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Algo
salió de aquellas tardes en apariencia perdidas.
Y, contra todo, somos lo que queríamos ser entonces.
José
Emilio Pacheco.
(Imitación de Tu fu para Sergio Pitol)
Al medio día de un 18 de marzo de hace setenta años,
una bellísima joven italiana le proporciona a su segundo
hijo el contacto inaugural con el mundo a través de la atmósfera
mexicana. En esas horas de mil novecientos treinta y tres nadie
podría imaginar el singularísimo recorrido vital y
creativo que le esperaba a ese pequeño, que sin saberse mexicano,
menos aún podría ubicarse como ciudadano del mundo.
Catarina Buganza-Buganza, además de su abuela y piedra de
toque para su conformación como sujeto, es el personaje
más importante de mi [su] vida:
por
ella me detengo a mirar palmeras y atardeceres, las arrugas de un
rostro y las patitas dulces y torpes de un cachorro. Nada me gustaba
tanto como ir a nadar al río; era buenísimo para jugar
beisbol, tomar el rifle. Aunque no lo crea ni Ripley, fui un niño
deportista. Después me dio paludismo y cada tercer día
me consumían las fiebres, y cada tercer día, Catarina
venía a sentarse en mi cama con un tomo del Tesoro de la
juventud, empezaba a leer y me decía: Ahora tú
síguele.
Los
maravillosos relatos y conversaciones de la abuela, en un ambiente
amoroso y protector, con una ventana siempre abierta a la fantasía
y a mundos desconocidos, lograron incubar su alma de viajero, amén
de propiciar que en su vida adulta se enamorara de las ciudades
como si fueran seres humanos, y que el hilo que tejiera sus tramas
vitales y creativas fuera la literatura. Ese pequeño meditabundo,
en las horas cuando la familia se pierde en la siesta, realiza largas
caminatas hacia su refugio, y se sienta solitario sobre el bagazo
tibio a reflexionar.
Mientras contempla una cañada limitada por árboles
de mango, cerca del río Atoyac, donde hacía poco tiempo
había perdido a su madre, funde por primera vez el mundo
ficticio y el real: es en un ingenio veracruzano donde el niño
Sergio adquiere su segunda nacionalidad de manera prematura, cuando
su imaginación lo convierte en un rusito.
Desde entonces ama a los perros, los protege, los entiende, los
sueña e inclusive los rescata; quizás por ello Sacho
lo eligió como fetiche. En Praga, cuando escoge un cachorrito
negro a sugerencia de los vendedores porque es rarísimo encontrar
un collie barbado de ese color, una pequeña bolita blanca
deja espontáneamente el regazo de la madre y se encamina
hacia Sergio. Sachito llega a México con apenas
mes y medio de vida, y asiste a varias escuelas para canes; los
maestros renuncian a enseñarle pues, al igual que su fetiche,
se resiste a aprender lo que dictan los cánones y decide
quedarse en la etapa de cachorro.
Cuando México declara la guerra a los países del eje,
Sergio tiene nueve años y convive con las perturbaciones
que tal hecho provoca en los inmigrantes italianos. Esa época
se recupera en Cementerio de tordos en algunas actividades
infantiles, como la de un niño que entierra los tordos muertos
para después desenterrarlos y sorprenderse ante la transformación
de la materia, sin encontrar una respuesta convincente que explique
lo ocurrido. Eso es tierno y cruel, como muchos juegos de los niños,
y permite interpretarlo como la muerte de la infancia: un jugar
con ella y enterrarla y después no reconocerla transformada.
Esos juegos y el ambiente de un ingenio veracruzano lo harán
conocer muchos infiernos personales y exorcizarlos mediante la escritura
de sus primeros relatos.
A los dieciséis años llega a la ciudad de México
y cumple los diecisiete como estudiante de la Escuela de Derecho;
será uno de los más jóvenes participantes de
las iluminadoras tertulias de Manuel Pedrozo, catedrático
de Teoría del Estado, quien sin saberlo continúa la
labor de la abuela Buganza al usar a Dostoievski, Sófocles,
Shakespeare, Balzac, para ejemplificar la enseñanza del Derecho,
y reafirmar esa apertura hacia el mundo y el arte. Asiste deslumbrado
a El Colegio Nacional a escuchar las magníficas y provocadoras
exposiciones de Alfonso Reyes y Diego Rivera; en esos años
viaja a Nueva York, Nueva Orleáns, Cuba y Venezuela y escribe
poemas que nunca conoceremos.
Se embarca por primera vez a Europa a los veintiocho años,
en el Marburg, un vapor alemán que flota aún cuando
se edifica el muro de Berlín. En Bremerhaven, apenas a dos
o tres días de la edificación del muro, en medio del
caos y de una mudanza colectiva e histérica, recorre la ciudad
y en completa soledad, sin observadores ni vigilantes, con rara
tranquilidad, visita una galería donde se exhiben los últimos
cuadros de Picasso.
En sus primeros días en tierras italianas, emocionadísimo,
quiere empaparse de la atmósfera donde su queridísima
abuela se paseó de niña y adolescente, para sentirse
más cerca de ella. Así inaugura la búsqueda
constante de las huellas de sus seres entrañables, sean éstos
reales o ficticios, en cada uno de sus viajes, al mismo tiempo que
de manera inconsciente construye las propias. Se sorprende de su
conocimiento de la lengua italiana, por haber sido siempre el idioma
de los adultos. Como buen caminador y viajero incansable, se ha
ido apropiando de cada una de las ciudades habitadas, que ya han
pasado a formar parte de su imaginario.
Tiene veintiocho años cuando llega a Roma, los mismos que
permanecerá fuera de México (en 1988 regresa definitivamente
a México, cuando hacía ya varios años que habían
dejado de existir los barcos de pasajeros).
Distraído en exceso para las cosas prácticas pero
poseedor de una brújula única para orientarse en el
mundo del arte, en un viaje a Venecia no encuentra sus anteojos;
la naturaleza espejeante de ciudad de agua, combinada con su miopía,
le permiten verla enmarcada por sombras y brillos a la manera de
las Vedute de Turner. Su inseparable baedeker mental, formada con
los referentes literarios, los cuadros y las atmósferas cinematográficas
coloreará cada una de sus vistas. Esa niebla y esas sombras
en su percepción de Venecia, desde 1961, nos muestran que
tanto en su perspectiva creadora como receptora, todas las verdades
son conjeturales y relativas. En su escritura los perfiles de los
personajes, narradores, escritores, cineastas, pintores, escultores
y pensadores, así como las atmósferas, los conflictos
e, incluso, el acontecer narrativo se esfuman, se delinean, se transforman
y se desvanecen de manera continua.
A mediados de 1962 regresa a México, permanece poco tiempo
pues el asesinato de Rubén Jaramillo y la atmósfera
mexicana de esos años lo motivan a regresar a Europa. En
1968 se encuentra en Belgrado como agregado cultural por un cortísimo
lapso, pues renuncia después de Tlatelolco; no podía
ser de otra manera. Tiene un sólido compromiso político
y social con su país y con los cambios en el mundo, como
lo ha mostrado en diferentes circunstancias sin importarle los costos:
no es un terroncito de azúcar.
Vive en una Roma diversa a la actual, previa al miracolo económico
con su mítica librería de la Via del Babbuino, antes
de que se multiplicaran las librerías Feltrinelli, con una
gran oferta pero con ambiente de supermercado; con su Via de la
Penna y Via dellOca, con dos trattorias esenciales en
el mapa de su vida, la de Mondino y la de Pietro, ubicadas
en la acera de enfrente de la casa de Elsa Morante y Alberto Moravia.
Allí se encontrará con María Zambrano, figura
trascendente en su vida, quien en la trattoria de Pietro se convertía
entonces en un personaje trágico: Hécuba, Casandra
y, por supuesto, Antígona; de esas reuniones con intelectuales,
presididas por la Zambrano, Sergio en algunas ocasiones no pudo
soportar tanta intensidad y salía de allí con
fiebre y pasaba algunos días enfermo en la pensión
donde vivía.
Casi diez años después de haber empezado a escribir,
inicia su labor como traductor en Varsovia, que por muchos años
fue su modus vivendi. Le da toda la libertad para su hacer y lo
mantiene del todo en Barcelona y de manera parcial en Inglaterra.
Vive una larga temporada en el hotel Bristol, en cuyo café-bar
pudo observar detenidamente y muy de cerca a Marlene Dietrich, a
Jacques Brel, a Peter Brook, a Arthur Rubinstein, a Claudio Arrau,
a Giorgio Strehler, a Ella Fitzgerald y a Luccino Visconti. Ahí
mismo, al medio día, conversa de Conrad y Thomas Mann con
Jerzy Andrzejewski. Por las noches, en un local nocturno de la calle
Foskal, hablaban de temas distintos, inmersos en un muro invisible
más allá del cual el mundo dejaba de existir.
Ha traducido entre cuarenta y cincuenta textos narrativos. Ese ejercicio
plurilingüe potencia su lengua materna en el proceso creativo,
sumado a la universalidad adquirida en los viajes y en la permanencia
en ciudades tan contrastantes; y con espacios polifónicos
reales y literarios (lectura, traducción, escritura) se construyen
así los claroscuros de sus universos ficticios donde el tiempo
se vuelve todos los tiempos.
Sergio siempre ha sido un creador ajeno a las corrientes contemporáneas
y despegado de las modas; su único compromiso es con el arte
y con sus personajes. Los precedentes vitales y culturales, unidos
a las reglas autoimpuestas para su escritura, funcionan como el
locus donde se unen ficción y metaficción, creación
y teoría literaria. Después de muchas vivencias y
desplazamientos y de diferentes etapas en su escritura, llega a
su más reciente rasgo innovador cuando se autoficciona. Lo
que se atribuye a sí mismo en su obra no puede modificarse,
pervivirá el escritor y el personaje de él mismo y
de otros, como el amigo y personaje de Enrique Vila Matas en sus
novelas Lejos de Veracruz y El mal de Montano, y como el héroe
tolstiano y hombre paisaje de Elena Poniatowska.
Cuando lo leo, me dejo llevar por el discurso y no me escudo en
la desconfianza sugerida por Tabucchi en su prólogo a la
Trilogía Carnavalesca y recupero todos los personajes en
uno que es accesorio y fundamental al mismo tiempo. Viven en él
y conforman esa suma de Sergios, el narrador, el lector, el crítico,
el personaje que deambula por la casa de Gogol, el joven pobre de
Escudillers, el elegante diplomático, el eficiente traductor,
el viajero atemorizado por ser acusado de ser lector de pornografía.
Hay una gran cantidad de pre-textos y pretextos para su pluma, lo
que nos relata, el congelamiento de una escena, los rasgos descritos,
construyen un Sergio que pasa a formar parte de nuestro imaginario.
Ignoro hasta dónde ha sido desplazada su memoria de diarios,
escrita y mental, por las necesidades de autoconstrucción
del personaje. Los requerimientos creativos rebasan el recuerdo,
permeado por la nostalgia, las emociones del momento, de la circunstancia
y del pudor de lo no dicho.
Muchos Sergios conformados con las conversaciones escuchadas, los
libros leídos, lo imaginado, lo real transformado en ficción,
sus viajes, lo observado, los deseos, las pasiones, los sufrimientos,
la orfandad, la soledad, el exilio voluntario, la amistad, la pintura,
el teatro, las ciudades, las cartas que lo han acompañado
en todos sus traslados. En sus textos todo es intensidad, desmesura,
y todo se funde en esa díada vida y literatura porque todo
es todas las cosas. Todo pudo ser así o pudo ser de muchísimas
maneras, o pudo no ser.
En 1988 regresa a México y en el 92 se instala en Xalapa,
una ciudad donde no puede encontrar la prensa en doce o quince idiomas,
como le era natural en los sitios en que ha vivido. Puedo afirmar
que con la juventud de su ars combinatoria, toda su plenitud creativa
y su intensidad vital contribuye ampliamente a un renacimiento de
la literatura mexicana.
Sigue siendo un hombre disciplinadísimo, voraz lector, curiosísimo
observador de la vida y sus detalles, conversador brillante; conserva
una memoria literaria prodigiosa, tiene un particular sentido del
humor y le encanta la risa. Le gusta la textura del lino, el algodón
y la lana, y confía en las propiedades del ámbar.
Suele ponerse ansioso con las esperas, las confirmaciones de eventos
o viajes, los actos protocolarios y, más aún, cuando
tiene que hacer turno para algo. Les huye a las multitudes, es cuidadoso
de su espacio y ha aprendido a equilibrar lo gregario y la soledad,
en esa constante lucha que Thomas Mann personifica en Tonio Kroeger,
entre la vida y la creación. Su doble carácter pisciano
lo define y su ascendente coincide con su signo. Quizás a
eso se deban sus preferencias por el color azul y su atracción
por lo marítimo. El sonido, los olores y la vista del mar
lo llenan de energía y en las etapas finales de su trabajo
le resultan indispensables. Nada ha podido romper sus vínculos
indisolubles con el tabaco, a pesar de algunas breves separaciones.
Para Juan Villoro, Xalapa, Venecia, Barcelona y Varsovia son
sus patrias en idéntica medida. Yo iría más
allá y agregaría que Pitol es un ciudadano del mundo,
y que algunas de sus moradas más caras son: Rusia, Italia,
Polonia, España, Praga y México. Y sus parentescos
con los autores de esas moradas son interminables: las reflexiones
del arte y la vida de Bernard Berenson, Henry James y la perspectiva,
Witold Gombrowicz y lo grotesco, William Shakespeare y los equívocos,
William Faulkner y la polifonía, Luigi Pirandello y las máscaras,
Leonardo Sciacia y una serie de conjeturas, Carlo Emilio Gadda y
el enigma, Antonio Tabucchi y la yuxtaposición de historias
y planos, Erick Ambler y la pluralidad discursiva, Thomas Mann y
las reflexiones sobre la escritura, Vladimir Nabokov y la ruptura
de planos narrativos, Hugo von Hofmannsthal y las diferentes versiones
de inicio, Arthur Schnitzler y Casanova, Alfonso Reyes y el delirio,
Angelo Maria Rippellino y las ciudades, Carlo Goldoni y los dramas
cómicos, Benito Pérez Galdós y El gran
teatro del mundo, La familia Burrón y el
humor, Giovanni Bocaccio, Mateo Alemán, Julio Verne y los
títulos interiores, Marlene Dietrich y su riqueza expresiva,
Rashomon y los puntos de vista, Mijaíl Bajtín y la
polifonía y lo carnavalesco, Norberto Bobbio y la tolerancia,
Matisse y el triunfo absoluto del color, Canova y la Paolina Borghese,
Rossini y la ópera bufa, Fellini y el drama cómico,
y una gran cantidad de etcéteras.
Los caminos de la creación son imprecisos, están llenos
de pliegues, de espejismos, de demoras; además de la calidad
estética de su obra, del gozo provocado por su lectura, su
utilidad cultural resistirá el paso del tiempo. Estamos ante
un escritor muy generoso, que además de divertimento nos
da una summa de lecciones de cultura contemporánea, guías
vitales, mapas literarios, partes esenciales de su vida, viajes
reales y ficticios, sus recursos creativos, una serie de ars combinatoria,
conocimiento de los sentidos, operación intelectual, calidad
humana, intensidad, dentro de la más perfecta arquitectura
que nos tiende los puentes pertinentes para deambular por sus mundos.
Después de leerlo ya no seremos los mismos, nos queda una
ansiedad por seguir leyendo, saber, ser más tolerantes, menos
ignorantes, más sensibles, reírnos de nosotros y de
nuestros enemigos, para intentar ser mejores seres humanos y sobrevivir
en la comedia humana y en el teatro del mundo.
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