comunidades
diversas realizando su incansable apostolado, mismo que le ha
permitido sembrar la educación entre los sectores más
necesitados.
Durante su estancia en Xalapa, donde le fue entregada la Medalla
al Mérito Universidad Veracruzana en el marco de la Feria
Internacional del Libro Universitario, Latapí Sarre concedió
la siguiente entrevista para la revista Gaceta y la televisión
universitaria.
En los últimos años, el tema de la educación
resulta muy escabroso. ¿Qué peso adquiere en estos
inicios del siglo XXI?
Primero agradezco mucho la decisión de la Universidad Veracruzana
y la oportunidad de dirigirme a toda la comunidad universitaria
a través de esta entrevista. Es un gran gusto estar en
contacto con la UV. El tema de la Feria Internacional del Libro
Universitario sobre la educación y los medios de comunicación
en el momento actual nos obliga a hacer una reflexión acerca
de la distribución del conocimiento.
Empezaría por recordar que México ha sido siempre
un país caracterizado por sus grandes desigualdades sociales
y económicas. Hay testimonios de fines del siglo XVIII
y principios de la vida independiente, por ejemplo del obispo
Abad y Queipo o de Humboldt, sobre las enormes desigualdades económicas
que había, situación que continuó durante
todo el siglo XIX. En ese entonces no se logró un proyecto
de país inclusivo, pues las grandes poblaciones indígenas
quedaron marginadas del proyecto nacional de desarrollo. Lo mismo
pasó con las clases bajas, dado el sistema de castas que
existía por razones raciales.
Llegó la revolución en el siglo XX con un gran proyecto
nacionalista e inclusivo, pero duró poco: de 1917, en que
termina la lucha armada, hasta los años cuarenta, poco
después del cardenismo. Empezó después un
proyecto capitalista en el que las desigualdades no sólo
se substituyen, sino que además crecen. No es este el tema
del que vamos a hablar directamente, pero basta echar una mirada
hoy a las enormes brechas salariales que existen en el país.
Sabemos que
según los últimos datos del INEGI 26
por ciento de la población recibe sueldos mensuales menores
a tres salarios mínimos, o sea, cerca de 26 millones de
familias perciben 3 600 pesos; un 20 por ciento obtiene cinco
salarios mínimos, y el porcentaje restante tiene ingresos
mensuales que presentan brechas escandalosas, pues oscilan entre
los 7 000 pesos para las familias medias bajas integradas por
cinco o seis miembros y los 100 000 o 120 000 (pesos) para aquellos
que trabajan en los sectores privado o público.
¿Por qué sucede esto? Hay ciertamente condicionamientos
externos como la capacitación de las personas y de
eso vamos a hablar en la educación, pero sobre todo
hay una falta de políticas económicas que procuren
una mayor equidad social, no sólo en lo económico
sino en lo social y en lo cultural; hay muy poca cohesión
social, somos muchos grupos yuxtapuestos. Los pobres tienen sus
propios mundos, los medianos los suyos y lo ricos también,
eso significa calidades de vida diferentes, maneras de divertirse
distintas, capacidades de viajes desiguales, circuitos de recreación
diversos: somos muchos Méxicos, no somos uno, eso es falso
y muy peligroso.
Ante esta situación de inequidad social, la educación
se ve afectada por muchísimas variables sociales y económicas,
sobre todo en la calidad. Los indicadores son terribles: seis
millones de analfabetas, que persisten desde hace varias décadas
principalmente entre personas de más de 50 años,
se encuentran principalmente entre indígenas, sobre todo
en las mujeres. Hay municipios en Oaxaca, Guerrero y algunos otros
estados que tienen un índice de analfabetismo de entre
35 y 40 por ciento, mientras que el índice nacional es
de nueve
por ciento.
Nuestro promedio de escolaridad es de siete grados. Hace 30 años
nos ufanábamos de que fuera de cuatro grados, o sea, más
o menos una década es lo que se requiere para elevar en
uno este promedio de años de escolaridad y basta ver las
facilidades que tienen unos y las dificultades que enfrentan otros.
Hay ciudades que cuentan con grandes universidades privadas nacionales
y extranjeras, cuyo acceso está condicionado a la
capacidad que se tenga de pagar la educación considerada
de calidad, y podríamos discutir el término de calidad.
Pero, por otro lado, existen poblados chicos que tienen una mala
escuela multigrados perdida allá en la sierra a donde no
llega casi nada, sólo maestros heroicos que tienen que
caminar cuatro o cinco horas para asistir a su trabajo.
La distribución de la educación no es tan grande,
estadísticamente hablando, como la distinción del
ingreso monetario. Los pobres tienen mala educación, los
medianos reciben mediana educación y los ricos adquieren
buena educación, al menos mucho más cara. Ésta
es la situación de inequidad en este rubro no sólo
en cuanto a cobertura de oportunidades se refiere, sino sobre
todo en cuanto a calidad. Lo comprobamos ahora con las nuevas
evaluaciones del aprendizaje en matemáticas, en español,
en geografía y en otras asignaturas curriculares: vamos
viendo una estrecha correlación entre clase social y aprendizaje.
El sistema educativo nacional, ese gran operativo tan caro que
absorbe nuestra mayor parte de presupuesto de egresos, no funciona
colectivamente. Y ahora el mundo nos dice que entramos a la era
que llaman la sociedad del conocimiento, donde la riqueza de las
naciones, su capacidad de producir, no depende de los recursos
naturales ni de los salarios, sino del conocimiento acumulado
que le denominan capital humano, expresión que no me gusta
porque rebaja al hombre a términos de materia-capital.
Estamos, entonces, condicionados a una distribución de
ese capital humano sumamente virtual y sumamente caro. Tenemos
poco conocimiento como sociedad mexicana en su conjunto y tenemos
una escasa capacidad de aprendizaje para asimilarlo, para hacerlo
productivo y aplicarlo de una manera creativa a nuevos productos,
a nuevos servicios, a nuevos procedimientos de mercantilización.
Esa es nuestra situación.
La
educación es un ejercicio fundamental para impulsar el
desarrollo de nuestro país; no obstante, sigue siendo una
materia pendiente
Así es. Realmente el gran proyecto nacional de José
Vasconcelos de concebir a la educación como un componente
en un proyecto nacional sigue en el papel, pero las políticas
reales que se aplican, los efectos de equidad, apenas si se dejan
ver.
Hay avances. Acaba de salir un estudio muy valioso del Proyecto
de las Naciones Unidas sobre Desarrollo (PNUD) que tiene un índice
que combina diversos indicadores: el de ingreso per cápita,
que es el clásico, e indicadores de educación, de
salud, de calidad de vida en general. Este índice de desarrollo
humano lo publica desde hace nueve años la Organización
de las Naciones Unidas, y de 180 países solemos sacar el
lugar 52 o 54 por ahí andamos arriba de la media,
pero sólo por las condiciones en que viven los países
africanos y del sur asiático.
Este año apareció el proyecto de Índice de
Desarrollo Humano México 2003, un esfuerzo de un grupo
de investigadores vinculados al PNUD y que tiene una metodología
original aprovechando los datos estadísticos disponibles
que estudia a México por estados. Ahí me encontré
con sorpresas: sí hay dinámicas de convergencia
en índices de salud, de educación e, incluso, de
ingreso per cápita; es interesante el dato, quiere decir
que, no obstante los errores de las políticas y a pesar
de las presiones internacionales para adoptar ciertas estrategias
que fortalezcan al capital y no al trabajo, se va logrando un
poquito más de homogeneidad social, educativa y cultural.
Con
esos datos que usted nos da, aparece una radiografía que
ya conocemos, pero hay otras instituciones que han hecho su labor
amparadas por el Estado, hablo de los medios de comunicación.
¿Qué valores nos han dado? ¿Cómo nos
han educado como país?
Es un tema fundamental y por eso celebro mucho que sea el tema
de la Feria Internacional del Libro Universitario. Karl Popper,
filósofo austriaco que murió hace pocos años,
conocido como el filósofo de la democracia, decía
que lo esencial de la democracia es que a todo poder corresponde
un contrapoder; que si hay un ejecutivo, haya un legislativo;
que si hay un presidente municipal, haya un concejo municipal;
que si hay fuerzas populares, haya un voto que controle; que si
hay administración pública, haya contadores, y que
el único poder social que no tiene contrapoder son los
medios de comunicación.
¿Quién los controla? Al menor intento de reglamentación
rasgan sus vestiduras y argumentan que se atenta contra la libertad
de expresión. En este año tuvimos varios casos.
Algunos canales de televisión se han defendido ante la
mínima pretensión del Estado de llamarles la atención,
no se diga de reglamentar. Pero el aspecto cualitativo de los
valores que difunden la radio y la televisión, principalmente,
es trágico.
He visto de cerca cómo se hacen los noticiarios en las
grandes cadenas comerciales de televisión, cómo
cada mañana el equipo de un noticiero verifica qué
pasó a las seis de la mañana y mide el rating de
cada noticia; así revisan que si en Arkansas un gatito
se subió a un árbol y tuvieron que venir los bomberos,
que si el presidente está peleado con el Congreso, que
si murieron más soldados americanos en Irak
¿Para
qué hacen eso. Para no perder audiencia, y así planean
su próximo noticiario de la noche, no en función
de la trascendencia de la noticia, no con la intención
de formar una opinión pública, no con el propósito
de dar ciertos criterios humanos para opinar sobre lo que pasa
en el mundo, sino en función de no perder audiencia, de
que el oyente de radio o el televidente no cambie de canal. El
rating, la búsqueda de mercado para poder vender más
caro su espacio a publicistas o a la empresa que se anuncia, es
la norma del noticiario.
Todos sabemos lo que son los programas de televisión, las
telenovelas, el gran producto que exportan esas cadenas televisivas,
los programas de entretenimiento tan absurdos, triviales y estúpidos
que, no obstante, logran audiencias inmensas (como el Big Brother
en su acepción más grotesca). No hay duda: lo que
menos importa en la televisión es difundir valores para
construir un país humano, y no hay poder que se contraponga
a los medios. ¡Y eso es el futuro de la niñez y de
la juventud!
Y
como no existe tal contrapeso, ¿los medios de comunicación
se convierten en nuestro único educador?
Así es, el gran educador sentimental de la sociedad mexicana
ha sido, en los últimos 40 años, Televisa. Caso
aparte son los canales 11 y 22 que, siendo del Estado, hacen una
labor cultural muy seria, importante y apreciable, pero cuyos
ratings en general no pasan del tres por ciento de las audiencias.
¿Qué decimos, entonces, de los medios de comunicación
y la escuela? Hay un artículo en la Ley General de Educación
que dice casi textualmente lo siguiente: Los medios de comunicación
masiva procurarán ajustar sus programas a los fines de
la educación nacional, que figura en el artículo
7 de la Ley General de Educación, y a los criterios de
la misma que figuran en el artículo 8. Artículos
totalmente inofensivos que nunca han pensado reglamentar, nunca
se han discutido en el Congreso de la Unión y puedo asegurarles
que no pasará nada en los años siguientes. Por un
lado va la escuela con sus buenas intenciones, sus propósitos,
sus artículos constitucionales, sus orientaciones para
la formación de maestros, sus empeños por la formación
cívica y ética en secundarias y primarias, pero
por otro lado va la televisión, con su terrible programación
que es vista por los chicos durante más de cuatro horas
y media en promedio, destruyendo por la noche, como se dice, lo
que se hizo por la mañana.
¿Quién controla a los medios? La SEP no, incluso
se lava las manos diciendo que los medios dependen de Gobernación.
¿Qué pueden hacer las instituciones educativas ante
esto? Primero, y dada la ocasión que nos reúne en
las universidades, creo que las instituciones pueden ser más
equitativas en el acceso de los muchachos a ellas, en la manera
en como se les promueve y, sobre todo, en la calidad que se distribuye
en las diversas carreras. Pueden tener políticas más
inclusivas que procuren compensar, desde adentro, lo que toda
sociedad hace tan difícil afuera. De hecho, hay universidades
que se han esmerado en ser más equitativas, que no se han
dejado llevar como muchas de las privadas por el éxito
económico conseguido gracias a un mayor número de
matrículas o a la venta de una calidad que
tiene los mismos valores de éxito que presenta
la televisión, sino que han procurado dar realmente valores
humanos formativos.
Segundo, considero que tenemos que enseñar a los estudiantes
a ver televisión y a oír radio, lo que se llama
educación para la recepción. Luchar directamente
blandiendo espadas en contra de los medios es una batalla perdida,
pues éstos están hechos para hacer dinero, no los
araña siquiera una denuncia de un grupo de investigadores
o un nuevo libro crítico, no los lastima la oposición
que pueda hacer una universidad; en cambio, si se educa a los
alumnos a analizar lo que ven, a reflexionar sobre la manipulación
que se promueve en un programa o un anuncio, fortaleceremos una
resistencia en contra de esa labor nefasta de los medios en México.
Hay diversos grupos privados formados por padres de familia
o maestros que se esfuerzan en educar para la reflexión,
y ahora con la explosión tecnológica proliferan
más, pero no creo que sea distintivo de nuestras universidades.
Fuera de algunas escuelas de comunicación social que son
ejemplares, pocas son las que enfatizan esta capacidad crítica
de oyente y televidente tan importante para el futuro.
¿Y
en dichos grupos está presente la reflexión, el
análisis sobre la educación?
Hablar de educación es un término muy general. Hay
grupos de profesores e investigadores, hay postgrados excelentes
no se diga en la unam y en algunas muy buenas universidades
del país en que se hace una labor crítica,
hay revistas espléndidas para analizar la situación
social, económica, política y cultural, pero cuando
uno ve el tiro de revistas de espectáculos que llegan a
40 000 o 50 000 ejemplares mensuales comprende uno que este ambiente
de crítica está confinado a una elite intelectual.
Los que estamos habituados a seguir la prensa crítica,
a leer periódicos y revistas, a coincidir y discutir con
nuestros colegas del medio universitario o con nuestras amistades,
seremos tal vez el dos por ciento de este sector intelectual,
más la clase política y quizá con un poco
de la clase empresarial dudo que lleguemos al cinco por ciento.
Cualitativamente no es poco, porque es un porcentaje que puede
influir en decisiones políticas y que tiene capacidades
para presionar a las instancias gubernamentales, particularmente
la Cámara de Diputados y algunas de sus comisiones, así
como la Cámara de Senadores, pero la educación fuera
de esos núcleos o pequeños cabildos de intelectuales
preocupados por las situaciones y el desarrollo del país
no hace todo lo que pudiera hacer por elevar esa conciencia crítica
de toda la población: creo que ahí tenemos una gran
tarea por realizar.
¿Le
corresponde a cada individuo, a cada mexicano hacerlo?
Por supuesto, yo creo que cada profesor de la universidad, cada
trabajador universitario y cada estudiante debe plantearse esto
como un problema personal y colectivo.
Sin
embargo, la sociedad se construye y los medios queramos
o no contribuyen a la educación informal de niños
y jóvenes que tarde o temprano tendrán en sus manos
la responsabilidad de tomar decisiones. ¿Cómo ve
el futuro de estas generaciones?
Con enorme preocupación. México es un país
joven demográficamente. Estamos en un proceso de transición
y son los jóvenes los que decidirán lo que va a
pasar de aquí al año 2050, y no vayamos más
adelante. Las próximas elecciones dentro de tres años
van a estar dominadas por el enorme porcentaje de menores de 25
años, y si los partidos no encuentran la oferta adecuada
a esa juventud, están perdidos. No estamos sólo
ante una brecha generacional, no estamos ante una liberación
de tabúes o una sacudida radical del pasado en busca de
un futuro determinado por los jóvenes, y lo veo con preocupación
porque no toda la juventud tiene la educación suficiente
ni las familias que la respalden. De repente, en los noticieros,
se ven eventos de verdaderos grupos vandálicos que se lanzan
a la calle con dos o tres lidercillos sin ninguna norma, sin ningún
valor
y la ley no se aplica.
Hemos llegado a un momento, por las mismas desigualdades sociales,
de falta de cohesión y conflictividad latente, a una fase
en que se habla mucho de Estado de Derecho pero el político
prefiere la solución negociada: diario tenemos uno o dos
ejemplos de impunidad. Me preocupa que esta situación se
prolongue ante una juventud que va endureciendo su piel contra
la ley, al ver que no se aplica y que, aunque se aplique, tiene
tantos agujeros y tantos recursos legales para posponer una sentencia,
un arresto o encarcelamiento que los jóvenes se sienten
más allá de la ley.
Creo muy loables los esfuerzos que ahora realiza la SEP para promover
una cultura de la legalidad, no la ley por la ley como a veces
lo toman los vecinos del norte. No una ley humanamente atenida
como elemento constructor de sociedad, una ley que es parte del
sentido ciudadano, pero puede estar equivocada. La ley es algo
sagrado, algo infalible que debemos obedecer sin cuestionar. La
norma moral debe estar arriba de la ley, y si la primera está
bien y la segunda mal, hay que seguir la moral. Esta cultura de
la legalidad es muy importante para la formación de la
juventud actual.
Hablemos
de las nuevas tecnologías. ¿Cree que éstas
ayudarán a la distribución del conocimiento o al
control del mismo?
Tiene siete u ocho años que se empezó a hablar de
la era del conocimiento como una nueva brecha entre ricos y pobres,
lo estamos viendo en nuestro país. Desconozco el porcentaje
exacto del acceso a Internet en México pero dudo que sea
del 10 por ciento, dado que esta posibilidad está condicionada
en general por aspectos económicos. No vaya a estados pobres
como los del sureste, no vaya a Zacatecas, a Nayarit o a la Huasteca
a buscar cuántos chicos y chicas acceden a Internet. Por
lo pronto, mucho está en inglés y se requiere de
una capacidad que llaman procedimentar, es decir, entender qué
va primero, qué va después y en dónde se
hace clic. Todo esto lo aprenden los jóvenes desde muy
niños y lo hacen muy bien, los viejos nos maravillamos;
sin embargo, hay una brecha entre los que tienen acceso a Internet
y la aprovechan y los que no, porque una cosa es tener acceso
y divertirse con un grupo de chat o buscar la última canción
del grupo de rock y otra es aprovechar y relacionar los conocimientos
que nos den un sentido de construcción personal.
Hay un proyecto que me parece maravilloso, se llama Enciclomedia,
pero no se ha dado a conocer en la prensa. En las últimas
semanas, aún no he encontrado un solo artículo periodístico
que hable del proyecto que intenta relacionar cuanto video educativo
tenemos en México, de modo que cualquier estudiante o cualquier
profesor pueda disponer de ese conocimiento con saber relacionar
una cosa con otra: es un proyecto sintetizador del conocimiento.
Ese material está almacenado en la Videoteca Nacional con
una serie de indicadores, es decir, si quiere saber algo sobre
los códices prehispánicos busca usted códice
y le va a salir, por ejemplo, la vida de Gonzalo Aguirre Beltrán,
los estudios de Miguel León Portilla, las teorías
de Enrique Florescano
y usted dispone de todo eso como profesor
para dar su clase y como estudiante para meterse a navegar y aprender
lo que quiera, no para piratearlo y pasar un examen, sino para
construir su propio conocimiento. Ese es un proyecto importante,
integrador, formativo y que está progresando.
Don
Pablo, platíquenos de su etapa como periodista en Excélsior
y en Proceso, donde abrió espacios importantes para escribir
sobre la educación.
Me fui a hacer un doctorado a Alemania y terminé en 1963.
Regresé a México y opté por fundar el Centro
de Estudios Educativos, una institución que se considera
pionera en la investigación educativa. En aquel entonces,
prácticamente no había nada de investigación
con un sentido interdisciplinario, por lo que, con mucho esfuerzo,
empecé a formar investigadores que afortunadamente, al
correr del tiempo, empezaron a crear otras instituciones. Hoy,
los especialistas en educación somos un conjunto reducido
frente a lo que requiere un país de 100 millones de habitantes;
si llegáramos a 1 200 sería un número demasiado
optimista. En el Sistema Nacional de Investigadores los que nos
dedicamos a la educación no llegamos a más de 100,
pero estamos distribuidos en varias instituciones.
Como investigador siempre he considerado que ese conocimiento
especializado al que me he dedicado debe llegar a la opinión
pública para que los ciudadanos hagan su diagnóstico
sobre determinados problemas, conozcan las críticas que
hacemos los que investigamos y critiquen, a la vez, nuestros análisis
para que sean capaces de proponer alternativas a los políticos.
Por lo anterior, desde la primera semana de enero de 1964 empecé
a escribir en la prensa. Fue a verme Julio Scherer, antiguo amigo
que conocí desde que éramos muchachos, a decirme
que en las páginas editoriales de Excélsior
querían especialistas que escribieran sobre ciertos temas
y me invitó a hacerlo sobre educación. Le dije:
Julio, yo no soy periodista, soy investigador. Él
me contestó: Es lo que busco. Mira, tengo a fulano
escribiendo sobre comercio exterior, a zutano sobre economía,
a Gutierre Tibón sobre antropología
Necesito
tu colaboración en educación.
Así empecé a escribir mi primer artículo
con un tema que resultó de cierta forma preanuncio de una
línea muy fuerte de mis preocupaciones: educación
y justicia social. Continúe hasta que Luis Echeverría
acabó con el Excélsior de Scherer, en julio
de 1976, y en noviembre de ese año empecé a colaborar
en Proceso, revista en la que he escrito a lo largo de
más de 20 años, no de manera continua por razones
de viaje, pues estuve fuera de México en servicios diplomáticos,
me fui también seis años a realizar trabajo rural
de alfabetización con campesinos del norte de Querétaro.
Esos artículos se han publicado en siete volúmenes
con el título Tiempo educativo mexicano, y están
por salir en la editorial Santillana los tomos I y II de Horizontes
de la educación, lecturas para maestros, porque muchos
de mis textos tenían como destinatario principal a los
profesores.
He sido, por tanto y en cierta forma, un testigo permanente del
desarrollo educativo de México, un crítico independiente.
He colaborado con tres secretarios de Educación que me
lo pidieron y a los cuales acepté, otros dos me invitaron
y decidí declinar, pero siempre les he dicho: compran
mi tiempo, mas no mi criterio ni mi cabeza. He sido, pues,
un crítico independiente, razonado, documentado, centrado
y ese conocimiento ha contribuido a formar una opinión
pública creo yo más madura, más
independiente, en materia educativa. En estos 40 años ha
habido un cambio muy profundo en la concepción misma de
la política educativa nacional. Cuando empecé a
trabajar, todavía alcancé la segunda época
de Jaime Torres Bodet en 1964 con López Mateos
cuando estuvo al frente de la Secretaría de Educación;
después, siguieron Yáñez, Bravo Ahúja,
etcétera. A lo largo de este tiempo siempre he propugnado
para que la sep no sea una secretaría como las otras, sino
un ministerio del pensamiento.
La política educativa tiene que ver con el ser humano,
con su formación, con México, con lo que es y puede
ser; o se elabora ahí un proyecto de Nación o no
se elabora en ninguna parte: no esperemos que Gobernación,
Relaciones Exteriores, Comercio Exterior o Agricultura lo hagan.
Creo en ese camino de concebir a la política educativa
vinculada a valores humanos, no sólo como una instancia
técnica en donde se planee con indicadores cuantitativos
muy perfectos, donde se hagan diagnósticos y evaluaciones,
sino donde se piense. Lo primero que debe hacer un secretario
de Educación es ser un filósofo la palabra
puede ser excesiva, pero tiene que ser político,
lidiar con presiones enormes, con fuerzas políticas sindicales,
con sectores empresariales conservadores, etcétera; sin
embargo, tiene que defender las grandes orientaciones, las políticas
de Estado en la educación. Los encargados de esta labor
fundamental deben pensar, no se puede gobernar sin hacer antes
ese esfuerzo.
¿Usted
cree que lo entienda el secretario de Educación?
La secretaría es muy compleja, hay grupos muy valiosos.
Admiro mucho, por ejemplo, el trabajo continuado del Acuerdo Nacional
de Modernización de la Educación Básica y
Normal (ANMEBN), que se firmó en 1992 entre el gobierno
federal y todos los gobernadores. Lo valoro porque a partir de
éste se derivan ciertas políticas de Estado en materia
de federalización de la educación básica,
de calidad y contenido curriculares y de políticas de magisterio.
Pondero también la labor de la Dirección General
de Contenidos y Métodos Educativos que desarrolla la renovación
gradual de currículo de todas las asignaturas y la producción
de libros de texto que son realmente un ejemplo en el ámbito
internacional.
Tenemos magníficos libros de texto gratuitos que son elaborados
con mucho conocimiento y esmero por investigadores no sólo
de México sino del extranjero, y que se ponen a disposición
de nuestros niños y jóvenes. Hay mucho de bueno
en la SEP como hay también deficiencias, omisiones, pérdidas
de oportunidades para saltar hacia delante. Creo que en el campo
de la educación hay muchos pendientes que no se supieron
atender con el bono del cambio, de la transición que no
es tal sino que se quedó en la alternancia.
Hoy elaboro un libro que se llamará tentativamente La SEP
por dentro en el que se incluyen entrevistas con varios ex secretarios
que han sido actores fundamentales a partir de 1992 hasta la fecha.
A través de este trabajo he visto cómo algunos supieron
moverse muy aprisa en sus primeros meses. Por ejemplo, es increíble
lo que hizo Ernesto Zedillo, quien, sea cual sea su actuación
como presidente, como secretario logró el ANMEBM, elaboró
el proyecto de iniciativa de la Ley General de Educación,
organizó toda la federalización y la transferencia
de la educación básica y normal a todos los estados
y fortaleció sus equipos técnicos, echó a
andar la reforma curricular integral con programas emergentes
de libros de texto aun con los tropezones que dio con el
libro Historia de México y con La Cartilla Moral de Alfonso
Reyes, de la cual tuvo que embodegar 600 000 ejemplares, debido
a que la dirigencia sindical no quiso que circularan. Sin
embargo, Zedillo se movió en muchos campos a favor de la
educación tecnológica y de las políticas
de financiamiento de la educación superior. Es increíble
la cantidad de instituciones que impulsó, como el Consejo
para certificar las competencias laborales. Pasó sólo
20 meses en la SEP e hizo todo eso.
Está también Fernando Solana, quien durante su primera
estancia en la secretaría (1977-1982) creó el inea,
el Conalep, la UPN, entre otros. Además, la verdadera desconcentración
con el establecimiento de las delegaciones en los estados fue
obra de él. Buenos ejemplos como los anteriores existen,
pero, desgraciadamente, no podemos decir lo mismo de estos tres
años de la actual SEP.
El
proyecto de educación mexicano le puso un candado muy fuerte
a la Iglesia, pero parece que actualmente ésta lo quiere
derribar incluso con barretas para abrir las puertas. ¿Eso
pone en peligro a la educación de nuestro país?
Desde años atrás ha habido un conflicto de poder
entre Iglesia y Estado: una Iglesia renuente a aceptar el nacimiento
de un Estado secular y unas Leyes de Reforma que se enconaron
contra el catolicismo. Llegó la Constitución de
1917 que explayó todavía más la laicidad
escolar, la cual oprimió injustamente iniciativas religiosas
en la educación que debían quedar libres de coacción
y estableció un régimen de excepción con
los ministros de culto en materia educativa.
Están, por ejemplo, el artículo 3° y sobre todo
el 34, donde Jaime Torres Bodet mantuvo muchos de estos elementos
de verdadera situación de indefensión jurídica
de los particulares y no es más que un término para
incluir también a la Iglesia, pues dentro del sector privado
ésta va a ser la institución de mayor capacidad
de organización educativa y de formación de maestros.
Entonces, el conflicto seguía latente, pero por razones
internacionales se dio la primera reforma del artículo
3° constitucional que hizo el presidente Carlos Salinas de
Gortari y se quitaron estos elementos para que nuestra legislación
pasara la prueba de la democracia internacional y para ajustarla
a los compromisos contraídos.
Sin embargo, no está resuelto el problema de poder entre
la Iglesia y Estado, no están suprimidas las pretensiones
de algunos obispos de introducir una clase de religión
en la educación obligatoria. Todavía en abril de
2002, la Conferencia Episcopal levantó esas demandas alentadas
quizá porque en la campaña del presidente (Vicente)
Fox hubo declaraciones y promesas deliberadamente confusas en
materia de laicidad escolar que tendían a favorecer los
intereses religiosos. Afortunadamente no ha sido así, los
funcionarios actuales de la sep son prudentes y se ha respetado
la laicidad escolar, por lo que las aguas han tomado su nivel
nuevamente. A ello hay que agregar que existen grupos empresariales
que pretenden llevar el agua a su molino.
La educación es siempre un estanque turbulento y en una
sociedad conflictiva como la nuestra, en que lo mismo se encuentran
anticlericales y católicos junto a pensadores y mochos,
todos tratamos de convivir y a veces nos peleamos, aunque a veces
nos toleramos. Es obvio que al discutirse políticas educativas
resurjan estos pleitos que a veces llegan a situaciones ridículas.
No
quiero concluir esta conversación sin antes preguntar:
¿la Medalla al Mérito Universidad Veracruzana que
este año recibió significa algo para la educación
en México?
Desde los años cuarenta conozco la labor cultural de la
UV porque descollaba entre las demás universidades (todavía
no había una universidad por estado). En 1984 tuve el privilegio
de conocer al ex rector Fernando Salmerón y llevamos una
amistad realmente cercana. Tuve también la suerte de conocer
a otro ex rector, Rafael Velasco Fernández, con quien colaboré
muchos años. Además, por la labor que hacía
la revista La Palabra y el Hombre y la actividad editorial
ejemplar y excepcional de la UV, esta institución me era
desde entonces muy conocida. Mayores nexos de colaboración
personal en lo académico no he tenido, pero espero que
con motivo de esta medalla podamos estrecharlos.