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Nuestro
artista invitado
Manel Pujol: los silencios
se pueblan de pigmentos
José
Ángel Leyva |
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Manel
Pujol Baladas es un ar tista plástico en el que se resume
la tradición no sólo catalana sino, en general,
europea. En su pensamiento y en su gestualidad creadora reposan
los pulsos de una época de transformaciones que ambicionan
nuevos lenguajes y territorios estéticos donde lo genuino,
lo
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original,
lo absolutamente moderno y revolu-cionador es determinante.
En su caso, la herencia vanguardista se resume de manera sosegada,
natural, sin pretender un estilo particular que lo delimite, sino
como una actitud permanente de búsqueda en una época
en que la pintura –como muchas otras tradiciones– es dada,
si no por muerta, al menos sí en proceso de extinción. |
Manel
transita sin dificultad por los diversos lenguajes pictóricos,
sin ataduras ideológicas ni compromisos nacionales, sin reparar
en la utilización de recursos y técnicas para dar cauce
a su propia dinámica creativa. Atento a los flujos actuales
del arte, no pierde de vista la invaluable tradición concentrada
en los museos, su milenario |
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aporte, ni desdeña la fuerza libertaria de la modernidad, cuya
esencia está en el cambio. Aprovecha, eso sí, el bagaje
de técnicas, materiales, ideas y posibilidades que nos dejaron
los ismos luego de su desvanecimiento en las consignas y manifiestos.
La natural tendencia del artista catalán de conservar el balance
aun en el exceso quizá se explique por su misma formación:
estudió en la Escuela de Artes y Oficios Massana y en Bellas
Artes de Barcelona, y realizó constantes visitas y estancias
en los talleres de artes gráficas y de pintura de París.
A todo ello debemos sumar la atmósfera intelectual de Barcelona
en particular y de Cataluña en general, donde han existido
monstruos de las artes plásticas: Gaudí, Dalí,
Miró y, por supuesto, los integrantes del movimiento de la
posguerra que lleva el nombre de la revista Dau at Set: Antoni Tápies,
Modest Cuixart, Joan Joseph Tharrast.
Pero los contactos que realmente inciden en la biografía de
Manel son los seis años de convivencia con Dalí y Gala,
la breve pero honda impresión que le dejan algunas semanas
de trabajo en París con la genialidad infatigable de Picasso
y los no pocos encuentros con Miró en esa misma ciudad, donde
tuvo la fortuna de recibir sugerencias del maestro en la elaboración
de litografías y grabados. El rigor, la exigencia académica
con el resplandor de estas luminarias del arte han empujado a Pujol
hacia una libertad creadora siempre atenta a la solidez de la factura.
Desde finales de 1997, cuando arribó a México, ha desplegado
una vasta obra en la que prácticamente desaparece la figura
humana y los objetos para insinuar su presencia a través de
la música o de su representación plástica. Manel
se asume como un pintor figurativo por excelencia, no obstante que
en diversos momentos de su trabajo hay muestras claras de su pasión
abstracta, o sea de una expresión cromática en donde
sólo dialogan el color y los ritmos del deseo, del impulso
y la noción del ser de la técnica y la razón
absorta en su memoria visual. Junto al action painting desata los
signos de una caligrafía sonora que no pretenden cifrar la
música sino anunciarla. Hacerla evidente para quien pase sin
advertir la dinámica melódica del cuadro.
La estación mexicana de Pujol Baladas es, por lo que nos muestra
en sus series dedicadas a la música, no un sincretismo sino
un florecimiento cultural que evoca e invoca, sin restricciones: paisajes,
emociones e ideas, experiencias sensitivas e irracionales, recuerdos,
fantasías, tiempos y espacios. Los silencios se pueblan de
pigmentos y líneas vibrátiles, de chorros de pintura
y de manchas, de signos y cifras. La música habla de la naturaleza
anímica de sus autores y de la sociedad en que viven y crean,
pero sobre todo es un lenguaje espiritual donde dialogan los sentidos
con la mente, y a menudo también el cuerpo. Manel dota a sus
atmósferas específicas donde la luz y la temperatura
responden a los ritmos e intensidades de sinfonías, conciertos
y sonatas, piezas de distinto formato e instrumentaciones.
Los azules cobalto y prusia del paisaje que alude a Sibelius contrastan
con los rojos y amarillos de Revueltas, Moncayo y José Rolón.
Verdi, Strauss, Grieg también mantienen conversación
con Carlos Chávez en los escenarios pictóricos de Pujol
Balada. El cromatismo de Míró y de Kandinski se insinúa
en la reverberancia florida del huapango y del color de fiesta concebida
por Silvestre Revueltas.
Manel atiende a su pasión por la música dando lugar
a un paisajismo abstracto donde coloca el signo, la escritura, como
la liga que induce al ojo a reconocer la marca de lo racional sensitivo,
es decir, del hombre. Pero aun sin las corcheas existe la certeza
del espectador de que el artista le pone color a su propia dimensión
sinfónica. El simbolismo que figura sobre esa acción
sinestésica, donde los ojos escuchan lo que ven y los oídos
observan los sonidos, confirman lo racional sensitivo de un artista
que reflexiona el acto creador, al tiempo en que se fuga en la exaltación
de una armonía de luces y de formas, tal como lo concibiera
Calder en estructuras móviles y en cuerpos. Pujol Baladas trabaja
en el silencio.
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