Mi
relación con el maestro Carlos Prieto surgió en
febrero de 1979, cuando se presentó como solista de la
Filarmónica de la unam con las Variaciones sobre un tema
rococó opus 33, bajo la dirección del desaparecido
Jorge Velazco. Desde entonces ha sido posible seguir con detenimiento
la trayectoria de este músico, ya como recitalista a violonchelo
solo o a dúo con el pianista uruguayo Edison Quintana,
ya como solista con la Filarmónica de la unam, con la Sinfónica
de Minería o con otros conjuntos de respetable presencia.
Ni qué decir de su trabajo con el Cuarteto Prieto, una
tradición familiar en que se combinan las inquietudes
artísticas de raigambre tan propia del ilustre apellido.
De su carrera musical destaca, además de su virtuosismo,
la consistencia de un quehacer artístico que lo hace viajar
por los cinco continentes y lo trae con cierta frecuencia, para
nuestra fortuna, a la capital de Veracruz, donde le hemos escuchado
por lo menos tres estrenos mundiales en años recientes.
También resalta el apasionamiento con que el maestro aborda
cada una de las partituras. Incluso, sobre el escenario aporta
la figura de un respetable caballero que adopta, con la debida
seriedad y hasta con severidad, el noble oficio de la recreación
de obras maestras: ciertamente, la ausencia de limitaciones a
que aludió The New York Times se puede observar en todas
sus interpretaciones.
No existe época ni corriente que no hayan sido interpretadas
por él. Pero también, desde el ángulo del
músico interesado en el análisis concienzudo, su
mirada auscultadora le permite penetrar en los terrenos de la
musicología, algo poco frecuente entre los instrumentistas.
Aquella inteligencia, así como la disposición para
la investigación, le ha dejado no sólo culminar
una preparación universitaria en el Instituto Tecnológico
de Massachusetts en dos disciplinas relacionadas con las ciencias
exactas, sino también incursionar en el quehacer literario,
del que han surgido cinco libros: Cartas rusas (1962), Alrededor
del mundo con el violonchelo (1988), De la ursss a Rusia (1993
y 1994), Senderos e imágenes de la música (1999)
y Las aventuras de un violonchelo. Historias y memorias (1999).
Semejantes cartas de presentación de ninguna manera afectan
la humildad de este admirable artista. Dispuesto a la charla de
forma incondicional, a través de las siguientes líneas
Prieto da cuenta de su primera etapa de formación, de su
inquietud por promover el arte musical del violonchelo, de su
relación con figuras importantes en el ámbito de
la música, así como de las historias que hay detrás
de su antiguo violonchelo. A ello suma su opinión sobre
la labor que realiza la Orquesta Sinfónica de Xalapa y
sobre el movimiento artístico que se desarrolla en la capital
veracruzana actualmente.
Se
sabe que usted no siempre se dedicó a la música
y que atravesó por algunos momentos de indecisión
con respecto del arte. Háblenos de ese periodo...
Comencé a estudiar el violonchelo a los cuatro años
de edad, por lo que a los 16 años ya tenía bastante
experiencia en los conciertos; además, no era malo en otras
disciplinas como la física y las matemáticas. Sin
estar muy seguro de mi vocación, ingresé al Instituto
Tecnológico de Massachusetts y allí curse dos carreras,
pero sin dejar el instrumento, porque me nombraron primer violonchelista
de la orquesta de esa institución, agrupación con
la que toqué como solista en varios conciertos. Luego regresé
a México a desempeñarme en mi profesión de
ingeniero industrial, y pasaron varios años para dejar
todo aquello y dedicarme por completo a mi instrumento. Sin embargo,
debo aclarar que la música formó parte de mi vida
prácticamente desde el día en que nací.
Su
hijo Carlos Miguel, quien ha manifestado una especial empatía
por Mozart, Haydn y los compositores mexicanos, pero aún
más por el soviético Dmitri Shostakovich, ¿vivió
una etapa de indecisión similar a la suya?
Carlos Miguel inició su contacto con el violín casi
a los cuatro años, y a él le ocurrió otro
tanto, pues cursó también otras carreras. Desde
su niñez, cuando comenzamos a tocar en el Cuarteto Prieto,
su formación se centró en la música de cámara
y, particularmente, en los cuartetos de Mozart y de Haydn, así
es que no es de extrañar su empatía con estos compositores.
El cuarteto lo integramos mi hermano Juan Luis a la viola, mi
sobrino Juan Luis Prieto y mi hijo Carlos Miguel en los violines
y yo en el Chelo.
Respecto a Shostakovich debo decir que yo he tenido una relación
importante con la música de este gran compositor, por ello
Carlos Miguel escuchó desde niño su música,
vio de cerca el entusiasmo que yo mostraba por su genial obra.
Yo supongo que por allí le entró el entusiasmo por
la música de Shostakovich.
¿Del
repertorio para violonchelo, con cuál compositor se inició
usted: Shostakovich, Schumann, Dvorak?
La primera obra que interpreté con el violonchelo ante
el público fue la Segunda suite, en re menor de Johann
Sebastian Bach. De hecho, el primer disco fonográfico que
recuerdo haber escuchado fue el Quinto concierto de Brandenburgo
de Bach, me lo puso mi abuelo cuando yo tenía siete años
de edad. Por tanto, es de comprenderse que la música de
este compositor contenga para mí una importancia elemental.
Después vinieron las sonatas de Beethoven, las sonatas
de Brahms, los conciertos de Haydn. Luego me interesé enormemente
por la música de Shostakovich, lo cual me motivó
a estudiar el idioma ruso a tal grado que, más tarde y
en condiciones muy peculiares, fui a la Universidad de Moscú,
donde hice un diplomado en lengua rusa.
¿Y
esa especial dedicación a la música mexicana y latinoamericana
para chelo?
Hacia 1980, cuando ya tocaba con mucha frecuencia en varias partes
del mundo, me di cuenta de que no teníamos repertorio para
el violonchelo. Observé que las obras que se habían
escrito hasta entonces se podían contar con los dedos de
una sola mano. Por ello, me di a la tarea de convencer a los compositores
mexicanos para que escribieran obras para el instrumento. Por
fortuna hubo una respuesta muy entusiasta, tanto que me he dado
el gusto de estrenar obras de casi todos los autores importantes
de México. Pero mi interés fue tan grande que amplifiqué
el área para entrar en contacto con los principales compositores
de América Latina: Chile, Brasil, Argentina, Venezuela,
Colombia, Cuba y Puerto Rico, entre otros.
Después amplié mi visión hacia el área
iberoamericana, como dice Carlos Fuentes, de los dos lados del
mar, es decir, con los compositores españoles y portugueses.
Ya llevo... no sé, unas 60 obras estrenadas. En la reciente
quinta edición de mi libro hay una lista más actualizada,
que ya no está al día porque acabo de estrenar otras
piezas que no aparecen allí, entre ellas una de un joven
compositor español llamado José Luis Turina, nieto
del famoso compositor Joaquín Turina. Eso fue con la Orquesta
de San Petersburgo, en Rusia. Otra fue de otro español
llamado Tomás Marco, llamada Laberinto marino, misma que
estrené en Morelia el pasado noviembre.
¿Planea
estrenar próximamente otras obras?
Tengo pendientes tres estrenos de compositores mexicanos: uno
se llama Alexis Aranda, otro de apellido Uribe y una sonatina
para chelo solo de Luis Herrera de la Fuente. Hay además
las obras de dos compositores brasileños y las Fantasías
para violonchelo y orquesta del chileno Juan Orrego Salas. Sin
duda, la música latinoamericana ha sido un terreno que
me ha dado muchas satisfacciones.
Es
impresionante no sólo su virtuosismo, sino también
la variedad de su repertorio, sobre todo si se considera que existen
violonchelistas que cuentan únicamente con cinco o seis
obras.
Es cierto eso. El resultado es que esas pocas obras las interpretan
de manera excelente y las van alternando para no repetirlas frecuentemente
en una misma sala o con una sola orquesta, pero se niegan a sí
mismos la oportunidad, no exploran las partituras poco conocidas.
En
cambio usted tiene un amplio repertorio que ha ido incrementando
en cada viaje, pues acostumbra interpretar obras de autores originarios
de los países que visita, ¿no es así?
Efectivamente. Y ahora que lo recuerda hay una anécdota
relacionada con esto que dice. En una ocasión cuando tenía
que tocar en Bolivia busqué una obra para violoncelo de
un autor boliviano, pero no la encontré, y esto lo comenté
en el recital. De repente, de entre el público se levantó
un señor que me dijo: “eso nos preocupa mucho, pero
yo le prometo que me encargaré de cubrir ese lamentable
hueco que existe en la música de mi país”.
Tiempo después me envió una serie de danzas que
interpretaré en mi próxima visita a Bolivia.
Quiero
contar con los dedos de la mano a los buenos chelistas mexicanos:
Leopoldo Téllez, Sally Van Den Berg –holandés
de origen–, José de Jesús Enríquez,
y, en Xalapa, Pepe Arias…
Bueno, tomemos en cuenta que Pepe Arias tiene un sobrino que es
un excelente ejecutante del instrumento. Se trata de Javier Arias,
quien estudió un doctorado en Estados Unidos y ahora es
miembro de un famoso cuarteto al que le está yendo muy
bien y ha ganado un premio importante en Canadá.
¿Considera
que su trabajo ha sido primordial en la formación de nuevos
instrumentistas?
Desde hace bastante años estoy ligado al Conservatorio
de las Rosas, en Morelia, mismo que, al igual que la Sinfónica
de Xalapa, cuenta con el mérito de la venerable edad, pues
fue fundado en 1743, así que es el más antiguo del
continente. Me nombraron presidente de su patronato, y nuestro
objetivo es convertirlo en el mejor de América Latina.
Creo que estamos dando pasos muy importantes en ese sentido. Podría
dedicar muchos minutos de la charla al Conservatorio de las Rosas,
pero prefiero mencionar que hace ocho años se organizó
allí el Primer Concurso Nacional de Violonchelo –cuando
Rafael Tovar y de Teresa era el presidente del Conaculta–,
y pese a mi oposición el concurso nació con el nombre
de Carlos Prieto.
La primera edición (en 2001) fue de alcance nacional y,
en virtud del éxito que obtuvo, la edición de 2002
se extendió a Latinoamérica y el primer premio lo
ganó un joven de origen peruano llamado Jesús Castro
Balbi. Se trata de un artista fantástico que ya está
haciendo carrera en Estados Unidos y en otros países el
mundo. Y esto que voy a decir es una primicia: la cuarta edición
del concurso, en noviembre de 2004, estará abierta a artistas
de Portugal y España, es decir, el evento será iberoamericano
y en él podrán participar violonchelistas nacidos
o que residan en cualquier país de América Latina
y de la península Ibérica. Esto le concede un carácter
internacional, ya que en México y en España viven
chelistas ucranianos, polacos, rusos...
No se ha querido hacer un concurso internacional, porque ya hay
en abundancia, pero iberoamericanos ninguno. Además, tiene
la característica de que los participantes deben interpretar
obras del repertorio iberoamericano. Esto presupone que estarán
presentes las partituras de Villa-Lobos, Federico Ibarra, Orrego
Salas, Márquez, Zyman… o las transcripciones de Enríquez
para las obras de Revueltas. La intención es difundir esta
música, apoyar a los artistas talentosos y, por último,
fomentar la creatividad entre nuestros compositores.
A
propósito de los compositores mexicanos, recuerdo su relación
amistosa y artística con dos personalidades muy significativas
en el ámbito musical de nuestro país: Manuel Enríquez
y Jorge Velazco. ¿Qué opina acerca del legado de
estos maestros?
Comencemos por Manuel Enríquez, con quien tuve una amistad
sorprendentemente fructífera. Fue uno de los primeros compositores
a los me acerqué en mi intento por enriquecer el repertorio
mexicano. De ello surgió un magnífico concierto
que se estrenó en el Foro de Música Nueva y que
luego grabé para la fonografía.
Luego, a inicios de la década de los noventa, se realizó
en Nueva York una muestra llamada México, treinta siglos
de esplendor en que se dieron varias audiciones y a mí
me invitaron a dar algunos conciertos. En esa ocasión comenté
con Enríquez que era una lástima que Silvestre Revueltas
no hubiera escrito nunca una obra para violonchelo. La respuesta
de Manuel me dejó intrigado: “Te voy a entregar una
obra para chelo de él”. A los pocos días recibí
las Tres piezas para violín y piano de Revueltas transcritas
para chelo y piano por el propio Manuel Enríquez. Es un
trabajo magistral, de verdad asombroso. Después transcribió
las Tres danzas tarascas de Miguel Bernal Jiménez –pieza
que fue estrenada en Nueva York–, algunas otras obras y
Fantasía para chelo y piano que he tocado por todo el mundo.
Con Jorge Velazco tuve una larga relación, como director
de la Orquesta Filarmónica de la unam y como fundador de
la Sinfónica de Minería. Lamenté profundamente
su muerte por el enorme talento que tenía, porque era un
impulsor artístico extraordinario y porque era un artista
endemoniadamente trabajador. Yo estoy convencido de que murió
de agotamiento.
Con él realicé la grabación en Europa del
Concierto para violonchelo de Ricardo Castro, obra que destaca
por ser la primera en su género compuesta por un mexicano.
Fíjese qué cosa tan curiosa: Castro compuso su Concierto
para violonchelo en 1890, aproximadamente, y se estrenó
en 1903, cuando llegó a París, pero nunca volvió
a interpretarse. En México, su patria, nadie se interesó
en él, hasta que 80 años después Jorge y
yo nos dimos a la tarea de reconstruirlo, estrenarlo en México
y luego grabarlo con la Sinfónica de Berlín.
Detalle
extraordinario...
Claro, y por lo mismo no era extraño que a nadie le interesara
en México escribir conciertos para violonchelo, pues se
sabía que habría que esperar 80 años para
estrenarlos.
Cuéntenos
un poco de Ricardo Castro y de ese concierto que tiene una orquestación
sui generis…
Efectivamente, se trata de una orquestación muy densa que
cuenta con una nutrida sección de metales. En ocasiones,
suena tan potente la orquesta que, durante los ensayos, era imposible
distinguir el sonido del chelo. Y un poco en plan de broma, en
una de las secciones en que el solista toca contra toda la orquesta,
me puse a interpretar una suite de Bach. Cuando terminamos, le
pregunté a Jorge si había distinguido lo que toqué
con el violonchelo y me dijo que no. Grande fue su sorpresa cuando
le comenté que no había sido el concierto de Castro,
sino un fragmento de una obra de Bach.
Desde luego que la orquesta no cubre al solista en todo momento,
y el concierto en sí es una obra hermosa y bien estructurada,
pero Castro seguramente no contaba con la experiencia necesaria
para lograr el equilibrio adecuado entre la orquesta y un instrumento
solista de sonido más grave que el violín. Hay que
recordar que vivió sólo 43 años, de 1864
a 1907. Es seguro que no se asesoró por un chelista y que,
ante lo poco que se tocó su concierto y lo poco que vivió,
no tuvo tiempo de realizar una revisión.
Por ejemplo, Samuel Zyman después de que escuchó
su concierto, el cual estrené en Nueva York, me dijo: “voy
a hacerle una revisión a esta obra”. En efecto, realizó
algunos ajustes y cambios y la nueva versión que resultó
es muy superior a la original. Esta última la he tocado
en Argentina, Estados Unidos, España y también la
he grabado.
Se
comenta que el más importante coleccionista de violonchelos
históricos en el mundo es usted. ¿Cierto?
No, definitivamente no. El requisito elemental para ser un coleccionista
importante es poseer muchos instrumentos. Yo sólo tengo
uno, mi Chelo Prieto, el Stradivarius de 1720 que era conocido
como El violonchelo rojo, el cual, gracias a la ocurrencia de
mi esposa, ahora viaja con aquel nombre en asiento de avión
específicamente destinado para él, acumula millaje
de vuelo y es merecedor de descuentos especiales por ser un viajero
de avanzada edad.
Detrás
de ese Stradivarius hay una gran historia que quizá muchos
ya conozcan, pero que vale la pena recordarla…
El Chelo Prieto fue construido en Cremona por el genio de la laudería
Antonio Stradivari. De allí pasó al puerto de Cádiz,
en donde el sacerdote José Sáenz de Santa María,
marqués de Valde Iñigo, presidía una hermandad
entregada a la celebración de los llamados “Días
santos”, en el oratorio de La Santa Cueva, ubicado junto
a la parroquia de El Rosario.
La primera obra importante interpretada con este violonchelo fue
Las siete palabras de Cristo del austriaco Franz Joseph Haydn,
en 1787, en la Santa Cueva y con los auspicios de la hermandad
que encabezaba dicho clérigo, quien no era español
ni austriaco ni italiano, era veracruzano.
El instrumento anduvo después en Irlanda, Inglaterra, Alemania,
Suiza, Estados Unidos y, finalmente, en México. Tuvo varios
propietarios y pasó por innumerables vicisitudes, muchas
de las cuales pudieron provocar su desaparición o completa
destrucción.
Estuvo en manos de Francesco Mendelssohn –descendiente del
ilustre músico alemán–, durante la época
del nazismo. Los Mendelssohn fueron judíos y eso generó
muchas amenazas de decomiso por parte del Tercer Reich, cuyos
funcionarios acostumbraban despojar a los semitas de sus obras
de arte. Francesco pudo sacar el violonchelo hacia Suiza montado
en una vieja bicicleta y con el instrumento metido en un feo costal.
Más tarde, ubicado Francesco en San Antonio, Texas, como
violonchelista de fila de la orquesta de aquella ciudad, se aficionó
demasiado a la bebida y en una ocasión dejó olvidado
el estuche con el instrumento sobre la banqueta de la calle y
junto a los depósitos de basura. Pasó el camión
de la limpia y la providencial aparición de una mujer de
quien se desconoce todo, incluso el nombre, impidió que
el Stradivarius fuera compactado con la basura en el interior
del camión y convertido en astillas.
Con el nombre de Chelo Prieto viaja por el mundo y hasta ha sido
protagonista de escenas tan confusas como chuscas, como cuando
en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
los miembros de la guardia portuaria no permitían el despegue
de un vuelo porque faltaba un pasajero, que para colmo de males
era extranjero. Sólo se permitió la salida del avión
cuando les mostré que Chelo Prieto se encontraba a bordo,
iba bien atado a su asiento con el cinturón de seguridad
y dispuesto a emprender el viaje.
Desde
su perspectiva como violonchelista, ¿qué opina acerca
del movimiento musical de Xalapa, de su Orquesta Sinfónica
y del desempeño de Carlos Miguel como director de esta
agrupación?
Xalapa es importante en la música de nuestro país.
Cuenta con una de las mejores orquestas, tiene una de las más
importantes escuelas de enseñanza musical –la Facultad
de Música– y un Instituto Superior de Música.
Asimismo, llama la atención la intensa actividad recitalística
y de música de cámara que se da en torno a la Universidad
Veracruzana, institución que convierte a la ciudad en uno
de los campos de movimiento artístico más importantes
de México, pues a la música debemos sumar el teatro,
el arte plástico y la literatura que se generan aquí.
Sobre la OSX puedo decir que estoy muy contento de ver cómo
está funcionando. Independientemente de que se encuentre
mi hijo como titular, el hecho es que está sonando muy
bien. Pero no es sólo eso. Se trata de un conjunto con
el que resulta un placer trabajar, pues no se imagina el gusto
que da cuando uno toca con una agrupación disciplinada,
con atrilistas conscientes de su responsabilidad. Aquí
no es como en otras orquestas, en las que el director detiene
la música y los instrumentistas siguen tocando o hablando
entre ellos; se pierde tiempo de manera innecesaria. Estoy seguro
de que la Sinfónica de Xalapa está entre las dos
o tres mejores de México, y esto ubica tanto a Xalapa como
a su orquesta en un nivel muy importante en toda América
Latina.
¿Cómo
fue el primer concierto padre-hijo, en el que Carlos Miguel fungió
como director y usted como intérprete?
El primero fue cuando interpretamos el Concierto en do mayor de
Haydn. Luego el Concierto en re mayor del mismo autor y los conciertos
para violonchelo de Saint-Säens y de Dvorak. Posteriormente,
las Variaciones rococó de Tchaikovski y el Primer concierto
de Shostakovich. En Xalapa realizamos el estreno mundial de los
conciertos del cubano Carlos Fariñas y del irlandés
John Kinsella. Además hemos interpretado, del repertorio
latinoamericano, los conciertos de Roberto Sierras, Arturo Márquez,
Eugenio Toussaint, Carlos Chávez y Mozart Camargo Guarnieri,
además de la Elegía del compositor francés
Gabriel Fauré. Le estoy hablando de 13 o 14 obras, más
de lo que muchos chelistas incluyen en la totalidad de su repertorio.
Por otra parte, recientemente se produjo un disco con la Sinfónica
de Xalapa y mi participación, que contiene el concierto
de Shostakovich dirigido por Herrera de la Fuente, así
como los conciertos de Celso Garrido-Lecca y de John Kinsella,
éstos dirigidos por Carlos Miguel. La empresa me envió
unos ejemplares y yo hice llegar uno a Kinsella. A cambio recibí
una carta conmovedora en la que manifiesta su agradecimiento por
lo que él juzga una interpretación ejemplar. Dice
textualmente que la interpretación rebasó todas
sus expectativas, que es realmente extraño que un compositor
irlandés sea tomado en cuenta por la fonografía
y se graben sus obras a gran escala, con interpretación
que la haga competitiva en el mercado discográfico mundial
y que convenza a quien escucha la obra. Dice que este disco es
un episodio mayúsculo en su carrera y que agradece mucho
a la Sinfónica de Xalapa y a Carlos Miguel esta realización.