Año 3 • No. 120 • octubre 20 de 2003 Xalapa • Veracruz • México
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No es culpa de la cerveza
Heriberto G. Contreras
Sábado por la tarde; el calor de finales de verano y principios de otoño aún se siente en el ambiente. No puede haber mejor panorama que un buen juego de futbol por televisión, el sofá, unos cuates y por supuesto, no podían faltar las amigas inseparables de este tipo de encuentros, las "chelas".

La famosísima cerveza es una de las bebidas preferidas en el mundo. Países como Estados Unidos, Inglaterra, Holanda, México, Alemania y la República Checa, incluyen dentro de su identidad a esta bebida de cebada.

Numerosos antropólogos aseguran que hace 100 mil años el hombre primitivo elaboraba una bebida con raíces, cereales y frutos silvestres, mismos que masticaba antes para desencadenar su fermentación alcohólica. El líquido resultante lo consumía con deleite para relajarse.

La mención más antigua de la cerveza, (una bebida obtenida por fermentación de granos llamada siraku), se encontró en unas tablas de arcilla escritas en lenguaje sumerio y cuya antigüedad se remonta a cuatro mil años A.C. En éstas se revela una fórmula de elaboración casera de la cerveza: se cuece pan, se deshace en migas, se prepara una mezcla en agua y se consigue una bebida que transforma la gente en alegre, extrovertida y feliz.

Desde Oriente Medio, la cerveza se extendió por los países de la cuenca oriental del Mediterráneo. Los egipcios, recogiendo los métodos sumerios, elaboraron una cerveza que bautizaron con el nombre de zythum. Para descubrir después la malta y añadirle azafrán, miel, jengibre y comino con objeto de proporcionarle aroma y color.

Y si entre los romanos y los griegos fue considerada una bebida de fiesta, los pueblos del norte de Europa no se quedaron atrás, festejaban con cerveza las celebraciones familiares, los actos religiosos y los triunfos sobre sus
enemigos.

En la Edad Media nacería la cerevisa monacorum o cerveza de los monjes con denominación de origen, cuyo secreto guardaba celosamente cada fraile boticario. Los monjes lograron mejorar el aspecto, el sabor y el aroma de la bebida.
Entre los siglos xiv y xvi surgen las primeras grandes fábricas cerveceras, entre las que destacan las de Hamburgo y Zirtau.

A finales del siglo XV, el duque de Baviera, Guillermo IV, promulga la primera ley de pureza de la cerveza alemana, que prescribía el uso exclusivo de malta de cebada, agua, lúpulo y levadura en su fabricación.

La auténtica época dorada de la cerveza comenzó a finales del siglo XVIII con la incorporación de la máquina de vapor a la industria cervecera y el descubrimiento de la nueva fórmula de producción en frío, y culmina en el último tercio del siglo XIX, con los hallazgos de Pasteur relativos al proceso de fermentación.

Así que su popularidad parece no estar a discusión, y sin embargo optamos por culparla por una buena cantidad de nuestros males, sobre todo de salud, entre éstos tener un abdomen grande.

Un equipo de investigadores de Gran Bretaña y la Republica Checa realizó un estudio para el cual entrevistaron a un grupo de checos, los cuales son considerados como los primeros consumidores de cerveza en el mundo. Los científicos no encontraron ninguna relación entre la cantidad de cerveza consumida y las dimensiones de la barriga.

Martín Bobak del Colegio Universitario de Londres y sus colegas en el instituto de Medicina Experimental y Clínica, en Praga, entrevistaron a 891 hombres checos y mil 98 mujeres entre 25 y 64 años de edad. Entre los seleccionados había algunos que tomaban ocasionalmente, otros que no tomaban y pocos que bebían en abundancia. Todos pasaron por un examen médico y se les midió la cintura y el peso, información necesaria para calcular el índice de obesidad.

Los investigadores no encontraron ningún vínculo entre el consumo de cerveza y la obesidad. La relación entre la cerveza y la obesidad, si existe es muy débil según los propios científicos. Este nuevo estudio desmiente la creencia común según la cual la obesidad está relacionada con beber grandes cantidades de cerveza. Comúnmente se cree que los que toman cerveza en promedio son más obesos que los que no beben o los que beben vino, afirmaron los investigadores.
Sin embargo, este estudio no tiene como objeto que los amantes de la cerveza se aprovechen para correr a los bares. La gente no debe asumir que ahora puede tomar libremente. Cualquier comida o bebida en exceso puede conducir a la obesidad. Los que deseen tomar deberían disfrutar de estas bebidas con moderación. Mejor recordemos una frase publicitaria de fines de los 80: de lo
bueno poco.

Con información de la BBC, La Universidad de Berkley y Portal de Historia.com