ENTRE LIBROS
Los nuevos objetos culturales
en Iberoamérica
Celia del Palacio
(coord.), ,
UV, Xalapa, 2009,
392 pp.
Rafael Figueroa Hernández*
En mi experiencia, toda lectura de un texto es como
presentarse en una feria, en el sentido amplio del término: hablo de las ferias regionales en las que presenciamos lo mismo venta de loza y cobijas, que lugares
de sano esparcimiento con venta de alcohol y multitud
de sorpresas; de las ferias de juegos mecánicos que
en algún momento de nuestras existencias todos hemos disfrutado, ebrios por sus sonoridades y sus luces
de colores, y también hablo, obviamente, de las ahora
imprescindibles ferias del libro, que afortunadamente
se han multiplicado a lo largo y a lo ancho de nuestro
país, aunque nunca en la cantidad que desearíamos.
Toda lectura es como entrar en una feria, repito, y
mucho más cuando nos adentramos en un libro como
este que coordinó Celia del Palacio, ya que ante nosotros se presenta un bien aprovisionado buffet de posibilidades lectoras, un suculento smörgåsbord que sólo la
disciplina académica nos hace leer en orden, sin asaltar directamente aquello que nos abre más el apetito.
Pero leer es como ir a una feria, también, porque cada
quien habla de la experiencia según le fue en ella. El
presente texto no pretende ser sino una crónica de mis
vivencias personales en esta feria.
De la necesaria, útil y concisa introducción de
Celia del Palacio podemos destacar su énfasis en el
carácter periférico de este libro, realizado desde “la
provincia”, whatever that means. También agradecimos la “mirada a los estudios sobre la cultura desde Latinoamérica” con la que Rossana Reguillo nos ubica –“en
esta tierra, en este instante”, dijera Silvio Rodríguez– en el contexto de los estudios de la cultura. Ambos
textos sirvieron para abrirnos el apetito o, al menos,
para motivarnos a probar los demás platillos que estaban servidos ante nosotros. La degustación, como
era de esperarse, nos llevó por diferentes derroteros,
con diferentes rutinas y a diferentes velocidades. En
algunos momentos hubiéramos querido detenernos a
discutir, por ejemplo, con José Antonio González Alcantud, específicamente desde mi “ jarochidad”, para
preguntarle qué quiso decir con:
puede haber más cante y baile flamenco en Japón, donde los japoneses se han aficionado hace
tiempo a la expresividad de esta modalidad de la
cultura andaluza, que en las ciudades andaluzas
de Sevilla, Córdoba o Granada, pero el canon flamenco lo establecerán siempre estas últimas ciudades y no las japonesas.
Sobre todo en este momento en que muchas partes
del país y del extranjero “se han aficionado hace tiempo a la expresividad de esta modalidad de la cultura” jarocha. A pesar de ello no me atrevería a decir que
el canon jarocho “lo establecerá siempre” el Sotavento veracruzano. Las notas quedan hechas al margen
para trabajos posteriores.
La visita lectora continuó con los resultados esperados. Colaboraciones que siento muy cercanas y a las
que regresaré lo más pronto posible, como la desafortunadamente breve ponencia de Randall Kohl, “La
música popular como objeto (de estudio) cultural. Dos
casos etnomusicológicos contrastantes ofrecidos a la
consideración mexicana”, o “Implicaciones políticas y
económicas de la cultura”, de Bibiana Aído Almagro.
Algunas otras me parecieron interesantes, aunque sin
relación personal aparente en el futuro; unas cuantas
que algún otro lector encontrará sin duda fascinantes
pero que a mí no me entusiasmaron.
Hubo lecturas deliciosas, como la de Jorge Domínguez titulada “Cazadores de fantasmas. Nuevas
relaciones entre el cuerpo humano y la tecnología
contemporánea”, que me dejaron un muy buen sabor
de boca, aunque al final me di cuenta de que no entendí mucho de sus planteamientos; en fin, la diversidad de la feria. La lectura que esperaba con ansia, la
que significaba algo así como la gran montaña rusa de este parque de diversiones, era la que Homero Ávila nombró “Generaciones juveniles, políticas culturales y revitalización del son y el fandango jarochos. La
confluencia entre sociedad y Estado en el movimiento
jaranero”. Este título, bastante exacto a pesar de lo
churrigueresco, era la puerta a muchas verdades acerca de este movimiento social que desde el estado de
Veracruz ha estado llevando a cabo lo que yo llamo un
proceso de globalización subalterna, es decir, ha empezado a exportar elementos muy importantes de la
cultura jarocha (principalmente la música, la versada
y la fiesta conocida como el fandango), pero de una
manera subterránea, casi completamente ajena a los
medios masivos de comunicación, y a lo largo de estos últimos 25 años ya ha logrado sentar reales en buena
parte de la geografía sotaventina, en varios lugares
clave de nuestro país y en el extranjero.
El texto del doctor Ávila hace la crónica y el análisis puntual del proceso mediante el cual la sociedad civil, junto con las estructuras gubernamentales, en una
mancuerna que recordando a Gramsci podríamos denominar como un “minibloque” histórico, han logrado
revitalizar un género originalmente folclórico y lo han
convertido en un movimiento social de implicaciones
mucho más profundas de las que quizá estemos en posición de aventurar hipótesis en estos momentos.
* Comentarista y productor de radio. Se especializa en el estudio de la música popular veracruzana en dos vertientes principales: la música afroantillana y el son jarocho. .
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