Editorial
150
años de la expedición de las Leyes
de Reforma, 100 años del nacimiento de Juan Carlos Onetti, 95 años
del nacimiento de José Revueltas,
70 años de vida de José Emilio Pacheco, 20 años del fin
del socialismo polaco e, igualmente, 20 años de la caída
del Muro de Berlín: festejar aniversarios como los que
acumulamos en este número de La Palabra y el Hombre
no sólo expresa nuestro apego cultural y ritual al calendario, a la persistencia de una noción cíclica del tiempo
en medio de una tradición occidental supuestamente
lineal, unidireccional. No, el culto a los aniversarios
también revela cuán necesitados estamos, como sociedades contemporáneas, de pasado, de memoria, de
recuerdos colectivos, sean éstos nacionales, ideológicos y/o generacionales.
Entre sus diversos impactos, la implosión del socialismo estatista y su acelerada incorporación al sistema
capitalista tuvo dos consecuencias de largo alcance. En primer lugar, generó nuevos regímenes de “transición a la democracia”, cuyo devenir sigue siendo incierto en los tiempos de crisis que corren. Incluso la
extinta “República Democrática de Alemania”, que gozó desde 1989-1990 de fuertes inyecciones monetarias
por parte de su “primo hermano” occidental, vivió y sigue viviendo como un trauma el desmantelamiento
de su estructura productiva, la reconquista ideológica por los exitosos y arrogantes Wessies, así como la fuga
incesante de sus más creativos y jóvenes talentos hacia el oeste. La Ostalgie, la nostalgia por el pasado socialista, surge como una identidad de resistencia pasiva y contracultural no sólo frente a la economía capitalista,
sino también frente a la democracia representativa. Y a menudo las minorías inmigradas después de 1989
se convierten en chivos expiatorios, en presa fácil de un racismo y un nazismo latentes e igualmente subcutáneos que nunca habían sido enfrentados bajo el régimen socialista, antifascista por definición oficial.
En segundo lugar, la “caída” del antagonista sistémico desencadenó brevemente una euforia de “pensamiento único”, la ficción de que el capitalismo había por fin ganado la Guerra Fría. Sin embargo, lejos de
hacer desaparecer cualquier alternativa, la implosión del sistema socialista-estatista coadyuvó decisivamente a liberar la búsqueda de “otros mundos posibles” de la falacia bipolar de dos sistemas opuestos, pero de
origen gemelo. Por lo menos desde la actual crisis, desde la implosión de los mercados de “capitales golondrinos” y su galopante re-estatización, presenciamos el fin del capitalismo tal como lo conocemos, como ya
auspiciaba en marzo de 2008 el diario británicoThe Independent.
La contradicción supuestamente inherente entre mercado y Estado se disuelve cuando las mismas
fuerzas que empujaban la desregularización de mercados y que antes reivindicaban la privatización de
as ganancias por las transacciones financieras internacionales, ahora propugnan la re-estatización de las
pérdidas provocadas por dicho dogma neoliberal. Lejos, entonces, de caer en las falacias del automatismo y
de la inevitabilidad histórica del capitalismo globalizado, la memoria histórica de las consecutivas “caídas”
sistémicas nos obliga a indagar y escudriñar en esos “otros mundos posibles” que se vislumbran en los diferentes márgenes de la exclusión igualmente globalizada.
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