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ENTRE LIBROS
Balas de plata
Élmer Mendoza
Tusquets, México, 2008,
254 pp.
Víctor Hugo Vásquez Rentería*
En las postrimerías de los noventa, Élmer Mendoza debutaría como novelista con Un asesino solitario (Tusquets,
1999). A partir de dicho volumen el narrador culichi
dejaría trazados los senderos por los cuales haría sus
siguientes incursiones en el género: un conflicto central que más temprano que tarde involucraría narcos,
judiciales y políticos, un protagonista desmadejado por
el abandono de una ingrata, hermosos caracteres femeninos bien bragados, armado de la historia a lo Dos
Passos y lo Faulkner, registro totalmente global (oséase
que combina lo regional con el discurso del rock, el
marketing televisivo, referencias a la literatura mexicana contemporánea. "Mando saludos", dice el autor),
un timing endemoniado (tour de forcea, diría el otro) a la
hora de contar, atizado por la violencia, por pasiones
desbocadas, por destinos de brújula extraviada.
Excepción hecha de Cóbraselo caro (2005), texto
en el cual la preocupación central del protagonista no
es la venganza ni la huida, el sicario o la búsqueda de
éste, ni el espionaje o el desamor, de Un asesino. a
Efecto Tequila (2004), pasando por El amante de Janis Joplin (2001), hasta llegar a su más reciente novela Balas de plata (2008), la narrativa de Élmer Mendoza es fiel
lo mismo a lo que él denomina "las hablas" (las maneras de hablar) que a esa vocación decimonónica de la
novela como un espejo de la realidad, si bien hay que
agradecerle a Mendoza que no apele ni a la morosidad
ni al verismo de entonces, sí al ritmo del zapping y del
chat, sí a una prosa pulida, a un envidiable oído, a una
historia rica, complejamente armada.
Otro aspecto al que se adhiere la narrativa del autor sinaloense es a la vertiente de lo que Sarabia Quiroz
denomina los "temas inevitables" -esto dentro de la literatura de la franja norte de nuestro país-, a saber: las
consecuencias sedimentadas del narcotráfico, es decir,
patrones de comportamiento, destinos tenidos como
ejemplares, el ejercicio de la violencia sin otro freno
o límite que el cadáver irremediable. De igual manera, el mundo (re)creado por Mendoza se corresponde
con lo señalado por Humberto Félix Berumen para el
cuento de la frontera norte, al cual divide en policiaco, las muy variadas vertientes del género fantástico, el
trazo de una situación psicológica límite, el impulso
irónico o las muy diversas manifestaciones del cuento
de carácter regional, entre otros padecimientos.
Por otra parte, Balas de plata es, según la certeza de este lector, hasta el momento la novela que
de Élmer Mendoza más le gusta. Si Un asesino. y El
amante. se leían con gozo y celeridad, Balas de plata exige -como ya lo hizo la demandante Efecto Tequilaun lector atento, pero también dispuesto al chacoteo,
al desenfado; voces, personajes, espacios y tiempos se
superpondrán, dando paso a ese ritmo vertiginoso,
abundante de imágenes, de fragmentos de las mismas
creando una sola: constante, viva, en movimiento.
Puestos ya en la complejidad estructural a causa de las declaraciones en torno del asesinato de un
prominente personaje de la farándula social y empresarial, los demás seres que habitan la ficción de
Mendoza se abocan a la búsqueda de otros, no nada
más del otro, no nada más del asesino, sino de eso que
pueda explicar -o atenuar- la espera inacabable, la
soledad ineludible, el amor escamoteado o entregado
a destiempo o al parecer ajeno de tan elusivo.
Balas de plata visita con harta fortuna -como se ha
anticipado- el género policiaco, ése que comenzara a
cuajar como tal, allá por el XIX, con las Memorias de Vidocq, cuyo personaje Dupin inspiraría al investigador
del mismo nombre del Poe de "Los asesinatos de la
calle Morgue", "El secreto de Marie Roget" y "La carta
robada", hasta llegar al tan gustado Sherlock británico.
Pero si de tender puentes se trata, los seres patibularios o tremendamente amorosos de la novela de Élmer
Mendoza se emparientan más con aquellas historias de
policías políticamente corruptos del noire gringo, publicadas, primeramente, en el ya emblemático magazine
Black Mask. Además, la violencia de los números de éste
-donde por cierto aparecieron de manera episódica El
halcón maltés y El largo adiós-, se conserva, prácticamente intacta, sin que por ello no veamos aparecer el humor,
la autoparodia que Edgar Mendieta -protagónico de la
novela que nos ocupa- hace de sí mismo.
Novela de aventuras, relato amoroso, buddy movie,
Balas de plata de Élmer Mendoza es una de esas pruebas
fehacientes de lo poderoso y atractivo que es contar una
historia, así como de lo necesario de hallar ese narrador, esos narradores que al referirla, logren convocar,
sugerir, procurar adeptos, continuar esa indagación
(est)ética que ciertas novelas mexicanas de los últimos
años han emprendido con singular alegría y fortuna. Y,
quiero insistir, Balas de plata es de ésas.
* Narrador, ensayista y director escénico. Tiene en preparación el
volumen Cuentos para niñas.
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