(1770-1827)
en 1800, cuando el coreógrafo Salvatore Vigano le encargó
la música para un ballet con el mismo nombre, el cual se
estrenó en 1801 en el teatro de la Corte Imperial de Viena
y tuvo gran éxito, al grado que hubo necesidad de representarlo
en varias ocasiones.
Pero la producción de Vigano se ha olvidado por completo
y la música que Beethoven compuso para este espectáculo
no se ubica precisamente entre lo más célebre de su
autoría. De hecho, haber sido escrita en una época
en que su estilo primario acusaba una fuerte influencia del clasicismo
de Haydn parece haberle restado méritos. Pero este asunto
es engañoso, ya que de los fragmentos que Beethoven escribió
para Las criaturas de Prometeo se derivaron varios temas que fueron
utilizados en la sinfonía Heroica.
El Segundo concierto para piano y orquesta de Johannes Brahms (1833-1897)
fue compuesto en un lapso relativamente prolongado, entre 1878 y
1881, durante los veranos que Brahms pasaba en la zona austriaca
de Portschach. Pese a sus dimensiones y características (Joaquín
Gutiérrez Heras y Jorge Velazco le han denominado “concierto
mamut”), Brahms acostumbraba referirse al mismo en términos
sumamente modestos. Una vez terminado, le llamaba: “un pequeño
concierto con un breve scherzo”, según una misiva que
envío a su amiga Elisabeth von Herzogenberg. En él
encontramos una formidable fuerza emotiva, profundidad conceptual
y sonrientes gestos. Pese a ello, en su estreno en Budapest, en
noviembre de 1881, registró una recepción muy fría.
Por su parte, la creación de la Sexta sinfonía, conocida
como Patética, se ubica hacia la parte final de la existencia
de Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) y en uno de los periodos más
amargos de su periplo creador. En diciembre de 1890 el compositor
recibió un duro golpe que le afectó el resto de sus
días, cuando la viuda Nadiezhda von Meck, su mecenas durante
un período de más de 12 años, le retiró
el subsidio argumentando una inexistente quiebra y se negó
a responder a las misivas de Chaikovski.
La Sexta, la más grandiosa y personal de sus obras, fue recibida
fríamente por el público la noche de su estreno, el
28 de octubre. Nueve días después, Chaikovski estaba
muerto. Semejante extraña circunstancia, combinada con la
atmósfera an-gustiante y pesimista que se respira a lo largo
de toda la obra, así como el hecho de que el músico
ingiriera agua contaminada por el virus del cólera, le han
valido el mote de La sinfonía del suicidio. El Adagio lamentoso
del final es un fragmento de emocionada desolación, de una
amargura sin estridencia que nos da la idea del acatamiento de un
acre destino. No hay aquí el más mínimo detalle
de rebeldía; es la más absoluta claudicación.
Este final se da en medio de una música que se disuelve entre
las sombras de una mortal desesperanza.
La
OSX inundó de música otros escenarios
Durante la tercera semana de febrero se cumplió con uno de
los objetivos: atender a las poblaciones cercanas lo que condujo
a la OSX a Perote, Naolinco, la sala chica del Teatro del Estado
y a la iglesia de Guadalupe en Coatepec. El director huésped
fue el xalapeño Rubén Flores, con los solistas Martha
Elizabeth Paredes en el violín y Juan Manuel Solís
al clarinete.
El programa se integró con el Concierto para violín
y orquesta en sol mayor de Haydn, el Concierto para clarinete y
orquesta y la Cuadragésima sinfonía de Mozart.
Se supone que Franz Joseph Haydn (1732-1809) escribió por
lo menos cuatro conciertos para violín entre 1761 y 1771,
todos dedicados a Luigi Tomasini, quien se desempeñaba al
lado del propio Haydn como kontzertmeister en el castillo de Esterházy.
Es de creerse que pudo haber escrito algunos más, pero el
músico no era precisamente un hombre ordenado y esto se hace
evidente ya que no existe un catálogo de sus obras.
El Concierto para clarinete y orquesta ocupa un sitio sumamente
especial en el catálogo de la obra de Wolfgang Amadeus Mozart
(1756-1791). Es la última partitura puramente instrumental
que escribió y fue terminada en 1791, a unos cuantos meses
de su muerte. Se sabe que había pensado escribir un concierto
para corno di bassetto (un clarinete de timbre grave) pero por razones
no del todo claras se decidió a escribir el concierto que
nos ocupa.
Es una obra que se ajusta al estilo maduro propio del compositor
hacia finales de su existencia. Contiene la huella de una mano maestra
firme y sorprendente, la cual estructuró una de las pocas
obras musicales que pueden ser calificadas sin reserva como perfectas.
Su desarrollo se da en medio de una serena naturalidad y luminosa
transparencia que borra por completo las dificultades técnicas
que también le son propias. Al mismo tiempo, el manejo de
sus temas se da de manera tan profunda y personal que con frecuencia
suena abstracto y misteriosamente distante.
Dos fueron las formas musicales que funcionaron admirablemente para
que Mozart mostrase sus formidables posibilidades como orquestador:
los conciertos con solista y las sinfonías. Con Mozart, la
orquesta se convirtió en un formidable vehículo expresivo
en cuyo perfeccionamiento y desarrollo ejerció la más
poderosa influencia de su tiempo.
En el lapso increíblemente corto de tres semanas, durante
el verano de 1788, Mozart escribió sus últimas tres
sinfonías: la 39 en mi bemol mayor, la 40 en sol menor y
la 41 en do mayor. La Cuadragésima fue escrita en una tonalidad
menor, algo que el autor no hacía desde 1773, cuando asignó
la misma tonalidad de sol menor a su Vigésima quinta sinfonía,
de modo que la Cuarenta abre un compás de oscura melancolía
en medio de la luminosidad optimista de la 39 y la 41.
Los
nacionalistas mexicanos y un invitado
Una de las tendencias dominantes en la dirección artística
de Carlos Miguel Prieto es el nacionalismo mexicano. De hecho, todo
en él nos muestra a un director que ha hecho su especialidad
la obra de los compositores mexicanos de la primera mitad del siglo
XX. Es precisamente la época en que la música sinfónica
se nutrió de elementos populares y característicos
de nuestro pueblo.
El quinto programa de la Temporada 2004 incluyó la Sinfonía
india de Chávez, un intervalo en el que se incrustó
el Tercer concierto en do mayor opus 26 para piano y orquesta de
Prokofiev, con la pianista de origen argentino Ingrid Fliter, y
dos obras de Revueltas: Redes y Sensemayá.
La Sinfonía india fue escrita por Carlos Chávez (1899-1978)
en la ciudad de Nueva York, durante el invierno de 1935-1936 para
un concierto que sería transmitido por la radio. Se estrenó
el 23 de enero de 1936 y poco después, durante este mismo
año, la obra fue incluida en la programación de la
Orquesta Sinfónica de Boston y en la de México.
Para su Sinfonía india (no nos confundamos; no es una sinfonía
en varios movimientos sino, en realidad, un movimiento sinfónico
único), Chávez empleó temas de los indios seris
y yaquis de Sonora y huicholes de Nayarit. Tratados de una forma
sumamente personal -con una nutrida formación de percusiones
-, estos temas se incorporan admirablemente al discurso orquestal
y por momentos nos dan la impresión de ser ideas surgidas
espontáneamente.
El Tercer concierto para piano de Serguei Prokofiev (1891-1953)
no surgió de un impulso creador espontáneo. Fue el
producto de un trabajo lento y largamente madurado. Se sabe que
desde 1911 Prokofiev ya tenía en mente algunas ideas que
posteriormente empleó en esta obra; las variaciones del segundo
movimiento fueron trabajadas entre 1916 y 1917 y fue terminado en
1920, durante una breve estancia en la región francesa de
Bretaña. Se estrenó el 26 de diciembre de 1921 con
el autor como solista y la Orquesta Sinfónica de Chicago
dirigida por Frederick Stock.
El propio compositor lo presentó en Nueva York en 1925 con
una aceptación regular y más tarde, en 1927, fue recibido
en Moscú con verdaderas aclamaciones.
El poderío artístico de Silvestre Revueltas (1899-1940)
ha sido comparado con la creatividad del Stravinski de La consagración
de la primavera. Semejante parangón contiene una buena dosis
de sentido común. Sin embargo, el personaje musical que mejor
parece emparentar con Revueltas es el también ruso Modesto
Musorgski (1839-1881). Ambos han sido ubicados como los máximos
representantes del nacionalismo, ambos padecieron los demoledores
efectos de la dipsomanía y murieron casi de la misma forma.
La música para la realización fílmica Redes
de Fred Zinnemann fue entregada por Revueltas en 1934, luego que
se reunió con el equipo de filmación en el puerto
veracruzano de Alvarado. Esta música hubiera descansado el
sueño de los justos de no ser por la intervención
del director de orquesta Erich Kleiber, quien reunió los
fragmentos para las diversas escenas y los conjuntos en la suite
sinfónica que hoy conocemos.
El poema Sensemayá de Nicolás Guillén funcionó
como elemento inspirador en el ánimo artístico de
Revueltas. Este poema, poseedor de una rítmica poderosa,
pertenece al poemario West Indies, Ltd., publicado en 1934 por Nicolás
Guillén. La repetición de palabras y frases, a la
manera de la música afroantillana, se encuentra palpitante
en esta creación que nos remite directamente a los rituales
de la santería caribeña y que inspiró a Revueltas
para escribir su poema sinfónico Sensemayá.
De
finlandeses, rusos y soviéticos
El sexto programa contuvo un interés especial: la presencia
del director polaco Jerzy Swoboda y del vio-lonchelista mexicano
Carlos Prieto. Este último, padre del titular de la OSX,
se hizo presente para participar como solista en el Primer concierto
para violonchelo y orquesta, del soviético Shostakovich.
El programa inició con la obertura Karelia opus 10 de Sibelius
y culminó con la interpretación de la Segunda sinfonía
de Chaikovski.
La obertura Karelia y la suite que lleva el mismo nombre comparten
un origen común. En 1893 la Corporación Estudiantil
de Viipuri, de la Universidad Imperial de Alexander, realizó
los arreglos necesarios para poner en marcha un programa educativo
tendiente a reforzar la cultura finesa en la provincia de Viipuri,
en Karelia occidental, zona muy cercana a la frontera con Rusia.
La idea era generar una obra teatral con escenas propias de la vida
en Karelia, con el apoyo de los mejores artistas de Finlandia. La
música incidental para esta producción fue asignada
a Jan Sibelius (1865-1957), quien retomó algunas ideas impresas
en su obertura Karelia, dada a conocer un poco antes con el número
de opus 10. En ella nos aporta su apreciación global en torno
de la áspera belleza de la región, con una introducción
que describe el emblemático castillo de Viipuri.
En 1959, al regresar de Estados Unidos en un segundo viaje efectuado
para recibir su designación como miembro de la Academia de
Ciencias, Dmitri Shostakovich trabajó en su Primer concierto
para violonchelo y orquesta, que habría de ser dedicado al
virtuoso Mstislav Rostropovich. Shostakovich describió el
primer movimiento como “una marcha jocosa”, que supone
una descripción extremadamente eufemística. Se trata,
en realidad, de un fragmento cargado de ironía mordaz y humor
sarcástico, acentuados por las cáusticas sonoridades
de las maderas y los agresivos pasajes asignados al solista. Contiene
además, en su movimiento final, una gro-tesca secuencia que
recuerda la canción popular denominada Suliko, muy gustada
por Stalin. Por lo demás, el segundo tiempo es un lírico
mode-rato de carácter elegíaco y el tercero es una
extensa cadenza que mantiene la continuidad en el carácter
total de la obra.
El compositor ruso Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) escribió,
en rigor, siete sinfonías; las seis que le conocemos y otra
no incluida en el listado: la sinfonía Manfredo, opus 58,
escrita en el año de 1885, precisamente entre las sinfonías
Cuarta y Quinta.
La Segunda sinfonía fue escrita hacia el verano de 1872,
cuando el compositor visitó a su hermana en Ucrania, en una
población de la provincia de Kiev, y su estreno se dio en
Moscú, en febrero de 1873, con la orquesta dirigida por Nikolai
Rubinstein. El hecho de utilizar en la misma temas procedentes del
acervo popular ucraniano, como la melodía Bajar por el padre
Volga en el primer movimiento, o La grulla para el cuarto, despertó
la admiración del exigente Grupo de los Cinco, los compositores
que generaron el movimiento nacionalista ruso, quienes observaron
en la Segunda sinfonía una buena manifestación de
sus propios principios estéticos.
Este asunto es por demás paradójico, ya que finalmente
Chaikovski nunca se alineó con los propósitos de ese
grupo y actualmente se le considera como el más occidentalizado
de los autores rusos de la segunda mitad del siglo XIX. La autocrítica
citada hizo que Chaikovski revisara su sinfonía en el año
de 1879, versión que se estrenó en 1881 en San Petersburgo.
James
Paul, por primera vez en Xalapa
El viernes 12 de marzo marcó el debut en Xalapa del estadounidense
James Paul. El programa presentado por Paul contó con la
obertura Mar en calma y viaje próspero de Mendelssohn, Concierto
para flauta y orquesta de Nielsen y las Variaciones enigma de Elgar.
En este séptimo programa, la solista en el concierto de Nielsen
fue la joven y talentosa Kori Wayta Bullón, cuyo nombre es
una expresión en quechua que significa literalmente flor
de oro.
En 1829 Félix Mendelssohn-Bartholdy (1865-1957) realizó
su primer viaje a Inglaterra y las islas Británicas. De regreso
a Alemania escribió su Quinta sinfonía, la obertura
Las Hébridas, su Primer concierto para piano y orquesta y
la obertura Mar en calma y viaje próspero en re mayor, opus
27. Esta obertura forma parte del repertorio menos difundido de
Mendelssohn y se inspiró en un poema de Goethe, lo cual llama
la atención desde el momento en que Beethoven también
lo tomó para su opus 112. La obertura inicia con un tema
lento que nos remite a la impresión que seguramente causó
en el compositor la niebla marina.
Carl Nielsen (1865-1931) es el compositor danés más
importante del siglo XX. Ejerció una gran influencia sobre
las generaciones posteriores de compositores daneses y nórdicos,
y sus sinfonías muestran un interesante tratamiento de los
motivos y una gran intensidad rítmica.
En sus demás composiciones, Nielsen demostró hasta
qué punto comprendía las posibilidades de cada instrumento,
lo cual queda en evidencia en sus conciertos para violín
y para flauta, escrito este último en 1926.
Desafortunadamente, el Concierto para flauta es uno de los menos
socorridos por los solistas del instrumento. Generalmente se piensa
en Nielsen como el admirable sinfonista que fue y esto parece restar
méritos a los conciertos para violín y clarinete que
también escribió. El Concierto para flauta fue escrito
para los integrantes del Quinteto Danés de Alientos, para
quienes ya había compuesto una partitura en 1922, y se estrenó
en 1926.
La celebridad de Edward Elgar (1840-1893) se apoya en las cinco
marchas denominadas Pompa y circunstancia, el estudio sinfónico
Falstaff, su Concierto para violín opus 61 y su Concierto
para violonchelo, así como el oratorio El sueño de
Geroncio y las Variaciones enigma, partitura ésta estrenada
en Londres el 19 de junio de 1899.
Contemplada inicialmente como una sucesión de pequeñas
piezas sin esencia ni carácter definido, durante muchos años
el atractivo de las Variaciones enigma residía en la tentación
por resolver los enigmas que significaron los curiosos nombres y
abreviaciones que distinguen a las 14 variaciones que siguen al
tema del principio. Los resultados de los estudios del compositor
y sus posibles motivaciones sólo fueron revelados hasta después
de la muerte de Elgar.
Octavo
programa, Octava de Shostakovich
Regresó Carlos Miguel Prieto al podio de la OSX con un programa
de excepción y en la sala grande del Teatro del Estado. El
Segundo concierto para violonchelo y orquesta de Haydn y la Octava
sinfonía de Shostakovich conformaron el programa, en una
sesión que reunió a uno de los tres grandes clasicistas
y al más poderoso compositor surgido de los oscuros tiempos
del estalinismo en la antigua Unión Soviética. El
solista habría de ser el canadiense Demond Hoebig.
Pocas partituras en la historia de la música merecen el calificativo
de radiante y placentera como este Concierto en re mayor para violonchelo
y orquesta. Los tres movimientos que le componen son el más
pulido ejemplo de música pura, y el oyente se ve atraído
por los temas inspiradísimos, tan claros como espontáneos,
que surgen de la orquesta y del solista. En ningún momento
aparece el rigor o la pastosa severidad de los conciertos propios
del estilo centroeuropeo de fines del siglo XVII. En este Concierto
sólo hay motivos tan breves como límpidos, brillantes
frases al estilo galante y el más optimista humor, la sonrisa
más clara y abierta del estilo propio de quien ha sido denominado
el padre de la sinfonía. Por todo esto, el Concierto en re
mayor es uno de los preferidos de los violonchelistas de todo el
mundo.
La Octava de Dmitri Shostakovich, escrita en 1943, inicia donde
termina la Séptima; esto es, retoma el tema de la guerra
y es observada por algunos como el equivalente musical al Guernica
de Picasso. Hay en ella un profundo anhelo de paz y el reflejo de
los terribles efectos generalizados de un conflicto bélico
cuyo final nadie veía cercano pero que el pueblo deseaba
fervorosamente.
Independientemente de todo, la Octava es la manifestación
de la madurez artística del compositor, no sólo por
su imponente estructura en cinco movimientos –los tres últimos
se interpretan sin interrupción– y el sorprendente manejo
de una instrumentación tan nutrida como en la Séptima,
sino por la profunda expresividad impresa en la misma y que condujo
al escritor y periodista ucraniano de origen judío Ilya Ehrenburg
(1891-1967) a describirla como: “un coro de tragedia griega,
una música que sin palabras es capaz de expresarlo todo”.
La obra se estrenó hacia finales de 1943 en Moscú,
con la orquesta dirigida por Evgeny Mravinski, y los burócratas
dieron su propia interpretación a la música. Durante
el Primer Congreso General de Compositores Soviéticos los
incondicionales Zhdanov y Krennikov, regidores stalinistas en el
ámbito del arte y la cultura, se lanzaron sobre “los
compositores de desviada orientación formalista y tendencias
antipopulares”. Para ellos, la Octava sinfonía resultó
entonces “tendenciosa y contrarrevolucionaria”. Shostakovich
estaba nuevamente en la mira de sus represores.
El
clasicismo en su más pura esencia
El noveno programa, con obras procedentes del período clasicista,
cerró el primer trimestre del año con la Sexagésima
sinfonía, conocida como El distraído, de Haydn; el
Vigésimo séptimo concierto para piano y orquesta de
Mozart y la sinfonía Los adioses de Haydn. La dirección
fue, de nueva cuenta, de Carlos Miguel Prieto y el solista fue el
norteamericano Howard Shelley.
Mozart escribió su concierto en si bemol mayor en 1791 –año
de su muerte– y él mismo se encargó de estrenarlo
como solista, el 4 de marzo en una audición dedicada al clarinetista
Bähr. Esta portentosa obra continúa siendo motivo de
análisis por parte de los musicólogos y estudiosos.
Hay en ella un sentido de esencialidad de verdad pasmoso, en que
Mozart se despoja de accesorios colaterales y recurre a una sorprendente
concentración de ideas tanto estructurales como temáticas
en la orquesta y el instrumento solista. A diferencia de la brillantez
de los conciertos inmediatos anteriores, en el 27 nos encontramos
con una obra de recogimiento espiritual, suavemente íntima
y sin el menor detalle de espectacularidad, acentuado todo ello
por frecuentes incursiones a las tonalidades menores.
La dulce belleza del movimiento central le ha valido el calificativo
de religioso, mientras que la inocencia sosegada del último
allegro nos proporciona la última imagen de un Mozart tan
lúcido como transfigurado.
Resulta curioso observar que muchas sinfonías de Haydn cuenten
con un subtítulo. De las 104 que escribió, por lo
menos 35 cuentan con él. Algunos impuestos por el propio
compositor y otros por sus contemporáneos. Llama la atención
que otros más fueron asignados después de su muerte
y algunos datan del siglo XX. Recordemos que algunas sinfonías
fueron bautizadas con los nombres más curiosos, como El filósofo,
El eco, Mercurio, La caza, Sorpresa, Militar, El reloj, La gallina,
La reina, El puño, El fuego, La Roxelane y muchos más.
La número 45 es, al parecer, el único ejemplo de una
sinfonía en tonalidad de fa sostenido menor durante el siglo
XVIII. La anécdota en torno de esta sinfonía es de
sobra conocida, aunque bien vale la pena citarla de nueva cuenta.
Data del año 1772. Fue escrita con la intención de
enviar un mensaje entre líneas al patrón de Haydn,
el príncipe Nikolaus Esterházy. El compositor y los
músicos de la orquesta de la corte habían permanecido
en la residencia de verano del noble más tiempo del razonable,
casi tres años, y necesitaban un merecido descanso. Solo
quedarían el compositor y el concertino, quienes finalmente
también habrían de salir del escenario. Esterházy
captó el mensaje y los músicos obtuvieron los ansiados
días de descanso. La número 60, El distraído,
fue escrita en 1774 con fragmentos de música incidental.
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