Año 3 • No. 113 • agosto 25 de 2003 Xalapa • Veracruz • México
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Adalberto Tejeda Martínez (Centro de Ciencias de la Tierra de la UV)


Un hombre lee el periódico al amanecer del 15 de agosto en la 5a. Avenida, Nueva York.
En esta región del mundo –el oriente y el sur de México– las condiciones climáticas del 2003 se han presentado sin grandes sobresaltos, salvo la onda cálida de la primera quincena del año. Falta lo fuerte de la época de lluvias, que se deja venir cuando ya ha pasado la sequía de mitad del verano, la llamada canícula en razón de la temporada en que es visible la constelación de Can Mayor desde el hemisferio norte.
Sin embargo, nuevamente la meteorología europea se presenta anómala en agosto y
desencadena cientos, o quizás miles de muertes. Recordemos que hace un año se presentaron las inundaciones de ciudades centenarias como Praga, en el río Vitava, Dresde, en el Elba, y varias a orillas del Danubio y del Mar Negro. Los muertos fueron alrededor de cien, se dañaron múltiples monumentos seculares, y la discusión sobre el cambio climático entre los gobiernos de Europa y Estados Unidos sirvió de preámbulo a la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sustentable que inició el 26 de agosto del 2002 en Johannesburgo.

La posición al respecto de la coalición gobernante de los partidos Socialdemócrata y Verde en Alemania y su pronta respuesta ante la catástrofe, le permitió sobrevivir en las elecciones federales de septiembre, a pesar de que a principios de agosto se le daba como derrotada por su errática conducción económica.

Un año después los socialistas franceses, desde la oposición, culpan al Ministro de Salud, Jean-Francois Mattei, de los cinco mil muertos en Francia por la quincena de calor que ha cubierto a Europa desde Hamburgo hasta Atenas, desde Lisboa hasta Varsovia, con dos semanas de temperaturas vespertinas rozando los 40° C. Ha renunciado el Director General de Salud, Lucien Abenhaim, mientras el primer ministro francés, Jean-Pierre Raffarin, ha declarado –seguramente sin razón- que los muertos se deben a los socialistas, quienes siendo gobierno implantaron la jornada de trabajo de 35 horas semanales, lo que redujo la estancia de los médicos en los hospitales.
Es cierto que la cifra de muertos es difícil de establecer, pues no se trata de que las altas temperaturas estén provocando que las personas fallezcan sorpresivamente, sino que ancianos y enfermos bajo temperaturas agobiantes perecen por insuficiencia respiratoria, cardiaca o incluso renal.

En cambio los enólogos alemanes anuncian con bombo y platillo que posiblemente la cosecha del 2003 producirá tan buenos vinos como la de

Un poco de alivio contra el calor a las orillas del Río Sena, en París, Francia.
1976, pues se ha tenido que adelantar la vendimia porque las uvas han madurado tres semanas antes de lo acostumbrado. Los vitivinicultores hacen cuentas alegres de caldos extraordinarios que habrán de añejar en sus bodegas, incluso en las cuencas menos afortunadas de Alemania como las del Rin y del Mosel, si antes del fin de la cosecha los aguaceros y granizadas no dañan los mejores racimos de lo que va del milenio. Al inicio de la segunda quincena de agosto ya se desataron lluvias torrenciales en el sur de Francia y las costas españolas, con riadas intempestivas aunque hasta el momento no catastróficas.

Mientras tanto en Norteamérica, como todo el mundo lo supo, el 14 de agosto se vivió la pesadilla de cuando el futuro nos está alcanzando, con cien millones de personas sin energía eléctrica durante casi 24 horas. Cuatro días después las causas del apagón no estaban claras, si bien con sospechosa premura el presidente estadounidense George Bush anunció que no fue por ataques terroristas. Se habla de una falla mayor en Ohio, al sureste de los Grandes Lagos, y de la sobrecarga en las líneas de transmisión por la demanda de los sistemas de aire acondicionado que han funcionado a toda marcha durante el verano.

Al único fallecido por causa del apagón y los 600 incendios provocados por los que no saben usar velas ni quinqués, hay que agregar las pérdidas en horas de trabajo, las toneladas de comestibles que se pudrieron por falta de refrigeración, los vuelos y trenes postergados y el descenso de la confianza de los ciudadanos en sus instituciones, pero no se pone a temblar la economía de Canadá
–donde el apagón afectó sólo a la provincia de Ontario– ni mucho menos la de eu.
Estos dos acontecimientos –la onda de calor en Europa y la falla eléctrica de Norteamérica– evidencian que una disciplina menor de las Ciencias Atmosféricas, la bioclimatología humana, no es tan menor como se pensaba.

En efecto, en ambos casos las pérdidas se habrían atenuado si se hubieran considerado los avances recientes de la bioclimatología para los planes de salud y para las estimaciones de consumos energéticos.

¿El sistema eléctrico en Canadá y EU falló porque está en manos privadas, descoordinado, sujeto a la oferta y la demanda casi sin la vigilancia del Estado? ¿Qué irá a pasarnos en México, donde a fuerza de repetirlo se ha vuelto costumbre escuchar las declaraciones de funcionarios, dirigentes sindicales y expertos, en el sentido de que nuestra red eléctrica está en las últimas por falta de inversiones? Por ejemplo la onda térmica de inicios de mayo a que aludí al inicio de esta nota, fue suficiente para que en el Distrito Federal (y también en Xalapa) los ventiladores se agotaran en los almacenes. ¿Cuánto representó de consumo extra de energía eléctrica? Y ya en plan de hacer futurología, baste un dato que hemos calculado junto con algunos colegas de la UNAM: que a mediados del siglo, durante el verano, 49 millones de mexicanos que ahora no tienen por qué usar aire acondicionado (porque no han nacido o porque las temperaturas aún no son tan rigurosas como lo serán en el futuro) habrán de necesitarlo como condición básica de sobrevivencia. Si no tomamos ahora las providencias en ahorro, generación y transmisión eficiente de la energía, este siglo podría significar no el regreso al oscurantismo pero sí a la oscuridad.