análisis,
una crónica o un ensayo marcados por el estilo monsivaiesco,
único e irrepetible.
En la Colonia Portales, el ojo del huracán de la actividad
imparable de Carlos Monsiváis, cronista por excelencia
del Distrito Federal y anexas, se realizó la siguiente
charla con el fin de compartir el vasto pensamiento del escritor,
cuya guarida está rodeada de luchadores que resguardan
el multiplén de libros, de retablos vigilados por todos
los gatos famosos como Félix, Garfield
o Don Gato y de otras figuras felinas.
En esa biblioteca, hemeroteca, pinacoteca, discoteca y filmoteca
de la Portales se desarrolló la conversación con
aquel que hace del sarcasmo un punto de vista, de la ironía
un hilo fino de sabiduría y de la estructura de mensajes
con información documentada una virtud; es decir, todo
es un gato encerrado, o varios gatos, a decir verdad.
Hace
años usted dijo que Televisa era la verdadera Secretaría
de Educación Pública. ¿Cree que a lo largo
de los años ya haya formado maestrías y doctorados
en el inconsciente colectivo?
En efecto, dije que Televisa era verdaderamente la Secretaría
de Educación Pública. La afirmación requiere
matices, sí es de alguna manera sustentable y hay efectivamente
doctorados y maestrías y lo que se quiera en ese complicado
panorama de la relación entre las imágenes de una
sociedad completamente icónica. Sin embargo, creo que la
verdadera Secretaría de Educación Pública
sigue siendo la SEP por la formación histórica,
por el lenguaje, por lo que se da ahí, como la comprensión
de la nacionalidad. La formación básica sigue dependiendo
de la sep, pero la disposición básica a entender
el mundo a través de unas imágenes, sí, ciertamente
depende de la televisión, no sólo Televisa, sino
el cable, los videos, los DVD
Es un mundo de las imágenes
que ha avasallado a lo que antes era el mundo de la palabra escrita,
aunque el método interpretativo, por fracturado o minimizado
que se encuentre, continúa todavía depositado en
la lectura.
¿Esa
herencia que hemos recibido de generaciones atrás está
culturalmente más agujerada?
Y era nuestra herencia una red de agujeros es una
traducción que hizo el padre Ángel María
Garibay de los cantares nahuas, que luego popularizó Miguel
León Portilla en su antología Visión de los
vencidos. Creo que nuestra herencia es una red de agujeros, pero
es también todo lo que ha sido la tradición nacional
que es mucho más vigorosa de lo que se piensa. Para empezar
es una herencia que nunca fue autista o que nunca se pensó
aislada del mundo, dado que el legado cultural mexicano incluye
desde luego la cultura española, la francesa y, en los
años recientes, la norteamericana.
Nuestra herencia es una red de agujeros si pensamos en el desperdicio
que se hace de todas las posibilidades de lectura, de todo lo
que significa por ejemplo la gran poesía, la
gran novela, el gran teatro, la gran música, que la mayoría
de la población desaprovecha para su empobrecimiento. Es
una red de agujeros si se considera que todo lo valioso que hay
en la versión mexicana o en la versión que se ha
conocido en México de la cultura de otros países
no está funcionando como debería ser en la vida
cotidiana.
Por otro lado, nuestra herencia no es una red de agujeros si tomamos
en cuenta que todavía tenemos presentes muchísimas
de las grandes conquistas artísticas culturales, que ahora
más que nunca se reconoce el valor del arte indígena
anterior a los españoles o posterior, que se pondera lo
que ha significado el muralismo con pintores como Rufino Tamayo,
que hay una idea muy clara de lo que representan poetas como Ramón
López Velarde, Carlos Pellicer, Octavio Paz, etcétera.
En ese sentido, aunque se trate de una minoría, como sucede
en todos los países, nuestra herencia no es una red de
agujeros.
Pero
ese peso cultural del que nos habla, muy importante por cierto,
está ubicado en el siglo XX.
No sólo en el siglo XX, sino también en el virreinato
con Sor Juana Inés de la Cruz, en el Siglo de Oro y el
siglo XIX con la generación liberal de la Reforma, la lectura
de Balzac, de Stendhal y de Flaubert y los poetas simbolistas.
Nuestra herencia es también Jorge Luis Borges y es Julio
Cortázar, es Gabriel García Márquez y es
Andrés Bello, es Simón Bolívar y es José
Martí
Es una herencia muy variada que, desde luego,
en el siglo XX tuvo una expansión enorme acorde a lo que
ha sido la ampliación del conocimiento y la multiplicación
de las creaciones culturales y artísticas. Pero ¿qué
sucede con esto?, que una mínima parte se aprovecha y se
desaprovecha también, porque en la medida que no está
incorporado todo este peso cultural a la visión de Estado,
lo que ya se iba diluyendo, ahora se ha desdibujado casi por entero.
Desde luego tenemos una clase política que no lee, que
no se interesa por las cuestiones culturales y cuya dejadez en
materia de conocimientos es tan grave que eso explica el carácter
preverbal que uno pueda verter en la televisión cuando
se les entrevista. Sin embargo, al mismo tiempo, siento que tenemos
quizá la infraestructura cultural más vigorosa de
América Latina, y esto hay que señalarlo porque
hay que defenderlo: tenemos canales culturales de televisión
que no existen en otros países y también disponemos
de generaciones jóvenes que están muy al tanto de
lo que se escribe, lo que se pinta, lo que se compone, y que ya
han incorporado al rock como parte de nuestra herencia.
Creo que el problema, más que de tipo cultural, es de tipo
económico. Esta epidemia de desempleo, que está
a punto de convertirse en el gran rasgo del país de principios
del siglo XXI, es la idea de que el empleo es para cada quien
una estación terminal, es casi un nicho en la Basílica.
Esto sí amenaza el proceso cultural porque convierte todo
la cultura, la vida social e, incluso, la pasión
por las imágenes en cuestión secundaria ante
la crisis psicológica, cultural y desde luego económica
que provocan el desempleo y subempleo o la sensación de
que al término de la carrera lo que espera es ese inmenso
paisaje desconocido y borroso en donde lo que se halle tendrá
que ser aferrado con ambición desmedida porque lo que se
consigue es terminal.
Usted
que ha seguido nuestra cultura popular muy de cerca, ¿siente
que ésta se ha desvanecido? ¿Es un amor perdido
o es parte del ritual del caos?
Considero, creo que la cultura popular que se vive en estos momentos
más bien es escuálida. Todo es cultura de masas
con una impronta de la televisión comercial desde
mi perspectiva muy deplorable. No obstante, lo que veo que
permanece en la cultura popular también es fuerte.
Tenemos que considerar que el término cultura popular no
es estrictamente la relación entre la persona o las colectividades
y los espectáculos, es también la gastronomía
y, en ese sentido, hay un renacimiento de la gastronomía
mexicana importantísimo, incluso hay un barroco gastronómico
que no se tenía pensado. También hay una recuperación
de lo que era la arquitectura popular que es fundamental para
nuevas generaciones de arquitectos y diseñadores; hay todo
lo que va dando una cultura popular internacional que, asimilada,
forma parte ya de las mejores tradiciones.
La cultura fílmica, por su parte, en su mejor nivel es
cultura popular y es una cultura popular globalizada. Lo que sucede
es que las culturas populares nacionales tienden a irse cada vez
más al museo, pero una cultura popular internacional no;
por ejemplo, en estos momentos pienso en los Rolling Stones, en
cineastas como Kurosawa o Hitchcock, que son indudablemente cultura
popular. Todo eso es muy enriquecedor; lo otro, eso que ofrece
la cultura de masas, pienso que por sí mismo se desgasta
porque su tiempo de vida es muy inferior a los cuatro o cinco
años, si dura más es debido a situaciones casi de
nostalgia. En cambio, hay que ver el poderío de Pérez
Prado, de Daniel Santos, de Celia Cruz, de las grandes cantantes
de bolero, de la arquitectura popular, del colorido popular, de
la gastronomía, del sentido de la decoración, del
culto por la miniatura
muchísimas manifestaciones
de la cultura popular que sí se mantienen y que se agregan
a otros países. Ya no se puede pensar en una cultura popular
que no sea latinoamericana y yo diría mundial. Y, en este
sentido, cuando uno sabe que de alguna manera García Márquez
es cultura popular en Cien años de soledad o que La suave
patria de López Velarde lo es también, al igual
que Jaime Sabines, uno tiende a valorar más al optimista:
hay cultura popular para mucho rato si ampliamos el término.
A
propósito de personajes populares, ahora leyendas, que
el siglo XX nos trajo, ¿considera que los medios de comunicación
actuales forman este tipo de figuras?
Esos personajes se forman con una relación muy viva no
sólo con el público sino con las fuentes, el dinamismo,
la potencia de una cultura que está allí, que estaba
en la Ciudad de México en los años treinta y cuarenta,
que estaba en La Habana, en San Juan de Puerto Rico, en Caracas,
en Bogotá, en Buenos Aires. Eso era un asunto primero de
las ciudades, luego de esa colectividad que llamamos pueblo y
finalmente de la calidad única de estas figuras, por lo
que eso no lo pueden dar los medios de comunicación, lo
darán quizá procesos que ahora desconocemos.
En términos generales, las fórmulas se han agotado,
porque no veo a un Lázaro Cárdenas, tampoco a un
Diego Rivera, ni a un José Clemente Orozco; entonces, creo
que no es sólo un asunto de cultura popular, es un asunto
de una nueva etapa donde lo global tiene un papel absolutamente
central.
En
esa globalización, donde al parecer los medios de comunicación
tienen en sus manos al mundo y donde se habla de la distribución
social del conocimiento, ¿somos fuertes, débiles
o estamos siendo manejados por un grupo económico?
Bueno, desde luego que estamos explotados y manejados por un grupo
económico, de eso no me queda la menor duda, pero somos
más fuertes de lo que se piensa. Pongo el ejemplo último,
la invasión a Irak es un acto absolutamente insensato del
gobierno norteamericano y de sus aliados Blair y Aznar. Se lanzan
contra un tirano ominoso, de los más crueles concebibles
como es Sadam Hussein, pero no lo hacen en nombre de la justicia
o del rerecho internacional, o de lo que podría ser muy
válidamente un rechazo a dictaduras tan sangrientas, sino
en nombre de los intereses del petróleo, como se ha probado.
¿Qué sucede?, que las protestas contra tales actos
van surgiendo en el mundo a pesar de los controles ejercidos.
Y esas manifestaciones de repudio son la expresión más
clara que yo conozco del respeto a los derechos humanos y de una
ciudadanía global que en este momento se constituye en
uno de los grandes alicientes, en un estado de ánimo, en
una capacidad de movilización que no pasa por los controles
de esa minoría monstruosa que domina. Haber logrado consolidar
esos espacios, detener la mentira e imponer el criterio ético
y hacer que ese criterio se desbordara en cientos de miles de
millones de personas en el planeta entero, me parece que es un
panorama que niega el determinismo y la sujeción permanente
a una minoría depredadora.
Hablando
particularmente de las universidades ¿qué papel
les corresponde en la globalización?, porque también
ha entrado una idea de mercadotecnia, del éxito por el
éxito
Y la bobaliconería de la autoayuda.
Ante
este panorama mundial, donde hay contrastes entre ética,
conocimiento y mentiras de ciertos grupos económicos, ¿qué
papel desempeñan las universidades públicas en el
siglo XXI?
Bueno, desde luego creo que en las universidades públicas,
en América Latina, se sigue concentrando lo mejor en cuanto
a formación se refiere, lo más crítico y
más actual del pensamiento. Sin disminuir a las universidades
privadas, noto que en éstas sobre todo en las que
están muy regidas por el fundamentalismo religioso
hay criterios muy pueriles que tienden a adornar; de hecho, en
ellas no hay propiamente una educación universitaria: son
colleges, high schools más o menos disfrazados pobremente.
En cambio, en las públicas, por ejemplo en el campo de
las ciencias, se sigue concentrando lo mejor, lo más sistemático
de la investigación, lo cual no sucede en las privadas.
Además, en las primeras hay un debate y en las segundas
ocasionalmente se registra, pues comúnmente están
detonadas internamente por la mochería y por las sandeces
de la autoayuda.
Considero que, en ese sentido, la responsabilidad de las universidades
públicas es enorme porque en su seno sigue depositado lo
mejor del proceso nacional, lo más vivo, lo más
crítico. Pienso que ahí hay que recuperar el criterio
humanista, que sí veo muy desdibujado, y que hay que luchar
por esos presupuestos que permitan la formación de científicos,
de gente que impone el pensamiento tecnológico, pero también
el pensamiento humanista y las ciencias sociales.
Aunque estas instituciones públicas se han defendido mucho,
creo que sí están viviendo una crisis considerable
por falta de recursos y por el sectarismo de una minoría
(vimos el desdichado caso de la unam con la huelga de 10 meses
que se prolongó por la desmesurada locura seudo ideológica
de un grupito). Por ello les toca asumir la gran responsabilidad,
evitar el sectarismo y el doblegamiento ante el neoliberalismo
y reivindicar lo mucho de lo público que ha significado
y seguirá significando en la vida latinoamericana.
Ahora
se habla de códigos de ética en los medios de comunicación,
y también ya se empieza a hablar de códigos de ética
en el trabajo. ¿Existen realmente?
Esos códigos de ética son bromas más o menos
considerables que sí alientan el sentido del humor, debo
decir. Cada vez que un consorcio publica su código de ética
ya sé que va a decir: Procurarás en toda ocasión
ser fiel a tu ideal, no permitirás que las
ambiciones penetren en tu espíritu
Todas esas
francas boberías que llaman códigos de ética
no significan nada, salvo el tener una excusa para seguir con
su misma rapiña capitalista de siempre, pero no creo que
los códigos de ética como tales sirvan para algo.
Lo que funciona es una educación donde la ética
tiene un sentido que se le sabe defender, donde la ética
impulsada por la seguridad de una sociedad civil atenta
al cumplimiento de las leyes se instaure en el gran valor
laico.
Sin
embargo, pareciera que vamos en un barco a la deriva
¿quién
puede enderezar la nave?
Lo de a la deriva sí es una imagen con la que
puedo concordar, pero lo de un barco me parece excesivo
tratándose del modo en que el gobierno maneja modesta,
errátil y torpemente su chalupa. Es decir ¿tanto
como barco?
uno no piensa ni siquiera en el Titanic para
levantar la imagen, sino en alguno de esos barcos turísticos
que recorren la bahía de Acapulco.
¿Qué es lo que está pasando? Que no saben
qué país gobiernan, no saben entonces qué
proyecto conducir, encauzar, formular; no saben cuál es
la historia del país que se les encomendó. Por lo
mismo viven improvisando el punto de vista, el proyecto
Yo veo un coro nacional de improvisadores en lugar de gobierno
y eso no me entusiasma. Cada vez que tienen oportunidad de mostrar
su relación con el país, leen textos que les escriben
por lo general jóvenes aburridos en la madrugada
y que sí tienen que ver con lo que estudiaron en carreras
como Ciencias Políticas o Ciencias de la Comunicación
o Leyes. La parte política de los informes presidenciales
ha sido de lo más patética en los años últimos,
porque ahí quieren levantar la voz en nombre de la ideología
que no tienen, del proyecto que ignoran, del país que desconocen
y de la energía cívica y moral de la que carecen,
entonces, no sé de qué estamos hablando.
Como
dice la canción del juego infantil La víbora de
la mar, los de adelante corren mucho y los de atrás
se quedarán. ¿Quiénes se quedarán
atrás?
Los de atrás ya se quedaron, los de adelante no corren;
ese es el problema: que hay la inmovilidad de quienes deberían
conducir el país y hay el rezago de los que están
sufriendo el atraso provocado por el desastre educativo, la injusticia
social causada por la concentración de capital, el pasmo
moral suscitado por la ausencia del Estado de Derecho, la estupidez
sangrienta de pretender hacer justicia por propia mano con los
linchamientos y ese tipo de actos bárbaros. Creo, primero,
que este es un mal momento de América Latina y de México
y que el optimismo sobreviviente está muy concentrado en
primer lugar en las acciones de la sociedad civil sectorial, deleznable,
lo que se quiera, pero que implican un proceso de solidaridad
y de reajuste a partir de una idea de justicia social. En segundo
lugar el hecho de que, pese a todo, el espíritu público
permanece y el espíritu privado no se ha hecho ni de lejos
como el dueño del escenario, y en tercer lugar porque la
sobrevivencia cree su racionalidad y esa racionalidad tiene que
imponerse porque ningún país se suicida.
¿Esta crónica caótica de la sociedad
civil no estará llevando a una nueva revolución?
Espero que no, y no creo que la revolución sea la respuesta,
porque, entre otras cosas, el término se ha gastado en
barricadas construidas febrilmente en artículos
que nadie lee.
Pienso que los sucesos que estamos viviendo nos pueden conducir
a una afirmación de la democracia como un sistema de reparto
equitativo e igualitario de las oportunidades y nos pueden llevar
a una concepción de la sociedad civil como la entidad o
el espacio en donde las personas se forman reconociendo sus capacidades,
sus potencialidades, y reconociendo que el interés colectivo
sigue teniendo una enorme fuerza. Este es el primer interés
que hay que levantar; además, despojar las formas más
mezquinas del egoísmo también contribuirá
a encontrar esa salida que, desde luego, no veo fácil ni
próxima, pero mi optimismo se funda, entre otras cosas,
en la profunda estupidez de la clase gobernante, en la insensibilidad
grotesca del sector empresarial y en la derrota continua de la
intolerancia de los grupos fundamentalistas.
Algo se avanza si lo mejor que tiene el país no está
ya con esas elites y si lo mejor que tiene esta nación
rechaza la intolerancia y la sujeción a las formas más
inquisitoriales que ya no se pueden padecer, lo vimos cuando intentaron
prohibir la proyección de El crimen del padre Amaro.
(Monsiváis
estaba a punto de partir a Monterrey a una reunión de bailes
populares y nos pidió con un gesto de indulgencia cortar
la plática, lo que confirmó que no hay muchos Monsis,
sino uno solo que se desplaza en el tiempo, así es que
la pregunta última, de ese momento, era obligada):
¿Qué
valor adquiere para usted la Medalla al Mérito Universidad
Veracruzana?
La Medalla al Mérito me sorprendió, siempre las
injusticias sorprenden. Creo que no la merezco y entonces trato
de ajustarme a la injusticia con toda la capacidad de agradecimiento
que tengo.
La UV ha mantenido un muy buen nivel en medio de situaciones dramáticas
en lo presupuestal, tiene una historia editorial de buen nivel,
de formación de escuelas como la de Antropología,
etcétera; entonces, que la UV me conceda esta distinción
me sorprende, me parece que forma parte de las injusticias que
no quiero denunciar y que me permite seguir en contacto con una
comunidad académica de la que, estoy seguro, el país
bueno, esta región específica aprovecha
bastante.
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