Esa “ignorancia elegida” es la forma que tienen
los personajes de vivir sin complicaciones, de mentir
y creer para representar resignadamente su papel, sin “conocer la herida íntima y ajena, que una vez dicha
compromete y desarma a quien la escucha” (p. 21),
pero también sin la ocasión de mirarse a sí mismos
con honestidad. Por eso es impactante para Juan Jesús,
años después de su divorcio de Nuria, descubrir cómo
ignoró a conciencia su propia actuación en la comedia
representada; tal vez también por esa “ignorancia elegida”
sea que la verdad, desde el principio del relato,
emerge a través de un fi ngimiento (Juan Jesús miente al
decir que llama a Nuria desde suelo neerlandés).
Es por esto que me parece que la tensión narrativano se origina en la descripción de la pérdida del
amor ni en el desconsuelo producto de ésta, sino en la
segunda historia que nace de las llamadas telefónicas;
en la repentina, epifánica comprensión de Juan Jesús
que en su matrimonio con Nuria él cumplió, sin advertirlo,
un papel vergonzoso y tenuemente horrible
al que ella, también inadvertida, poco a poco lo orilló.
Esta revelación se convierte en el verdadero tema del
relato y es lo que condiciona el desarrollo y desenlace
del mismo, ya que no hay indicio de nada más que hubiera
podido interrumpir la costumbre del acoso telefónico.
Con esa alteración en el centro de la historia,
casi sin que el lector repare en ello, el desconsuelo que
caracteriza las páginas de Llamadas... persiste intacto
pero con una signifi cativa variante: ya no es el fi nal de
una relación marital lo que lo motiva, sino la gradual
comprensión de la trascendencia desconocida de ciertos
detalles que se juzgaron banales.
Opino que este relato –nouvelle o cuento largo, la
denominación, me parece, no importa– puede encontrar
una buena acogida, en particular, entre el público
que conoce y gusta de los previos avatares literarios
de Villoro, porque encuentro que Llamadas de Ámsterdam
revive la íntima cercanía de los dramas personales
narrados en La noche navegable y, de igual forma, es un
modelo de la calidad prosística de su autor. Asimismo,
me inclino a pensar que Llamadas..., por la perfecta
melancolía de su historia, por la limpidez y concreción
del lenguaje, por su brevedad y las posibilidades
abiertas de una comprensión más profunda al releerse,
si se incluyera en el programa de lecturas en escuelas
de enseñanza media, podría signifi carle una nueva
generación de lectores a Juan Villoro, como le ocurrió
a Pacheco con Las batallas en el desierto (1981) y el público
adolescente.
Llamadas de Ámsterdam acaso no sea –ni aspire a
ser– la obra maestra de Juan Villoro; no obstante, no
creo equívoco ni exagerado afi rmar que este libro fue
escrito para leerse repetidamente y con fruición; por
la complejidad del trasfondo de su historia, y por el
encanto de la prosa elegante y triste que el autor pulió
para el relato.

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