¿Quién
paga por el aire que respiramos? Nadie, por supuesto, por tres
sencillas razones. La primera: afortunadamente aún existe
en abundancia. La segunda: por ley es un recurso de todos. La
tercera y la más determinante: ninguna compañía
privada ha intentado comercializarlo. Sin embargo, lo mismo pasaba
con el agua hasta hace poco, y con la tierra hace mucho.
Con el paso de los años, la población creció
igual que sus necesidades, hubo que racionar la tierra y luego
el agua, después los bosques que permanecían incólumes
tuvieron que resguardarse, y se les asignaron guardianes a las
selvas, y custodios a los animales, y los que habían estado
libres se fueron hacia zonas protegidas para vivir, aun ahí,
los riesgos de la persecución.
Hoy pagamos miles de pesos al año por beber agua limpia,
porque casi toda está contaminada, y aunque nos parezca
lo más natural, en un tiempo era sencillamente absurdo,
igual que ahora nos parece irrazonable pensar que algún
día tendremos que pagar por respirar.
Arturo Gómez-Pompa, científico conservacionista
y promotor incansable de la naturaleza, comenta para Gaceta las
implicaciones de una conciencia ecológica (la de los mexicanos)
que no ha podido transitar del saber al actuar y que provoca,
en muchos sentidos, la desorganización ecológica
que se vislumbra para el país en el futuro.
El científico mexicano, quien impulsa el proyecto conjunto
del Centro de Investigaciones Tropicales (Citro), entre
la UV y la Universidad de California-Riverside, ha sido nombrado
miembro del Comité de Agricultura y Recursos Naturales
del Consejo Nacional de la Investigación de las Academias
de Ciencias de los Estados Unidos, asesor del gobierno norteamericano
para estos temas, y en abril habrá recibido el doctorado
Honoris Causa de la Universidad Autónoma del Estado de
Morelos por sus grandes contribuciones a la conservación
de los recursos naturales en el mundo.
¿De
quién es la responsabilidad directa de proteger la naturaleza?
Definitivamente de todos. Yo creo que no podemos dejar en manos
de los demás lo que es nuestro, lo que me pertenece a mí
igual que te pertenece a ti y a las nuevas generaciones. Tanto
es responsabilidad de los actores de los gobiernos federal, estatal
y municipal, como de la sociedad y los académicos. Si nos
preguntamos de quién son los recursos bióticos del
país, de quién son los bosques o las selvas, uno
puede decir “del poseedor de ese recurso, del que tiene títulos
de propiedad en ese terreno”, por ejemplo, pero en el fondo
son patrimonios biológicos de todos.
Pero
decir que es responsabilidad de todos disminuye la responsabilidad
de cada uno, ¿no cree? El gobierno sin información
científica muchas veces toma decisiones inadecuadas, los
investigadores se convierten en meros críticos del gobierno,
la sociedad hace propuestas que no se toman en cuenta… y
en esa dinámica “estancada” todos terminamos
por hacer nada, o por hacer muy poco.
Bueno, desde el punto de vista formal, como los bióticos
son recursos totalmente dispersos y ninguna organización
ni individuo puede hacerse cargo de su cuidado, le corresponde
al gobierno actuar como su custodio, como una de sus obligaciones
y responsabilidades más claras. El gobierno tiene que poner
las reglas y todas las normas que tienen que ver con la protección
de la naturaleza, es decir, darle un papel a la sociedad civil,
a las instituciones de investigación y tomar el suyo. Los
científicos lo que tienen que hacer es brindar las recomendaciones
(el conocimiento) de cómo aprovechar los recursos sin correr
el riesgo de agotarlos, es decir, aprovecharlos sustentablemente.
Sabemos
que no basta con decretos gubernamentales para resguardar nuestros
recursos naturales, porque cualquier área protegida requiere
un programa de manejo que implica recursos económicos y
humanos, pero ¿quién va a pagar por ello?, ¿a
quién le corresponde?
Yo creo que en el fondo es una responsabilidad de todos los que
nos beneficiamos de la naturaleza, pero como es imposible que
paguemos todos de una manera sistemática y organizada,
el único mecanismo que existe es obtener esos recursos
de los impuestos que otorgamos al gobierno. Son esos recursos
los que deben destinarse para paliar el problema ambiental y,
de hecho, es lo que sucede hoy en día. Creo que cada vez
más hay una corresponsabilidad internacional en temas ambientales,
porque el cuidar recursos bióticos de México, o
de Brasil, o de España, permitirá conservar una
especie de donde, eventualmente, saldrá el tratamiento
de algún padecimiento, la base de una vacuna, un procedimiento
industrial, etcétera.
¿Hasta
qué punto esa responsabilidad ha sido asumida?
Pues creo que la conciencia social ha ido creciendo conforme ha
aumentado la información al respecto; sin embargo, hasta
la fecha no se ha logrado el pago real por la conservación
de la naturaleza. Para darnos cuenta de esto basta saber que muchas
de las áreas que cuentan con decretos de protección
no son propiedad de la nación –es el caso de las reservas
de la biosfera y de algunos parques nacionales–, son más
bien áreas que pertenecen a grupos ejidales, comunales
o privados. En muchos casos, los propietarios han visto restringido
(por ley) el uso libre de sus recursos naturales, lo que los afecta
económicamente. Yo creo que habría que buscar una
forma de compensarlos, porque son todos esos propietarios ejidales
y comunidades indígenas quienes realmente han cargado durante
años con el costo de la conservación en México.
¿Esa
carga se ha aligerado un poco con los incipientes esquemas de
pago por servicios ambientales?
Muy poco, diría yo. Pero, en efecto, esa es una de las
soluciones más interesantes de los últimos años.
Creo que esos esquemas pueden ayudarnos a compartir la responsabilidad
y el costo por la conservación. Aunque no todo es tan sencillo,
es un primer paso, definitivamente.
Pienso que el verdadero problema radica en que sabemos que hay
que cuidar los recursos naturales, pero no alcanzamos a comprender
que todo tiene un costo, incluso la conservación, y que
en estos momentos alguien más está pagándolo,
alguien más está cargando con ese peso que nos correspondería
cargar a todos. Esa inconciencia ha provocado no sólo que
a los ejidatarios y comunidades no se les reconozca su esfuerzo
de conservación, sino que se les critique por aprovechar
los recursos que están en su propiedad, siendo que, en
la mayor parte de los casos, no tienen otro medio de subsistencia
ni perciben remuneración alguna por cuidar de ellos.
Es cierto que lo que ellos hagan con los bosques o con el agua
nos afecta a todos, pero también nos beneficia a todos
¡nos ha beneficiado durante años!, y cada árbol
que han dejado crecer nos ha dado mucho; sin embargo, cuando se
les restringe el uso de los recursos que están en su propiedad
nadie se pone a pensar qué utilidad reciben ellos. Claro,
cualquiera podría pensar que el mismo que nosotros, pero
nuestra ventaja es que sí tenemos otras alternativas para
sobrevivir, y ellos no. Muchos obtienen sus recursos de la tala,
o de los productos que fabrican con la madera, o de la venta de
especies vegetales y, en general, del aprovechamiento de los recursos
naturales que tradicionalmente han hecho, creo que por dejar de
hacerlo es justo que haya una remuneración, o mejor dicho,
una compensación por cuidar de aquello que todos aprovechamos.
Pero
esa conciencia ecológica es sólo un concepto si
no llegamos a asimilarla como un problema real que tenemos que
resolver, un problema de todos.
Regresamos a lo mismo. La conciencia se puede crear a través
de la educación ambiental, y se ha logrado. Los niños
en escuelas primarias si algo traen en la cabeza es el cuidado
del ambiente, los daños que provoca la basura, el peligro
en el que están la selvas, la extinción de ciertos
animales… el mensaje se ha llevado a muchos ámbitos
con éxito.
El problema central está en la toma de decisiones, porque
los intereses económicos, más que los intereses
ecológicos, son los que predominan en las decisiones políticas
importantes. Desgraciadamente, la demagogia ecológica es
verdaderamente aterradora. Cuando tú escuchas a gobernantes
hablar de la ecología, de la maravilla de nuestros recursos,
del equilibrio ecológico, de la protección que según
ellos procuran y luego escuchas de las concesiones que otorgaron
para talar árboles, para secar ríos, para saquear
manglares… entonces te das cuenta de que no hay congruencia,
de que hay una evidente carencia de responsabilidad gubernamental
por los asuntos que son del interés común.
Según
datos de la Comisión de Áreas Naturales Protegidas,
más de 60 por ciento de las áreas protegidas corresponde
a reservas de la biosfera, un concepto que usted ayudó
a consolidar en México, ¿cómo explica que
haya crecido tanto en tan poco tiempo?
Para explicarlo tenemos que entender cómo fue el desarrollo
de estos esquemas de protección. Antes de las reservas
de la biosfera existían los parques nacionales, una iniciativa
que desarrollaron los Estados Unidos –aunque hay quien dice
que fueron los europeos– para conservar sitios de enorme
valor estético. Este concepto fue copiado por muchos otros
países, entre ellos México, luego se desarrollaron
las áreas de protección ambiental, sobre todo para
las grandes cuencas y se inició el boom de las áreas
protegidas por decreto; de hecho, hubo una carrera entre gobernantes
por decretar más y más áreas protegidas.
El primer intento serio de empezar a manejar verdaderamente los
parques vino mucho después, ante la crítica de que
los parques nacionales sólo establecían decretos
gubernamentales y, por falta de programas de manejo, no cumplían
con su cometido de proteger las áreas reservadas; además
se empezó a hablar de la importancia no sólo del
paisaje, sino además de la biodiversidad, y se comenzó
a organizar esquemas de conservación biológica apoyados
por estudios científicos.
Poco después, diferentes organizaciones internacionales
(entre ellas la unesco y la Unión Internacional para la
Conservación de la Naturaleza) se reunieron en Suiza y
crearon el concepto de reserva de la biosfera, que implicaba la
protección de áreas muy grandes que no requerían
ser compradas por el gobierno, y en esa característica
radicó su éxito, pues muchos presidentes entusiasmados
porque la conservación no costaba nada decidieron lanzar
a la Reserva de la Biosfera como su programa estelar; así
se crearon innumerables en muchos países del mundo.
Se suponía que había varias cláusulas para
establecerlas (que fueran grandes áreas, que hubiera áreas
núcleo dentro de las reservas y que existiera comunicación
con la gente que vivía adentro para que estuvieran de acuerdo
con la actividad científica que se realizara), pero, en
el fondo, tampoco este esquema ha funcionado así, ni siquiera
ahora, porque manejar reservas de la biosfera adecuadamente cuesta
mucho dinero.
Recientemente, hemos hecho la crítica de que dichas reservas,
en cierta forma, también se están convirtiendo en
parques de papel, dado que en realidad nadie las está cuidando,
nadie las está estudiando y la gente no está participando,
es decir, ninguna de sus características se está
cumpliendo. En México, por ejemplo, sólo unas cuantas
han estado desempeñando ese papel y, afortunadamente, el
gobierno reciente ha estado aportando más y más
recursos, apoyado también por el Banco Mundial.
¿Cuáles
son las reservas en que ha estado funcionando el modelo?
Una muy importante es la de la Sierra de Manatlán, en Jalisco.
Ahí ha existido una excelente actividad de colaboración
con los grupos campesinos, se ha puesto casi como modelo y ha
motivado mucha investigación, incluso la Universidad de
Guadalajara estableció una estación de investigación
en Las Joyas, donde el trabajo comunitario es muy serio y formal
y les ha permitido tener sus áreas núcleo bien definidas.
Para mí, es uno de los ejemplos más interesantes.
Otro caso excepcional es el de la Reserva de la Biosfera Mapimí,
en Durango, porque también cumple con las funciones y características
que idealmente todas las reservas deberían tener. Considero
que esos son dos buenos ejemplos.
Eso deja a la mayoría de las reservas en una situación
de inoperancia...
Pues lo hacen al mismo nivel que lo hacían los parques
nacionales. Una vez escribí que muchos de ellos se han
conservado, a pesar de que no son propiedad de la nación,
gracias a que los dueños se han percatado de su importancia
y han decidido cuidarlos, asumiendo los costos que esto ocasiona.
Un poco al azar, sin ninguna razón, simplemente algunos
se han conservado porque la gente dice, sin interés, “yo
lo cuido”, pero no porque haya una acción realmente
importante para lograrlo. Sinceramente creo que hay que hacer
más investigación, buscar más participación
de las comunidades, establecer claramente las zonas núcleo,
protegerlas, cuidarlas y comprarlas, pienso que va por ahí.
Ahora bien, el trabajo de la Comisión Nacional de Áreas
Protegidas demuestra que hay un rumbo, una dirección; inclusive,
ellos han conseguido fondos importantísimos del Banco Mundial
y han logrado mejorar los presupuestos que se destinan para las
diferentes reservas, por eso me atrevo a pensar que en el futuro
vayan caminando en esa dirección, para que los logros no
sólo se vean en la administración, sino también
en las actividades de investigación científica que
se promuevan en cada reserva.
Ya
que lo menciona, creo que es evidente el papel protagónico
que han asumido las universidades, sobre todo públicas,
en el desarrollo de proyectos de investigación en áreas
protegidas, pero ¿qué valor agregado podrían
dar a la titánica labor de conservación de la biodiversidad?
La universidad tiene enormes posibilidades, no hay duda. Creo
que la Universidad Veracruzana, en particular, debería
ser considerada como el más importante instrumento de planeación
a largo plazo que puede tener el estado de Veracruz. ¿Por
qué? Porque tiene estabilidad, y esa es su gran virtud.
Muchos proyectos gubernamentales de conservación son fragmentarios,
se cuentan por años, por sexenios, pero la naturaleza no
es así, su continuidad no compagina con periodos
electorales.
Me
da la impresión de que el compromiso de las universidades
o de los académicos resulta más digno de confianza
para los campesinos, que los mismos programas de gobierno…
Hay muchas excepciones, pero digamos que hay una mejor comunicación
entre los investigadores y las comunidades campesinas, que la
que éstas últimas establecen con las autoridades
gubernamentales. Un empleado gubernamental en realidad va a estar
ahí seis meses o un año, no tiene realmente la vocación
de servicio, de apoyo, de entendimiento…
¿A pesar de que son servidores públicos?
A pesar de todo, es una realidad. El gobierno muchas veces no
está, pero los investigadores sí, además
éstos tienen un interés más profundo y más
de largo plazo, y eso los campesinos lo perciben. Tenemos, por
ejemplo, el Programa de Acción Forestal Tropical, a través
del cual trabajamos directamente con los campesinos del trópico
y hacemos alianzas con ellos, y a pesar de que ha habido vaivenes
económicos importantes, el nexo con la gente continúa
como si no pasara nada, haya o no haya dinero, existe una relación
y eso es lo que hace la diferencia. En gran parte, esas relaciones
que van más allá de los meros intereses institucionales
hacen que un proyecto
funcione o no.
Hablemos
un poco de El Edén, donde usted sigue trabajando, ¿cómo
ha sido el desarrollo conservacionista en esta reserva natural?
Ahora estoy usando El Edén como un estudio de caso. Las
reservas de la biosfera son grandes extensiones que se decretan
áreas naturales protegidas por su flora o fauna, y ya está
claro cuáles son sus problemas: no son propiedad del Estado,
requieren investigación, no cuentan con recursos para ser
protegidas y no involucran a las comunidades en su protección.
Entonces, pensé que una posibilidad para contrarrestar
estos problemas podría ser involucrar a las pequeñas
organizaciones civiles, estableciendo estaciones de investigación
muy cercanas a las reservas grandes. Ahí podemos generar
investigación y, además de vigilar la gran reserva,
usar la estación como un sitio de entrenamiento para otras
personas, ya sean ejidatarios o campesinos, junto con ellos queremos
establecer reservas de investigación ligadas a las grandes
áreas protegidas.
Empezamos en pequeño y estamos analizando si realmente
podemos tener una buena participación; de hecho, todavía
no hemos logrado el impacto que quisiéramos, pero esperamos
que pronto podamos ver los resultados que esperamos. En estos
momentos estamos preparando un curso para los campesinos que ya
han mostrado interés en conocer cómo funciona una
reserva no gubernamental como El Edén; ahí vamos
a explicarles cuál es su funcionamiento, cómo obtiene
su financiamiento, cuáles son sus objetivos, etcétera.
¿Y
los campesinos han acudido a ustedes?
Sí, han llegado algunos que trabajan en otras comunidades
pero están interesados en saber cómo funciona la
reserva. Ahora, nuestra idea es llevarles el modelo de conservación
para que ellos lo apliquen en sus comunidades.
¿Cuáles
son las características del modelo?
Es muy simple, se basa en la construcción de cabañas
de palma y madera, muy sencillas, algo que puedan hacer los campesinos.
La clave está en poder atraer visitantes a esos laboratorios
de investigación, y es ahí donde nuestra participación
se vuelve importante, porque tenemos una red de investigadores
de universidades interesadas en trabajar diversos aspectos de
conservación, ecología y desarrollo sustentable.
Nosotros ahora estamos trabajamos en Chiapas, y queremos dar un
curso a los campesinos que tienen sitios muy hermosos y con una
biodiversidad increíble. Con esto pretendemos que conozcan
el funcionamiento de las reservas para que ellos mismos hagan
su reserva campesina privada en las zonas que ellos ya de por
sí tienen protegidas.
Creo que es una forma indirecta de colaborar para que los ejidatarios
tengan una fuente alternativa de ingresos, al mismo tiempo abrimos
una red de investigación para que estudiantes, académicos
e
investigadores de la Universidad Veracruzana, o de la Universidad
(Autónoma) de Yucatán, o de otras puedan tener acceso
a los sitios cercanos a las reservas y puedan llevar a cabo su
trabajo de manera segura, con la participación y el respaldo
de las comunidades campesinas. A largo plazo ese
es el sueño.
Hoy estamos en el principio del sueño, ya tenemos la reserva
y sabemos que funciona, incluso con los pocos recursos que tenemos.
En la siguiente fase se desarrollarán los cursos de capacitación
con la comunidad. De hecho, ya hubo un primer acercamiento y se
logró hacer una estación en Las Margaritas, Chiapas,
que quedó a cargo de la doctora Silvia del Amo, también
investigadora del Centro de Investigaciones Tropicales de la UV,
lo único que falta es el seguimiento adecuado. Al curso
que tenemos en puerta vamos a invitar a los de Las Margaritas
para que vengan a El Edén, con la intención de que
interactúen con nosotros y veamos en qué podemos
apoyarnos mutuamente, y así empezar a trabajar en red.
Esa es la propuesta por ahora, más adelante veremos cómo
funciona el esquema y qué adecuaciones podemos hacer.