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No
quiero dejar de emplear medio minuto de este tiempo para decir cuán
satisfecho y orgulloso estoy, y cuánto agradezco la distinción
de la Universidad Veracruzana y la asistencia de todos ustedes a
este acto. Para mí, México no sé ya si es mi
segunda o mi primera patria, vengo con mucha frecuencia a este país
en donde me siento como en mi casa y al que admiro y quiero entrañablemente.
Voy a tratar de analizar algunos aspectos de la globalización
en relación con la sociedad y, quizá, la sociedad
de la información. Supongo que muchos de ustedes, sin duda
ínternautas, saben que hay una página de la virgen
de Guadalupe en la red, que es para pedir y agradecer milagros.
El que no la conozca puede entrar en ella www.santa.org. Ahí
puede ver uno que desde el cáncer del padre al examen
del hijo o la reconciliación con la novia no sólo
desde México sino también desde Miami, Los Ángeles
y a veces desde Colombia y Nueva York, los ínter nautas piden
efectivamente favores, mismos que se les conceden, y en las propias
páginas web ellos agradecen los milagros que gracias
a Internet han logrado que se produzcan en su vida particular.
Esto podría hacerme suponer que el cielo ya ha entrado en
la Internet o que ésta ha entrado en el cielo, y el infierno
está en la red desde hace tiempo con la pornografía,
el crimen organizado, la pedofilia, etcétera. Por lo cual
comprobamos que, incluso, en esto la Internet es el paradigma de
lo que ya llamó John Naisbitt la paradoja global, y se convierte
así en una metáfora de la sociedad en la que vivimos,
de la civilización en la que vivimos, a la que llamamos globalización.
Hay algunos aspectos de la globalización en los que todos
se ponen rápidamente de acuerdo: su carácter transnacional,
su relación con la economía de mercado sobre
todo con la economía financiera, su deuda con los avances
tecnológicos
pero hay otras cuestiones que todavía
dividen a la comunidad académica y a la opinión pública
sobre la globalización que es, como dicen algunos, un sistema
articulado y orgánico, una especie de aparato de gobierno
en la sombra, o es simplemente una tendencia, una corriente cultural,
un fenómeno gobernado por alguien que responde a un plan
o un designio, o es un movimiento autónomo que escapa a los
poderes tradicionales que controlaban este mundo, un fenómeno
primordialmente o casi exclusivamente económico como
señalan los críticos, o hay aspectos culturales,
mediáticos, ambientales y de otros géneros tan importantes
o más que los financieros y los productivos a la hora de
contemplar la globalización.
Sobre todo: ¿nos enfrentamos ante algo que podemos escoger,
hay una alternativa, una elección que podemos hacer entre
la globalización o no?, ¿o es un fenómeno insoslayable,
cualesquiera que sean sus efectos con los que tenemos que convivir?
El profesor George J. Stigler, premio Nóbel de Economía,
ha llamado a estas interrogantes el malestar de la globalización,
precisamente porque genera una especie de paradoja interna a la
hora de enfrentarse con ésta; y es justamente Stigler quien
pone de relieve que mientras el capitalismo y el marxismo tuvieron
al fin y al cabo sus prescriptores que definían el modelo
Adam Smith para el capitalismo y Carlos Marx para el marxismo,
y eso nos permitía a todos de una manera o de otra comportarnos
con cierta coherencia a la hora de juzgar las sociedades o movimientos,
hoy todavía no hay un modelo ideológico, ni siquiera
me atrevería a decir un modelo lógico, que responda
a las necesidades de la organización del mundo globalizado.
Y como no tenemos ese modelo con el que podamos comparar lo que
sucede alrededor nuestro, se genera ese malestar al que refería
Stigler.
Hay que tener en cuenta que la globalización o las cuestiones
globales no son nada nuevo. Desde hace muchos siglos las relaciones
comerciales, los esquemas de dominación política,
las corrientes culturales, las doctrinas ideológicas y las
religiosas han mostrado siempre una ilimitada ocasión universal;
entonces ¿qué es lo que distingue a la sociedad actual
de la de tiempos anteriores?, ¿qué sucede para que
hechos al fin y al cabo tan cosustanciales a la historia, como el
flujo de capital y de personas a través de las fronteras,
la imitación de modas, la interpretación de las culturas
y las lenguas, merezcan ahora, más que nunca, el apellido
de lenguas, culturas o economías globales?
La respuesta a esta interrogante reside en la capacidad tecnológica,
recientemente adquirida por los humanos, de transmitir la información
en tiempos reales, y por eso esta sociedad global por la que circulan
a través de la red miles de millones de dólares en
cuestión de segundos, que cita la pasión de aprender
y mejorar el nivel de vida en la imaginación de millones
de habitantes de los países pobres, permite el desarrollo
de la educación y de la investigación, potencia los
servicios médicos, ensancha los mercados, derriba las fronteras,
cuestiona las nociones habituales de tiempo y espacio. Sin embargo,
esto no ha merecido el apelativo de sociedad del mercado global
o sociedad global de las finanzas o de las migraciones, ni siquiera
el de sociedad global del aprendizaje, tan importante como es, sino
que se llama sociedad global de la información, porque la
transmisión de datos en tiempo real es, precisamente, lo
que confiere a la nueva globalización un carácter
radicalmente diferente a las experiencias previas en la historia
de movimientos planetarios o globales.
De los sectores típicos contra la globalización existe
una tendencia a resaltar los aspectos económicos de ésta,
la dibujan como un sistema de dominación de las empresas
multinacionales que, amparado por los organismos financieros y abusando
de las políticas reguladoras de los gobiernos, tiende a la
centralización mundial de la economía y a la opresión
de los países pobres por unos cuantos privilegiados.
En ese sentido, tenemos que defendernos de la globalización
y huir de ella como de la peste, hasta el punto de que el filósofo
alemán Wolfgang Schaft sostiene que lo único peor
que el fracaso del desarrollo masivo de la globalización
significaría su triunfo. Pero el tremendísmo en las
premoniciones no ayuda al debate o a un debate tranquilo acerca
de la sociedad global de la información y, en cambio, nos
lleva a una especie de melancolía, y creo que tenemos la
obligación de darle al mundo la esperanza de generar precisamente
un futuro posible dentro de esa nueva situación planetaria
global. Al fin y al cabo, el planeta ha pasado por etapas incluso
peores a la que vivimos actualmente: hace dos décadas vivíamos
bajo la amenaza de la mutua destrucción nuclear, que era
un tipo de globalización bastante más destructivo
y preocupante que el de la sociedad global de la información,
aunque es verdad que después de los sucesos de las torres
gemelas y de la guerra en Irak se yerguen amenazas nuevas para las
que todavía no tenemos respuestas. En cualquier caso, todas
ellas anidan en el seno del nuevo concepto de la globalización
o de la globalidad que atraviesa la red.
Creo que conviene marcar el problema en estos términos: 20
por ciento de la población mundial acumula el 90 por ciento
de la riqueza y cerca de 3 000 millones de personas viven bajo el
umbral de los dos dólares diarios; o sea que los nuevos sistemas
planetarios, globales, digitales de la información generan,
por un lado, una mayor productividad y una mayor riqueza, pero,
por otro, una mayor concentración de poder y también
una enorme acumulación de capitales como no se había
conocido en la historia: fortunas inmensas, amasadas durante generaciones
por los monopolistas de materias primas como el petróleo
o por grandes industriales, palidecen ahora ante las que han sido
capaces de forjar, en menos de 10 ó 20 años, los líderes
de la nueva economía.
Por su parte, los gobiernos muestran una notoria incapacidad para
controlar el flujo de capitales a través de la red, precisamente
porque a lo que se enfrentan es a un cambio estructural del sistema
de la civilización en la que nos encontramos. Cabe decir
que la organización de la democracia tal y como la conocemos
se construyó en el siglo XIX con la erección de la
democracia burguesa, y responde a las preguntas y a las cuestiones
de la Revolución Industrial, por lo que ahora tenemos que
crear un sistema que responda a las demandas de la Revolución
Digital, que supone un cambio de civilización tan importante
o mayor del que supuso el descubrimiento de la máquina de
vapor en los albores de la sociedad industrial.
Si la sociedad digital es un caldo de cultivo para establecer una
especie de Big Brother universal que controla y vigila cada uno
de nuestros movimientos, podemos imaginar varios escenarios, por
ejemplo que nos van a poner colores en las líneas áreas
que viajan a Estados Unidos para saber si somos terroristas o no:
todos los computadores tanto de la policía como de la hacienda
pública de todo el mundo pueden estar controlados. Sin embargo,
al mismo tiempo, esas innovaciones tecnológicas han generado
la enorme ilusión de que hay una libertad nueva para expresarse,
una libertad nueva para crear. Prácticamente, la Internet
es la utopía del anarquista, todo el mundo puede decir a
través de la red lo que quiera, a quien lo quiera y como
lo quiera oír, a cientos de millones de ínter nautas,
pero ésta es la visión digamos optimista.
En este rubro de optimismo están los que dicen que es verdad
que la red genera un nuevo tipo de conocimiento, dado que en ella
converge prácticamente toda la información disponible
en el mundo. No hay nada que no se sepa, no hay nada a lo que no
se pueda acceder a través de Internet. Es como el sueño
de la biblioteca de Alejandría hecho realidad. Aunque, naturalmente,
para poder entrar al ciberespacio hacen falta dos cosas: por un
lado, capacidad de acceso tecnológico, lo que se llama banda
ancha en las comunicaciones, y todavía hay muchos pueblos
de la tierra que no tienen siquiera electricidad; por otro lado,
hay que tener el talento, la capacidad y el aprendizaje intelectuales
para utilizar este medio, para comprender o ser capaces de gestionar
este conocimiento, y en eso justamente es donde reside la amenaza
fundamental de la comunicación en el siglo xxi, el establecer
un mundo entre lo que algunos han llamado los info-ricos y los info-pobres.
Si hay algo verdaderamente virtual en la nueva economía es
precisamente el dinero. Algunos preguntan adónde ha ido el
dinero que se ha perdido en la crisis bursátil de los últimos
tres años, con el pinchazo de la burbuja de Internet. Cientos
de miles de millones de dólares perdidos en tres años
dónde están. ¿Adónde se ha ido esa cantidad?
No está en ninguna parte, se ha destruido igual que se había
creado, porque tampoco existía antes, pero era dinero con
el que se podía comprar cosas, viajar e, incluso, derribar
gobiernos. Podría decirse que en el esquema productivo que
normalmente era considerado como la conjunción del capital
y el trabajo para generar la plusvalía en un producto, ahora
el capital, el trabajo y la materia prima son precisamente la información.
Por eso, aquellas sociedades que no tengan acceso a la información
ya sea porque carecen de estructura tecnológica o porque
no tienen capacidad o conocimiento para utilizarla están
condenadas a padecer la pobreza y a aumentar el abismo de desarrollo
económico y cultural que existe hoy entre los países
pobres y ricos.
En los últimos 20 años, América Latina no ha
crecido en su producto interior bruto per cápita ni un solo
dólar. La renta per cápita de los latinoamericanos
de hoy es completamente igual a la de hace 20 años, y esto
se debe a que, en desarrollo tecnológico y en capacidad de
acceso, en gestión del conocimiento de este desarrollo tecnológico,
América Latina no ha sido capaz de ponerse a la par del desarrollo
de los países industrializados, avanzados de occidente.
Por último, quiero puntualizar algunas cosas sobre esto que
llaman la Revolución Digital la cual, consideramos,
es una nueva civilización, un nuevo paradigma, quiero
mencionar algunas características de esta revolución
que condiciona la cultura, la información, el periodismo,
la economía, la política, la religión
Por una parte, es una civilización planetaria que utiliza
un solo idioma y que tiende hacia la homogenización de culturas
y de comportamientos; por otra parte, es un fenómeno muy
rápido. Aunque algunos dicen: Internet se acabó.
Se pinchó la burbuja de los mercados y esto de la red ya
no sirve, en este momento, hay más de 600 millones
de personas con acceso a Internet en el mundo, y para que nos demos
cuenta de lo rápido que esto avanza basta saber que hace
20 años o menos de 20 no había teléfonos celulares
ni computadoras personales las primeras aparecieron en los
escaparates en 1981, hace 22 años, no existían,
no se habían creado. Desde que se inventó la imprenta
hasta que apareció lo más semejante a un periódico
moderno pasaron más de 250 años. De esta manera, vemos
con qué enorme rapidez pese a que a algunos nos parezca
que este proceso va muy despacio el cambio tecnológico
de la sociedad digital se está produciendo, rapidez que es
fácil comprobar si en vez de mirar hacia delante y no nos
damos cuenta de la velocidad que llevamos, volteamos hacia atrás
y vemos lo que hemos recorrido en tan poco tiempo.
Por otro lado, esta nueva civilización que es muy rápida
en su implantación no tiene límites geográficos
ni temporales. Lo estamos viviendo con la televisión digital
interactiva, y si es interactiva significa que ahora todo el conocimiento
está en la red, al alcance de todos. Pero el conocimiento
y la investigación han dejado de ser unipersonales para ser
cooperativos; de hecho, el hombre universal, el hombre del Renacimiento
ya no existe, ahora es el equipo del renacimiento: el saber está
en red, el saber es cooperativo. Es paradójico, porque a
la vez que es universal es muy local; a la vez que la red homogeniza
en inglés prácticamente las culturas de medio mundo,
cualquier persona en cualquier lugar del planeta puede en su lengua
nativa tratar de expresarse ante los demás y puede ayudar
a florecer las comunidades más pequeñas.
Por último, esta sociedad es virtual. El reino de la imaginación
o de lo virtual acaba por convertirse en realidad tangible como
me refería antes al hablar de la circulación financiera.
No hay riqueza en el mundo que garantice la economía mundial
en este instante. En el momento de la alza de las bolsas, las bolsas
mundiales valían dos veces más que todo el producto
interior bruto en el mundo, por lo tanto, la teoría de las
reservas de las reservas de la materia prima o de las que
se quisiera respecto a la solidez de las economías
caía por su peso. La riqueza del mundo, en este momento,
es verdaderamente virtual y se basa más y más en las
expectativas, en el futuro y en el crédito, todo ello a través
de la red.
Todo lo anterior genera un paradigma de la nueva civilización,
que es un paradigma revolucionario, y como en todas las revoluciones,
aunque ésta parezca tranquila, pasan dos cosas; por un lado,
inmediatamente después de que la revolución triunfa,
se establece una etapa de terror (no ha habido ningún periodo
en la historia en que los revolucionarios que han llegado al poder
no se hayan dedicado a cortar cabezas). Estamos, pues, en la etapa
de terror de la revolución de la Internet: después
de que los jóvenes de la nueva economía llegaron al
poder, hemos visto cómo se han deshecho fortunas, se han
cerrado empresas, se han arrumbado ideas y se han puesto en duda
profecías. Sin embargo, estoy seguro de que las premoniciones
sobre la red y la sociedad digital siguen siendo válidas.
Por otro lado, dicho paradigma revolucionario está liderado,
empujado y protagonizado por los jóvenes. Por ello, los mayores
en un mundo en que las jerarquías tradicionales desaparecen
porque precisamente el saber está en red, los maestros,
los profesores, los gobernantes, los empresarios, tienen temor ante
esta revolución liderada por los jóvenes, y la peor
manera de orientar un cambio y controlarlo es tener miedo a ese
cambio. Por ello, yo invito a todos ustedes y desde luego a la UV
a que no tengan miedo al cambio digital y a que asuman todos los
errores que el terror de la revolución está produciendo.
Sigan predicando. Muchas gracias.
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