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revivieron emociones y se volcaron nuevamente en aplausos. Así
fue como recibieron en estas tierras a Jarocho, coproducción
de la UV y del gobierno del Estado, que retoma las raíces
de la cultura veracruzana para dar a conocer el espíritu
y la expresión de un pueblo, a través de una puesta
en escena de dos actos, que conjuga diversos ritmos y géneros:
salsa, son, jazz, flamenco, zapateado, danzón, y danza africana,
clásica y contemporánea.
En 16 actos plenos de historia, tradición, colores, baile
y música veracruzana, interpretados bajo una estética
contemporánea que ha despertado regocijo, Jarocho contagió
a la audiencia de emoción y alegría. Sin duda, logró,
como en otros escenarios, establecer una comunicación abierta
con el público, presentando coreografías y piezas
musicales creadas especialmente para grabarse en el gusto y en la
memoria de quienes lo ven.
Completo como pocos y espectacular como sólo los mejores
en el mundo, Jarocho ofreció espléndidas coreografías,
impecables arreglos y una dinámica que llevó al público
de la expectación a la emoción, de la melancolía
a la alegría, de la nostalgia al gozo, en un viaje que evoca
al ser jarocho en la actual posmodernidad.
De la producción destacaron la coreografía de funcionamiento
casi perfecto, de enorme vistosidad en los atuendos y dinámica
visual en los números ejecutados, así como la escenografía
que muestra un ingenioso tejido de texturas que ha resultado ser
una novedosa característica en los telones, manejados en
un juego de movimientos verticales que permiten el claro lucimiento
de músicos y bailarines.
Y como en cada presentación, el ambicioso proyecto fusionó
el talento de 27 bailarines, cuatro solistas y 12 músicos
que participaron en escena, todos ellos bajo la batuta del experimentado
bailarín Richard O’Neal, el director artístico,
quien pretende llevar la producción a Europa y a la Unión
Americana.
Atmósferas, ritmos y cadencias que se unen
Con música que combina elementos del rock progresivo con
instrumentos tradicionales del son jarocho, la pieza que abre el
espectáculo arroja al escenario bailarines ceñidos
en terciopelo negro y transparencias para ejecutar gallardas evoluciones,
donde la cálida sonrisa de los danzantes se torna en un gesto
altivo de profundo orgullo veracruzano.
Jarocho transforma el son de “La Bruja” en una fantasía
sombría de luces y música, que convoca a antiquísimas
leyendas veracruzanas alrededor del cortejo entre la hechicera y
el varón embrujado, representados por solistas que mezclan
la danza clásica y contemporánea, mientras una docena
de bailarinas ilumina la penumbra con velas en las manos y se cruza
en el mágico idilio.
El tradicional “Colás” se presenta en medio de
un cálido tornasol de luces, telones traslúcidos y
músicos en escena que esperan a bailarines ataviados con
el más tradicional atuendo de jarocho y colman el escenario
de chiflidos y bullicio veracruzano, de gritos de júbilo
y fiesta. Enseguida, los músicos simulan un paseo por el
malecón y la costa veracruzana en armonías de jazz,
que por momentos se convierte vertiginosamente en golpes de alientos
y percusiones y corre por en medio de un paseo de estrellas, palmera
y mujer. Bajo el mote de “Jarjazz”, cualquier postal
veracruzana toma un cariz de improvisación y complejas armonías.
El espectáculo gira inmediatamente hacia las profundas “Raíces”
negras de la región y se convierte en una danza frenética
de movimientos que recuerdan la santería, mezcla de son y
selva. “Ritmo” es una representación a manera
de camorra entre un solo de batería y un solo de zapateado,
un diálogo vertiginoso entre tambores de piso, tarola y contratiempo
y la habilidad que va subiendo de tono en tono y desemboca en un
lamento de arpa y flauta que imita el encantamiento de “La
Sirena”.
El “Fandango” es una fiesta de coqueteos y cortejos
entre jarochas ceñidas en una versión relajada del
vestido tradicional, previo al intermedio. Luego, los músicos
ofrecen una revisita a la música tradicional mexicana, convirtiendo
al “Son de la Negra” en jazz, “La Raspa”
en bebop y el “Cielito Lindo” en algo cercano al ambient
y el new age, bajo el título de “Guacamole”,
antes de ceder el turno a un pasaje de los años treinta,
de danzón y salones de baile, de vestidos escotados y sombreros
de fieltro en el “Salón Veracruz”.
Inmediatamente, la parte española que todavía corre
en la sangre veracruzana se adueña del escenario, entre guitarras,
cantos flamencos y una caja de ritmos electrónicos, mientras
la bailaora María Juncal lleva al extremo las técnicas
del zapateado ibérico hasta un solo fenomenal que ha levantado
ovaciones donde se ha presentado por su maestría y extrema
sensualidad.
El “Torito” importa de Tlacotalpan y la cuenca del Papaloapan
la alegría jarocha, y la “Noche Cubana” trae
una mezcla afortunada de danza clásica y malecón,
de caderas y academia de baile, en medio del son estilizado. Del
malecón de La Habana al de Veracruz, la salsa y el zapateado,
las guayaberas y los trajes de rumberos viajan de ida y vuelta.
“La Malagueña” recrea, con evoluciones de bailarina
y cantante solista, una atmósfera de melancolía y
cariño profundos hasta que la pieza «Jarocho»
rompe el escenario de nuevo en son y rock zapateados, mezclando
la tradición y el futuro del baile jarocho y entrecruzando
atavíos veracruzanos.
Jarocho cierra su puesta en escena con el canto de Veracruz al mundo,
“La Bamba”, que mezcla el sonido del arpa con los beats
de la música electrónica para subir hasta convertirse
en son estilizado y un poco de flamenco, al tiempo que la salsa
pasa de repente al jazz y vuelve al son y regresa de nuevo a la
jarana, mientras la noche que rodea al espectáculo se tiñe
de colores veracruzanos.
Es así como el espectáculo, que refleja la energía
vibrante y el orgullo de Veracruz, se transforma en una fiesta escénica
de la que nadie queda al margen y en la que todos son invitados
a compartir, con entusiasmo, la energía y el talento de todo
el equipo que gozoso hace posible cada una de las funciones. Jarocho
suena a leyenda y sentimiento. Es la abolición de la frontera.
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