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A
comienzos
de la década de los ochenta, Camilo José Cela decidió
legar todos sus manuscritos, libros, cuadros, obras de arte, archivo
y referencias literarias a una fundación que se constituyó,
bajo su presidencia, en su Galicia natal.
La idea de reunir tan ingente legado bajo un mismo techo la tuvo
tras recibir la oferta de una universidad norteamericana que pretendía
formar con ese fondo un centro de estudios sobre la literatura española
posterior a la guerra civil. Tras rechazar dicha oferta, Camilo
José anunció con solemnidad y emoción a sus
paisanos su intención de poner en marcha una fundación
cultural que acogiera su legado.
A partir de entonces y durante los últimos 20 años
de su vida, Cela se dedicó activamente a la puesta en marcha
de la fundación que llevaría su nombre. El lugar elegido
fueron las llamadas “Casas de los Canónigos”,
un noble conjunto arquitectónico construido a finales del
siglo XVIII y situado en su aldea natal de Iria Flavio. Dichas casas
parecían idóneas tanto por su gran tamaño como
por su prestancia, pese a que a comienzos de los años ochenta
se encontraban prácticamente en ruinas. Así, en 1981
Cela adquirió de su bolsillo la primera y, como ya he dicho,
concluyó una labor que él dirigió personalmente
20 años después, con la propiedad de cinco de las
casas. Para ello, Cela trabajó de una forma incansable, organizando
y controlando tanto las labores de restauración del lugar
como todos los detalles del equipamiento y ordenación de
su legado.
Actualmente, la Fundación dispone de una superficie total
de 11 000 metros cuadrados, de los cuales 3 000 corresponden a superficie
construida. Alberga una gran biblioteca con 40 000 volúmenes,
10 salas de ediciones, 13 colecciones permanentes, cuatro fondos
documentales, seis aulas, dos salas de exposiciones y más
de 700 cuadros. Cuenta con un paraninfo de 178 plazas y con el Museo
Ferrocarrilero John Trulock. Además, se articula como un
museo abierto a las visitas y un centro de estudios e investigación,
donde se realiza una amplia labor al servicio de la literatura y
la cultura gallega, española y universal.
A los borradores y manuscritos de todas sus obras (algo insólito
en la historia de la literatura) tiene que añadirse un epistolario
de más de 9 000 autores –que incluye a todos los protagonistas
de la vida cultural española de la segunda mitad del siglo
XX–, la biblioteca privada de Camilo José, y una hemeroteca
que comprende más de 1 200 títulos de periódicos
y revistas, entre los que se encuentran ejemplares del siglo XIX
de gran valor.
Otra sección está dedicada a la vida y obra de Cela,
donde se recogen tesis doctorales, monografías y libros de
crítica e historia de la literatura. Este fondo documental
se completa con cientos de títulos, condecoraciones y premios
(como el Nobel, el Cervantes y el Príncipe de Asturias),
pinturas, objetos de arte y todo aquello que refleja la influencia
de la obra del fundador en la cultura y en la sociedad de su época.
Los fondos de la Fundación también incluyen el archivo
de la revista Papeles de Son Armadans y las bibliotecas legadas
por José María Sánchez-Silva, por José
García Nieto y por Fernando Huarte.
El visitante puede contemplar una pinacoteca que alberga más
de 500 cuadros originales, con obras de los primeros nombres del
arte contemporáneo. Merecen destacarse cuadros firmados por
Picasso, Miró, Tapies, Mosquera, Ulbricht, Zabaleta, Úrculo...
Literatura y pintura se asocian también en los dibujos de
Federico García Lorca o de Rafael Alberti, e incluso del
propio Cela, del cual se conservan en la Fundación varios
lienzos, acuarelas y dibujos. A este ingente legado se han de sumar
diferentes manuscritos de otros escritores (Pío Baroja, Enrique
Jardiel Poncela, entre otros) y también numerosas colecciones,
como una serie de cien botellas firmadas por importantes artistas
y escritores (Picasso, Miró, Hemingway, Dos Passos, Celaya,
Pla, etcétera), o las togas recibidas por Camilo José
al ser investido doctor Honoris Causa por universidades de todo
el mundo.
Otro ejemplo lo constituye el Museo Ferrocarrilero John Trulock,
ubicado en la octava “Casa de los Canónigos”
y dedicado a recuperar la memoria de la primera línea ferroviaria
gallega, inaugurada en 1873 y de la que fue director gerente John
Trulock, abuelo materno del escritor.
En octubre del 2001, apenas tres meses antes del fallecimiento de
Cela, se dio por concluida la obra fundacional con la inauguración
del Paraninfo, ceremonia presidida por los presidentes de los gobiernos
de España y de Galicia. Cela comentó que aquel había
sido el día más feliz de su vida, y todos los que
colaboramos con él tuvimos la satisfacción de conseguir
algo tan hermoso como que nuestro fundador viera concluida en vida
una obra tan ambiciosa.
Cela falleció, hace ya dos años y medio, y el Patronato
de la Fundación decidió, por unanimidad de sus 30
miembros, nombrarme nueva presidenta, una responsabilidad que asumí
comprometiéndome a respetar la línea de trabajo iniciada
por el fundador. Desde entonces, la Fundación realiza una
amplia labor cultural, ordenando y difundiendo el legado de Cela
de una manera presencial, a través de visitas, cursos, conferencias
y recitales, así como con la edición de revistas y
libros, apostando por las nuevas tecnologías informáticas
y abriendo sus puertas a todos los que, movidos por su curiosidad
intelectual, acuden hasta nuestra sede de Iria Flavio.
Entre el ingente documental que allí se conserva, existen
numerosas referencias sobre un tema de tanto interés para
México como la relación con los escritores, artistas
e intelectuales españoles exiliados tras la Guerra Civil.
Camilo José Cela jugó durante aquellos años
un papel fundamental en la recuperación literaria de los
escritores españoles que se vieron obligados al exilio, convirtiéndose
así, según sus propias palabras, “en la cabeza
de puente –y a veces en la cabeza de turco– de lo que
creo más auténtico y más sano de los españoles
de nuestro amargo tiempo”.
Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, León Felipe,
María Zambrano, Joseph Carner y Max Aub, desde México;
al igual que Rafael Alberti y Francisco Ayala, desde Argentina;
o José Bergamín y Hábeas Bargas, desde Francia,
se reencuentran con los lectores españoles, por mediación
de Cela, en la revista Papeles de Son Armadans, que había
fundado en Palma de Mallorca (1956), a su regreso de Venezuela.
A través de todos ellos, Cela entra en contacto con los escritores
autóctonos, que comienzan de este modo a publicar en España.
“¿Te interesan los mexicanos? Los buenos, Octavio Paz,
por ejemplo”, le pregunta Aub a Cela, que le responde: “Aquí
nadie le conoce, pero si tú crees que es bueno...”.
Así inicia Paz una colaboración con Papeles que se
tradujo en ocho magníficos textos y, por mediación
suya, también lo hace María Dolores Arana, con 17
colaboraciones y un epistolario de literatura y amistad, además
de 60 cartas que se conservan, como todo lo demás, en la
fundación.
En abril de 1974, Cela viajó a México para participar
en un acto homenaje a León Felipe y aprovechó la oportunidad
para pregonar lo que él ya sabía desde muchos años
atrás: “Sólo quiero que sepáis que México,
este oasis de paz en un mundo de estúpida violencia, también
está en la casa de nuestros corazones”.
En mayo de 1980 Cela volvió a México y participó
junto a Octavio Paz en distintos coloquios y también en una
muestra antológica de su también amigo Joan Miró.
Cela y Paz, finalmente, pasarán a la historia de la literatura
hispana universal como “vecinos de Nobel”, ya que el
español lo recibió en 1989 y el mexicano en 1990.
Durante su última visita a México, a Zacatecas, en
abril de 1997, da “aviso de la defensa de nuestra lengua común”,
indicando que “la lengua es una herramienta primordial, insubstituible
por ninguna otra y necesaria para darnos sentido y presencia y abrir
las más amplias perspectivas a nuestros anhelos”. Desde
la Fundación que lleva su nombre y que yo tengo el honor
de presidir, nos esforzamos por trabajar en esa dirección.
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