Año 3 • No. 107 • junio 23 de 2003 Xalapa • Veracruz • México
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Una tomada de pelo
Heriberto G. Contreras
Esto que le vamos a contar es sin pelos en la lengua, como comúnmente se dice. Los seres humanos, al igual que muchas especies también tenemos pelo, pero no sólo en la cabeza, sino en múltiples partes de cuerpo. Sin embargo, este elemento corporal a algunos se les desarrolla más que a otros, lo que genera un sin fín de opiniones hablando de gustos o preferencias.
Así es. A menudo escuchamos en pláticas cotidianas sobre las preferencias de las chavas; “que si los prefieren velludos o lampiños”. En el caso de los hombres es igual; optan más por unas piernas depiladas sobre las pobladas. Hablar de pelos también es hablar de una industria muy lucrativa.
Tan sólo analicemos el número de marcas de shampoo que ofertan por televisión para conservar una cabellera sedosa y brillante, eso sin contar acondicionadores y tratamientos capilares para cambiar incluso el color de nuestro cabello. En el otro extremo encontramos productos para depilación inmediata, porque así como hay quien apetece el vello, otros más no lo soportan.

Como vemos, los pelos ofrecen mucha tela donde cortar, ya que en muy pocas ocasiones reflexionamos sobre este elemento tan innato a nosotros; sin embargo, a diferencia de otras especies en realidad tenemos muy poco vello corporal, lo cual claro responde a una historia científica.

Dos científicos británicos formularon una nueva teoría sobre por qué los seres humanos casi no tenemos pelo, a diferencia de nuestros primos, los simios. Mark Pagel, de la Universidad de Reading, y Walter Bodmer, de la Universidad de Oxford, ambas en Inglaterra, sugieren que la pérdida de pelo se
produjo para evitar las picaduras de insectos y parásitos, así como para incrementar nuestro atractivo sexual.
Esto contradice la explicación más difundida hasta ahora: que la desaparición de vellos sobre nuestra piel se debió a la evolución de nuestra capacidad para controlar la temperatura del cuerpo en climas cálidos. Según Pagel y Bodmer, esa teoría falla en situaciones de extremo frío o calor.

Sin embargo, observan que el hecho de que los primeros humanos hayan vivido en África, en zonas tropicales con gran cantidad de parásitos portadores de
enfermedades, explica que quienes predominaron al final fueron aquellos más lampiños.

En un artículo publicado por la revista científica Biology Letters, y dado a conocer
por el diario estadunidense The New York Times ambos científicos afirman que ya nuestros ancestros fueron capaces de responder de manera eficiente a los cambios térmicos del ambiente, controlando el fuego, construyendo refugios y fabricando ropa. Así el homo sapiens tendió a prescindir de los cabellos cada vez más a lo largo de cientos de generaciones.

Pagel y Bodmer también se aventuran a afirmar que su teoría explica mejor el hecho de que, por lo general, los hombres tengan más vellos que las mujeres, ya que señalan que la característica lampiña puede haber permitido a los humanos mostrar de forma convincente que eran menos susceptibles a las infecciones de parásitos; de hecho, esa característica se volvió más deseable en una pareja, y la mayor pérdida de cabello en las mujeres sugiere una mayor selección de los hombres hacia las mujeres.

La excepción que confirma la regla es la prominencia de vellos púbicos en ambos sexos, que desafía la teoría de Pagel y Bodmer. Sin embargo, los investigadores responden que hay evidencias de que el vello púbico aumenta las “señales feromonales”, fundamentales a la hora de la elección del macho. Seguramente que cuando todo esto se compruebe les informaremos sobre los resultados de la investigación. Sin embargo si a usted le gusta el vello corporal, disfrútelo y, si no, dé gracias a la evolución.