica de Xalapa, la más antigua del país con 74 años de existencia ininterrumpida y poseedora de una tradición tan nutrida como ejemplar, que la ubica indudablemente entre las más importantes y de mayor trascendencia en América Latina.
Con la dirección de su titular, Carlos Miguel Prieto –a quien se considera entre los músicos mexicanos de más intenso carisma y enorme proyección internacional y quien recientemente fue designado principal director huésped de la Sinfónica de
Bajo la batuta de su titular Carlos Miguel Prieto y de directores invitados, la osx realizó durante abril y mayo una intensa labor. (Foto: Luis Fernando Fernández)
 

Houston–, la osx dio continuidad durante abril y mayo a su serie de conciertos 2003 con un listado de solistas y directores invitados.

El virtuosismo de Philippe Quint
Inicialmente, en su undécimo programa de la temporada 2003, ofrecido en el Teatro del Estado el 4 de abril, la osx presentó un programa compuesto por el poema sinfónico Sensemayá del duranguense Silvestre Revueltas (1899-1941), el Concierto para violín y orquesta en re mayor de Erich Korngold (1897-1957), con la participación de Phili-ppe Quint como solista, y la Décima sinfonía en mi menor de Dmitri Shostakovich (1906-1975).
Quint, de origen ruso y naturalizado estadounidense, ha llevado a efecto una notable carrera como solista que le coloca entre los violinistas jóvenes más destacados de Norteamérica y gracias a la cual ha recibido numerosos premios y reconocimientos internacionales. Cabe señalar que ésta fue la tercera participación de Quint con la Sinfónica de Xalapa, pues ya se había presentado meses atrás cuando interpretó obras de Chaikovski y Mozart.
La Décima sinfonía de Shostako-vich llama la atención por su curiosa denominación, “del deshielo”, en abierta alusión al proceso transitorio dado inmediatamente después de la muerte de Stalin en la antigua Unión Soviética. Los antecedentes son interesantes.
La Novena Sinfonía fue esperada casi con ansiedad, particularmente porque en 1945 las tropas soviéticas avanzaban triunfalmente sobre territorio alemán y porque el autor había comentado alguna vez que aspiraba a escribir una “gran sinfonía” con coros, solistas y orquesta de grandes dimensiones. Qué mejor ocasión que aquella para crear una gran sinfonía de la victoria. Pero el compositor defraudó a los burócratas soviéticos con una obra corta, de reducido aliento y, para colmo, cargada de citas irónicas y hasta burlonas. Después de ello, Shostakovich fue calificado como un músico “decrépito”, se le negó toda oportunidad para estrenar obras y se prohibó interpretar sus sinfonías Octava y Novena.
No obstante, en marzo de 1953, el Kremlin hizo pública la noticia de la muerte de Stalin. Muerto el principal represor de los artistas soviéticos, apenas unas semanas más tarde Shostakovich comenzó a trabajar sobre su Décima sinfonía, en la que el compositor conectó su ingenio; su entorno y el momento histórico, por lo mismo se le comenzó a conocer desde aquel momento como “la sinfonía del deshielo”. La Décima no tardó en convertirse en todo un emblema de la liberación.

David Porcelijn y las notas de Vivaldi, Bach y Beethoven
David Porcelijn –experimentado director europeo cuya carrera se ha desarrollado fundamentalmente en Australia y Tasmania, en donde es reconocido como un verdadero especialista en el ámbito de la dirección operística– fue invitado a dirigir, el 11 de abril, el duodécimo concierto de la osx.
Además de la dirección de Porce-lijn, destacaron las actuaciones de cuatro jóvenes instrumentistas de la Facultad de Música de la uv, quienes interpretaron el Concierto para cuatro violines, cuerdas y continuo de Antonio Vivaldi (1678-1741). Las ejecuciones de Yuri Inti Bullón, Alexan-der Dechnik, Joanna Lemiszka y Jorge Castillo resultaron altamente satisfactorias tanto para el director como para los asistentes, pues demostraron sobre el escenario la preparación con la que cuentan.
El programa de este concierto se complementó con la Tercera suite en re mayor, bwv 1068 de Johann Sebastian Bach (1685-1750) y la Sexta sinfonía, conocida como Pastoral, de Ludwig van Beethoven.
Se dice que en el catálogo de Beethoven las sinfonías con número impar son las “grandes”, mientras que las que llevan el número par son sólo trabajos de transición hacia las obras portentosas y de mayor aliento. Las cosas parecen coincidir cuando consideramos que la Tercera fue precedida por una Segunda que no es mala, pero que palidece ante el poderío de su compañera. De la misma forma, la sutil Cuarta se anticipa al arrollador empuje de la Quinta, al tiempo que la Octava parece ser el respiro que el compositor se toma después de la Séptima y antes del abordaje de la prodigiosa Novena.
Al considerar lo anterior, supondríamos que la Sexta es una sinfonía “menor”. Nada más alejado de la realidad. Aunque su atmósfera es completamente bucólica y puede antojarse dulce y apacible en demasía, en la Sexta sinfonía es posible advertir la formidable genialidad del maestro para estructurar arquitecturas musicales amplísimas y vastas, partiendo de sencillas melodías rústicas.
En esta obra, Beethoven se dio la oportunidad de trabajar básicamente sobre el color orquestal y un sutil juego de cambios de tonalidades. En este sentido, la partitura contiene momentos verdaderamente geniales, y uno de éstos lo encontramos en el mismo primer movimiento, cuando un tema es repetido en crescendo, hasta desembocar en una inesperada resolución para la cual Beethoven recurrió a un procedimiento sencillísimo, un simple cambio de tonalidad. Sólo esto necesitó para lograr un instante único y maravilloso, una sugerencia de efectos de aire, de vegetación, de luz y sombras que muchos años después, con los músicos impresionistas, pudo ser conducida a su última expresión. El movimiento final contiene procedimientos parecidos, con una conclusión serena y meditativa, que se antoja tan necesaria en ese momento como el final apoteósico y grandioso de las sinfonías Quinta o Novena.

Eclecticismo musical
La secuencia de conciertos fue interrumpida por el periodo vacacional. Pero al regreso, la osx presentó otro programa pleno en eclecticismo y con un listado que parece haber sido ideado para satisfacer tanto los gustos más exigentes como las inclinaciones propias de quienes no están habituados a asistir a la sala de conciertos: la Sinfonietta del jalisciense José Pablo Moncayo (1912-1958), el Concierto para clarinete y orquesta del estadounidense John Corigliano (nacido en 1938), con Joaquín Valdepeñas como solista, y la Quinta sinfonía en do menor de Beethoven.
Valdepeñas es originario de Torreón, Coahuila, y actualmente se desempeña en la ciudad canadiense de Toronto. Es integrante de la orquesta sinfónica de aquella ciudad y lleva a efecto una notable actividad como profesor y recitalista.
De este programa, llamó la atención la obra de Moncayo, nacido en Guadalajara y fallecido en la Ciudad de México, quien resulta una de las personalidades más significativas del movimiento nacionalista mexicano, durante la primera mitad del siglo xx. Fue discípulo de Eduardo Hernández Moncada, Carlos Chávez y Cande-lario Huizar. En 1932 se integró a la Orquesta Sinfónica Nacional como pianista y percusionista; más tarde se hizo subdirector de la misma y, finalmente, director titular.
Ubicado dentro de lo que llaman “la segunda generación del nacionalismo mexicano”, Moncayo es una de las figuras más líricas y sencillas, generador de un estilo sonoro tan admirablemente armonizado e instrumen-tado, que revela de inmediato la influencia de las corrientes cosmopolitas del neoclasicismo europeo.
En su Sinfonietta –obra que, junto con La mulata de Córdoba, Homenaje a Cervantes, Cumbres y Tierra de temporal, ha sido opacada por la desmedida celebridad del Huapango– Moncayo recurrió a un procedimiento entonces impensable dentro de los cánones de la composición nacionalista mexicana: una síncopa de introducción que suena indudablemente a música popular estadounidense. Sin embargo, fue una más de las pinceladas propias del autor en una producción en la que el público acostumbraba encontrar las más diversas influencias.
Pese a aquel inicio, la Sinfonietta –que fue estrenada en el Palacio de Bellas Artes, el 13 de julio de 1945, en uno de los conciertos de la Sinfónica de México y con la dirección del autor– mantiene su valor intrínseco como obra de enorme originalidad e ingeniosamente estructu-rada, con tres movimientos claramente divididos entre sí (allegro-lento-allegro), pero interpretados sin interrupción.

Un concierto para las madres
El 9 de mayo, la osx presentó, bajo la dirección de Eduardo Diazmuñoz, un concierto dedicado a las madres, cuyo repertorio estuvo integrado por la Bacanal de la ópera Sansón y Dalila del francés Camille Saint-Saëns (1835-1921), el Segundo concierto para piano y orquesta del mismo autor, con la solista Silvia Susana Jiménez, y un listado de obras de Johann Strauss hijo (1825-1899), el conocido “rey del vals vienés”.
La trayectoria de Diazmuñoz en el campo de la dirección orquestal ha sido notable desde que debutó a los 22 años en el Palacio de Bellas Artes de México. A lo largo de su carrera ha conducido a más de 70 agrupaciones orquestales en Miami, Madrid, París, Buenos Aires, Chile y Nueva York, entre otros lugares. En México, sobresale su trabajo con la Orquesta Filarmónica de la unam, la Orquesta Sinfónica del Estado de México y la Sinfónica Carlos Chávez; también destacan las grabaciones que realizó junto con la Filarmónica de la Ciudad de México.
Silvia Susana Jiménez es originaria de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. En 1994 se trasladó a Xalapa para continuar sus estudios de piano en la Facultad de Música. Por su talento, la Universidad Veracruzana le ha otorgado las becas de Productividad Escolar, Música de Cámara y de Solistas que representan a dicha institución. Ha ofrecido diversos recitales en Chiapas, Veracruz, Yucatán, Quintana Roo y la Ciudad de México. Para perfeccionar su técnica ha realizado cursos con Istvan Nádas, Edith Pitch-Axenfeld, Jorge Luis Prats, Robert Hill, Pascal Rogé y Jorge Federico Osorio, entre otros. En diciembre de 1998 participó en el IV Concurso Nacional de Piano que organizó la uv, donde obtuvo el cuarto lugar y mención especial del jurado. En septiembre de 2002 concluyó, con alto promedio, la licenciatura en Piano de la Facultad de Música de la uv.

Homenaje a Roberto Bravo Garzón
Como un justo reconocimiento a Roberto Bravo Garzón, artífice de la actividad cultural que ahora se vive en Xalapa y generador de las condiciones que permitieron la estabilidad financiera de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, esta agrupación presentó el 16 de mayo un programa compuesto por la suite sinfónica Redes de Silvestre Revueltas, Primer concierto para corno francés y orquesta de Richard Strauss (1864-1949), con William VerMeulen como solista, las Danzas de Galanta del húngaro Zoltán Kodály (1882-1967) y la segunda suite de la música para el ballet Dafnis y Cloe de Maurice Ravel (1875-1937).
William VerMeulen es cornista principal de la Orquesta Sinfónica de Houston desde 1990 y también es miembro de la Houston Symphony Chamber Players. Además, se desem-peñó como cornista principal invitado con la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles durante la temporada 1998-1999. Antes de ello, formó parte de las orquestas sinfónicas de Chicago, Colón, St. Paul, Honolulu y Kansas City, así como de la Orquesta de Cámara Orpheus.
En la historia de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, el homenajeado –quien fue rector de la uv– ocupa un lugar de primera importancia, pues logró la incorporación definitiva de sus integrantes a la casa de estudios. Antes de ello, la orquesta se mantenía con un presupuesto mínimo, conjuntado gracias a los esfuerzos de un patronato que penosamente lograba reunir las cantidades aportadas por personas altruistas interesadas en la permanencia de la orquesta.

En un canto se unieron la osx, el mariachi Vargas y Eugenia León
Agrupación centenaria, plena en añeja tradición musical mexicana e identificada como representante del sonido típico de la música jalisciense, el mariachi Vargas de Tecalitlán se presentó junto con la osx y la cantante Eugenia León el pasado 23 de mayo, en el Gimnasio del Campus Universitario para la Cultura, las Artes y el Deporte, recinto que registró un lleno impresionante.
Para darle una nueva imagen a la música vernácula, el mariachi Vargas, bajo la dirección de Pepe Martínez, ha buscado interactuar con otros grupos y artistas como la osx, con la cual participó en el Festival Junio Musical 1997, así es que ésta no fue la primera vez que Xalapa recibió la visita del mariachi más grande de América.
El preludio para la zarzuela La revoltosa, del maestro español Ruperto Chapí, marcó el inicio de la velada, en la que se interpretaron también las piezas que han dado origen al estilo denominado “el mariachi sinfónico” y que ha vuelto célebre el mariachi Vargas, conjunto formado por la quinta generación de músicos y con algunos descendientes directos de su fundador Silvestre Vargas.
Momentos de especial emotividad fueron aportados por Eugenia León, quien presentó dos temas contenidos en el disco compacto que grabó con el tenor Ramón Vargas y la Filarmónica de la Ciudad de México, además de dos canciones junto con el mariachi.
La velada resultó, pues, una sucesión variada y casi interminable, incluyendo fragmentos de la zarzuela La boda de Luis Alonso de Jerónimo Giménez, canciones de Pepe Guízar, huapangos y, como un especial obsequio para los asistentes, el célebre Violín huapango, creación del propio Pepe Martínez, que el titular de la osx, Carlos Miguel Prieto, definió como una de las escasísimas obras que permiten el verdadero diálogo entre el mariachi y la orquesta sinfónica.

El sinfonismo beethoveniano
Con el fin de hacer sonar las obras menos difundidas de Ludwig van Beethoven (1770-1827) –las oberturas Leonora números 1 y 2, y las sinfonías Primera y Segunda–, la osx, dirigida por Carlos Miguel Prieto, presentó su último concierto de mayo.
No resulta extraño que en la obra orquestal de Beethoven, al considerar las sinfonías trascendentes, las famosas oberturas y los conciertos con instrumentos solistas, dejemos de lado una buena cantidad de creaciones. Piezas que ideó como música incidental para la escena, música para ballet, marchas, poemas sinfónicos aparecen a la vista del escrutador sin despertar más que un poco de curiosidad, excepto para quienes se interesan en profundizar en torno al desarrollo del joven y talentoso que llegó a convertirse en uno de los grandes maestros de la música clásica
Es interesante advertir que el sinfonismo beethoveniano procede directamente del estilo clasicista de Mozart y Haydn. Beethoven no aumentó considerablemente la formación de instrumentistas y puede afirmarse que la misma orquesta que Mozart exige para La flauta mágica o Don Giovanni podría utilizarse para la interpretación de la mayor parte de la obra instrumental de Beetho-ven, con la salvedad de algunos detalles menores, como el corno adicional para la Heroica o los dos cornos y dos percusionistas para la Novena. Lo mismo aplica para la orquesta que Beethoven ideó para la ejecución de su Fidelio.
Pero si desde este punto de vista Beethoven no fue mucho más lejos que Mozart y Haydn, otro asunto muy distinto es el tratamiento de la instrumentación. En Beethoven, sus contemporáneos encontraron una formidable tensión procedente del pentagrama, desconocida hasta entonces y sorprendente por su atlética fuerza. Las ideas matrices generadas se contraponen o se complementan para el logro de un plano sonoro que, para su proyección, exige de un resorte impulsor de mucho mayor poderío que el exigido por los compositores clásicos. Las exigencias individuales también variaron considerablemente. Nunca es lo mismo para un clarinetista de fila, un fagotista o un ejecutante de corno francés tocar la –engañosamente sencilla– melodía de un Mozart, que abordar las complejidades técnicas que propone Beethoven en cualquiera de sus composiciones.