MISCELÁNEA
UN VEINTE DE JAZZ
Alain Derbez*
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B. S. |
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Unas veces con la ene al final, otras con eme, pero el
caso es que Belén era, en porfirianos días, el nombre
de un acueducto de 32 derruidos arcos, el de una
fábrica de papel y el de una cárcel. El prometido y
anunciado libro Un veinte de jazz (el jazz en México en la
decada de los veinte) tal vez tenga como portada la fotografía
que viene en el interior del volumen que en el
2002 publicó el Fondo de Cultura Económica con el
nombre de “El jazz en México, datos para una historia”
de la Belem Jazz Band: una agrupación jazzística
formada por los que pudieron haber estado,
o no, presos en la nacional penitenciaría ubicada en
el añejo edificio capitalino. ¿De cuándo exactamente
es ese registro visual? ¿Cómo se llamaban los músicos
que la integraron a la tarola con platillo, bombo
y campanas y el par de bajos, mandolinas, violines y
guitarras?¿Cuál era el posible repertorio? ¿Quiénes
son los mirones tan trajeados que salen ahí detrás
en la fotografía? ¿Cuándo incorporaron a su vocabulario
la palabra jazz con dos zetas escrita —y no
como antes, con dos eses— los músicos mexicanos? ¿Es que había jazz en México cuando todavía funcionaba
esa prisión? ¿Es que había público —además
del de Belén— cautivo?... ¡No inventes¡: ¿No
quedamos en que el jazz en este país —según reza
el lugar común recontrainvocado por tantos jazzeros
y jazzófilos— comenzó a tener presencia a la mitad
del siglo ya pasado?... ¿Qué pasaba con lo que
se entendía como jazz en los bailantes mexicanos
veinte del veinte? ¿Qué había, ya en contra, ya a
favor, además de los cigarrillos marca “Jazz “que la
Compañía El Buen Tono había puesto a la venta y
de Porfirio Díaz, conspicuo, regiomontano, compositor
y pianista de jazz?
Hurguemos duermevela, hurguemos por datos y
respuestas y a sincopadas cuentagotas publiquémoslas
aquí: En la calle zacatecana de Tacuba, por donde
hoy está la fuente de los Faroles de la colonial ciudad,
el diez de octubre de 1920 el entonces existente
cine Salón Azul presenta a la orquesta del embigotado
maestro Crispín Castillo. Existe como prueba una
“vista” de ello, esto es, una fotografía. ¿Qué música tocaba esa agrupación que incluía arpa, violín, flauta
travesera, mandolina, cello, tarola y bombo? ¿Jazz? ¿Jazz original? ¿Hay partituras? Recordemos que
había casas de música en el df, en Guadalajara, en
Monterrey, que las imprimían y que cotidianamente
eran publicadas en periódicos y revistas. Basta ir a las
hemerotecas para comprobarlo.
El cinco de febrero de 1921, dos años después de
que en El Heraldo Ilustrado se publicara la partitura de
un “fox-tango”, se lee en El Universal que “con el objeto
de llevar a la mente del pueblo lo indispensable
de la cinematografía con susemociones y la música
con sus melodías acariciadoras, se presenta Lloyd Hamilton,
otro gran artista de Granat, S. A., en El bebé
crepuscular, con Los Diablos del Jazz”. ¡Los Diablos del
Jazz¡... Es evidente que para hablar de esta década y
el jazz, tendrás que hablar del cine mudo acompañado
ya por piano ya por orquesta entera, lo mismo en
la capital que en la provincia, pero, también, tendrás
que hablar del baile, de lo que Afroamérica legó al
mundo de esos y posteriores días en forma de charleston,
de tango, de son, de danzón y sus variantes:
El nueve de mayo de 1921 el periodista José Gómez
Ugarte, “El Abate Benigno”, publica en El Universal
unos versos con el título de “Del Jazz, del shimmy
y del danzón”, en que comenta la petición de que se
prohibieran estos bailes por inmorales. Dos años después,
el 6 de agosto de 1923, aparece un anuncio en
El Demócrata convocando al concurso de fox-trot que
en el Salón Rojo de la Ciudad de México se llevaría a
cabo y al que “acudirán millares de personas”.
En esa época México se vio de improviso completamente
invadido por la ola del jazz, y el baile era la locura
de la ciudad —recuerda Agustín Lara en sus memorias
publicadas en editorial Domés (Agustín, reencuentro
con lo sentimental, 1980)—. “No recuerdo que nunca
se haya despertado en todas las clases sociales, y en una
forma tan rápida y definitiva, una afición semejante.
La transición del two-step al fox-trot obró el milagro.
Todo el mundo bailaba...Yo recuerdo haber visto en
la academia de Portillo viejos raboverdes tomando sus
clases muy serios...
Y, como decíamos, no sólo la fiebre se da en la capital
mexicana. La investigadora Patricia Torres recupera
en su libro Crónicas del cine mexicano, publicado por el
ciec de la Universidad de Guadalajara en 1993, un
artículo firmado por Zutano (Javier Enciso), publicado
el diez de enero de 1924, que nos da una buena
idea de lo que el jazz para bailar significaba en el personal
femenino tapatío: “entre el sexo débil no hay
para qué decir que el cinematógrafo constituye no ya
una diversión, sino una necesidad fisiológica y que sin él, la vida se les convertirá en una charada sin solución,
en un desierto pelado sin oasis ni fox-trot”.
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