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En
el año de 1990, mientras cursaba el quinto año de
primaria, los acontecimientos armados en el Golfo Pérsico
eran la noticia que en todos lados se escuchaba. La televisión
mostraba todo con lujo de detalle, sin importar canal u horario.
Mi maestra nos platicaba y nos daba sus puntos de vista acerca del
tema, parecía que no había lugar donde esconderse
de esta noticia, pero ¿cuál era mi actitud ante ese
panorama? Estaba aterrado.
Poco más de 10 años ha pasado desde entonces y la
guerra ocupa de nuevo las noticias. Un sentimiento de decepción
me invade, pero los ojos con los que lo veo ahora son diferentes.
El pánico al hablar del tema ahora se convierte en un deseo
de contestar la pregunta: ¿por qué la guerra?
Los conflictos bélicos han sido una realidad y un destino
de nuestro mundo. Ver la historia humana desde sus albores hasta
hoy en día es ver masacres e injusticias producidas por batallas
e invasiones que configuran la historia de los pueblos, pueblos…
llámense árabes, judíos, alemanes, asiáticos,
americanos. En ocasiones, la guerra ha sido originada por cualquier
pretexto: un rapto como la de Troya o el ridículo suceso
del atropello a un pastelero, que dio origen a la Guerra de los
Pasteles entre Francia y México. Hay otras que han cobrado
víctimas por millones, como las dos guerras mundiales del
siglo pasado, y de las cuales han destacado generales y estrategas
que en la mayoría de los casos se han cubierto de gloria:
Napoleón, Alejandro, Julio César, Cortés, Eisenhower…
quienes nos han dejado sólo frases que definen su actitud
ante tal evento como “Vine, vi y vencí”.
En los libros leemos “gestas gloriosas”, “epopeyas
inmortales”, porque el vencedor escribe la historia. Pero,
¿y los vencidos, los mutilados, los muertos y los destrozos?
¿Qué de la libertad, la dignidad y el atropello al
ser humano? Todos nosotros hemos sido testigos, en los últimos
años, de conflictos armados ocurridos tanto en Vietnam y
el Golfo Pérsico como en Irak.
La historia nos habla de guerras médicas, púnicas,
napoleónicas, alejandrinas, cruzadas, de conquista de nuevos
mundos, de dominación, de la lucha por el poder, por el territorio,
de imperios e imperialismos. La historia es, en gran medida, la
historia de la guerra y del odio entre los hombres, la historia
de la crueldad, de la barbarie y del salvajismo, la historia donde
los protagonistas o vencen o son derrotados; y ésta es la
historia contada por los vencedores. ¡Luchas, destino y realidad
de la humanidad, en ocasiones por espacios para vivir, en otras
para dominar, o bien por razones religiosas, raciales… pero
siempre “La Guerra”!
“La mejor forma de vivir en paz es estar preparado para la
guerra”. Esta frase lo define todo. Los conflictos armados
de la actualidad traen consigo no sólo el desarrollo de las
guerras, sino también nuevos motivos para generarla. Hoy
en día no sólo se lucha por ideales o por creencias
religiosas; hoy en día se lucha por comida, por recursos
naturales, por ambición y ahora hasta por venganzas. No importan
las pérdidas, ya sean monetarias o incluso humanas. No importa
lo que piense u opine la gente. El poder decide, y decide la guerra.
No importa el medio ambiente. No importa la destrucción de
ciudades, ni las creencias, ni las costumbres, después de
todo siempre habrá un pueblo que levantar de las cenizas.
¿Y todo para qué? Tal vez la respuesta a mis preguntas
no esté en la guerra sino en la humanidad. El paso del tiempo
ha visto la evolución del ser humano y de la humanidad misma,
y la guerra, al igual que el hombre, evoluciona y continúa
creciendo con él.
El ciclo continúa. Los niños de ahora crecen observando
los enfrentamientos por la televisión, al igual que yo, al
igual que mis padres que nacieron durante una guerra y que sus padres
que fueron testigos de una más. Las generaciones que llegan,
viven y reviven durante su vida lo que la humanidad no ha podido
parar desde su comienzo mismo. Pero, para que exista un conflicto
bélico, siempre debe existir el motivo. La televisión,
las noticias en periódicos, radio, revistas… esos medios
que nos colman de información, esos medios que nos colocan
en la lucha misma, en el campo de batalla, ellos son los que nos
llenan de motivos, de odio, de racismo. Los medios masivos de información
nos presentan la realidad que mejor conviene, la que quieren que
veamos y que creamos, incluso aquella “verdad” acerca
de lo correcto e incorrecto, de lo justo e injusto. Así,
la información que por todos lados recibimos sólo
nos alimenta de odio, rencores y mentiras, puras mentiras.
Tampoco hay que olvidar que la humanidad está llena de diversidad
de pensamientos, razas, idiomas, costumbres, lenguas, religiones,
colores, rasgos.
Está dividida en categorías: hombres o mujeres; blancos,
negros o amarillos; creyentes o ateos; primer mundo, segundo o tercero.
Además el mundo está fraccionado por territorios,
por dinero (pobres o ricos), por modas, por recursos naturales,
por poder: “Divide y vencerás”. Estas diferencias
nos alejan aún más de la unificación de ideas
y nos acercan a un caos donde todos quieren opinar, donde cada quien
cree tener la razón y donde la mayoría se impone a
las minorías.
Por otro lado, el hombre por naturaleza está destinado a
evolucionar consigo mismo. La tecnología avanza más
rápido de lo que tardamos en comprenderla. Los avances científicos
dan prioridad a las armas bacteriológicas y no a la cura
de enfermedades. No hay que olvidar que la invención de las
computadoras, y con ellas la de Internet, es obra del ejército
construida para fines militares.
En la era moderna, se usan las armas más mortíferas
para aniquilar a los hombres: químicas, bacteriológicas
y atómicas. El hombre se preocupa por “clonarse”,
por encontrar la vida eterna, la vida que sobrevivirá a las
masacres. El hombre piensa que el agua y el aire, que siempre han
estado allí, nos abastecerán por siempre, así
que “por qué preocuparse por ellos”. Ahora, la
pregunta es ¿hasta dónde podrá llegar nuestra
imaginación, esa imaginación que se utiliza para crear
formas de destrucción cada vez más grandes y mejores?
Hay que considerar también la globalización. La unificación
del idioma, la moda, el menospreciar, el sobreestimar… hacen
que el hombre busque una forma más cómoda de vivir,
una forma de sentirse superior, una forma de demostrarse a sí
mismo y a los demás que el poder es lo que cuenta, que la
supervivencia sigue siendo el pan nuestro de cada día, aun
a costa de una persona o de miles, todo depende del poder con el
que se cuente, depende de la ambición.
La globalización nos lleva a buscar un estándar, un
crecimiento homogéneo: “renovarse o morir”, ¡y
vaya si ha habido muertes! La sociedad en la que vivimos nos impone
una manera maquiavélica de pensar: utilizar a los demás
para lograr la satisfacción personal, aprovecharnos de nuestros
conocimientos, de nuestro poder para estar por encima de los demás.
Hablemos ahora de religión. A lo largo de la historia se
han creado filosofías, religiones y creencias que han buscado
el bien común; desde acontecimientos que ahora marcan nuestra
era actual –como la religión católica–
hasta grandes líderes como Gandhi que han luchado en contra
de toda creencia y tendencia de dominación, y que han tratado
de enseñarnos que la paz está dentro de cada uno,
dentro de nuestras acciones, de nuestros pensamientos.
La diversidad de pensamiento siempre será, pues, tan grande
como la humanidad, lo cual dificulta cada vez más el saber
o, más bien, el darse cuenta de lo que es mejor para todos.
También existen afirmaciones erróneas como: “el
hombre es el único ser inteligente y pensante del planeta”.
Falso. La evolución hizo al hombre el único ser vivo
capaz de razonar, sin embargo, esto no demuestra inteligencia. El
planeta está lleno de una gran diversidad de seres vivos,
de los cuales el único que está acabando y arrasando
con todo, hasta con él mismo, es el hombre. Y tal parece
que el ser irracional, como los animales, es el perfecto ejemplo
del bien común. Basta observar la flora y la fauna de nuestro
planeta que nos demuestran cómo utilizar los recursos necesarios
no sólo para vivir, sino para dejar vivir a nuestros semejantes.
Sí, la ley del más fuerte se aplica hasta en los seres
menos racionales sobre la tierra, pero éstos –aun siendo
incapaces de razonar– mantienen un equilibrio, donde entran
en un ciclo de vida perfectamente balanceado.
Como animales evolucionados que somos, la ley del más fuerte
nos fue heredada; sin embargo, no sólo acabamos con un ciclo
de vida, sino que atentamos contra el equilibrio en el que nos encontramos
incluidos. Luego entonces, podemos pensar que el raciocinio sólo
nos sirve para ver la forma de adquirir poder, de descubrir lo que
el poder significa, o mejor dicho, de darle un significado. El hecho
de pensar trajo consigo el diseño de nuevas maneras de supervivencia,
la invención de formas de destrucción y la construcción
de armas de destrucción, para, con ello, sentirse superiores.
Tal parece que mientras la humanidad exista, los enfrentamientos
continuarán evolucionando con ella. No hay forma de detener
la imaginación, la ambición, la avaricia, la soberbia
y todos aquellos pensamientos, sentimientos y creencias que han
convertido al hombre en un ser asesino por naturaleza, de él
mismo y de sus semejantes, de su entorno. Los años pasan
y la humanidad sigue el mismo rumbo. No hay que hacer un análisis
exhaustivo para darnos cuenta de que la historia está siendo
escrita con la misma tendencia: la supervivencia, la búsqueda
del poder, las guerras.
Como humanos y como parte de esta civilización que habita
la tierra, estamos regidos por los demás, por todas esas
personas que no piensan en el bien común.
Vivimos bajo los designios de la gente que a lo largo de la historia
se ha hecho acreedora del poder, mismo que le da la libertad de
decidir la vida de miles. Tal parece que la lucha por el bien común
siempre termina en una confrontación, ya sea verbal o de
pensamiento, ya sea con uno mismo o con la comunidad que está
a nuestro alrededor. Tratar de entender lo que queremos, comprender
lo que nuestra imaginación puede llegar a pensar, darnos
cuenta de lo que somos capaces de construir o destruir, buscar lo
mejor para todos se hace cada vez más difícil.
La historia se repite una y otra vez, y comprender una lucha armada
no es más que un problema de perspectiva. Desde el punto
de vista de los vencedores, todas y cada una de las guerras son
justificadas y justas, por lo que siempre existirá un motivo
y momento para iniciar una nueva. Desde el enfoque de los vencidos,
no queda más que aceptar una derrota, no sin antes haber
peleado.
Desde la perspectiva de la humanidad, las batallas han forjado la
historia tal y como la conocemos, al tiempo que han hecho justicia
para muchos y han devastado la vida de muchos más. Desde
mi punto de vista, el destino de la humanidad seguirá escrito
como hasta ahora, dado que el destino es inevitable y la historia
nos lo ha comprobado: millones de personas nunca serán suficientes
para detener una guerra, pero sólo una basta para comenzarla.
Por ello, no me queda más que resignarme y vivir en un mundo
donde las guerras acabarán hasta el fin y con el fin de la
humanidad misma.
Y… ¿cuál es su punto de vista?
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