Editorial
De entre las escasas certezas con que aún contamos, la violencia es la única constatación que ocupa el centro de la vida cotidiana. Eludir esta realidad es igual a confabularse con quienes sostienen que puede abatirse el delito por decreto, a sabiendas del infundio. Con ello justifican los abultados presupuestos asignados a la “seguridad nacional” en detrimento del apoyo a la educación y a la cultura al considerar estos rubros en segundo término. Los medios de difusión han contribuido a propalar tal embuste mientras las noticias sobre el crimen organizado saturan sus espacios informativos. Paradojas del sistema que la gente no sabe discernir, cayendo así en las trampas del discurso oficial. Pues si percibimos la situación con objetividad, los grupos violentos que asolan el país son sólo parte del vasto y complejo engranaje de mafias internacionales, cuyo poder aumenta y se fortalece en proporción de la influencia que tienen sus miembros en la economía y la política de las zonas donde operan. Es bien sabido que el narcotráfico es uno de los negocios más rentables en medio de la crisis de la sociedad globalizada. Por eso, la autoridad constituida en supuesta garante de la protección ciudadana es incapaz de controlar y, menos, someter a las organizaciones criminales que han excedido la capacidad del régimen para lidiar con la delincuencia.
Poco antes de suicidarse en 1971, Albert Caraco escribió un libro premonitorio y terrible: Breviario del caos, donde anticipa el desplome de la civilización. “Pronto el caos será nuestro común denominador –predijo–, lo llevamos en nosotros y lo encontraremos en mil lugares al mismo tiempo, en todas partes el futuro del orden será el caos”. Sus vaticinios nos han alcanzado. Asistimos a la caída de las creencias y al reinado de la barbarie, sin otro patrimonio que la cultura secular del humanismo. Sus valores permanentes son la cobertura que nos puede salvar del horror.
Por ello en este número convocamos a los autores y a las obras que continúan otorgando
dignidad a la palabra y sentido a la actividad del hombre, en términos de humanidad. Mediante
el examen de especialistas en la materia, son así redimensionados los aportes de Gonzalo
Aguirre Beltrán, Octavio Paz, Michel de Montaigne, Fray Luis de León. Ofrecemos, además,
la creación arquitectónica de Julio Sánchez Juárez y mostramos en el dossier una selección del
artista plástico Salvador Cruzado. Con esto y otros trabajos intentamos probar que a pesar
de la devastación moral y material que hiere nuestra sensibilidad y fractura nuestra identidad,
mantenemos la fe en el orden superior de la cultura.
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