ENTRE LIBROS
El Cantar de los Cantares.
Una aproximación
José Emilo Pacheco
El Colegio Nacional / Era,
México, 2009,
47 pp.
José Luis Martínez Morales*
La aparición del libro de José Emilio Pacheco sobre el
Cantar de los Cantares convalida, una vez más, tanto la
vigencia de este célebre poema bíblico en nuestra cultura occidental, como la admiración que, a través de
los siglos, le han manifestado varios de nuestros poetas en lengua española. De ellos, Pacheco menciona a
san Juan de la Cruz, fray Luis de Léon y Francisco de
Quevedo, a quienes habría que agregar los latinoamericanos: sor Juana Inés de la Cruz, Vicente Huidobro,
Pablo Neruda, Concha Urquiza y Ernesto Cardenal,
entre otros cuya obra tiene, en mayor o menor grado,
reminiscencias del ilustre poema amoroso.
Con dichos antecedentes literarios, y bajo el axioma de que “un poema pertenece a quien tenga la voluntad de hacerlo suyo”, Pacheco nos ofrece su propia
“aproximación” o “versión” del Cantar, sustentada en
“todas las versiones disponibles en todos los idiomas
al alcance por cualquier medio”, pero tomando como
base “la traducción literal y palabra por palabra hecha del hebreo, el griego y el latín por Jesús Díaz de
León”.
En honor a la verdad, por desconocer la traducción de Díaz de León, y por no saber con exactitud
cuáles fueron las versiones consultadas por Pacheco (y
quizás, aun sabiéndolo, por limitaciones del ser monolingüe que soy), no podría decir con justeza cuáles
son las diferencias lingüísticas y poéticas de su versión
con las versiones por él utilizadas y, por ende, cuáles
los logros poéticos de su texto, que obviamente debe
tenerlos. ¿Qué palabras o construcciones lingüísticas
pertenecen a tal o cual versión o cuáles obedecen a
una reescritura por parte de la pluma de nuestro poeta mexicano?
Ahora bien, ¿se trata en realidad de una “aproximación” o una nueva “versión” al Cantar de los Cantares? En sentido estricto, no. Estamos más bien ante
la reescritura de un texto que no sólo vierte e invierte
en su tejido múltiples matices de versiones y traducciones del original, sino que reordena la disposición de
los versículos en un nuevo emplazamiento verbal. (Si
quisiéramos una imagen, podríamos decir: si cualquier
versión del original se desarma en fragmentos como un
rompecabezas, el de Pacheco sería la recomposición
con la mayoría de esas piezas, pero con una figura distinta y semejante a la vez que el original.) Desde luego
que todo acto de escritura, o de reescritura, obedece
a ciertas intenciones, y aquí, al menos, se traslucen de
manera obvia dos: resaltar el aspecto dialógico del texto y subrayar la predominancia de la voz femenina.
Una de las características esenciales del Cantar bíblico es que se trata de un diálogo entre dos enamorados, con algunas intervenciones de otras voces (caracterizadas como las mujeres, o hijas, de Jerusalén, o a veces asumidas como la intervención directa del
poeta). Sin embargo, debido a la génesis del poema
(que se considera producto de varios poemas), su hilo
anecdótico (sustentado en gran medida entre el acercamiento y el alejamiento de los amantes, así como en
las mutuas alabanzas y expresiones de su amor) se ve
a veces perturbado por lo que parecen incoherencias
o falta de lógica entre la serie de acciones y sus significados.
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José Emilio Pacheco / Foto: Archivo fotográfico del Conaculta |
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Para salvar estas dificultades de coherencia, algunos comentaristas del texto han hecho intervenir dos
personajes masculinos rivales (un simple pastor y Salomón). Para José Emilio Pacheco, amparado seguramente en su texto base, no hay duda de que se trata de
un solo personaje masculino, que es indudablemente
Salomón, y no un simple pastor. Y para depurar el texto de estos tropiezos de incoherencia dramática, tanto
a nivel general del poema como dentro de los capítulos, hace un reordenamiento total del material del
texto, y de paso aprovecha para sintetizar el sentido de
algunos versículos, suprimir reiteraciones o desechar
versículos que no encajarían en su versión.
Para este nuevo emplazamiento del material del
Cantar, Pacheco asume una estructura dramática y
maneja la tríada, como un concepto clásico del drama y que es simbólico a la vez, sobre todo dentro de
la tradición judeocristiana. Tres son los espacios (la
plaza, el jardín y la alcoba real), tres son las escenas
que alternativamente se desenvuelven en cada espacio
y tres son los personajes: la Sulamita, el rey Salomón y
las mujeres de Jerusalén. Esta estructura propicia su
representabilidad, donde la voz dominante es la femenina. No sólo porque de los tres personajes, dos sean
femeninos, sino porque las intervenciones de la Sulamita suman el doble de las de Salomón. Un dato curioso: de las aproximadamente doscientas ocho líneas
que componen el texto, 108 pertenecen al discurso de
la Sulamita, 36 al de las mujeres y 64 al de Salomón.
“Pero, en definitiva, ¿te gustó o no te gustó la versión de Pacheco?”, me apura Elizabeth. Y ante mi silencio añade: “Claro, no puedes despegarte del Cantar,
de las versiones apegadas al poema original”. Y yo le
digo: “Mira, si alguien no ha leído ninguna traducción
del Cantar de los Cantares y conoce la versión de José
Emilio, no podría decir que conozca el poema bíblico.
Aunque sí, ahora entiendo, tendría una aproximación
de él. Y no cualquiera, sino la de un poeta más que ha
caído en la seducción del canto de la Sulamita”.
* Investigador del Instituto de Investigaciones Lingüístico-
Literarias y docente de la Facultad de Idiomas de la Universidad
Veracruzana. Autor de varios ensayos publicados.
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