Nacido
en Alejandría hacia fines del siglo IV, Palladas es una
curiosa figura de esta época crepuscular que asistió
al fin del mundo antiguo y al triunfo del cristianismo. De los
ciento cincuenta epigramas que de él se conservan en la
Antología Palatina, las tres cuartas partes revisten poco
interés o sólo interesan como retrato del pintor.
El resto divierte, sorprende, conmueve.
Como la mayoría de los letrados de su época, era
pagano, y todas sus fibras se adherían a la cultura antigua
y en consecuencia a los dioses de Homero. Enseñaba letras
en Alejandría, y tuvo ciertos éxitos en su oficio
pues recibió el agradecimiento del gramático Positheus,
quien le daba empleo. Falto de pecunio, lo vemos vendiendo
Calímaco y Píndaro para dar de comer a su
mujer, a la cual no quería, y sostener así su indigente
pareja. En alguna parte, nos confía que estaba cansado
de las cóleras conyugales, y que también estaba
cansado de aburrir a lo largo de todo el año a sus estudiantes
con la cólera de Aquiles, ese primer canto
de la Ilíada de donde los antiguos extraían sus
ejemplos y deducían sus reglas gramaticales.
Este pobre diablo tenía defectos de pobre diablo; este
palurdo tenía defectos de rústico. Las suyas eran
pesadas alegrías de maestro de escuela: una avidez parásita
para las cenas en la ciudad; recriminaciones cuando advertía
que no se habían servido grandes vinos en la mesa en que
él está o bien que la carne es de menor calidad
de lo que la buena platería hubiere hecho creer. Por otra
parte, este pequeño burgués de Alejandría
todavía es capaz de disfrutar de las migajas de lujo intelectual
de una gran civilización que está concluyendo. Va
a ver al teatro las piezas clásicas o las pantomimas, y
disfruta del agrio placer de burlarse de los actores.
El noble epigrama que nos lo muestra asistiendo al curso de Hypathia,
célebre matemática y filósofa, linchada en
las calles de Alejandría por el populacho cristiano, se
remonta sin duda a sus años de estudio; escrito luego del
asesinato de esta mujer ilustre, se confunden en su redacción
la amargura y el horror.
Por otra parte, este griego que asistió a la persecución
de los paganos por Teodosio, luego a la prohibición del
culto pagano por Arcadio, registra este cambio de régimen
del mismo modo que la mayoría de sus contemporáneos
ven los hechos a través de su pequeño lado anecdótico
y de anotaciones aparentemente fútiles, alternando en su
caso breves poemas (navrés) inquietantes de los cuales
se tratará más adelante, tiene bromas que se sienten
acompañadas de una amarga mueca sobre los dioses de bronce
a los que se manda a la fuente o a los que se disfraza de santos
cristianos, o bien sobre una prostituta que si no puede jurar
ya sobre los doce dioses del Olimpo jurará sobre los doce
Apóstoles. Odia a los monjes del desierto, falsos solitarios
cuyas bandas armadas descendían sobre Alejandría,
amotinando a la canalla; detesta, como sin duda nosotros lo hubiésemos
hecho en su lugar, el dogmatismo agresivo que para los no cristianos
era el aspecto más inmediato de la nueva doctrina. Sus
versos sobre los griegos, es decir sobre los paganos
(y que la misma palabra hubiese significado las dos cosas ya es
toda una indicación), sobreviviendo con estupor en un mundo
donde todo lo que apreciaban parecía muerto, son una de
las más amargas certificaciones que tengamos de un fin
de mundo.
De la misma manera en que las pequeñas tareas personales
de Palladas pasan a un segundo plano (al menos para nosotros)
comparadas con esa tragicomedia de una sociedad y de una religión
que cambia, de esa misma manera la amenaza en presencia de una
civilización moribunda se subordina en él al sentido
desesperado de toda condición humana. Es cierto que la
ausencia de ilusiones fue siempre una virtud griega: no definiremos
con mayor fuerza que Solón o Theognis el doble horror de
vivir o de morir, pero para ellos, la vida era tan noble como
atroz. La lealtad y la indignidad de nuestro hábitat carnal,
por el contrario, obsesionaban casi patológicamente a Palladas.
A decir verdad, cosa nueva entre poetas, ese asco se conocía
entre los filósofos: los cínicos y los estoicos
ya habían dicho todo eso. Sobre todo, lo habían
dicho para exhortar y exaltar en contraste al alma humana. Palladas
está menos seguro que ellos de los recursos del hombre.
Sin embargo, no piensa al revés de los monjes a los cuales
persigue con sus chillidos, pero a los cuales se asemeja por su
desprecio de la carne, a huir en el desierto de un mundo entregado
al mal.
Los grandes sueños neoplatónicos o herméticos
que en aquel momento consolaban a lo mejor del pensamiento pagano,
no son tampoco para él. Esta falta de entusiasmo contribuye
a hacerlo el honrado testigo de una noche negra.
Los versos de este maestro de escuela Alejandrina prefiguran a
veces los soliloquios descorazonados del Hamlet de Shakespeare,
la ácida sátira de Swift, la ensoñación
desolada de Baudelaire. En esos momentos es un gran poeta.
Traducción
de Adolfo Castañón
¿Para qué la pompa y los arreos?
Desnudo nací, desnudo moriré.
Anth.
Pal., X, 53.
La muerte es el matadero; el rebaño lamentable
Somos nosotros, y el universo solo es nuestro establo.
Anth.
Pal., X, 85.
Para la matemática Hypathia
Hypathia, oh, gran alma, adepta del saber que viene
(de lo alto,
en estos momentos en que tu voz grave y clara,
nos demuestra los cielos y su divino movimiento,
yo me maravillo, oh virgen sabia, y creo ver
brillando en el fondo de la noche a la otra Virgen,
(a la estelar.
Anth.
Pal., IX, 400.
La pobreza del letrado
Así,
igual que cualquier otro, mantengo
hijos, una mujer, un esclavo que sirve para todo,
un perro, algunos pollos... Créeme, hermano, que
(los ladrones
de platos están muy poco tentados de devorar mis
(bienes.
Anth.
Pal., X, 86.
Dos bromas al salir del teatro
I
A
un mal actor
Masacras
mis versos que nadie viene a defender
¿qué mal te hice?, dice tristemente Menandro.
Anth.
Pal., XI, 263.
II
A
un mal actor de pantomima
Cuando
es Niobe, es pesado como el mármol.
Y en Dafne, es tan rígido como un árbol.
Anth.
Pal., XI, 255.
Las dos alegrías del matrimonio
El
matrimonio sólo tiene dos alegrías exquisitas:
La boda, y cuando el viudo conduce el entierro.
Anth.
Pal., XI, 381.
Tres poemas sobre la muerte
de los dioses griegos
I
Acerca
de Hércules
Vi
a Hércules en sueños. ¡Ah, le
dije, has caído
Y tus honores! Bah, aprende que incluso un dios
Se las arregla como puede en este siglo mal parido.
Anth.
Pal., IX, 441.
II
Acerca
de un Eros de bronce
que se transformó en estufa para freír
Un
herrero hizo del hermoso Eros una estufa:
¡Sea! pues Eros nos fríe y funde nuestra médula.
Anth.
Pal., IX, 773.
III
Los
dioses se camuflan de santos
Con
Marina, los dioses antiguos permanecen de pie,
Cristianos, salvados del mortero que todo lo depura.
Anth.
Pal., IX, 528.
Contra los monjes del desierto
¿Qué
es esa banda? Pues bien, solitarios
¿Cómo? ¿Por millares? Buenos dioses,
las palabras se alteran.
Anth. Pal., XI, 384.
Probablemente escrito bajo la persecución de los paganos
bajo Teodosio
Los
dioses están cansados de nosotros, de nosotros
(los griegos, y todo se hunde
Cada día un poco más. Como es mujer y diosa, la
(murmuración nos engaña
Cuando, al perturbar el alma, algún ruido espantoso
(está sin duda en todas las bocas
Es verdad. Espérate a ver los días que siguen.
Pero el peor, el que viene, vendrá sin ser anunciado.
Anth.
Pal., X, 89.
El largo llanto
Nací
entre lágrimas; moriré entre lágrimas
Y la vida entre ambos fue un torrente de alarmas:
Pobre raza disuelta;
Pobre raza que fluye como una cascada de lágrimas...
Anth.
Pal., X, 84.
El triste juego
¡Recuerda
el juego turbio que te ha producido a ti,
Obra de un sobresalto y de una triste gota!
Hijos del cielo estrellado, divino, estás
reducido por ese
Sueño inmortal bajo la bóveda celeste,
¿Ese sueño de Platón? Vuelve a ti mismo,
y duda.
Mira de más cerca. Una flema disuelta en la carne
(húmeda
En una lasciva deducción. Eso es todo.
Hijo de la sabana húmeda y de la dedosa medianoche...
Anth.
Pal., X, 45.
El teatro del mundo
¿Nuestra
vida? Un espectáculo. Aprende, entonces, mi
(viejo hermano
A realizar la farsa con hilaridad o, por el contrario,
A vivir, como héroe trágico y hasta el desenlace
en
(pleno peligro,
En plena desgracia, en pleno tormento.
Anth.
Pal., X, 72.
El tiempo y el instante
Nacemos
todos cada mañana en el alba gris,
Sobreviviendo a nuestros ayeres y al pasado difunto.
No digas: Yo he vivido mucho... ¡Vano engaño!
De tantos días pasados, no te queda ninguno.
Tu vida o, mejor, lo que de ella te queda, parte de aquí.
Lo que precede es detritus, tizón ennegrecido.
Anth.
Pal., X, 79.
La ola del tiempo
¡Oh,
suerte del hombre! Inexorable tiempo
Dormimos, comemos, tristes o contentos,
Trabajando duro o haciendo aspavientos en la orilla:
El oleaje se hincha tras de nosotros y nos sumerge.
Anth.
Pal., X, 81.
La vida y el aliento
Vemos
al sol y respiramos el aire
Pues nuestra vida, así subsiste, oh, pobres hombres,
Y recibimos el ser, pues somos órganos,
Gracias a ese va y viene de un aliento frágil
Por nuestras narices, absorbemos este puro éter.
Pero en cuanto una mano aprieta por un momento
El istmo de la carne. El cuello, estrecho conducto,
Este aliento vivo se interrumpe, y nos sofocamos
Vacíos de viento.
Nadas hechas de un poco de aire en un jadeo de
(arcilla...
Anth.
Pal., X, 75.
Los últimos griegos
¿Estamos
muertos, nosotros los griegos, en una
(sombra profunda,
Vamos arrastrados, creyendo vivir y flotando en un
(sueño?
¿O bien somos los únicos vivos, cuando todo se hunde,
En el abismo y la vida está muerta y muerto el
(mundo?
Anth.
Pal., X, 82.
Traducción
de Adolfo Castañón sobre las versiones directas
de Marguerite Yourcenar