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¿ Había?..Cuentan que había
Segunda y última parte
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Decíamos
la semana pasada que había un pueblo que no conocía
el Teatro, pero que sentía que era de gran tono la realización
de un festival, por lo mismo, pronto se realizó el primer
concurso teatral. El rey inauguró el evento y después
se fue. El teatro que se había construido con poco y bajo
presupuesto aunque con grandes ambiciones, lució flamante
únicamente mientras duró la inauguración, después
la gente que comía durante las funciones se encargó
de ir deteriorándolo. Como nadie mencionó la iluminación,
la escenografía, ni el vestuario, en el presupuesto no se
contempló, por lo que los grupos se las arreglaban como podían,
simulando los objetos que |
necesitaban
en sus obras, iluminando con algunos focos que se habían
encontrado por allí, de preferencia de colores para que luciera
mejor, y poniéndose cualquier indumentaria extraña
de la tía o la abuelita.
El público era escaso porque tampoco había fondos
para promover el evento, pero eso sí, muy selecto: familiares
y amigos de los que participaban. La competencia inició y
durante 12 días se presentaron cinco puestas en escena cada
día. Como jurados del concurso se invitó a tres reconocidísimas
personalidades del teatro: un ciego, un sordo y un mudo, entre los
tres debían decidir quién era el merecedor del premio.
Al final de cada función la gente aplaudía de igual
manera a todo lo que se presentaba, porque se había repartido
un volante que decía: “Es de la mejor educación
aplaudir al término de… además el artista vive
del aplauso”. Y como ese pueblo era sumamente solidario, aplaudía
mucho queriendo procurar a sus artistas.
Se presentó de todo, claro, todo lo que podía presentar
un pueblo en el que nunca había existido Teatro. Algunos
de los que representaban personajes querían lucir su belleza,
otros su sabiduría, otros no entendían cómo
es que estaban allí, otros querían ser ingeniosos
o chistosos, simpáticos mínimamente. Los directores
se jalaban los pelos, cuando los tenían, cuando no, animaban
y estimulaban a sus actores diciéndoles que eran los mejores,
que seguro iban a ganar. Al finalizar cada presentación la
gente salía a tomar aire mientras se preparaba la siguiente.
No se veía ni muy contenta ni desanimada, procuraba comentar
de otra cosa, del clima del pueblo por ejemplo, cuyas variaciones
en un sólo día eran de lo más variopinto y
digno de comentar. En el fondo de cada uno rondaba la idea: “¿Estará
bien o estará mal esta obra? A mí no me dice nada
lo que acabo de ver, pero igual es por que no sé nada”.
Y el tiempo pasaba con la esperanza de que llegara algo que realmente
los asombrase… pero… nomás era el tiempo el que
pasaba.
¿Se acuerdan del niño? ¿El que quería
saber qué era el Teatro y que tenía que seguir el
consejo de un anciano? Pues resulta que el niño, que ya no
lo era por el inevitable paso del tiempo, por fin creyó encontrar
lo que tanto había buscado: un actor. Un día se detuvo
al ver a un hombre que sentado dentro de un círculo dibujado
con tiza señalaba y veía hacia un punto donde aparentemente
no había nada. Lo miró, se sentó y esperó
largo rato, cuando el hombre salió del círculo el
ahora joven le preguntó: |
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¿Qué
haces?
– Ensayo una obra de teatro.
– ¿Eres actor?
– No. Intento llegar a serlo.
– ¿Y qué estabas haciendo?
– Viendo la luna. Mi maestro dice: “Yo puedo enseñarte
cómo apuntar tu dedo hacia la luna. Pero la distancia de
tu dedo a la luna es responsabilidad tuya” ¿Dime tú
has visto la luna mientras yo señalaba?
– He visto y he sentido muchas cosas mientras te veía.
Entonces recordó las palabras del anciano: “No hay
nada igual. Es fascinante”. Y le propuso a aquel hombre trabajar
juntos. El hombre aceptó. Aunque seguía sin considerarse
un actor. Se decía: “Esta vez he llegado a causar algo,
sin |
embargo
el joven no ha visto la luna, debo seguir intentándolo hasta
perfeccionar este arte. Tal vez nunca lo logre pero usaré
mi vida para intentarlo”.
Finalmente, el jurado deliberó un día entero. Cuando
llegaron los jueces al escenario había muchísima expectación
por conocer el veredicto, todos callaron, nadie sabía lo
que iban a decir, por supuesto el mudo no podía decir nada,
así que para fines prácticos uno de los otros habló:
“Haciendo uso de las atribuciones de ser jueces, pero sobre
todo porque nuestro fallo es inapelable, declaramos desiertos todos
los lugares… excepto el primero que es por unanimidad un rotundo
empate entre todos los participantes.
Después de haberle bajado la sangre al suelo a toda la audiencia,
le volvió a subir al instante. Llenos de júbilo se
abrazaban y felicitaban hablando de todos los signos y símbolos
que había en sus puestas en escena, de la creatividad que
tenían para actuar, dirigir y hacer todo lo relacionado con
el Teatro. Estaban felices, nadie envidiaba a nadie y todos estaban
muy entusiasmados porque habían ganado el privilegio de ser
reyes por una hora. En ese instante, el rey mismo dando un banderazo
les tomó el tiempo de su reinado. Todos estaban muy felices
felicitándose y el tiempo pasó como agua. Pasada la
hora, el rey dijo: “El tiempo ha concluido, espero que hayan
disfrutado su premio, felicidades a todos. Los quiero”.
Después de un profundo silencio, todos volvieron a la normalidad,
en voz baja se oían comentarios como: “Es que no estamos
acostumbrados a la fama”, “se fue volando”, “ya
tengo qué contarles a mis nietos”, “mañana
seguro sale mi foto en el periódico”.
Desde entonces, cada año puntualmente se organiza este concurso,
sembrando el entusiasmo y la alegría en la gente del pueblo.
Del niño que se hizo joven y el hombre, nadie supo, pero
todos tienen la esperanza de que un día regrese a este pueblo
y se inscriba en el famoso concurso.
Fin |
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