ESTADO Y SOCIEDAD
La reforma del Estado
USOS Y DESUSOS DE UN VIEJO MITO
Alberto J. Olvera
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Nicolas Guzmán – Aguafuerte |
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La crisis política que experimentamos es de tal magnitud que acciones urgentes son necesarias para romper el ciclo destructivo en que nos encontramos inmersos.
La necesidad de una reforma a fondo de las instituciones es hoy aceptada por todos los actores políticos, económicos y sociales. Sin embargo, nada garantiza el éxito del nuevo ciclo de voluntades reformistas.
Alberto Olvera: Investigador titular del Instituto de
Investigaciones Histórico-Sociales de la UV .
Dr. en Sociología por la New School for Social Research,
New York. Miembro del Sistema Nacional de
Investigadores. Miembro de la Academia Mexicana de la
Ciencia. Premio al Decano 2007. Especialista en estudios
sobre la sociedad civil, la participación ciudadana y la
innovación democrática en México y América Latina.
Sus más recientes publicaciones son: con Ernesto Isunza
(eds): Democratización, Rendición de Cuentas y Sociedad Civil, M. A.Porrúa- CIESAS - UV , 2006; y con Evelina Dagnino y
Aldo Panfi chi: La Disputa por la Construcción Democrática en
América Latina, FCE - CIESAS - UV , 2006.
Nuestro país vive una situación cercana a una crisis
política general. De un lado, los partidos políticos
parecen incapaces de crear un mínimo clima de
cooperación, dadas las condiciones de lucha electoral
permanente a que se ven sometidos y la patente
crisis de liderazgo que viven todos ellos. De otro, el
ascenso de la imparable violencia asociada al narcotráfi
co pone de manifi esto la debilidad del Estado y
la fuerza de los poderes fácticos en todo el territorio
nacional. Estos hechos, entre tantas otras manifestaciones
de aguda conflictividad política, nos demuestran
que la transición democrática que pensábamos
concluida es en realidad frágil e inacabada, y que
la democracia no puede consolidarse sin que medie
una profunda reforma del Estado, esto es, una
transformación jurídica e institucional de las relaciones
entre los ciudadanos y el gobierno, y entre las
fuerzas del viejo régimen y los partidos que representaban
la oposición política frente a él. El empate
de fuerzas políticas que explica la parálisis actual
ha conducido a que el proceso legislativo no aborde
las reformas centrales que requiere la construcción
de un régimen político fundado en un concepto
más amplio de democracia. La ausencia de pacto
de transición explica también la persistencia de un
ambiente de confrontación. La reconstrucción del
vínculo entre legitimidad y legalidad lograda a través
de la celebración de elecciones limpias se debilita
cuando todos los actores políticos recurren a
prácticas inmorales, ilegales y clientelares con tal de
ampliar sus espacios de poder.
En este contexto destaca —por contraste— el
notable acuerdo que alcanzaron todas las fracciones
parlamentarias en las Cámaras de Diputados y Senadores
al aprobar una Ley para la Reforma del Estado,
publicada en el Diario Oficial el pasado 13 de abril. La
ley consiste en que el poder legislativo se obliga, en un
plazo de un año, a discutir, generar consensos y aprobar
los cambios legislativos necesarios para consolidar
la democracia mexicana, en las áreas de “gobernabilidad
democrática, régimen de gobierno, reformas
electorales de tercera generación, federalismo, reforma
del poder judicial y nuevas garantías sociales”
(Art. 4). En el marco de esta ley se instaló el pasado
25 de abril la Comisión Ejecutiva de Negociación y
Constitución de Acuerdos del Congreso de la Unión ,
formada por un grupo amplio de diputados y sena-dores de todos los partidos, así como por un representante
del poder ejecutivo y otro del poder judicial.
Esta comisión organizará los debates y propiciará los
acuerdos que deben conducir al cumplimiento efectivo
de la antedicha ley.
Dada la enorme importancia que tiene esta iniciativa
para el futuro político del país, es preciso ponderar
objetivamente sus posibilidades de éxito. La
crisis política que experimentamos es de tal magnitud
que acciones urgentes son necesarias para romper el
ciclo destructivo en que nos encontramos inmersos.
La necesidad de una reforma a fondo de las instituciones
es hoy aceptada por todos los actores políticos,
económicos y sociales. Sin embargo, nada garantiza el
éxito del nuevo ciclo de voluntades reformistas. Por el
contrario, el riesgo de fracaso es muy grande, y el país
no podrá asimilar una nueva frustración política sin
pagar costos muy altos. Es preciso analizar este proceso
con la mayor objetividad posible y señalar riesgos
y posibilidades.
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