Conclusiones y propuestas
La reforma del Estado debe entenderse como la culminación de una transición inacabada, tarea que urgentemente necesita el país. La resignificación conservadora que la clase política le está dando hoy a este proceso expropia a la sociedad sus capacidades protagónicas y la posibilidad de la participación más allá de la tradición política mexicana de la mera consulta simbólica. No puede permitirse una “reforma del estado” restauradora del monopolio de la clase política sobre la vida pública. Es necesario pensar en una gramática distinta, en una resignifi cación que le otorgue una vez más a la sociedad un papel protagónico, como el que tuvo en los años 90 —en el periodo inicial de la transición— y que privilegie las demandas sociales. Dada la representación política evidentemente imperfecta que padecemos hoy, es preciso crear instancias reales de debate público nacional que permitan controlar los intereses facciosos de una clase política que tiene al país al borde del colapso.
La estrategia implícita en la idea de la reforma del Estado de llevar a cabo reformas parciales y a cuentagotas en ciertas leyes ha demostrado su inviabilidad como mecanismo para transformar la naturaleza del régimen político. Existe una conciencia creciente entre la ciudadanía que reformas profundas e integrales son urgentes, sobre todo aquellas que conduzcan a crear un control ciudadano sobre el monopolio total de la política que han establecido los partidos, que abran espacios auténticos de participación ciudadana y que establezcan un diseño institucional que garantice la gobernabilidad democrática. Dado que esas reformas profundas no pueden llevarse a cabo bajo la correlación de fuerzas existente, es necesario dar paso a un verdadero proceso constituyente, es decir, a un ciclo de acciones civiles y políticas que conduzcan a la elección libre y soberana de un Congreso Constituyente que elabore una nueva Constitución. Esto signifi ca abrir un nuevo horizonte de acción política ciudadana. La experiencia internacional señala claramente que en todas las transiciones a la democracia exitosas las constituciones nacionales han sido totalmente rehechas a través de congresos constituyentes con normas de apertura a la participación de candidatos ciudadanos. Esto ha evitado que los partidos establecidos monopolicen el proceso y ha permitido la renovación de la clase política y la mayor participación de la ciudadanía a través de foros realmente abiertos que han permitido la formación de un verdadero consenso nacional.
La experiencia internacional acumulada puede ayudar a los mexicanos a defi nir un proceso constituyente que, aprendiendo de los errores y aciertos de otros países, ayude a repensar el país dentro de un marco de viabilidad política y económica.
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