Ecos y sombras de una luminosidad
expresiva
La cerámica de Leonor Anaya
Leticia Mora Perdomo
I
Se dice que hay escritores cuya extraordinaria sensibilidad, excepcional dominio de su material de
trabajo y constante reflexión sobre sus procesos
creativos los alejan de un público numeroso que busca
la gratificación inmediata y la fácil emoción del libro
de moda en el mercado. La dificultad que presenta la
lectura de la obra de estos escritores se compensa con
la constante admiración que produce el dúctil manejo
de la lengua, el extraordinario tejido de tramas que
iluminan la experiencia, lo oculto que el arte revela;
ecos y sombras de ese constante hacer visible la vida
que se escabulle en su nombrar y es la materia del arte.
Estos escritores admirados por otros escritores y por
lectores atentos son los llamados escritores de culto.
Caso parecido –pero en la cerámica– es el de Leonor
Anaya. Su trabajo se busca y se colecciona; muchos
artistas, tan diversos en su medio de expresión como
en su técnica, exhiben las piezas de esta artista en sus
hogares como obras atesorables en su museo privado:
objeto de contemplación e inspiración cotidiana. Leonor Anaya se antoja una artista de artistas, tal vez por
la “procesión de antorchas subterráneas” (para utilizar un verso de Olga Orozco) que su obra convoca
para conducirnos a una luminosidad reveladora. Zapatos, serpientes, mar, torsos, magueyes, olas, cuadernos; una y otra vez nos golpea el reconocimiento de
un motivo fácilmente identificable para escabullirse
en un significado oculto; contemplamos la naturaleza
de un pez, pero ¡cuidado!, ¡es un zapato!; ¡un torso
es un maguey! La vida interior cifrada en imagen se
transforma en un sueño donde la cotidianidad muta
su cara tocada por la fantasía. La materia de este barro y esta porcelana (dos de sus materiales de trabajo), transfigurada en imagen, es el fuego de la imaginación y la analogía. Memoria y fantasía se amasan
con libertad creadora en las delicadas piezas que Leonor Anaya entrega al fuego. Transfiguradas por éste,
las contemplamos en suaves tonos de la tierra, verde
musgo y azul de noche de tormenta, sin adivinar que es cobalto y óxido; imaginamos zapatos que calzaría
una princesa romana o una sensual Lolita de nuestros días. En otras ocasiones, imaginamos una frágil
jovencita al contemplar un corsé de apretada cintura
atravesado por espinas de maguey, espinas que reve
lan su hechura; esto es, si su material fuera la tela y no
hubiéramos sido engañados por las puntadas de grafismo y engobe que hilvanan su contorno. Barro, costura, femineidad, fragilidad, palabras de un mundo
femenino que seduce y esclaviza, que encanta y duele;
la emoción de frente a la razón; el futuro confrontado en los vestigios de un pasado. Realidad y fantasía.
Ecos y sombras cuya resonancia parece haber surgido
en algún vestigio del pasado. ¿Qué arcana verdad desentierra la obra de esta singular creadora?
II
Leonor Anaya nació en Xalapa, Veracruz, en 1952.
Creció en un ambiente artístico; estudió grabado con
el maestro Rafael Villar y cerámica con el maestro Kiyoishi Kishimoto, en la Facultad de Artes Plásticas de
la Universidad Veracruzana. Afirma la artista:
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Taller de la artista |
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Yo considero a Kishimoto como mi maestro en
cerámica. Él nos enseñó a manejar el torno y los
esmaltes, y aunque yo no ocupo esos recursos, la
mística y la disciplina de trabajo la aprendí con él. ¿Sabes que horno en japonés es “Kama”, que
quiere decir “quemar la belleza”?
En 1972, teniendo apenas 19 años, viaja a Japón y participa en varias actividades culturales en la Escuela de
Arte en Kanazawa. Esta experiencia, desde el haber
viajado a bordo de un barco confinada varios días a
la inconmensurabilidad del mar hasta las visitas a los
museos o a las ferreterías en busca de herramientas de
trabajo, la marcaría profundamente. Ha recibido la
beca para creadores con trayectoria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Veracruz en
dos ocasiones: en 1997, para la realización del proyecto
Mayahuel, su inagotable presencia, y en 2003, para Estos
zapatos no son para caminar. Su obra se encuentra en las
colecciones del Museo Universitario de la Benemérita
Universidad de Puebla, en el Jardín de las Esculturas
del Instituto Veracruzano de Cultura y en el Museum of
Latin American Art de Long Beach, California, además
de diversas colecciones particulares. Ha participado asiduamente en exposiciones individuales y colectivas en
galerías y museos del país y del extranjero. Recién egresada, participó en el Primer Salón de la Plástica Joven.
Posteriormente se seleccionó su obra para la exposición colectiva La Plástica Contemporánea en Veracruz,
que se presentó en el Museo de Ciencias y Arte de la
Ciudad de México bajo la coordinación de la UNAM y
la Universidad Veracruzana. Otras exposiciones importantes son las que se han articulado alrededor de sus
series como Mayahuel, su inagotable presencia, en 1998;
Vestigios, en el año 2000; Cuadernos de mar, fragmentos y
otros recuerdos, en 2002; Estos zapatos no son para caminar,
en 2003, y recientemente, en 2009, se inauguró uno de
sus últimos proyectos, Entre susurros y
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