En
México, con una sociedad donde el maltrato es una forma
de educación y el silencio su principal protector, las
cifras de violencia contra la mujer son innumerables y, paradójicamente,
el número de víctimas que denuncia a sus agresores
es escaso. Desafortunadamente, éste es un problema generacional
que, de una u otra forma, las propias mujeres fomentan al educar
a los hijos y al desarrollar en el seno familiar un trato diferencial
de acuerdo con el género.
Según los patrones sociales, la mujer es la parte pasiva,
es quien debe asumir el papel de subordinación, es la que
provee los servicios y las atenciones en el núcleo familiar
y en otros ámbitos; en cambio, al hombre le correspondió
ejercer el mando y el poder. Por todo ello, vale decir que el
sistema social es el que ha propiciado y solapado la violencia
familiar, la agresión, las desigualdades.
Irma Torres Fermán, investigadora y docente de la Facultad
de Psicología de la UV, habla sobre el origen de la violencia
contra la mujer, pero también acerca de algunos factores
que fortalecen y encubren a los actos violentos, como algunas
creencias religiosas, las cuales provocan que las mujeres se vuelvan
pasivas, temerosas, pero, sobretodo, reproductoras de la violencia.
Otro tema que desarrolla en las siguientes líneas es el
de la reeducación, dado que esta labor es necesaria para
erradicar o, al menos, disminuir considerablemente los índices
de violencia en México y en cualquier país del mundo.
La violencia –a diferencia de la agresividad– es un
acto social aprendido, es –según algunos teóricos–
un producto histórico-cultural que se transmite a través
de los procesos educativos. De ahí la importancia de inculcar,
por medio de la educación, valores como el respeto, la
igualdad, la tolerancia, entre otros.
¿Por qué hombres y mujeres somos violentos? ¿Cuáles
son los factores que generan la violencia?
Hay una diferencia entre lo que es la agresividad y lo que es
la violencia. La violencia es un comportamiento por el que media,
de alguna manera, el razonamiento; no es –según lo
que ha estudiado la psicología– un acto instintivo,
como lo sería la agresividad.
El comportamiento violento es una conducta, un acto en el que
ya media el aprendizaje social; esto es, aprendemos de alguna
manera a ser violentos y este aprendizaje social es, al menos
por lo que dice una de las teorías, producto histórico-cultural.
Por ejemplo, sabemos que desde épocas remotas el hombre
ha ejercido el poder y la autoridad tanto en la familia como en
otros ámbitos, y esto se ha ido pasando de generación
en generación. En cambio, la mujer ha tenido un papel sumiso,
de subordinación, de servidora, de alguien que provee servicios
y atenciones en el núcleo familiar y en las diferentes
organizaciones de la sociedad. Y en todo ello ha habido dosis
de violencia y sometimiento que se transmite a través de
los procesos educativos.
Las mujeres, encargadas de cuidar y educar a los hijos, ¿han
propiciado tanto las diferencias de género como la violencia
misma?
Sí, hay un trato preferencial desde la perspectiva de género;
incluso, hay películas que lo muestran, entre ellas Como
agua para chocolate, donde la hija más pequeña
tenía que cuidar a la madre, porque ese era el rol que
le tocaba desempeñar.
En la época posterior a la Conquista, en las zonas rurales,
los padres heredaban a los varones, no a las hijas porque éstas
se iban a casar; entonces, quienes debían darles bienes
eran los futuros maridos. Esta práctica, que todavía
podemos ver en el campo mexicano, es violencia, violencia emocional
o afectiva.
Hay muchas manifestaciones de violencia contra la mujer, pero
el problema más grave es que ésta, desde su papel
como educadora, las ha originado. Lo contradictorio es que nosotras
nos quejamos de ser las receptoras de los actos violentos, pero
al mismo tiempo somos quienes educamos a los hijos y les inculcamos
patrones de conducta de acuerdo con su sexo. Son las madres las
que exigen: “atiende a tu hermano, sírvele la cena,
tiende su cama, etcétera, porque tú eres mujer”.
En siglos pasados, a las mujeres se les decía que no podían
estudiar por ser precisamente mujeres. De hecho, para poder asistir
a la universidad, Sor Juana Inés de la Cruz estaba dispuesta
a vestirse de hombre, porque no se la admitía en las universidades.
Aquí tenemos un tipo de violencia institucional –aunque
en ese momento no se concebía como tal– que promovía
el rechazo y la exclusión.
¿Cuál
es la definición más exacta de la violencia?
La violencia es definida por la Organización Mundial de
la Salud como todo acto de omisión, que consiste en no
proporcionar un derecho, un privilegio o un servicio, o de comisión
sobre una persona, que puede ser una agresión de tipo físico,
emocional, psicológico, etcétera. También
la negligencia es un tipo de violencia, y un ejemplo de ello es
el que se tenga abandonada a una persona sin apoyo alguno.
Hoy tenemos un tipo de violencia muy común que se está
dando en el ámbito laboral: el acoso. Diariamente se denuncian
casos relacionados con este problema, lo cual evidencia que antes
las mujeres callaban y ahora ya no lo hacen, a pesar de que no
es fácil probarlo. El problema es que la violencia emocional
que golpea a la mujer en estos casos no se mide ni se cuantifica
ni se toma en cuenta; incluso, el acoso no está tipificado
como delito en nuestro país, tal como ocurre en otros países.
No hay que pasar por alto el hecho de que las mujeres también
agreden a otras mujeres: un ejemplo muy común, según
mujeres de escasos recursos, es el maltrato que reciben por parte
del personal femenino de clínicas o centros de salud.
¿El
hecho de que las mujeres agredan a otras mujeres alienta a los
hombres a justificar sus actos violentos en contra de aquéllas?
No, eso sería una situación extrema de visualizar
el problema desde una perspectiva unilateral. Creo que la violencia
contra la mujer, efectivamente, la ejerce en mayor proporción
el hombre, pero, repito, hay mujeres que atacan a las propias
mujeres, y el caso lo podemos encontrar en el interior de una
familia, donde las madres arremeten contra las hijas y repiten
patrones de conducta heredados, dándole una vuelta al ciclo
de la violencia.
¿En
qué consiste el ciclo de la violencia?
Algunas estudiosas de este fenómeno hablan de que existe
un ciclo de la violencia que es interminable. Aseguran que primero
hay un encuentro –al que denominan la luna de miel–
en el cual, en la pareja o en la familia, hay una relación
maravillosa, armónica. De pronto, se acumulan tensiones,
pequeños conflictos, y esto da origen a una serie de actos
violentos. Después, se da una supresión: la mujer
se vuelve más sumisa, callada, entra en una especie de
reflujo. Posteriormente, regresa la “normalidad” y se
repite la luna de miel, pero más tarde las tensiones se
acumulan y, con ello, los actos violentos y la actitud sumisa
vuelven a tomar su lugar, y así sucesivamente.
El problema es que el ciclo no se rompe porque la mujer no se
atreve a hacerlo, no denuncia, al contrario, lo repite con sus
descendientes. Esto es, tras un ambiente de armonía, la
madre arremete contra los hijos y las hijas para dar paso a la
tensión y a la violencia, y así se reproduce el
ciclo.
Esto es grave, porque además hay implicaciones religiosas,
culturales, cuestiones como: “debes obedecer a tu esposo”,
“es tu marido, no puedes replicar”, “es el padre
de tus hijos”. Inclusive, en algunas religiones sacan a relucir
pasajes de la Biblia como para delinear normas de comportamiento.
De esta manera las mujeres, los jóvenes y los niños,
principalmente, son manipulados para aceptar la violencia y el
maltrato con
resignación.
¿Debemos
aceptar que la cuna de la violencia es la familia?
Ciertamente, todo se aprende. No debemos pensar en que los modelos
son externos, en que sólo la televisión o los medios
de comunicación la promueven. En la familia se presentan
modelos de sumisión, de violencia no sólo física
sino también emocional; por ejemplo, en China, todavía
hace algunos años, se privilegiaba el nacimiento de los
niños y se rechazaba el de las niñas, por lo que
muchos padres las mataban al nacer, debido a que en ese país
sólo se debe tener un hijo por familia. Hay otras cosas
igualmente terribles en otros pueblos, como la mutilación
a la mujer para que no tenga goce ni placer sexual, porque –según
las reglas de sus culturas– no son dignas de ello, pues sólo
fueron creadas para satisfacer al hombre.
Podría seguir enumerando muchas crueldades contra la mujer
que no se dieron precisamente en culturas con características
de barbarie, sino en culturas donde se cultivaban las artes y
la literatura, como la griega, y en sociedades contemporáneas,
donde la mujer sigue siendo objeto de violencia, de instrumento
que ayuda a los hombres a bajar su adrenalina o sus frustraciones.
Un ejemplo es el caso de las muertas de Juárez que, según
la hipótesis de los criminalistas, resulta ser una especie
de ritual realizado por narcotraficantes con el fin de que su
negocio sea exitoso y próspero.
Ante hipótesis como ésta y ante una sociedad que
no procura la protección a la mujer, uno se pregunta: ¿hasta
qué punto ha ido perdiendo valor la mujer dentro de la
sociedad? ¿Cuál es la verdad de los discursos oficiales
en los que se dice que la mujer es el centro o el núcleo
de la familia y, por serlo, es el núcleo de la sociedad?
Se dice que la mujer poco a poco está ganando terreno
en esta sociedad falocéntrica. ¿Qué opina
sobre esto?
Sigue habiendo desventaja en el nivel de poder, ya que éste
lo siguen detentando los hombres. Esta estructura jerarquizada
se planea en el seno familiar y, posteriormente, se formula también
en el ámbito laboral. Es muy raro encontrar mujeres en
puestos de mandos altos, y las que sí logran alcanzarlos
en realidad son utilizadas por los varones como estandartes para
decir: “efectivamente aquí está la mujer, tiene
un lugar privilegiado, es importante porque está en la
toma de decisiones”. En realidad son figuras decorativas,
porque detrás de ellas están ellos tomando las decisiones.
Claro, existen excepciones, en el mundo hay mujeres que han destacado
en la política y que han tenido posiciones muy importantes.
No obstante, sí hay mucho manejo político o de mercadotecnia
de la figura de la mujer, con el que los hombres pueden obtener
votos, simpatía, popularidad, pues sólo hay que
recordar que las mujeres representan más del 50 por ciento
de los votos.
¿Qué
se puede hacer ante el hecho de que hay mujeres que permiten ser
utilizadas como carnada para que los hombres alcancen sus propósitos?
Creo que la defensa de la posición de la mujer es valiosa,
es muy importante. Ellas tienen que promover una imagen de grupo,
tienen que ser más solidarias con los miembros de su mismo
género, pero, sobretodo, deben cultivar y desarrollar muchas
habilidades para destacar en los ámbitos político,
laboral y social. Hay muchas que han tratado de hacerlo, pero
se han enfrentado con situaciones difíciles que las han
llevado a renunciar a estos caminos. Otras se han visto obligadas
a tomar rumbos distintos para hacer escuchar sus voces, pues si
desde una trinchera no se puede, hay que buscar otras opciones.
Y no se trata de un enfrentamiento entre hombres y mujeres, porque
nosotras somos gestoras de los futuros ciudadanos, somos las madres
de niñas y niños que pueblan el mundo, por lo que
deberíamos dignificar el papel de la mujer, buscar equidad,
conseguir que nuestros derechos sean reconocidos no sólo
en el lenguaje político sino en la vida cotidiana.
Algo que también debe promoverse para darle a la mujer
el lugar que le corresponde en la sociedad es la formación
de valores como el respeto, la igualdad, la tolerancia ante la
diversidad y ante la diferencia de opiniones, de creencias, de
gustos… porque si éstos no se fomentan en el seno
del hogar, en otros ámbitos, como la escuela o el trabajo,
las mujeres no serán respetadas y sí excluidas o
maltratadas física o psicológicamente.
La formación de valores es, pues, fundamental para contrarrestar
la violencia. La educación no es la panacea, pero sí
es la explicación y, al serlo, es también el remedio.
¿En
la relación de pareja es posible detectar indicios de lo
que será un matrimonio conflictivo o una familia en la
que se generarán actos violentos?
Puede ser que sí, que en la relación de noviazgo
detectes indicadores pero no es seguro, porque hay gente que finge
muy bien. Hay casos en los que aparentemente no hay problemas,
pero en cuanto empiezan la vida juntos, las fricciones también
empiezan a surgir debido a innumerables razones, como las diferencias
culturales. Creo que la violencia en la familia o en la pareja
no está nada más relacionada con el nivel socioeconómico
–como muchas veces se trata de plantear–, hay personas
de un nivel educativo elevado o de una buena posición económica
que realizan actos violentos, no precisamente físicos sino
emocionales, en contra de su pareja: no se hablan durante mucho
tiempo, se chantajean o utilizan a los hijos para agredirse, lo
cual provoca conflictos severos en estos últimos.
Ahora bien, cuando un miembro de la pareja se muestra violento
durante la etapa del noviazgo hay que tener mucho cuidado porque
esto no es corregible. Por ejemplo, hay mujeres que piensan que
es seguro que su novio alcohólico va a dejar de serlo en
el momento en el que se casen. ¡No, nada de eso cambia!
Cuando una mujer acepta esto, sabe a lo que va, no hay pierde,
pero al mismo tiempo se deja llevar por la ilusión que
no le deja ver la realidad. Por todo ello, es indispensable que
las personas tengan mucho cuidado en la elección de la
pareja, y esto nos lleva de regreso a los valores.
Es
muy común encontrar casos de mujeres maltratadas que no
denuncian a sus agresores. ¿Por qué sucede esto
a pesar del dolor y los daños físicos y psicológicos
provocados?
Hay mucho miedo, y el miedo detiene, limita, inmoviliza. Cuando
una persona tiene un temor extremo se paraliza, es decir, no sabe
cómo responder y, por tanto, no encuentra las habilidades
para defenderse, al tiempo que se siente en una situación
sin salida.
Muchas dicen que no lo hacen por su situación económica,
aunque hay otras que argumentan esto a pesar de que ellas sostienen
a la familia. En este último caso no se trata de un problema
económico, sino de un problema social que lleva a las personas
a entrar en el círculo de violencia del que hablé
anteriormente, el cual empieza con momentos de mucho amor, continúa
con tensiones, prosigue con golpes o cualquier otro tipo de violencia
y después aparecen el miedo, el sufrimiento, el dolor,
la pasividad, la sumisión…
¿Se
da una relación de dependencia, de sadomasoquismo?
Sí, recuerdo mucho a un maestro de psicología que
nos platicaba, entre broma y serio, de una señora que llegó
a decirle: “Estoy triste, porque mi esposo ya no me quiere.
Creo que tiene otra mujer”. El maestro, sorprendido, le preguntó
por qué pensaba eso, y ella le contestó: “porque
tiene tres meses que
no me pega”.
La explicación de esta situación está en
que después de ser golpeada, la mujer y su pareja tenían
relaciones sexuales y había una reconciliación,
es decir, el castigo y la gratificación se daban casi simultáneos.
Entonces, creo que por eso se mantiene ese tipo de relaciones
en las que hay “palo y dulce”.
¿Con
este tipo de relación se rebate la hipótesis de
que la violencia no sólo se puede explicar en términos
culturales o religiosos?
Sí, definitivamente, hay factores patológicos que
nada tienen que ver con las líneas de la religión,
por ejemplo.
¿Otra
razón por la cual la mujer no denuncia a sus agresores
pudiera ser el hecho de que vivimos en un Estado de derecho donde
no se siente protegida?
Sí, hay mucha desconfianza. Muchas señoras cuentan
que van ante las autoridades correspondientes, una y otra vez,
y lo único que hacen éstas es llamar al hombre,
registrar la queja y después no pasa nada, porque se privilegia
el hecho de preservar a la familia por sobre todas las cosas,
a pesar de que a veces es mejor ya no mantenerlas unidas por el
grado de violencia que en
ellas existe.
Ante tal escenario, las víctimas se decepcionan, se desarman,
pues no encuentran una salida, no hay una instancia que sancione
severamente al agresor de la familia (la madre y los hijos, en
la mayoría de los casos). Y ya no hablo de sancionar, esto
no es lo importante, sino de reeducar al varón, porque
¿quién nos ha dicho que las sanciones educan y hacen
que la gente actúe de otra manera? Realmente lo que hace
falta es una reeducación.
Y
en ese proceso de reeducación, ¿qué pautas
deberán seguirse?
Se requiere manejar programas preventivos y correctivos. Así
como las parejas reciben pláticas prematrimoniales religiosas
o se someten a exámenes prenupciales, deberían recibir
también una capacitación de lo que es la vida en
familia, porque este aspecto fundamental no está cubierto.
Los psicólogos no han podido incidir y las instituciones
no han dado al factor educativo de las futuras familias la importancia
que merece. Considero que estos programas deberían manejarse
como un sistema de atención a la salud integral de las
familias.
Y
las universidades, ¿qué función tienen que
desempeñar en dicho proceso?
Podrían presentar propuestas de apoyo a las familias en
las comunidades, diseñadas por psicólogos y equipos
de salud dedicados a promover la salud familiar. De hecho, la
UV ha puesto en marcha programas de apoyo en los que participan
académicos y estudiantes en servicio social de carreras
como Psicología, Medicina, Nutrición, Arquitectura,
entre otras.