Todo
indica que Eduardo Storni Armanini tiene, en el ámbito
de la música de Latinoamérica, la opinión
definitiva sobre Anton Bruckner, el formidable compositor austriaco
que actualmente cobra una suerte de popularidad muy parecida a
la que registran Mahler y su obra.
Storni es un personaje de hoja curricular en verdad impresionante,
en la que se detallan actividades como director de coros y orquestas
en su natal Argentina, donde además se desempeñó
en los campos de la docencia, la musicología, la investigación
y la difusión. Actualmente radica en Xalapa, ciudad en
la que desea permanecer de manera definitiva y donde trabaja en
la Universidad Veracruzana conduciendo programas para Radio UV
y dirigiendo el coro de esta estación, que él fundó.
Lo que hoy nos interesa de este personaje es el momento en que
sacudió las conciencias de los melómanos hispanoamericanos
con su enfoque en torno a la personalidad de Anton Bruckner, el
autor nacido en Ansfelden, en 1824, y muerto en Viena en 1896.
Su libro Bruckner, el cantor de Dios (publicado en 1977 por la
editorial Espasa-Calpe de Madrid) resultó no sólo
el primer ensayo biográfico verdaderamente importante acerca
de la personalidad del compositor, sino también el documento
que develó ante el mundo los detalles desconocidos propios
de una personalidad artística de suyo fascinante.
Si alguna duda existiese en torno a la trascendencia de este documento,
tomemos en cuenta que fue prologado por Leopold Nowak1, el investigador
y musicólogo que impuso orden en un listado creativo en
que medio mundo se sintió con derecho a meter mano y, con
ello, a deformar de manera monstruosa el concepto original de
muchas de las partituras de Bruckner. Es a Nowak a quien se debe
la actual permanencia de las versiones originales de la totalidad
de las sinfonías del músico austriaco.
En el interior de las instalaciones de Radio Universidad Veracruzana,
Storni Armanini accede a charlar acerca de la vida y obra de este
importante compositor del posromanticismo decimonónico.
Se
ha dicho que Bruckner, como buen organista que era, intentaba
trasladar la sonoridad del órgano a la orquesta.
Algo parecido he leído. Es cierto que fue organista en
la iglesia de San Florián, que ya hubiese sido la consagración
para cualquiera menos ambicioso que él. Después
obtiene por concurso el puesto de organista en la catedral de
Linz que como parte de la estructura eclesiástica tiene
mayor importancia que San Florián, aunque el órgano
de esta última sea mucho mejor que el de Linz. Es una abadía
en la que hay tres órganos y el más importante tiene
cinco teclados.
Siendo ya titular en Linz, y habiendo escrito obras como su Réquiem,
resuelve estudiar todo de nuevo, comenzando por la teoría
hasta la doble fuga, y se hace dar un certificado por cada uno
de los capítulos. ¿Por qué?, porque los “chilangos”
de Viena suponían que nada sabía, que era un ignorante,
y Bruckner les demuestra todo lo contrario. Cinco notables de
la musicología vienesa le dan un tema de 16 compases para
que improvise sobre él. Tú sabes que mientras más
largo es el tema, más complicado es sacarle variaciones
e improvisaciones. Bruckner sube a su órgano y le mete
una doble fuga que deja pasmados a los sabihondos. Terminaron
por disculparse ante él.
Y regresando a la pregunta, estoy convencido de que el ideal sonoro
de Bruckner era equivalente tanto para el órgano como para
la orquesta.
¿Por
qué existe tanta diversidad en la manera de interpretar
las obras de Bruckner? La diferencia en minutos en la interpretación
de sus sinfonías suele ser enorme entre un director y otro.
Eso es cierto. En la interpretación de Bruckner ocurre
algo que no pasa con Brahms, no ocurre con Schumann ni con Beethoven...
con ningún compositor. Bruckner estableció que su
Cuarta sinfonía debía tener una duración
de 55 minutos a una hora. Pero vienen directores, algunos de ellos
de verdad renombrados y célebres, y la hacen ¡en
una hora con 20! Nadie se toma esas libertades con los demás
compositores, pero sí se continúa tergiversando
y retorciendo el concepto original de Bruckner.
En donde está marcado claramente schnell, que en alemán
equivale a allegro, vienen estos señores y lo hacen andante
simplemente porque les da la gana. Hasta Celibidache2 muestra
mucho de ello en el scherzo de la Novena sinfonía, que
es una joya arquitectónica en que la indicación
para la dinámica es presto. Pero Celibidache lo interpreta
desesperantemente lento. ¡Eso no es Bruckner, es Celibidache
y nada más! Recién ahora las interpretaciones de
los ingleses respetan las indicaciones del compositor, y es que
a ellos para nada les interesa la positiva o negativa supuesta
vinculación con Wagner y se van sólo al espíritu
de la obra.
A
veces se considera que ejecutar pausadamente contribuye a dar
claridad a los pasajes orquestales.
No, no, eso es falso. La música debe tener el tiempo indicado
por el autor. Queda claro que la interpretación no es rígida
ni mecánica ni de exactitud matemática; debe existir
un cierto margen. Pero cuando en un fragmento que debería
registrar una duración de 15 minutos hay cinco de más,
algo anda muy mal. ¿Qué sería de la Quinta
de Beethoven con semejante arbitrariedad? Simplemente la gente
saldría furiosa y despotricando del concierto.
La música debe tener su propio tiempo para que mantenga
una estructura comprensible. Pero debo reconocer que, así
como Celibidache hace con los tiempos lo que se le da la gana,
también consigue una altura, elevación espiritual
y emoción incomparables. Esas cosas que él hizo,
y que he denominado tergiversaciones, nunca son tontas ni inútiles.
El tipo siempre estaba buscando algo determinado.
Una interpretación suya de la Misa número 3 en fa
menor contiene un Agnus Dei que no tiene igual. Si queremos más
de eso, sólo habrá que ir a ver a Dios.
¿Hay
alguna razón de esa anarquía?
Sí la hay, y sus antecedentes son históricos. Después
de la muerte de Beethoven, Alemania deja de ser el centro del
sinfonismo importante. Schumann es un aporte muy modesto y tardío,
comienza a escribir sinfonías después de su formidable
trabajo en el lied. El único que alcanza una estatura de
verdad trascendente es Richard Wagner, pero éste es básicamente
lírico, sus terrenos son la ópera y la creatividad
escénica en sus libretos. Todos sabemos que Wagner era
un tipo que despertaba polémicas y en Viena, el centro
de la actividad musical en ese momento, fue recibido con mucha
cautela por sus antecedentes antisemitas. Estoy convencido de
que este asunto no era tan grave como muchos suponen; tenía
algunos prejuicios, puede tenerlos cualquiera, pero no era un
nazi del siglo XIX.
Eso
fue antes o después de Houston S. Chamberlain3, su yerno,
cuya tesis antisemita, que originó su libro Los fundamentos
del siglo xix, Wagner la encontró terriblemente convincente.
Eso tenemos que cotejarlo con otras fuentes. Ya ves que se dice
que “el papel lo aguanta todo”. Chamberlain terminó
su libro en 1899 para entonces Wagner ya estaba muerto. Recordemos
que murió el 13 de febrero de 1883.
¿Había
presencia judía importante en Viena en los tiempos de Bruckner?
Desde luego, el protestantismo y el judaísmo tenían
no sólo presencia sino también influencia económica.
Continuemos con un detalle que no muchos conocen: el primer director
que con su orquesta interpreta música de Wagner en Viena
–no óperas completas, aunque sí fragmentos
de las mismas– es Josef Strauss, el hermano de Johann.
Wagner había recibido críticas muy severas por parte
del sector semita, lo cual coincide con la escritura de su obra
Die Meistersinger von Nürnberg4. Una parte de este gigantesco
libreto fue leída por Wagner ante la intelectualidad en
un hotel de Viena y, en la historia, el crítico de los
maestros cantores (personaje de la obra) resulta ser Beckemeisser,
el escribano de la cofradía. Eduard Hanslick, el temible
crítico musical que se encontraba presente, se sintió
tan directamente aludido con ese personaje que se levantó
de su asiento y abandonó intempestivamente el lugar.
Ese incidente provocó que Hanslick no sólo arremetiera
contra Wagner, sino también contra Bruckner, quien tuvo
la honestidad de reconocer el genio de Wagner. Y es que eso era
lo que opinaba toda Europa: Francia misma imita a Wagner. Verdi
dejó de componer durante un lapso porque todo lo que hacía
se parecía a lo del alemán: las progresiones armónicas,
la instrumentación...
A
Bruckner lo tachaba Hanslick de wagneriano y, ante este supuesto,
lo atacó inmisericordemente.
¿Pero en realidad su música estaba influída
por Wagner?
Bruckner no imitaba. Su obra en nada se parece al ideal sonoro
wagneriano. Pero son los alumnos quienes interpolan frases enteras
de Wagner en las sinfonías de Bruckner. Literalmente enchufan
esas frases a la obra de nuestro amigo, lo cual está debidamente
comprobado. Basta con ver las versiones originales y compararlas
con las otras versiones modificadas.
¿Cuál
es, entonces, la influencia notoria?
Schubert. Franz Schubert es el precursor de la obra de Bruckner.
Desde la denominada Sinfonía Cero hasta la Séptima,
la plantilla orquestal básica es la que Schubert emplea
en su Novena sinfonía. En su Octava y su Novena, Bruckner
añade las tubas wagnerianas como refuerzo de los metales,
pero eso nada significa... es el empleo de un recurso como timbre
intermedio entre los cornos y los trombones.
¿Cómo
impactó en el público de Viena la construcción
de esos enormes y monumentales trazos sinfónicos de Bruckner,
que partían de una orquesta, diríamos, beethoveniana?
Toda esa raigambre se encuentra en la Novena de Schubert, más
que en Beethoven. Lo que ocurre es que a Schubert lo observamos
como con prismáticos al revés. Se le concede más
importancia como liederista y este enfoque creo que es una deficiente
consideración. Tengo en puerta un libro sobre Schubert,
ya terminado, en que se pone en relieve el extraordinario avance
sinfónico que significa este compositor.
Si tú me hablas de la Novena, la que todos conocen como
La grande, ésta queda empequeñecida al lado de la
Décima, que no llegó a terminar pero de la que nos
dejó una enorme cantidad de esbozos y anticipos. Se sabe
que poco tiempo antes de morir, Schubert solicitó tomar
clases con Simon Sechter, reconocido en aquel entonces como el
gran sabio del contrapunto. Schubert va a verle exclusivamente
para trabajar sobre la doble fuga, y tengamos presente que una
doble fuga no es lo mismo que un simple contrapunto. Se trata
de un procedimiento sumamente complejo que es, básicamente,
una fuga con doble sujeto que debe contar con un desarrollo doble
y, desde luego, culminación doble.
Los analistas de la actualidad se quedan perplejos con los resultados
que obtuvo Schubert en una sola lección impartida por Sechter,
reflejados en la doble fuga que Schubert había ideado para
la que sería su Décima sinfonía. En suma,
lo que logra con su sinfonismo es predecir el futuro, tanto en
la instrumentación como en la duración, en la prolongación
de los desarrollos, en las frases de 16 compases. Beethoven tendía
a comprimir. Schubert tendía a abrir estas frases…
estaba trabajando sobre el futuro de la música.
Joaquín
Gutiérrez Heras, notable analista musical en México,
describe a Bruckner de la siguiente forma: “En el mundo
cultural vienés, centro de una intelectualidad brillante
y efervescente, Bruckner presenta una figura bastante absurda,
como un hombre medieval puesto de golpe en pleno siglo XIX. Su
trato tímido y torpe, su indiferencia respecto de las corrientes
intelectuales contemporáneas, su fe sencilla e inconmovible;
todo tiende a convertirlo en un personaje sensacionalmente ingenuo
que proporciona innumerables anécdotas para la diversión
de los vieneses. Para colmo, en cierto momento se convierte sin
querer en una figura clave en la encarnizada contienda que libran
los partidarios de Wagner y los de Brahms. De ahí en adelante,
estos últimos (entre ellos el temido Hanslick) lo atacan
sin cesar y le hacen aún más pesado su difícil
camino. Pues este gran naif, a quien pocos toman en serio, ha
vislumbrado nuevas tierras y escribe sinfonías que comienzan
a cautivar poderosamente la atención”. ¿Esta
imagen se ajusta a la realidad?
No resulta extraño ese punto de vista. El primero que fijó
su atención en la figura –que no en la música–
de Bruckner y se atrevió a escribir insistentemente en
tono de burla, fue Hanslick. Para este hombre era susceptible
de crítica la forma de los zapatos, el ancho del pantalón,
el tipo de abrigo que utilizaba, la necesidad de cortarse el cabello
debido a un eccema. Pero antes, cuando conoció su Réquiem
y la Misa en re menor, el mismo Hanslick dijo que había
un nuevo astro en el firmamento musical de Viena. Primero lo alaba
sin medida y después se retracta para tratar de aniquilarlo.
Y no estaba solo en esta tarea destructiva; el musicólogo
alemán Hugo Leichtentritt se atrevió a decir tranquilamente
que Bruckner había conocido la inmensidad de la música
sólo después de escuchar a Wagner. De esto desprendemos
que la incomprensión caminó de la mano con el genio
del músico.
¿Cómo
pudo generarse esa animadversión tan descabellada y absurda?
Porque Hanslick tenía frente a sí a un dictador
contra el que nada podía hacer. Wagner era en Europa absoluto
e intransigente, pero a Bruckner lo tenía al lado. De hecho,
Hanslick durante seis años bloqueó el ingreso de
Bruckner como académico a la Universidad de Viena; además,
cuando éste último ingresó, debió
trabajar sin salario durante dos años más hasta
ser nombrado lektor, la designación para los profesores
habilitados, sin título. Pero Hanslick, al final, terminará
confesando que su animadversión es tal que no puede abrirse
a un juicio ecuánime tan sólo por la música.
Era una posición absolutamente visceral.
Recordemos
la anécdota del ensayo de la Cuarta de Bruckner con Hans
Richter5 y la moneda que entregó a Richter para que se
tomara una cerveza a su salud, un detalle que se interpreta como
demostrativo de absoluta ingenuidad. ¿O cómo podemos
interpretar eso?
Leichtentritt, de quien hemos hablado antes, decía que
tenía “puerilidades de beodo”. Bruckner había
sudado sangre para que le permitieran interpretar su sinfonía.
El administrador de la Orquesta Filarmónica de Viena le
dijo: “¿Sabe usted qué debe hacer con su sinfonía?,
tirarla al cesto de la basura, porque no merece estar en algún
otro sitio”. Pero Richter, quien también trabajó
con Brahms, a quien en Viena se consideraba como antítesis
del estilo de Bruckner, aceptó ensayarla y estrenarla.
Richter no sólo tenía un gran sentido del equilibrio
para no casar con una u otra idea en torno de estos compositores.
Era también un gran director que dominaba todos, escúchalo
bien, todos los instrumentos de la orquesta. El primer día
de ensayo, al concluir una sesión especialmente afortunada,
se acercó Bruckner radiante, en estado casi de éxtasis,
buscó en su bolsillo y lo único que encontró
fue un tálero de María Teresa, se lo puso en la
mano a Richter y le dijo: “Tome una cerveza, en agradecimiento
por esto que acaba usted de hacer”. Richter llevó
la moneda a un joyero para rodearla con un arillo de oro, la colgó
en una valiosa leontina y la conservó hasta el final de
sus días “en recuerdo inolvidable de un día
que lloré”, como él mismo expresó.
Y todos los cagatintas del mundo dicen: “¡qué
ridículo!”. Pero si hubiera entregado, por ejemplo,
el diamante Koo-I-Noor6, hoy se diría: “qué
emoción la del maestro, que dio semejante regalo”.
Permitir que muchas manos se metiesen con su partitura
se considera otro rasgo de sumisión ante las mentalidades
ajenas…
Porque estaba rodeado de personas –muchas de ellas eran
alumnos suyos– que él estimaba realmente, pero que
le decían: “podría ser mucho más bella
su sinfonía si usted, maestro, le pone esto aquí,
le añade esto allá, le mete una referencia a Wagner”.
Él no permitía eso, pero todos se sintieron con
derecho a hacerlo. Hasta el propio Mahler hizo su edición
de las nueve sinfonías de Bruckner pagándola de
su bolsillo y, desde luego, retocadas a su gusto. Sin embargo,
las versiones originales permanecieron custodiadas por la hermana
de Bruckner, una celosa guardiana.
¿Existen,
entonces, todas las sinfonías de Bruckner en su versión
original?
Absolutamente. El doctor Nowak hace la edición científica
y da a conocer el Bruckner que es, no el que sería lindo.
Robert Haas, el compilador de la primera edición integral
de las sinfonías, resulta ser también presidente
de la Sociedad Bruckner, pero no resiste la tentación de
tergiversar las cosas a su entero paladar.
Hemos
olvidado a Brahms, el otro polo en la opinión de Hanslick.
¿Por qué actualmente la música de Brahms
se ubica en un status establecido e inmóvil, digamos, mientras
la de Bruckner va a la alza en el ánimo de los aficionados?
Hay una realidad insoslayable: Brahms, que puede ser considerado
uno de los máximos talentos del Romanticismo, hizo lo que
hizo sin formación académica. En las biografías
se registra que aprendió todo lo que sabía a los
10 años de edad. Imposible comparar a los dos: Bruckner
era un científico de la música el otro no pasaba
de ser un talento. La niñez de Brahms transcurrió
en los bodegones de Hamburgo acompañando al padre que tocaba
el contrabajo, y este pobre chico hace lo que puede hasta que
lo conoce Schumann, quien descubre su formidable talento, lo protege
y enseña.
Armónica y contrapuntísticamente, Brahms se encuentra
varios pasos atrás de Schumann y no adelante, como debiera
ser cronológicamente. Pero la opinión del propio
Bruckner parece resumirlo todo: “Aquel que desee hermosa
música, irá con Brahms; el que quiera más
que hermosa música vendrá a mí...”
¿Cuál
era la colegía de Bruckner?
Fue maestro de escuela, recibido y comprobable esto con la debida
documentación. Después obtuvo el título de
profesor de educación secundaria –título que
no tenía ninguno de sus colegas, incluidos sus antecesores–
y posteriormente dejó de ejercer para dedicarse enteramente
a la música. Esos dos títulos, que son algo extraordinario
en el ámbito de la música vienesa, fueron básicos
para que la Universidad de Viena le otorgara el doctorado Honoris
causa, que no se lo entrega a Brahms, que ni en sueños
podía ser asignado a Beethoven. Durante años, Bruckner
pugnó por crear la cátedra de Armonía y Composición,
que no la tenía la Universidad de Viena, y él es
quien finalmente inicia estas clases.
¿Ha
dirigido obras de Bruckner?
De las obras corales editadas, todas. Y es que hay trabajos que
no están editados aún. Incluso yo hice el estreno
en Argentina de una buena cantidad de sus motetes, y varios de
ellos los dirigí también en Sao Paulo, en Brasil,
en donde priva un gran desconocimiento de su obra.
En
México se han hecho varios ciclos Mahler con sus nueve
sinfonías, pero ningún ciclo Bruckner. En este sentido,
¿qué falta por avanzar?
Desde que escribí el libro Bruckner, el cantor de Dios,
hace casi 30 años, se ha avanzado enormemente. En aquel
momento Bruckner era una rareza en la programación de las
orquestas y los coros. Se interpretaba en Francia, Italia, Alemania...
pero era una cosa así, cada tanto. Hoy observamos avances
sustanciales y hay grabaciones incluso de orquestas y coros de
Japón.
En
Xalapa se han interpretado solo dos sinfonías de Bruckner,
la Cuarta y la Quinta, y en ambas ocasiones se recurrió
a la edición Nowak, lo cual a la luz de lo mencionado resulta
una garantía. Ahora bien, ¿cómo fue que el
propio doctor Nowak prologó el libro? Eso debe ser considerado
como todo un privilegio.
Bueno, él hizo una redacción bastante ligth, muy
cortita.
Dice
que el libro es bastante combativo. ¿Era necesaria esa
orientación en su momento?
La interpretación de algunas anécdotas es hiriente,
motivo de risa o de burla por parte de muchos, y yo traté
de dar otra, la que se ajusta a la realidad. Es significativo
que para justificar la opinión que tienen sobre nuestro
compositor se refieren a su persona, a sus hábitos, a su
vestimenta, su manera provinciana de expresarse. ¡No! ¡Hablemos
de su música! Critiquen allí, a ver si es lo mismo.
Si le llaman “campesino ignorante”, resulta que tenía
los títulos que ninguno de los otros músicos contemporáneos
logró. Que Beethoven no supiera multiplicar a nadie molesta;
que Brahms no tuviese la educación primaria a nadie importa;
pero a Bruckner se le trata como ignorante porque hay una voluntad
política de degradarlo, que se va repitiendo a lo largo
de la historia, y quienes opinan así suponen que ellos
son la ciencia sagrada.
¿Y
que hay de su devoción religiosa?
Otro detalle interesante. Había tanta autenticidad y sinceridad
en él que todos los alumnos terminan adorándolo.
Cuando impartía su cátedra y sonaba el Angelus,
interrumpía la clase y rezaba. Lo hacía de manera
tal que todos se quedaban con la boca abierta. Pero la religiosidad
de Bruckner, que también es motivo de mofa, resulta una
maravilla en Bach: es ni más ni menos la comunión
del músico con los poderes sobrenaturales. Y no hablemos
de Palestrina, cuya elevación espiritual todos admiran.
¡Cómo! ¡En unos es para morirse de risa y en
otros para llorar de emoción! Pongámonos de acuerdo:
si la religiosidad no es de respeto para todos, entonces es joda
para todos. Bach, ni duda cabe, tuvo una intensísima actividad
sexual y engendró 23 hijos; Bruckner ninguno. ¿También
de eso se van a burlar?
¿Existe
parangón con algún compositor, diríamos Messiaen(7),
Franck(8)?
Franck, seguramente. Messiaen, no creo; su posición es
mucho más intelectual y filosófica que anímica.
A quien siempre se cita como un paralelo por su estética,
tendencia, seriedad, elaboración de ideas y complejidad
de las mismas, por su elevación espiritual y todo eso,
es a César Franck. Y se conocieron en la catedral de Notre
Dame, aunque no se puede decir que hubo amistad entre ambos. Franck
tiene un ideal muy semejante, no igual pero de cierto paralelismo
al de Bruckner; es un hombre místico, de profunda religiosidad,
tiene familia con hijos. La diferencia es que Bruckner pasa la
vida buscando a una mujer, la que habría de ser su esposa,
y no la encuentra. Se sabe que conoció a una empleada de
un hotel en Berlín, cuando Siegfried Ochs, director del
Coro de Santa Eduviges, le invitó para estrenar allí
su Te Deum. Se dio entonces un epistolario que se extiende por
dos años y a través del cual él le propone
matrimonio. Ella acepta, pero es protestante y Bruckner católico.
Nadie cede en este sentido y todo queda en nada. Entonces, se
supone con cierto grado de verosimilitud que Bruckner murió
siendo célibe. Esto podemos explicarlo por la integridad
de su carácter y por la fuerza de sus convicciones.
Si
tuvieras oportunidad de dirigir alguna sinfonía de Bruckner
en Xalapa, ¿cuál sería tu elección?
La Séptima. Pero, bueno, la Segunda es una maravilla. No
podemos decir cuál montaña es más alta. Si
desde el nivel del mar ves las peñas de Asturias que tienen
2 000 metros, las verás inmensas; pero si a 2 000 metros
observas una montaña de
3 000 dices “esto es un chipote”. Es difícil
la elección, pues cada una de sus sinfonías, a partir
de la Segunda, podría ser la culminación del proceso
de toda una vida en cualquier otro compositor. Fue de maduración
tardía y comenzó a componer cuando era un hombre
de buena edad, y una de las razones de ello fue su terrible sentido
autocrítico.
Sus primeras sinfonías nadie las interpretó, en
parte porque no le interesó promoverlas. La Cuarta es la
del zafarrancho, a ésta le metió mano hasta el cura.
La Quinta está intacta, hoy es tal como él la ideó
inicialmente porque a partir de todo lo ocurrido con la Cuarta
la metió bajo llave. La Sexta también se mantiene
intacta, al igual que la Séptima, salvo el golpe de platillos
que es una solicitud, casi una imposición, de Artur Nikisch9,
quien insistió tanto que Bruckner terminó por complacerle.
Si la escuchas sin golpe de platillos o con el trueno de un cañonazo,
la culminación es la misma.
¿Y
la Octava?
Es la cumbre del contrapunto en el sinfonismo de todos los tiempos.
Nuestro amigo presenta tres o cuatro temas fenomenales por movimiento,
y en la culminación del cuarto movimiento cita a todos
juntos. Nunca suena cacofónico, al contrario, todos prestan
su dinamismo y su perspectiva para ensalzarse a sí mismos.
Eso no ocurrirá nunca más en ningún otro
compositor.
Notas
1. Leopold Nowak, musicólogo que se distinguió
por trabajar sobre el catálogo de Anton Bruckner, nació
el 17 de agosto de 1904 en Viena. Estudió en la Universidad
de Viena, de la cual fue catedrático de 1932 a 1973. A
diferencia de Robert Haas, Nowak realizó un trabajo puramente
científico sobre las sinfonías del maestro austriaco,
examinando los aspectos teóricos, particularmente los métricos
y rítmicos. También trabajó sobre la obra
de compositores como Beethoven, Mozart, Heinrich Isaac, Franz
Joseph Haydn, además de diversos autores europeos de la
Edad Media. Murió el 27 de mayo de 1991.
2. Sergiú Celibidache, director de orquesta de origen rumano,
nacido en 1912 y fallecido en 1996. Se hizo célebre por
la genialidad de sus ejecuciones y por su negativa a someterse
a los estudios de grabación. Muchas de sus interpretaciones
que circulan fueron obtenidas de forma subrepticia, por lo que
la calidad del sonido es pésima.
3. Houston S. Chamberlain, escritor de origen inglés que
se casó con la hija de Richard Wagner. Es también
autor de algunos estudios sobre la obra de su suegro.
4. Los maestros cantores de Nuremberg, ópera en tres actos
de Wagner, cuya acción se desarrolla a mediados del siglo
XVI. Fue estrenada en Munich, en junio de 1868.
5. Hans Richter nació en Raab (hoy Györ, Hungría),
en 1843. Además de compositor, fue director de la Ópera
de Viena y de la Filarmónica de Viena, y realizó
el estreno en Bayreuth del ciclo operístico El anillo del
Nibelungo de Wagner, en 1876. También estrenó en
el ámbito mundial las sinfonías Segunda y Tercera,
y la Obertura trágica de Brahms. De Bruckner hizo escuchar
por vez primera las sinfonías Primera, Tercera, Cuarta
y Octava. Fundó en 1904 la Orquesta Sinfónica de
Londres. Murió en Bayreuth, Alemania, en 1916.
6. Koo-I-Noor, uno de los diamantes más codiciados y, a
la vez, temidos por su fabuloso y trágico historial. Su
historia se mezcla con leyendas de la India, Afganistán,
Persia e Inglaterra, y se asegura que la reina Victoria lo rechazó
por temor a ser víctima de la supuesta energía malévola
que acompaña a la joya.
7. Olivier Messiaen, organista y compositor francés nacido
en Avignon en 1908. Autor de obras elementales en el desarrollo
de la música del siglo xx y maestro de importantes compositores.
Muchos de sus alumnos fueron cabezas de fila de la vanguardia
europea, como Pierre Boulez, Karlheinz Stockhausen e Iannis Xenakis.
Murió en 1992.
8. César Franck, compositor y organista francés
de origen belga. Nació en Lieja en 1822 y desde 1841 fue
profesor de música en la capital francesa. Entre 1858 y
1890 fue organista de la iglesia de Santa Clotilde, en París.
Entre sus discípulos destacan los compositores franceses
Vincent d’Indy, Henry Duparc, Gabriel Pierné y Ernest
Chausson. Su Sinfonía en re menor (1886-1888) se encuentra
entre las más famosas del género y ha servido de
modelo para numerosas obras sinfónicas francesas. Adquirió
la nacionalidad francesa en 1873 y se distinguió por ser
un hombre apacible, piadoso y abnegado. Murió el 8 de noviembre
de 1890.
9. Artur Nikisch, director de origen húngaro nacido en
1855 y fallecido en Leipzig en 1922. Era “el modelo perfecto
del técnico” y “un auténtico virtuoso”,
según declaraciones de sus alumnos Adrian Boult y Otto
Klemperer. Fue director titular de la legendaria Orquesta Filarmónica
de Berlín de 1895 hasta el año de su muerte, sustituyendo
a Hans von Bülow.