ENTRE LIBROS
Juan Villoro, Llamadas de Ámsterdam. Buenos Aires:
Interzona Editora, 2007, 64 pp.
JAVIER AHUMADA AGUIRRE
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Aram Huerta |
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Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes.
Juan Rulfo, Pedro Páramo
Con los relatos de La noche navegable (1980), logró Juan
Villoro, valiéndose sobre todo de la perspectiva infantil
o adolescente de los narradores y del “universo juvenil”
construido alrededor de éstos, mediante alusiones
a caricaturas o música rock, el exacto tono intimista
necesario para que esas narraciones confi guraran
homogéneamente un microcosmos de desgracias o
fracasos de relevancia nula, que nacen y mueren con
prisa, sin notoriedad. En sus siguientes cuentos –Albercas
(1985), La casa pierde (1998)– Villoro evitó servirse
una vez más de estos temas y recursos: se mostró
como un narrador más completo, de mayores posibilidades.
No creo levantar ninguna polémica si afi rmo
que sus últimos relatos son mejores que los iniciales,
y juzgo que tampoco generará gran discusión que
señale como distintivo de los cuentos más recientes –pienso especialmente en los de La casa pierde–, al mismo
nivel de importancia que el tono intimista aludido
líneas arriba, la preocupación por el desarrollo de una
trama novelesca antes que por el de las emociones y
reacciones de un personaje solitario frente a cierta derrota
propia que a nadie más importa, al estilo de La
noche navegable.
Señalo esto porque recientemente ha sido editado
en Argentina un cuento largo o nouvelle de Juan Villoro
que, me parece, retorna a la intimidad de sus primeras
fi cciones pero con una voz narrativa que ha pulido
la capacidad para dar forma y crecimiento a la tensión
en las acciones que describe, y para dejarle al lector,
escondido bajo las palabras, como en los cuentos
más antologados de Hemingway o de García Ponce,
un indicio de un segundo sentido de la historia, una
pregunta sin respuesta posible. Llamadas de Ámsterdam
(2007) es el título de esta obra.
El argumento de Llamadas de Ámsterdam, superfi cialmente,
bien podría ser el de algún relato sentimental,
pues el motor de las acciones es la intensa añoranza
de Juan Jesús, el protagonista, por la vida que compartió
con Nuria, su ex mujer; de este sentimiento se
origina el nudo del relato: la ritualizada, súbita, necesidad
de Juan Jesús de ir a la calle Ámsterdam, en la
colonia Condesa del D.F., para llamar desde un teléfono
público a Nuria, escucharla y hacerla creer que le
habla desde la homónima ciudad holandesa (que fue
un símbolo de su relación), y para insistir falazmente
en la búsqueda de un sentido para los recuerdos con
que él mismo se acosa. No sorprenderá, entonces, que
en Llamadas... la atmósfera de melancolía y fracaso se
instaure con claridad y sin exceso, como suele repetirse
en algunas buenas variaciones literarias del tema
amoroso, como ocurre con aquel “Pensaba en ti, Susana”
que Rulfo pone en voz de Pedro Páramo.
Sin embargo, creo preciso aclarar que aunque el
escenario de tristeza que da marco a Llamadas... es la
parte más explícita de la historia, subrepticiamente –en una escena ambigua que permanece defi nitivamente
inexplicada hasta el fi n de la narración– el autor
deja abierta una puerta a una segunda parte del
relato, una que concierne a un problema humano más
complejo: el de la identidad; la de Juan Jesús y Nuria,
o más interiormente: la que ellos mismos asumieron o
toleraron mediante los roles que cada uno jugó en su
extinta relación, y la que Juan Jesús adquiere mediante
la repetición del acto que titula el cuento.
De esta historia semivelada, me parece, se desprenden
algunos de los pasajes mejor logrados de
Llamadas..., pues la prosa de Villoro puede ser convencional
en las primeras páginas cuando se aboca a la
descripción de situaciones y costumbres del pasado
mutuo de los dos personajes centrales, pero sobresa le cuando explora la capacidad de la memoria para
anular el tiempo y dar un nuevo sentido –acaso por
primera vez, su sentido real– a episodios específicos
de un ayer cualquiera, y para permitir la conjetura de
una verdad que en algún momento fue asequible pero
no lo es más:
Juan Jesús recordó la noche en que olvidó el paraguas
en casa de sus suegros y Nuria salió en camiseta del
cuarto de Felipe Benavides. También pensó en lo que
ella dijo mientras él miraba un gato amarillo en la calle: “no sabes lo difícil que es”, como si se acusara de algo,
[...] mil veces Juan Jesús imaginó y descartó el incesto;
necesitaba desdibujar esa escena del mismo modo en
que ella necesitaba desdibujar a su padre para preservar
su idolatría. Era el recurso que compartían, la ignorancia
elegida (p. 55). |
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